jueves, 30 de diciembre de 2010



Detrás
de una
mariposa


(El Indio Naborí
—30 de septiembre 1922 -
30 de diciembre 2005—,
la décima y los anhelos
independentistas
del pueblo cubano)


Conferencia impartida en el IV Encuentro Latinoamericano de
la Décima. San Luis Potosí, México. Diciembre 2010.



Por
Fidel Antonio Orta Pérez


No me
resulta nada fácil reflexionar sobre la vida y la obra de Jesús Orta Ruiz. Entre otras cosas porque se trata de una persona que se me hace muy cercana y entrañable. Lo anterior es algo que ya he dicho en otros lugares, pero luego esas palabras se difuminan y termino desarrollando el tema con un inexplicable orgullo de hijo entre las manos.

Del párrafo anterior se desprende una primera conclusión: si alguno de los presentes advierte demasiada pasión en mis palabras, le pido disculpas anticipadas. Hablar o escribir sobre mi padre es un compromiso de orden práctico que a veces se me confunde con los dictados del alma.

Aunque he publicado algunos libros de narrativa, poesía y ensayo, aunque he impartido conferencias y clases de literatura en los sitios más diversos, sigo siendo, para una gran mayoría, el hijo del Indio Naborí, del gran Indio Naborí; el hombre que renovó la décima escrita y cantada, el hombre que, desde Cuba, y en pleno siglo XX, le construyó un monumento a la antigua estrofa de Vicente Espinel.

Resumiendo: ser hijo del Indio Naborí es una suerte de título honorífico que llevo y llevaré conmigo de por vida. ¡A mucha honra!, digo hoy y diré siempre en cualquier lugar del planeta donde se mencione su seudónimo; tan cubano que sabe a Patria cuando se le pronuncia en Cuba, y tan latinoamericano que sabe a Nuestra América cuando se le pronuncia en México.

Hace un momento mencioné a Vicente Espinel:


No hay bien que del mal me guarde,
tenebroso y encogido,
de sin razón ofendido
y de ofendido, cobarde.

(“Diversas rimas”, 1591)


Está demostrado que Espinel, más que inventor, fue quien le reveló la décima a los clásicos del Siglo de Oro. Pero lo que nunca pudo imaginar aquel eminente poeta español, ocurrió bajo el cielo de
La Habana en 1939: la décima o espinela, dígase la tradición lírica más antigua de Cuba, también se le revelaba a un humilde joven que, a partir de ese mismo año, comienza a utilizar el sobrenombre de Indio Naborí, todo un homenaje a las raíces aborígenes de una Isla que, el 30 de septiembre de 1922, lo había visto nacer en San Miguel del Padrón (barrio pobre de la periferia habanera).

El Indio Naborí, en 1940, le dice a la décima:


Viajera peninsular,
¡cómo te has aplatanado!
¿Qué sinsonte enamorado
te dio cita en el palmar?
Dejaste viña y pomar
soñando caña y café,
y tu alma española fue
canción de arado y guataca
cuando al vaivén de una hamaca
te diste a “El Cucalambé”.


Si Espinel nunca pudo imaginar tal revelación, muchísimo menos pudo imaginar que después el Indio Naborí utilizaría la décima para canalizar su afán de ver a una Cuba libre del entonces yugo neocolonial. Son casi incontables los ejemplos que podrían citarse; sin embargo, y antes de continuar, hago un paréntesis para rendir homenaje al pueblo mexicano, que este año celebra el bicentenario de su independencia y el centenario de la siempre recordada Revolución de 1910.

No me queda ninguna duda de que este IV Encuentro Latinoamericano es el espacio ideal para exponer algunas ideas que, de cierta forma, están anunciadas en el subtítulo de mi intervención: El Indio Naborí, la décima y los anhelos independentistas del pueblo cubano; algo que resulta imposible de separar en este poeta de legítimos relumbres populares, porque décima, independencia y pueblo fue su propia vida.

