domingo, 24 de mayo de 2009



Carilda Oliver:
el lugar, el tiempo,
el destino... la poesía

Tal vez me colgaron la etiqueta de erótica porque conocen más esa proyección mía que las otras. Es la que escogen los declamadores, la que aparece en programas radiales y aquella que se ha musicalizado y difundido casi sin yo darme cuenta.

Publicado en 2005 por Opus Habana.
En virtud de su interés lo reproducimos.


Por María Grant

Creo que, en algún momento, cuando hacia las cinco de la tarde suene el teléfono en la casa de la calle Tirry número 81, en Matanzas, involuntariamente su propietaria va a pensar en mí. Otro tanto me sucederá, allá en La Habana. Y es que durante varias semanas, la única forma de comunicarnos fue ésa. Ya desde entonces, sentí que sucumbía ante su distinguida manera de hablar, sus dotes de conversadora locuaz, hacedora incansable de anécdotas, de exquisito trato... Ahora que está frente a mí, comprendo que a semejanza con esos personajes de los cuentos infantiles, Carilda Oliver Labra (Matanzas, 1922) es capaz de encantar por sus modales, la amena charla y el infinito cúmulo de vivencias que cuenta con picardía y un fino sentido del humor.

En su antigua casona matancera, se mantiene vital y creativa; entusiasmada, sobre todo, por las inminentes novedades editoriales: Prometida al fuego, una recopilación de versos de amor, a cargo de la editorial Matanzas; Antología de décimas, en proceso por la Casa Maya de la Poesía, Campeche, México, y Sombra seré, que no dama, otra compilación, de la Fundación Italo Calvino, Italia, con prólogo de Miguel Barnet. Especial lugar ocupa Error de magia, una antología de toda su obra que, integrante de la Colección Premio Nacional de Literatura, se presentará en La Habana durante la Feria del Libro del 2001. Con exordio de Virgilio López Lemus y selección de Mayra Hernández Menéndez, el volumen reúne en su última sección («Otros poemas») 20 textos, inéditos en su mayoría, dos de los cuales me entrega generosamente para publicar en exclusiva en este número de Opus Habana.

Pero ella, obnubilada, vuelve del futuro y regresa al pasado. Juntas comenzamos a hojear su álbum familiar y me devela, foto a foto, subyugantes facetas de su vida o, lo que es lo mismo, de su prolífera obra poética...

—Usted ha dicho que lo primero que la movió hacia un atrevimiento lírico mayor fue la muerte de su abuela Mercedes, hecho que le sirvió de inspiración para escribir la «Elegía por Mercedes». ¿Qué edad tenía usted entonces?¿Existe en su álbum familiar alguna fotografía de esa época?

—Acababa de cumplir los veintitrés años cuando por primera vez conocí de cerca la muerte; nunca había visto a una persona con los ojos cerrados para siempre. De modo que sufrir esta experiencia –nada menos que con uno de mis familiares más queridos– fue terrible. Mercedes, mi abuela materna, que convivía desde antes de mi nacimiento con mis padres, ayudaba en mi crianza y educación. Había sido un ser extraordinario. Sin darme cuenta, poco tiempo después escribí «Elegía por Mercedes», que –por supuesto– no le hizo justicia. Existe una foto mía en el álbum de familia, pues precisamente por esa fecha me gradué de abogada en la Universidad de La Habana.

—Usted ha sido colocada junto a Gabriela Mistral, Dulce María Loynaz, Fina García Marruz, Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou… en un grupo de mujeres poetas de las cuales la poesía hispanoamericana no puede prescindir. ¿En qué momento de su vida usted estuvo vinculada con esas figuras? ¿Cuáles aspectos de su poesía coinciden con las de ellas y cuáles la diferencian?

—Admiro a esas mujeres que son figuras capitales de la poesía contemporánea y no imagino que tengamos algún talento común. Es difícil dar satisfacción, con suerte, a interrogante tan peregrina. Me relacioné con Gabriela Mistral cuando Dulce María Loynaz nos invitó a varias poetisas jóvenes para que nos conociera la ilustre Premio Nobel. Sucedió en el primer lustro de la década de los años cincuenta. Gabriela me condujo hasta el jardín y fue muy generosa conmigo. Yo estaba temblando y sin saber qué decir. Guardo ese recuerdo entre los más gratos.

