miércoles, 13 de mayo de 2009


Obituario
y “postalitas”

Por Mariana Pérez Pérez


En la publicación cultural villaclareña Guamo (Año 2, Nº 22, diciembre de 2008) apareció mi crónica «Postales y tradición: la décima de Rodrigo Rodríguez Gómez». En ese momento se decidió, por falta de espacio, insertar una selección de sus décimas en el número correspondiente a marzo de 2009, atendiendo que el cumpleaños 93 de ese poeta se celebraba el día trece de dicho mes. Y precisamente ese día, el del cumpleaños, el poeta José Manuel Silverio León y quien escribe fuimos a felicitarlo. Le llevamos refrescos y un ejemplar del Guamo Nº 22. Rodrigo se sintió muy feliz con nuestra visita y se emocionó con el texto de la crónica. Estuvimos conversando más de una hora. Fue la última vez que lo vi. Yo había planeado llevarle sus «Postales» tan pronto se presentara la revista, pensaba que mi visita, como las dos anteriores iba a ser recibida con alegría por él y por su familia. Lamentablemente, falleció al amanecer del sábado 18 de abril; la noticia me dejó conmovida, pero ya no tenía tiempo suficiente para llegar a su sepelio. Desde aquí, le rindo mi homenaje póstumo, sé que él, en la raíz de la tierra, a la que cantó en su décima auténticamente guajira, me lo agradecerá. Nada más puede hacerse. Prefiero imaginar que, a estas horas, se encuentra en una canturía dominical junto a sus amigos Leoncio Yanes Pérez, Andrónico Cruz Luna, Joaquín Díaz-Marrero, y tantos otros, con el laúd y la palabra, que puede irse al viento o quedar grabada en una «postalita».


POSTALES Y TRADICIÓN:
LA DÉCIMA DE RODRIGO RODRÍGUEZ GÓMEZ

Él todavía está ahí. En su callecita del reparto Camacho, en Santa Clara. Yo lo vi muchas veces, pero lo había olvidado con los años. Forma parte de un grupo de poetas negados a cambiar su décima tradicional, la de las canturías guajiras, la del verso llano, la que rinde culto permanente a El Cucalambé. Él siempre estuvo en el lado de Leoncio Yanes; yo estaba en otro lugar. La vanidad, la inexperiencia y la filiación generacional me alejaban de aquellos «viejitos», aunque personalmente continuaba, sin reconocerlo, por los caminos más antiguos de lo que, para mi ignorancia, era poesía. Por ese tiempo no me interesaba la décima, la cual, en verdad, ya mostraba síntomas de agotamiento. Y entonces vinieron los más jóvenes, con sus cambios, con su tropología intrincada, con sus encabalgamientos excesivos. Los mayores quedaron en silencio y, poco a poco, la muerte iba reclamándolos. Mientras, yo seguía en la zona intermedia, lejos de unos y de otros.

En la década final del siglo XX, bajo tantas contingencias, los polos de la décima escrita comenzaron a buscar un ecuador equilibrado, y la décima oral –con una nueva promoción de poetas repentistas– elevó sus contenidos para aproximarse a la creación de la escritura. El nuevo siglo nos ofrece una poesía escrita en décimas más rica, diversa, que obedece al gusto y estilo de cada autor, pero se mantiene un intercambio fructífero entre las distintas promociones de poetas; existe tolerancia y todos, los mayores y los más jóvenes, desembocan en un centro de gravedad donde la ganancia es para la estrofa de diez versos.

Año 2002: comencé a investigar el movimiento de la décima escrita en Villa Clara a partir de 1959. Entonces conocí verdaderamente a esos que veía, durante los encuentros debates de talleres literarios –finales de los años setenta y década de los ochenta– como un grupo muy lejano. A través de su escritura, supe mejor quién era Leoncio Yanes Pérez (1908-1987); pero también pude acercarme a Joaquín Díaz-Marrero Torres (1903-1983), Andrónico Cruz Luna (1918-1994) y Rodrigo Rodríguez Gómez (1916), a los cuales solo conocía de vista.

