martes, 31 de mayo de 2011

Palabras
de agradecimiento
de Alpidio Alonso,
al recibir el
Premio
Samuel Feijóo
de poesía sobre
el medio ambiente


Sede de la
Sociedad Económica de Amigos del País, La Habana, 26 de mayo de 2011



Quiero, muy brevemente, expresar algunas ideas:

Primero, agradecer a la Sociedad Económica de Amigos del País y a los organizadores de este premio el haber tomado en cuenta mi trabajo dentro de la poesía para honrarme con un galardón que lleva el nombre de uno de los poetas cubanos que más admiro. Al propio tiempo, es para mí una gran satisfacción recibir este premio de parte de una institución de tanto prestigio, cuya labor secular dentro de nuestra cultura está asociada a la defensa y el fomento de valores que constituyen esencia de nuestro ser nacional, mucho más cuando se cumple hoy otro aniversario de Felipe Poey que, aunque no suele decirse fue, además de un gran científico, un notable poeta.

En segundo lugar, quisiera aprovechar la oportunidad que me brinda esta ocasión, para subrayar, una vez más, el vínculo profundo de nuestra poesía con la gran diversidad de elementos que conforman la naturaleza y el entorno en que ha vivido el cubano. Si hay un tema que atraviesa a la poesía de la Isla, desde sus inicios hasta nuestros días, es aquel que la sujeta a su realidad, dentro de la que el paisaje y “las bellezas del físico mundo” han sido cantadas y exaltadas por los poetas con la misma pasión con que –desde los albores de la nación hasta hoy- han denunciado en sus versos “los horrores del mundo moral”. Uno y otro tema recorren juntos el camino de nuestra poesía que es, a la vez, el de nuestra historia, sin que sea posible ya desligar uno del otro. En el tránsito hacia esa definitiva posesión en que el paisaje dentro de nuestra poesía pasó de ser solo “naturaleza” hasta convertirse en “espíritu”, se fue haciendo, también, la Patria.

En la poesía (y en la obra toda) de Samuel Feijóo asistimos siempre a un paisaje habitado, humanizado en las visiones desdibujadas e intensamente humanas de este gran poeta que, a la par, habría de ser durante su vida andariega un sensible y acucioso “pensador silvestre”.

En ese sentido, ningún otro poeta cubano me resulta tan cercano al José Martí desvelado en la intemperie misteriosa de su campamento en la manigua insurrecta por “la noche bella, (que) no deja dormir”, a ese mismo soldado mambí que en una línea de su diario (en cuyas contadas sílabas: 5-7-5, he querido ver la miniatura maravillada de un Haiku) anotó apresurado: “De un curujey/ prendido a un jobo, bebo/ el agua clara”. O aquella otra, más conocida, e igualmente repartida en 17 sorprendentes sonidos: “Lola, jolongo,/ llorando en el balcón./ Nos embarcamos”.

Identifico asimismo en ambos, un sentido de la piedad ante la fragilidad y el dolor, que los une en un mismo conmovedor humanismo: El del Martí que se pregunta perturbado en su diario de campaña “¿cómo es que no me inspira horror la mancha de sangre que vi en el camino?”, o el del que anota al vuelo, como para que no se le escape, en el margen de ese mismo cuaderno, ante “el grave momento” de la muerte del traidor Masabó, una observación que solo un poeta podía hacer: “Cuando leían la sentencia, al fondo, del gentío, un hombre pela una caña”.

Ese mismo enternecedor sentimiento es el que encuentro en los versos cortados de aquel Feijóo inconsolable ante la muerte de la guajira Nieves,” (...) en la Güinera, lejos de sus campos, donde cantó y jugó de niña. Casó con Juan Liriano, machetero de la caña, más que amigo, mi hermano. Cuántas veces me preparó la sopa, remendó mi camisa. Su mirada humilde, su sonrisa tan buena, ya no son. Escondida en tu fosa, mi amor, solo unos pocos te lloramos. ¡Eras tan humilde, heroica madre pobre, con las manos peladas de la lejía, y el rostro rojo del constante fogón! Contigo muero más y más” (…) O el de aquella página confesional de su “Himno a la alusión del tiempo” en que llega a decir: “si mi amor soy yo, lo cual es mi verdad, la locura de mi amor es la mía. La acepto, la comparto. Y esto solamente lo entenderá, solamente, quien sea poseído por un amor inmenso como el mío”. Impresión similar me producen aquellos versos de sus últimos libros en los que, acaso como en ninguno de los anteriores, se advierte (como muy atinadamente observara Cintio) esa “hambre” suya por las criaturas con que ha decidido quedarse: “sus pájaros, mariposas, abejas, cocuyos, monos, burros, vacas, chivos, lagartijas, (…), niños, ancianos, gentes buenas, héroes sencillos”, donde, tal como en su monumental Faz, “encontramos (y en esto coincido igualmente con Cintio) el mayor testimonio que tenemos del amor de un poeta cubano, después de Martí, a los pobres de su patria”.

Quisiera terminar, evocando una anécdota narrada por uno de los grandes compañeros y discípulos de Feijóo en sus interminables andaduras por los campos cubanos. Me refiero al recientemente fallecido poeta e investigador villaclareño René Batista Moreno, a cuya memoria quisiera dedicar este premio, quien en su libro “Los bueyes del tiempo ocre”, refiere lo siguiente:

“Una tarde salimos Feijóo y yo de Camajuaní por la línea de ferrocarril que va a Caibarién y vimos en ella dos palomas que, pese a que nos acercábamos, se mantenían muy quietas. Feijóo cogió piedras y se las lanzó. De inmediato emprendieron vuelo. Como me extrañó tanto aquella actitud, le pregunté cómo era posible que un hombre como él, que amaba tanto la vida, hubiera querido matar a aquellas palomas. No dijo nada, continuó caminando, muy silencioso. Luego se volvió hacia mí y me dijo:

-Para que sientan miedo del animal más depredador del mundo. El que mata a veces por el placer de matar. Lo hice para que desconfíen, para que no dejen acercarse a nadie. Quería asustarlas. Las salvé”.

Más que cualquier otra cosa, hoy me interesa decir, con Feijóo, que la poesía en estos tiempos bien puede ser esa alarma generosa que nos prevenga y resguarde de la barbarie. Y que de todos los goces que proporciona, ninguno se compara al del efecto de esa pedrada bienhechora, que ayuda a que despierten y se alcen a su revoloteo incomparable las alas de la belleza, la esperanza, la vida.


VEA, MEDIANTE ESTOS ENLACES:
PALABRAS PARA LA ENTREGA DE ESTE PREMIO, A CARGO DEL DOCTOR EN CIENCIAS FILOLÓGICAS VIRGILIO LÓPEZ LEMUS, PRESIDENTE DE LA SECCIÓN DE EDUCACIÓN Y CULTURA DE LA SOCIEDAD ECONÓMICA AMIGOS DEL PAÍS



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