De ahí que lo social sea un ingrediente principalísimo dentro toda su obra, incluso en poemas donde, en apariencia, no se hace visible ningún elemento de la llamada “poesía política”; un término o concepto que, cuando se estudia la obra del Indio Naborí, tampoco se puede separar de manera tajante, ya que política, compromiso y militancia fue también su propia vida.

Lo social está presente lo mismo en un poema de amor que un poema que trate sobre las penas del campesino cubano. Si vamos a la producción poética naboriana de los años “40” y “50” del siglo XX, observaremos que lo anterior puede palparse con singular nitidez; y que, en este caso, da igual si es décima o romance, da igual si es soneto o verso libre. A toda hora, quien de verdad lo estudie, encontrará la huella de un hombre que sentía una gran preocupación por los humildes, plasmada en las décimas con inigualable gallardía; tal vez porque la décima, además de ser la estrofa nacional de Cuba, fue y sigue siendo la estrofa preferida (o elegida) por los más humildes, tanto del campo como de la ciudad.

Su poema “Guajirito”, de 1953, lo explica todo:


Sus ojos ebrios de llano
se achican de sol y viento
bajo el amparo mugriento
de un sombrerito de guano.
Le impone un sol de verano
toda su inclemencia clara
cuando en sus pies, en su cara,
en su ropa, dondequiera,
hay tierra, como si fuera
un surco que caminara.

Es una perla olvidada,
escondida en una ostra
de harapos, y en una costra
de vianda desenterrada.
Descalzo, con la mirada
terrosa, con la sonrisa
terrosa, mientras la brisa
dulce del central salobre
se asombra de verlo pobre
sobre el tesoro que pisa.


En aquella época, la décima de El Indio Naborí logró sintetizar los anhelos independentistas del pueblo cubano; y el pueblo cubano, a su vez, identificó en la décima del Indio Naborí una heredada necesidad de lucha; además de identificar, bajo el ritmo del octosílabo, la gris silueta de su propia esperanza.

Su canto era algo que estaba como en el aire; y lo mejor de aquella producción poética, lo mismo cantada que escrita, donde también hay que incluir algunos de sus poemas clandestinos, iba pasando de mano en mano sin que mediara el paso del tiempo. Sólo hay que caminar por la Cuba de hoy para entender lo que estoy diciendo. De ahí que cualquier persona, independientemente de su edad o nivel cultural, pueda citar al Indio Naborí con décimas que ni él mismo recordaba.

Simple y llanamente se convirtió en una leyenda activa, en algo que el más modesto de los cubanos tiene asumido como suyo. Yo logro comprenderlo mejor si lo analizo bajo este prisma: Indio Naborí + décima + patria es igual a nación cubana

Que la décima sea una elegida, y que el Indio Naborí sea un elegido del pueblo de Cuba, no es nada casual o impuesto. Todo lo contrario: es identidad, localizable con especial claridad cuando observamos el equilibrio de acción y pensamiento que siempre existió entre el poeta (dueño de un fervoroso eco lírico) y su pueblo (ávido de libertad, justicia y progreso).

Digamos que se trata de un acontecimiento sociocultural que ocurrió como resultado de un proceso de mutua armonía, mucho más entendible cuando el hecho se analiza con un sólido criterio de interpretación histórica.

Entonces no es una ficción peregrina que al Indio Naborí se le considere el poeta de la Revolución cubana, de antes y después de 1959, un título dado por el pueblo (repito, dado por el pueblo) que lleva implícita una alta dosis de responsabilidad ética y estética. Quizá por esa razón, unida a su origen campesino, fue tan conmovedor y auténtico verlo recibir, en 1995, el Premio Nacional de Literatura.