Varios amigos y vecinos de Rodrigo Rodríguez Gómez me alertaron de su presencia en una callecita del reparto Camacho; muchos planes para ir a su casa nunca se realizaron. El domingo 22 de septiembre del 2008, Elba Yanes –hija de Leoncio– me llevó a conocerlo. Estaba dormido en su butaca y nos daba pena despertarlo. Algo aturdido por el sueño nos recibió; Elba se hizo reconocer, me presentó, y vi la alegría en su rostro. La conversación duraría cerca de tres horas.

Él sigue aquí, entre nosotros; lo que sucede es que, a veces, los achaques de la edad van escondiendo a los mayores en sus hogares, y dejan de sentirse en la vida social. Pero Rodrigo Rodríguez Gómez, con sus 92 años, continúa ligado a la décima. Me muestra un cuaderno repleto de lo que él llama «Postalitas», y me dice que el primer domingo de cada mes, en el gimnasio de la Carretera a Malezas, por la tarde, dirige la peña campesina «El Cucalambé».

Nació el 13 de marzo de 1916, en la calle «José Gregorio Rodríguez» del reparto donde vive actualmente, aunque pasó toda su infancia y parte de su juventud en el campo, en Malezas. Comenzó a escribir sus décimas a la edad de dieciséis o diecisiete años, además de participar como repentista en las fiestas campesinas. Alrededor del año 1927 sintió el impulso de darse a conocer en La Política Cómica, publicación periódica que salía los sábados, pero temía que publicaran su décima en la sección «Inspírate vate indiano», donde eran incluidos los malos poetas; finalmente se decidió, después tuvo mucho miedo al recibir el periódico pero, afortunadamente, vio su décima en primera plana. Todavía puede dictarla de memoria: Deseo a cada trovero / en el comienzo del año / libre de penas y daño /un porvenir placentero. / Un éxito verdadero / para que puedan triunfar, / y que llegue a progresar / el más rico y el más pobre, / y la Caridad del Cobre / vele por su bienestar.

Es un gran conversador y tiene buena memoria, si bien las fechas exactas se le escapan. Recuerda un almuerzo, en Camajuaní, donde conoció al Indio Naborí; Rodrigo improvisó con un poeta de apellido Torres que venía acompañando a aquel. Junto con Leoncio Yanes, fue a Camagüey [en 1960] para asistir al Primer Encuentro Nacional de Poetas y Artistas Revolucionarios, convocado por Nicolás Guillén. Dice que era amigo del poeta cienfueguero Luis Gómez, y que se encontraban en la barbería «El Parnaso» –en la Plaza del Mercado de Santa Clara– donde se reunían tanto los poetas de la región como los que pasaban por ella. Por los años 30 actuó en el teatro La Caridad junto a Rafael Castilla, otro repentista que «tenía buena voz». Fue fundador de la Universidad Central de Las Villas, en cuya Biblioteca Central trabajó durante veinte años, de modo que recordamos algunos amigos comunes que han pasado por ésta. En Quemado de Güines conoció a Emiliano Sardiñas, quien entonces era muy joven; durante el regreso, en el auto de otro poeta, Erasmo Núñez, comentaron que era un excelente improvisador y llegaría lejos en el oficio.

Mientras conversamos, bebemos café; la biznieta mayor hace pompas de jabón, la más pequeñita –de seis meses– toma la merienda en el pecho de su mamá, después Elba le canta y ella la atiende con una mirada muy inteligente, heredada de su bisabuelo tal vez; yo sigo hojeando el cuaderno de Rodrigo y leo en voz alta algunas de sus «Postalitas», selecciono las que me gustan más y las copio en mi libreta... Todo casi a la vez. Pasadas las cinco, nos despedimos con el compromiso de nuevos encuentros.

