Siembra,
sembrador
Foto: Agustín Borrego
Salgo al amanecer
y junto al hombre que siembra amor,
tengo una canción que darle a la luz del alba.
Ada Elba Pérez, Siembra, sembrador.
Por Olga Lidia Pérez
Antes de 1959, nada teníamos, nada nos pertenecía. Ni la tierra común a todos antes de que los habitantes primeros de nuestro archipiélago descubrieran, allá por 1492, a unos invasores que de todo se adueñaron y que les hicieron incluso desaparecer.
Los africanos que tanto aportaron luego a nuestra nacionalidad y cubanía, fueron traídos como esclavos para hacer producir riquezas a la tierra robada por los colonialistas españoles, y tampoco fueron jamás dueños de ella. Cuando los cubanos iniciamos nuestra primera guerra por la independencia en La Demajagua en 1868, los campesinos, los pequeños agricultores de la región oriental, junto a los muchos esclavos liberados, fueron quienes nutrieron en masa las tropas mambisas y forjaron juntos en nuestros campos, no ya con la producción, sino en el combate, el concepto de patria y dignidad nacional. Y luego, en la guerra necesaria, mantuvieron su entrega y patriotismo.
Pero la tierra fue pasando a otras manos también usurpadoras, ahora norteamericanas en su gran mayoría, y el campesino que la cultivaba, que la hacía producir sin recurso alguno, nada de ella poseía. Así lo retrató el poeta:
“Es una perla olvidada, / escondida en una ostra / de harapos, y en una costra / de vianda desenterrada. / Descalzo, con la mirada / terrosa, con la sonrisa / terrosa, mientras la brisa / dulce del central salobre / se asombra de verlo pobre / sobre el tesoro que pisa”.
Explotados, oprimidos, privados del sustento, atropellados, parias en su propia tierra, los campesinos eran desalojados una y otra vez por los grandes latifundios y latifundistas. Por reclamar sus derechos, por defender y unir, por hacerse escuchar, Niceto Pérez, un líder campesino, fue asesinado por la Guardia Rural, y ante dos de sus hijos, el 17 de mayo de 1946.
Diez años y siete meses más tarde desembarcaba en el sur de Oriente, en la playa Las Coloradas, un grupo de revolucionarios dispuestos a reconquistar para el pueblo y para la patria, lo que les pertenecía. Y a aquel incipiente Ejército Rebelde se le fueron incorporando también decenas de campesinos, y otras muchas familias del campo les colaboraban, les apoyaban, les protegían. Así se fue fortaleciendo en toda la Sierra Maestra, así bajó luego y avanzó indetenible hasta un 1ro de enero, cuando la Revolución triunfante derrotó a la tiranía batistiana.
Antes, en plena guerra y en plena Sierra, el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, Fidel Castro Ruz, había celebrado una asamblea con los cosecheros de café, el 25 de mayo de 1958, en las Vegas de Jibacoa, y el 21 de septiembre del propio año, en el poblado de Mayarí Arriba, en el II Frente Oriental “Frank País”, se inauguraba el Congreso Campesino en Armas con 201 delegados.
Como homenaje a Niceto, el 17 de mayo de 1959 firmó Fidel en la Comandancia de La Plata, en la Sierra Maestra, la Primera Ley de Reforma Agraria, con la que se ponía fin a los grandes latifundios y devolvía la propiedad de la tierra a sus legítimos dueños: los campesinos que la trabajaban. Y también en honor a Niceto, se instauró el 17 de mayo como “el Día del Campesino”.
Hoy son otras las circunstancias. Electricidad, desarrollo científico-técnico, equipamiento industrial, escuelas... A cincuenta años de la firma de aquella primera Ley de Reforma Agraria, otro es el reclamo: hacer producir la tierra que nos fue devuelta, hacerla reverdecer, tomar de ella el alimento necesario y que solo nos lo ofrece cuando bien se trabaja.
De quien la conoce y labra, dijo Martí:
“Y los campesinos, sin embargo, son la mejor masa nacional, y la más sana y jugosa, porque recibe de cerca y de lleno los efluvios y la amable correspondencia de la tierra, en cuyo trato viven. Las ciudades son la mente de las naciones; pero su corazón, donde se agolpa, y de donde se reparte la sangre, está en los campos”.
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