Cierro los ojos y vuelvo a escuchar su voz cuando decía: nada más extraño en mi casa que un libro…Si acaso, un viejo decimario de la Lira Criolla o un ejemplar del semanario de La Política Cómica, cuyos versos, chistes y caricaturas gustaban a mi padre. Él no sabía leer ni escribir, pero se deleitaba oyendo las lecturas de mi hermana…Yo era un niño imaginativo. En la mayor soledad jamás estaba solo. Jugaba y conversaba con niños que no existían más que en mis sueños. Me dolía, recuerdo, ver arrancar un mango verde. Su goteo lechoso me parecía una lágrima.

Debo confesar que a mí, como hijo, todavía me resulta estremecedor escuchar el testimonio de personas que dicen: “yo crecí con las décimas del Indio Naborí”, “yo me eduqué con las poemas del Indio Naborí”, “yo me hice revolucionario con la poesía del Indio Naborí”. ¿Cómo es posible?, me preguntaba yo al principio. Pero luego comprendí que poesía, patria y Revolución, para el Indio Naborí, fueron siempre la misma cosa; convirtiéndose en un hombre que, hasta el final de sus días fue consecuente con la consecuencia de su vida.

Escuchen esta décima:


26 de julio: heridas
por donde vendrá la aurora;
alta fecha vengadora
de las fechas ofendidas.
Caliente sangre de vidas
rotas por el heroísmo
porque traición y cinismo
hoy danzan sobre un calvario
¡Oh, rocío necesario
a la flor del patriotismo!


Tenía que ser muy consecuente para cantar estos diez versos en el año
1954. A sólo doce meses del asalto al cuartel “Moncada” de Santiago de Cuba. Consecuente y valiente, diría yo, pues se sabe lo que podía pasarle a todo aquel ciudadano cubano que dijera en público lo que él dijo. Ahora bien, ¡qué claro estaba este poeta!, ¡qué grandeza de espíritu!, ¡qué iluminado cuando eran pocos los iluminados!

Ah, eso sí, todo el tiempo la décima como denuncia social, todo el tiempo la décima para cantar los dolores de los desposeídos, todo el tiempo la décima como sacada de la entraña misma de la tierra para decir lo que él no podía callarse. Yo lo veo como décima y emancipación, una maravillosa alquimia que años más tarde se convertiría en la emancipación total de la décima.


En aquellos tiempos rudos,
en que apenas el pan tuve,
por estas calles anduve
niño con los pies desnudos.
Eran mis inviernos crudos,
mi escuela trunca y baldía.
Pero ya gracias al día
que de retama hizo miel,
los niños de San Miguel
no tendrán la infancia mía.


Pero hay más, quien de verdad lo estudie, puede encontrar mucho más: muerte, amor, frustración, recuerdos, paisajes, flora, fauna, palabras cubanísimas, efemérides, héroes, mártires, digamos que todo el mundo interior de Cuba cabalgando en la admirada estrofa de diez versos, una verdad que ahora me hace recordar lo que una tarde de 2005, en el mes de febrero para ser exacto, dijera el ilustre Eusebio Leal:

El Indio Naborí buscó —hasta encontrar— las huellas de la primera sangre derramada… Nunca usó su palabra para servir a otra causa que no fuese la justicia social. Por eso, campesinos y obreros vieron en el canto de Jesús Orta Ruiz la más legítima expresión de los sentimientos propios… Esa es la voluntad y el testamento del poeta.

No creo exagerar si digo en esta sala que se puede aprender historia de Cuba asomándose a los versos de Jesús Orta Ruiz. Desde el indio Hatuey hasta Fidel Castro, y desde Fidel Castro hasta los cinco cubanos que hoy sufren prisión en los Estados Unidos de Norteamérica. Lo que explica por qué sus poemas, no obstante el tiempo, todavía pueblan los murales de fábricas y cooperativas campesinas, hacen vibrar las escuelas y son recitados por jóvenes en plazas públicas, cumpliéndose de esa forma un irrefutable pensamiento martiano: enaltecer héroes hace héroes.

