Alzarse al cielo
desde la piedra
Prólogo al decimario
Piedra de escándalo
(Editorial Universitaria, Guatemala, 2008),
de Modesto Caballero
Un prólogo suele ser el atisbo de un libro. A veces —infelices—, un atisbo demasiado entrometido, que priva al lector de la aventura de implicarse en el texto. A veces, de no menos infortunio, es pecado al contrario y en verdad no convida al cosmos que se ofrece ni al pecho que lo habita.
Ni lo uno ni lo otro quiero.
En sentido estrictamente bibliográfico, Piedra de escándalo viene a ser la ópera prima de Modesto Caballero Ramos. Pero si asumimos al poeta con empecinamiento de verdad (poiesis=conocimiento, decían los griegos), la primera realización poética de este autor es el hallazgo de su propio e insondable universo interior, a contrapelo de una vida por años demasiado entrampada en nobles vericuetos de una admirable vocación de servicio social.
A la cual no renuncia, ni tiene por qué: Si las circunstancias aludidas retardaron su tarea de calar la hondura de la sima y desde allí encontrarle genuino alado cauce escritural (perdón, oh rancheadores de adjetivos) y enrumbarlo a los labios del volcán, también aquellas mismas obraron una travesía singular de mano encallecida por el ágora, llevando un timón de proa añejado por la mucha y contenida espera entre las aguas, que los vientos cruzados de la época han devenido Estigia.
El saldo es esta piedra devenida pegaso, un pegaso de lava que incendia todo el lago y lo levanta y lo vierte hacia el mundo, con todo su equipaje de ausencias desangradas en la brega por ignotos laberintos, guiado solamente por (in)cierto fuego existencial que es obligado compartir para no incinerarse.
Otra cosa es su apego al molde estrófico espineliano, incluida su variante endecasilábica con similar fórmula cónsona. Quizá el abuelo, meciéndole la infancia en dulces décimas, allá por Mayarí, pueda ofrecer respuesta. Quizá los entusiasmos del movimiento actual de los poetas cubanos que, a lo largo del país, dan nueva vida al vaso de Espinel. Quizá, hijo de aquellos, el clima de la Peña de Luis y Péglez, en la biblioteca Tina Modotti, de Alamar, en la Ciudad de La Habana, donde ha mucho reventó en flor un grupo decimista, con la recurrente alusión de Ala Décima por nombre, que tuvo a Modesto Caballero entre sus iniciadores, y en él a su vicepresidente desde el mismo instante fundacional.
Quizá todo esto en suma. Pero no es lo importante: Parafraseando a Naborí, lo vital no es la copa —por mucho que la copa merezca amor y esmero— sino el líquido en ella. Y de un líquido orgánico y fecundo ha bebido esta piedra para alzarse al cielo, escandalizando a quienes no se atrevan a aceptar que una piedra puede beber transparencias en las aguas revueltas de la Estigia.
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