Su modo de dirigirse en verso al «Señor» contagiaron mi «Elegía por Mercedes» y otro de mis poemas: «Elegía por mi presencia», del libro Al sur de mi garganta. Pero fuera de ese giro –más bien de la época, que característico de la poetisa, pues ya nunca volvió a usar esas expresiones–, no creo parecérmele ni en la temática ni en la factura; quizás, sí en cierto aliento maternal, a veces.

Tuve más relación con Dulce María, quien –incluso– me hizo el honor de asistir a mi Tertulia en Matanzas. Era justiciera, audaz, valerosa, culta, original, con ingenio, delicada, terrible... Tuve mucha suerte en haberla conocido. Guardo preciosas cartas suyas. Quiero mucho su novela Jardín, el poema a la casa y esos versos suyos que parecen de agua, pero que pueden mover tempestades. Agradecí lo que, aludiéndome, dijo a los periodistas en la Universidad de Matanzas: «Hubiera querido que fuese además de mi hermana en poesía, mi hermana de sangre». ¿Parecido en nuestras obras? La de ella es profunda, de lenguaje más intimista y recogido, con religiosidad. La mía, a veces trata asuntos hondos, y quizás se desenfada en su tono, aunque no en la raíz.

Fina García Marruz, siempre alta, intelectual, noble, pura, tierna, modesta... hace con el idioma lo que quiere. Convence tanto su prosa como su poesía. Estimo que somos distintas, pero sería un honor parecerme a ella.

Me empariento con Alfonsina Storni por cierta ironía. Es una de las poetisas más auténticas. Aunque soy desolada e inconforme como ella, asumo la esperanza. Era tan libre que, a la fuerza, se fue de la vida.

A Delmira y a Juana las amo por su amor al amor. La primera es más sorprendente por su desnudez lírica, capaz de todo. Quizás estoy más cerca de su ritmo biológico. Juana es una apasionada, un ser telúrico, un arma de la naturaleza...

—Se ha dicho que en Cuba hay un movimiento de mujeres poetas, aunque no de mujeres cuentistas ni de mujeres novelistas. ¿Coincide con esta afirmación?

—No estimo que, de acuerdo con la significación absoluta del concepto «movimiento», tengamos exactamente un vínculo entre nosotras. Lo que sucede es que existen más poetisas que narradoras, pero eso sucede de igual manera en el sector masculino, sin que tampoco podamos considerar que existe tal movimiento entre los poetas, o sea, una acción conjunta cómplice, un tácito acuerdo para regirse por los mismos códigos, una técnica en común, una visión de la Poética esencialmente semejante. Prueba es la diversidad de nuestras poetisas: Nancy Morejón no tiene nada que ver ni en lo sustancial ni en lo formal con Marilyn Bobes; Lina de Feria tampoco con Rafaela Chacón Nardi... y así pudiéramos analizar todos los casos.

—En cuanto al trabajo en concreto, ¿escribe el poema a partir de una frase, una idea o una imagen?

—Generalmente empiezo a partir de una frase, pero también puede surgir por una idea si ésta coincide con mi naturaleza creadora, y hasta una imagen resulta capaz de lograrlo porque tengo una imaginación muy dada a la plasticidad.

—Refiriéndose a sus poemas, usted ha afirmado que en muchas oportunidades ceden a la anécdota… ¿Es posible, entonces, tejer la historia de su vida a través de su poesía? ¿Por qué escogió el camino de la poesía y no el de la narrativa?

—Quizás sería posible tejer el argumento si se desentraña cronológicamente mi trayectoria de vida, pero hay que contar con que no decimos todo sino lo que se escapa, y en esas omisiones puede perderse lo más interesante. Por otra parte, yo no escogí el camino de la poesía. La poesía me escogió a mí.

—Para usted, «cada acto de la vida es creativo». Entonces, ¿no cree en la inspiración? ¿Es acaso usted una especie de mujer-poesía, de mujer-obra para quien la existencia como ser humano está indisolublemente unida al acto de creación?

—Me referí a que la vida es creación, no a que yo fuera «una especie de mujer-poesía». Eso hubiera sido ridículo e imposible. La poesía escoge su lugar, su tiempo y su destino. Creo en la inspiración. Sirve de prueba el hecho de que no podemos escribir todos los días, ni hacerlo cada vez con la misma fortuna.