Pero existe un peligro: cualquier teórico, con buenas o malas intenciones, puede alzar su voz para decir: “poemas panfletarios”, “poemas por encargo”, “poemas de circunstancias”, “décimas de ocasión”. Las cuatro expresiones son legítimamente discutibles. Claro, para lograr un buen intercambio, análisis o polémica sobre este tema, tendríamos que preguntarnos en la primera línea: ¿quién es el autor?, ¿a quién va dirigido el poema? Dicho esto, dejemos que sea el propio Indio Naborí quien nos explique su punto de vista al respecto:

…el encargo no es ninguna imposición cuando lo que se solicita está en el corazón de quien complace. Otras veces no hay tal petición, sino una coincidencia entre el solicitante y el creador, que también es parte de las masas y siente como ellas… Poesía oral, de rápida comprensión, enfática, nemotécnica es la que se aviene a estos nuevos espacios. Otra cosa no fue la poesía en sus orígenes… Alguien podría preguntarse: ¿por qué esa vuelta a los orígenes dentro de una Revolución del siglo XX? Y yo respondería: porque la negación no es absoluta, y porque, de acuerdo con la ley del desarrollo, la espiral dialéctica vuelve a su punto de partida, en grado superior, claro está… La conocida aceptación popular de estos poemas, algunos memorizados y recitados por varias generaciones, es la mejor prueba de que cuando se hable de poesía y tiempo no hay que olvidar el espacio y la ocasión.

Estamos ante un poeta altamente comprometido con el momento histórico que le tocó vivir, ante un poeta que tuvo una vida intensamente creadora, ante un poeta sumamente atípico. En una misma persona se unen el revolucionario y el intelectual, el periodista y el folclorista, pero igual se unen el poeta culto y el poeta popular, e igual el poeta que escribe y el poeta que canta o improvisa décimas; de ahí que resulte bien complejo realizar un análisis independiente de cada parte sin que al final nos hagamos eco del todo significativo que, en el caso del Indio Naborí, significan las palabras poeta, poema y poesía.

Veámoslo así: la poesía es un contenido psíquico que luego, en las manos del receptor, debe convertirse en una impresión psíquica que favorezca la inmediata comunicación entre ambos lados. Y eso es algo que se cumple al pie de la letra con este poeta cubano, especialmente cuando vemos el poderoso impacto que producen sus versos, lo mismo en lectores que en oyentes, algo que también resulta atípico y muy poco frecuente.

Yo pregunto: ¿placer estético? Por supuesto que sí, ¡placer estético!, que el Indio Naborí logra trasmitirlo porque la expresión de su pensamiento es clara, exacta y económica. Además del ingenio, el verso emocionado, la metáfora oportuna, los desplazamientos calificativos y la imagen efectiva. Todo ello convierte el placer estético en alegría estética. Esta última frase pertenece a Jean-Paul Sartre (1905-1980), no por su existencialismo, sino por su sensibilidad y capacidad para comprender los procesos psicológicos del arte. Pero bueno, en este minuto prefiero dejar a Sartre y continuar con el Indio Naborí, cuya poesía no es otra cosa que comunicación, percepción de emociones y evocación serena de una determinada impresión o plenitud vital.

Aunque no pretendo desarrollar una intervención demasiado teórica, el párrafo anterior me obliga a definir con mayor claridad por qué la poesía del Indio Naborí no es otra cosa que comunicación. Léase aquí una posible respuesta: porque en su caso la comunicación es sinónimo de emoción, porque en su caso no es el tema lo que busca la emoción, es la emoción la que busca el tema.

Acudo al recuerdo y traigo al ruedo “La controversia del siglo en verso improvisado”, protagonizada por el Indio Naborí y Ángel Valiente en el año 1955. Las miles de personas que repletaron el estadio habanero “Campo Armada”, vibraron de emoción repetidas veces. Los aplausos, las flores y la cerrada ovación al término de cada estrofa, multiplicaron el entusiasmo independentista del poeta, quien sin temerle a represalias potenciales, entonces le canta al gran prócer de la independencia latinoamericana:


Bolívar de acero y miel,
yo tiemblo cuando te invoco:
Capitán del Orinoco
con los Andes por cuartel.
Los cascos de tu corcel
iban soltando centellas,
y no dejando ni huellas
de siervos y de tiranos,
te salían de las manos
pueblos libres como estrellas.


