viernes, 15 de mayo de 2009



Niña de agua

Por María Ezquerro
Tomado de Tribuna de La Habana



Una doctora en Estomatología, Elizabeth Lores Torrell, deja volar su imaginación y al encuentro con la fantasía humanizó un cepillo de dientes, que brindaba útiles consejos a los niños entre poemas muy bien urdidos, en su primer libro Don Cepillo canta, publicado por Ediciones Extramuros, en 2003.

Cinco años después, cuando trabajó arduamente en el taller literario Rubén Martínez Villena, del Cotorro, la propia editorial auspicia su segundo libro: Niña de agua, presentado en la 17ma. Feria Internacional del Libro Cuba 2009, imbuido de acento lorquiano en símbolos, imágenes, sintaxis, en el ritmo interior cuya musicalidad vibra en la palabra y que podrían ser cantadas por el lector.

Su inspiración no se ciñe a exigencias de la métrica, pues alterna las rimas asonantes y consonantes y elige el verso libre cuando las metáforas no admiten riendas, como en el poema que sirve de introducción al volumen y utiliza a la luna como protagonista de las aventuras descritas en cada verso: “desde el cielo, cerquita de las estrellas/ vino la luna a sumergirse en el mar./ Se inventó canciones, colores/ jugó a ser niña y lo fue.”

Inventa palabras cuya sonoridad otorga un sentido musical al texto: “El farolero/ tiene un lucero/que va encendido en su farol/ farotilando/ tilintilero/ va el farolero/ con su canción”. Esta intencionalidad queda inscrita en Giro que baila, de impetuoso ritmo: “clave canela/ maraca, miel/ baile que baila/ la voz rumbera/ del carrusel”.

El amor a la familia está presente en poemas como A papá y A dormir, con espontaneidad y fluidez; en forma ingeniosa, impele a cantar a sus receptores, en El teléfono y Enanitos; recuerda el peligro que constituyen las agresiones a la capa de ozono en S.O.S. Y describe a la niña de agua, en el poema homónimo, donde expresa en su primera estrofa: “niña que vas por el mar/ y cantas/ estoy presa de la luna/ inmóvil soy, la ventana”.

Azul con luna, integrado por siete décimas, constituye una elegía al cuerpo celeste, preferido por los bardos del planeta: “Luna, encendido jazmín/ a quien el sol dio su traje/ la noche sirvió tu encaje/ y canto de tomeguín./ El día alude carmín/ verde lira, regocijo/ el día es un acertijo/ cuando pálida te vuelves./Te atrapa luna, disuelves/ en la niña que cobijo”.


Versión original en el periódico Tribuna de La Habana

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