jueves, 31 de diciembre de 2009

Sobre Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí,
a cuatro años
de su fallecimiento (30-12-05)


Una carta
con cristal
de aumento

Por Fidel Antonio Orta
(Reunido con un grupo
de estudiantes universitarios
chilenos)


Foto:
Tamar
a Gispert



De todos los temas solicitados, éste es el más difícil de abordar; algo que, sin duda alguna, resulta paradójico. ¿Cómo puede ser posible que hablar sobre mi padre se convierta en un dilema? Pues sí, eso mismo, se convierte en un dilema; tal vez porque me dejo llevar por lo personal del tema o porque le huyo, de forma escurridiza, a cuestiones que son demasiado afectivas.

Yo, ahora mismo, sobre todo para cumplir, podría valerme de una biografía que luego se viera coronada con imágenes de multimedia. ¿Sería lo mejor? No sé, de verdad que no sé; dado que después, y de eso estoy seguro, caería sobre mí un poderoso complejo de culpa y el carácter paradójico que acabo de mencionar alcanzaría una mayor connotación.

¿Qué hago?, ¿cómo lo hago? Fueron preguntas que me hice repetidas veces mientras venía para acá. Imagínense este inicio: Jesús Orta Ruiz, más conocido como el Indio Naborí, nacido en La Habana, Cuba, el 30 de septiembre de 1922. Poeta, ensayista y periodista. Premio Nacional de Literatura. Es considerado por la crítica literaria como una de las figuras más sobresalientes de las letras cubanas. Pregunto: ¿no les parece fría y abstracta la presentación? He ahí el conflicto de hablar sobre mi padre; alguien que, desde todo punto de vista, me resulta entrañable.

Eso sí, les agradezco una y mil veces que, entre tantos e ilustres nombres literarios de Cuba, lo hayan escogido a él. Además, una relación padre-hijo siempre será atractiva, mucho más cuando por la vía del hijo se aprecia la influencia del padre. Así y todo, el tema como tal me resultó inesperado, puesto que su obra poética no es muy conocida en Chile. ¿Quién lo propuso? Ah, veo que son varios, mira qué bien, esa es otra sorpresa. Bueno, díganme, ¿cómo llegaron al Indio Naborí? Lógico, llegaron por el apellido. Primero visitando el sitio “Cubaliteraria” y luego desplazándose hacia su página Web. ¿Sí o no? Me lo imaginaba. Internet es una fuente principalísima de conocimientos, digamos que única e insustituible cuando se utiliza para fines de trascendencia cultural.

Entonces los remito nuevamente a esa página. Yo pienso que está bastante completa y pueden hasta escucharlo recitando sus versos:


Vendrá mi muerte ciega para el llanto,
me llevará, y el mundo en que he vivido
se olvidará de mí, pero no tanto
como yo mismo, que seré el olvido.

Olvidaré a mis muertos y mi canto.
Olvidaré tu amor siempre encendido.
Olvidaré a mis hijos, y el encanto
de nuestra casa con calor de nido.

Olvidaré al amigo que más quiero.
Olvidaré a los héroes que venero.
Olvidaré las palmas que despiden
al sol. Olvidaré toda la historia.
No me duele morir y que me olviden,
sino morir y no tener memoria.


Era un maestro en el arte de la cadencia, las pausas, los tonos y el énfasis emotivo. Citar ahora su soneto X me produce una sensación de plenitud terrenal que no puedo explicar de forma coherente… ¿Cómo dices? Sí, claro, yo soy escritor por culpa de él. Pero fíjate, se trata de una culpa maravillosa que ahora…No, no quiero hablar de eso. Porque todo, absolutamente todo, se reduce a una simple expresión: mi padre fue un hombre bueno, tal vez el más importante título que algún ser humano pudiera recibir al final de su vida.

¿Qué hago?, ¿cómo lo hago? De verdad que abordar el tema desde el punto de vista personal, e incluso literario, me resulta difícil, yo diría que…Perdón, ¿cuál fue tu pregunta? Asimismo, desde muy joven mantuvo intacta su militancia política. Para referirme a ella, nada mejor que leer aquí una dedicatoria de Roberto Fernández Retamar: A mí querido hermano Jesús, que tiene más que un corazón de oro: un corazón de comunista. ¿Puede existir mejor respuesta?

Pero miren, tratando de buscarle una solución a este dilema, compartiré con ustedes una carta que hace algunos meses le escribí a mi madre; algo que, en la práctica, fue otro dilema, ya que la escribí y luego no la envié. Varias razones…No, dime, dime…Oye, tengo la impresión de que tú eres el alumno de las frases, no es la primera vez que me solicitas definir un tema utilizando esa vía.

Tu pregunta fue: profesor, ¿pudiera definir al Indio Naborí con una sola frase? A lo que yo respondo: tal vez no con una frase, pero sí con una sola palabra: perseverancia. Aunque quizá sea mejor escuchar al propio poeta:


La vida nos da una piedra tosca
cuando entramos
en su taller difícil.

Hay que tomar cinceles
y cincelar sin tregua
hasta dar al pedrusco
la forma artística, perfecta.

Sucede que no siempre el escultor
logra el milagro,
pero es bastante gloria que la muerte
lo encuentre cincelando,
cincelando…


¿Satisfecho con la respuesta del poeta? Bueno, volviendo a la carta. No la envié porque pensé que mi madre, en vez de alegrarse, podría entristecerse con un texto que versaba sobre la muerte…Sí, claro, sobre la muerte de mi padre, ocurrida de forma inesperada…Fue precisamente ella la que más sufrió con aquel fallecimiento. Entonces su vida se convirtió en una peligrosa bruma de recuerdos. No era fácil, no era nada fácil despedir al hombre que…Cazador de altas músicas…Sueño de lo que canta:


No hay iris. Se difumina
el color de las violetas
y convivo con siluetas
en un mundo de neblina.
Una mujer me encamina
y de guijarros y abrojos
va librando mis pies flojos…

¡Ay, quién me diría que
los ojos que ayer canté
hoy fueran mis propios ojos!