Después de 1959, el Indio Naborí se convierte en el cantor por excelencia de la epopeya revolucionaria cubana. Una verdad que puede comprenderse mejor si utilizo palabras del sempiterno Cintio Vitier: “de la conciencia de la poesía a la poesía de la conciencia”.

Ya conquistada la justicia social, el poeta transforma su décima en un arma que a diario, y la palabra diario no es exagerada, defiende la Revolución a capa y espada. La misma Revolución que él vislumbró, la misma Revolución que él ayudó a triunfar y la misma Revolución que se convertiría en el bien supremo de sus días.

Ahora pasa por mi mente otro cubano ilustre: Ángel Augier, quien refiriéndose al Indio Naborí, en noviembre de 2004, escribió lo siguiente:

…Jesús Orta Ruiz… que en la fragua de su admirable inspiración ha forjado el sentimiento ardiente de la patria… ya en su décima magistral, ya en el clásico soneto, ya en el romance de tan pura expresión popular, ha expresado el dolor infinito del pueblo, pero también la condena, cargada de fuerza histórica invencible, de la heroica tradición revolucionaria de nuestra patria, Cuba.

La poesía revolucionaria del Indo Naborí, para el pueblo cubano, se transfiguró en un símbolo de soberanía, dignidad e independencia conquistada; y fue también acicate, y fuerza, y razón, y motor de resistencia para enfrentar los vientos del norte revuelto y brutal, siempre amenazante y deseoso de hacer suya a esa insurrecta Isla del Caribe:


No, no ha muerto el capitán
del pueblo, porque su idea
prosigue, con su pelea
de redentor huracán.
Ladrones de tierra y pan,
asesinos descubiertos,
no veáis cielos abiertos
cuando enterremos medallas,
que el pueblo gana batallas
con su ejército de muertos.


El tono imperativo, o el énfasis, desterrado de la poesía escrita para la lectura unipersonal y de pequeño cenáculo, revive en el verso del Indio Naborí entre el clamoreo de la muchedumbre, el ruido de los altoparlantes y la compañía de la oratoria política, y no está mal que reviva. ¿Por qué se ha de objetar el tono tribunicio a una poesía que se dice en tribuna?

Si tomamos en cuenta todo lo dicho, podríamos concluir con una afirmación: la poesía del Indio Naborí, especialmente a través de su décima, logró representar, primero, los anhelos independentistas del pueblo cubano; y después representó el interés nacional de, contra viento y marea, defender la independencia conquistada en 1959, resumen y gloria de una lucha que se había iniciado el 10 de octubre de 1868.

Los tiempos que corren son tiempos convulsos. Por eso el pueblo de Cuba, que no está ni estará nunca libre de convulsiones, aún necesita del Indio Naborí. Su poesía puede ser lanza y escudo, puede ser daga y coraza, puede ser luz y bandera en la voz de millones de hombres y mujeres que a diario sueñan con un mejor mañana.

¡El Indio Naborí! Dentro de pocos días se cumplirán cinco años de su muerte. Sea, pues, esta intervención un homenaje a su vida pasada y presente. Vamos, poeta, la Revolución cubana siente bajo sus talones el crepitar de tu verso desembarazado y gallardo. Esta hora cumbre vuelve a ser la hora de tu Marcha Triunfal.

Y así, utilizando como cielo su inmenso amor a Cuba, siento en mi alma la cadencia cristalina de una sagrada décima:


Blanco caminito abierto
entre la crecida malva,
de ti salí con el alba
hacia un horizonte incierto.
En mi andar he descubierto
más de una avenida hermosa
con pino, laurel y rosa;
pero nunca me sentí
tan del aire como en ti
detrás de una mariposa.



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