Ahora puedo decir que Rodrigo Rodríguez Gómez sigue vivo, en su callecita del reparto Camacho, con «Postales» que hablan de Martí, de la Revolución, de las fechas históricas, pero también de la luna, del «Astro Rey», del amor, de sus biznietas, del libro, de la cultura, del sinsonte, y hasta de las discriminadas, pero útiles, tiñosas... Las postales de Rodrigo son palabras vivas dentro de una sencillez que él prefiere y defiende, aunque sabe que ya la décima usa otros ropajes: Yo vivo en este planeta / en constante evolución / recostado en el balcón / de mis sueños de poeta. / Ya rebasada la meta, / mi lenguaje se acomoda. / Mientras la décima toda / estrena un nuevo ropaje, / la nuestra se pone un traje / ya viejo, fuera de moda.

Lamento contradecirlo. No existe un traje «viejo» ni «fuera de moda» en la décima, simplemente es un ropaje tradicional, que forma parte del repentismo, de la cultura popular, y por tanto, no debemos echarlo al olvido. Antes, cuando mi vanidad juvenil y mi inexperiencia no me permitían comprenderlo, yo estaba en la orilla opuesta de aquellos poetas mayores en edad. Hoy me acerco desprejuiciadamente a su creación y me siento feliz de mostrársela al mundo. No importa la forma del traje, su valor dependerá de que Rodrigo Rodríguez Gómez continúe vivo dentro de él por muchos años.


“POSTALES” DE RODRIGO RODRÍGUEZ GÓMEZ


1916-2008

Hoy cumplo 92
años de existencia plena
con la bendición serena
que me ha concedido Dios,
y voy de la vida en pos
sin perder ningún segundo
en el ambiente fecundo,
por lo que a nada le temo
mientras permita el Supremo
que yo viva en este mundo.

Y voy siguiendo el camino
que de lo insano me alerta
con la inspiración despierta
del poeta campesino.
Mantengo así lo divino
que he podido concebir
y hasta podrán recibir,
como siempre, mis lecciones
las nuevas generaciones
del mundo que ha de venir.

(13-marzo-2008)


EL PUENTE AMARILLO

Ayer pasé por el puente
que Amarillo se llamó
en un tiempo que pasó
y que tengo muy presente.
Y evoqué la floreciente
vegetación de aquel plan,
y hoy los que pasan verán
cómo a su libre albedrío
se están bañando en el río
las flores de framboyán.

(Junio 2007)


DÍA DEL AMOR

Amor, que viva el amor
si con todo su elemento
es el vital sentimiento
que al humano hace mejor.
Se advierte con mucho ardor
desde la misma inocencia
y como que está en presencia
de todo lo bien nacido,
de esta manera está unido
al mundo de la existencia.


EL SINSONTE

Ayer detuve el camino,
de paso por los verdores,
al escuchar los rumores
de un sinsonte sobre un pino.
Aquel melodioso trino
del ave alegre y parlera
me impresionó, de manera
que hasta pensé que el sinsonte
le estaba diciendo al monte:
“yo canto aquí donde quiera”.

(Enero, 2008)


EL AURA TIÑOSA

La admiro por mantenerse
por un tiempo indefinido
en su vuelo sostenido
sin ver sus alas moverse.
Por las tardes, puede verse
en grupo, como un rebaño;
y en su proceder extraño
en lugares que frecuenta,
de carroña se alimenta
pero a nadie le hace daño.

(2006)


EL ASTRO REY

Desde nuestra tierna vida,
apenas me incorporé,
emocionado observé
del Astro Rey la salida.
Su incandescencia vertida
sobre la faz del planeta,
ayuda, cuida, completa
lo que al Hombre se le dio
y, en mi caso, despertó
la inspiración del poeta.

(2006)


LA LUNA

La luna, la luna hermosa
en noches claras de enero
nos ilumina el sendero
con su luz maravillosa.
Es lámpara poderosa
alumbrando los alcores,
y allá en los tiempos mejores
de la juventud que aflora
se convierte en detectora
de unos ocultos amores.

(Verano, 2007)

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