—A contrapelo con la opinión de muchos, usted considera que su condición no es «la de la poetisa erótica, pero sí es la de la poetisa que se ve más inspirada por la cosa cotidiana, de la familia, de la relación de la pareja...» Entonces ¿cuál es el origen de toda la aureola erótica que rodea a su persona y a su poesía? ¿Por qué tantos la consideran una poetisa erótica y hasta libertina?

—Lo que he intentado decir –y pocos me entienden– es que mi poesía no resulta absoluta y totalmente erótica. Que suelo ser reflexiva y hasta filosófica en temas de esa índole, que he cantado a la familia, al exilio, a la patria y a sus héroes y mártires, y me he ocupado de las rosas, las hormigas, los huérfanos, la soledad, la justicia, el dolor humano... en fin, que hasta la identidad nacional puede descubrirse en mi obra.

Tal vez me colgaron la etiqueta de erótica porque conocen más esa proyección mía que las otras. Es la que escogen los declamadores, la que aparece en programas radiales y aquella que se ha musicalizado y difundido casi sin yo darme cuenta. No existe un conocimiento popular de mis libros ni una cultura colectiva sobre la totalidad de mi obra. Y si alguien me considera –por error– libertina, que busque pronto en un diccionario el verdadero significado de esa palabra (perversa, libidinosa, licenciosa, liviana...) Como dama que soy, prefiero disculpar la ignorancia.

—¿Ésa u otras consideraciones propiciaron que alguna vez en su carrera como poeta sufriera algún tipo de marginación o censura que provocara un mutismo en su obra publicada? ¿Ha sido consciente usted de este hecho editorial?

—Estoy consciente de ello pues sufrí ese silencio durante diecisiete años, pero tal veto –que era imaginario pues no se propugnó en ley alguna– fue compartido por muchos creadores admirables. Como ese error fue superado hace tiempo, creemos que es más prudente olvidarlo.

—¿Qué otros momentos de su vida puede evocar como propiciadores de sentimientos (la muerte, la amistad, el amor, la vida…) que le han inspirado poemas específicos? ¿Podría nombrar personas notables, hechos importantes y poemas de relevancia escritos entonces?

—El amor y la muerte son motivaciones de las cuales no he podido escapar. Escribí dos poemas luego de haber perdido a mi padre: «Sonetos a mi padre» y «Cuando papá». Me sobrecogió la muerte de mi segundo esposo, Félix Pons Cuesta, en plena juventud, y le dediqué todo un libro compuesto en distintos metros y rimas y en versos libres: Se me ha perdido un hombre. Me sentí afectada con el suicidio de mi primer esposo: Hugo Ania Mercier, quien entonces –ya divorciada– me inspiró los sonetos que llevan por título: «En vez de lágrima».

El hecho de haber atendido en mi casa al poeta Rolando Escardó una hora antes de su mortal accidente en Matanzas, y el haber sido yo a quien el destino señaló para identificarlo en la entonces Casa de Socorros, las peculiaridades del infausto suceso y el cariño que nos unía, me armaron el poema «Conversación última con Rolando Escardó».

El asesinato de Abel Santamaría me conmovió profundamente, pero «Súplica a la mirada de Abel Santamaría» no acertó a ser tan elocuente como mi dolor. Julián Alemán, líder de nuestros henequeneros, que conocía mi «Canto a Fidel» y tantos secretos de la clandestinidad, se dejó arrancar la lengua y matar sin decir una palabra. Esto me hizo tanto daño que demoré en escribirle dos poemas, que no pueden plasmar su arrojo ni su heroísmo.

Cuando Reynold García atacó el cuartel Goicuría lancé a la noche unas décimas que removieron la pena y la pólvora por la ciudad. Frank País y José Antonio Echeverría también movieron mi pluma. Otros dos jóvenes, aún hoy casi desconocidos para el pueblo: Franklin Gómez y Miguel Sandarán, que fueron colgados en El Pocito, aquí en Matanzas, y que alumbraban mi Calzada de Tirry con su audacia, resultaron destinatarios de otro poema.

Se me escaparon unas décimas detrás de Camilo (Cienfuegos) cuando nos lo robó el mar y me di cuenta de que nunca iba a devolvérmelo, pues se había enamorado de él. También con décimas me abracé al cuerpo superhumano, lleno de soledad, roto como una estrella que cayese en la humilde mesa de la escuelita de La Higuera. Mis pobres versos no pudieron tocar su eternidad.