No era fácil, no era nada fácil. Por eso pasaba el tiempo y ella seguía sumida en una tristeza sin final...Fue precisamente esa tristeza lo que motivó mi carta, una suerte de nueva invitación a la vida, de resurgir con el brío que emanaba del amor que ellos dos se entregaron durante casi sesenta años…La chispa que proclama la eternidad del fuego.

Permítanme terminar el encuentro de esta tarde leyéndoles la mencionada carta. Es mi deseo que todo el ciclo de charlas, más allá de los temas tratados, sea también un homenaje a la fértil memoria del Indio Naborí.

Santiago de Chile
21 de septiembre de 2008




Querida Vieja:

Hoy cumples OCHENTA AÑOS. ¿Sabes una cosa? Yo prefiero escribir ochenta utilizando letras mayúsculas. Tengo la impresión de que el número así suena distinto; y huele a rocío, a campo, a mariposa… ¡Qué maravilla! Tus manos son ahora un horizonte virginal que debe seguir latiendo no obstante la tristeza que todavía nos envuelve.

¿Qué piensas tú? Estoy casi seguro que la edad te parece demasiado elevada y prefieres guardar silencio. Entonces, junto a mis felicidades, voy a sonar campanas y redoblar tambores. Porque hoy es un gran día, y como hoy es un gran día necesito decirte que yo me he pasado la vida diciendo adiós. Pero mis adioses siempre tuvieron una completa visión de futuro. Claro, Vieja, porque yo asumía la separación pensando en el reencuentro. Este recurso psicológico, muchísimas veces, disminuyó en mí el oscuro efecto de la ausencia. Entonces el país (ciudad-barrio-familia) y los amigos, durante más de cuarenta años, formaron parte de ese drama transitorio que significaban las despedidas. Hasta que llegó el 30 de diciembre de 2005.

La muerte de nuestro Viejo echó por tierra la lógica anterior. Quedé a merced del llanto. Sin manos, sin boca, sin aquel aliento de porvenir que marcara mi mundo. Por primera vez, un adiós para siempre. Entonces toda la familia comenzó a morir; siendo el silencio la cara principal de esta muerte lenta, a diario disimulada por sonidos que aún hoy, casi tres años después, agudizan la desesperanza y fabrican una suerte de neblina capaz de barrer la más mínima existencia de paisaje.

¿Soy?, ¿eres? Una y otra vez el cementerio poblando nuestras mentes e indicándonos el nicho 29, húmedo y frío como las tempestades que aparentan quietud. No puedo aceptarlo, no puedes aceptarlo. Hay mucha vida de por medio y debemos cambiarle la dirección a este oxidado y solitario carruaje.

Vuelvo a preguntarme, ¿soy?, ¿eres?; pues sí, ¡soy!, ¡eres!; a diario debatiéndonos entre la tristeza y los recuerdos de un maravilloso pasado que debemos traer al presente para luego convertirlo en porvenir; que es, dicho sea de paso, el único espacio verdaderamente eterno con que cuentan los seres humanos.

Necesito traer de vuelta a nuestro Viejo. Quiero regresártelo con sus canas perfectas y su dicción inigualable; dado que allí, exactamente a la izquierda de la puerta principal, están los sillones donde todas las tardes nos sentábamos a conversar.

Vuelvo a esos sillones tratando de inventarme el entusiasmo de antaño. Veo a la China, a Chuchy, a Nivaldo, a Zulema…Veo crecer a tus nietos…Todo ello tratando de inventarme el entusiasmo de antaño; intacto aún si me arranco de la mente el eco torturador que me produce el nicho 29 y la agonía de imaginar al Viejo en una perenne posición horizontal, sinónimo de obligada inmovilidad o penitencia.

Tal vez si él hubiera escrito sus memorias estaríamos más tranquilos. Pero, jamás escribiré mis memorias, lo que ahora me hace pensar que aquella posición negativa suya estaba justificada por lo autobiográfico de su propia poesía.

¿Memorias en prosa? No. Porque lo más importante ya lo había contado en verso. Toda una vida recogida en poemas memorables, expresión artística de un contenido psíquico que siempre estuvo marcado por la tristeza; pero ahí mismo, cabalgando sobre la tristeza, nuestro Viejo resurgía con alas de horizonte. ¿No te parece que debemos hacer lo mismo? Hay que matar la sombra con disparos de luz. Hay que poblar el mundo de piñatas y parques…Crear la primavera…Inventar la alegría donde hacheros del aire dejaron un desierto…La tristeza nos amarra los brazos y hay que desamarrarse.

Hoy es un gran día, y como hoy es un gran día quiero pensar que el Viejo nos mira feliz desde la cumbre. Adiós al llanto. No se puede vivir con los brazos cruzados, inútiles, cobardes…Rescatemos del aire nuestro tesoro en fuga. Necesito verte sonreír y recuperar la completa visión de futuro que siempre tuvieron mis adioses, razón que explica esta carta con cristal de aumento. La fuerza de luz proyectará el brillo de nuestros ojos hacia lo infinito, única forma de tocar nuevamente la esperanza y reencontrarnos con él; aunque esta vez, para continuar la plática, tengamos que ubicar los sillones más allá de las estrellas.


Tuyo,

Fide.


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