Un canto juvenil salió como flecha para alcanzarle cuando supe que Fidel estaba en la Sierra con un puñado de locos celestiales. Si hubiese consultado entonces la bola de cristal habría entendido –previo al conocimiento de todo lo que ha pasado durante los últimos cuarenta años– que a este hombre no se le puede saludar con versitos sino con armas que están por inventarse, y que no alcanzan los Neruda, los Vallejo, los Darío, los Miguel Hernández, los Güillén... para escribirle la epopeya justa.

El exilio político de toda mi familia, me produjo una crisis que no ha reflejado en su intensidad mi poesía. Esperé a que el sentimiento se acostumbrara, a que el dolor me mintiese, pero la tragedia –sedimento ya– arma sus horas malas, me pervierte, me desarticula, y sólo puedo sobrevivirla cuando me agarro a la patria.

En otro orden de cosas, quedé asombrada cuando por primera vez vi a Alicia Alonso bailando. Dejé mi admiración, mi amor, en un soneto, pero para escribirle merecidamente a ella hay que tener alas como las suyas.

También escribí a mi gato Mini, ángel endemoniado que, al morir, saludó con la cola, y a mi gatico Ichi, que era ciego pero me veía, porque –como dijo Martí– «el amor es quien ve».

Hasta aquí debo limitar esta respuesta pues, desde luego, que el amor me ha inspirado versos específicos –como usted dice–, pero son íntimos, sagrados y los sepulto en el misterio de la poesía.

—¿Es usted del criterio de que el acercamiento del poeta al público debe traspasar los límites de la edición de un libro, es decir, propiciar otras formas tales como lecturas, grabación de un disco, recitales o tal vez en conjunción con otras manifestaciones artísticas: música, danza…?

—Sí, soy partidaria de diversificar mi comunicación con todos. Amo al pueblo –que soy yo misma– y aprendo con su inocencia, con su sabiduría, con su pobreza, con su humildad, con su compañerismo... Me han grabado cassettes y mis poemas han sido representados por distintos artistas plásticos. Ofrezco lecturas en instituciones, centros de trabajo y de estudio, universidades, hospitales... Algunos de mis textos fueron musicalizados en Nicaragua, Chile, Estados Unidos, España... y, desde luego, en La Habana y Matanzas.

Al menos una vez se danzó en la televisión con un poema mío como tema. René Fernández escribió y montó una obra dramática con base en mi poesía, y un grupo de aficionados en Cabaiguán, con sonetos de amor que escribí, creó una película que resultó galardonada. Mi «Canto a Matanzas» sirvió para un documental sobre la ciudad que filmó el realizador Oscar García para el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Para la televisión cubana me han grabado documentales: Ángel Ferrer, Daniel Diez, Lolina Cuadras, Adolfo Llauradó y Lizette Vila.

El venezolano Juan Loyola y el director español Antonio Drove me incluyeron en sus obras fílmicas; este último en La otra mirada.

—Ya sé que en su obra no existe momento alguno dedicado a La Habana, aunque incluso cursó estudios superiores en esta urbe. También conozco que de vez en vez viene a la capital. ¿Qué sitios de nuestra ciudad prefiere recorrer y evoca desde su querida Matanzas?

—En mi producción publicada no existe momento alguno dedicado a La Habana, como afirma usted, pero pudiera haber añadido que tampoco referente a algún otro lugar de Cuba, excepto a Matanzas que es donde choco con la vida.

De estudiante viví en La Habana y en años posteriores he visitado sus museos, parques, teatros, centros, nocturnos, tiendas, sitios de recreo, bibliotecas, casas de cultura y cuanta librería, iglesia o monumento pude. Sin contar la Bodeguita del Medio, el Hurón Azul y el Floridita, que me traen recuerdos de juventud y de bohemia. Lo que más amo de La Habana es el malecón, trascendente en mi memoria. Lo que más visito y me conmueve es la Catedral, cuya visión a medianoche persigo mientras me arrasan las lágrimas. Rindo culto también al Prado, a la Plaza de Armas, a las antiguas calles y a esa Habana Vieja secular, mística, cubana, misteriosa, inmortal... Todas sus piedras han dado en mi corazón. Un humilde manuscrito, en prosa, inédito, espera desde el fondo de una de mis gavetas. Vive en secreto, como todos los grandes amores...


Versión original en Opus Habana

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