domingo, 10 de junio de 2007





Un decimario ganador
del Premio Calendario 2002

Donde soy otro y el mismo



Por Waldo González López
Tomado de Alma Mater

Es alentador ver autores jóvenes que antes no se habían sentido atraídos por la décima, y que hoy, al parecer ganados por el poderoso influjo existente con la estrofa del pueblo cubano —tal la denominara en el siglo XIX el poeta-decimista José Fornaris—, se acercan a ella con respeto, como cumpliendo con el compromiso que pedía Nicolás Guillén a los noveles con la otra estructura clásica preferida por los poetas cubanos: el soneto.

Y no menos curioso resulta que jurados (que no suelen escribir décimas) premien a autores jóvenes en concursos como el Calendario, de la Editora Abril, no destinado a la estrofa, y que elijan como ganadores a sus decimarios.

Ello también me satisface, porque se van abriendo las estrechas puertas que, hasta hace poco, se mantenían herméticamente cerradas ante el temible nombre que ejercía sobre muchos ¿culteranos? (o mejor, desinformados, por no decir incultos, ya que desconocen olímpicamente que la décima fue común en los grandes poetas de la Edad de Oro, como Calderón de la Barca, recordar su monólogo de La vida es sueño, por sólo poner un ejemplo), mostrando así ningún prejuicio sobre «esta cárcel de aire puro», tal la denominó uno de sus mejores cultores cubanos, el desaparecido Adolfo Martí, a quien, por cierto, poco tiempo atrás se le publicó una valiosa antología en España.

En realidad, las supuestas «singularidades» formales del autor señaladas en la nota de contracubierta de Temor del que contempla, de Abel González Melo, ya habían sido abordadas, desde años atrás, por sus colegas de generación: los poetas-decimistas de los '90, según los denominé, en mi tesis de las tres promociones (las de los '70, '80 y '90), explicitada en uno mis ensayos leídos en el anual evento internacional de Jornadas Cucalambeanas, que se celebra en la oriental provincia de las Tunas, luego incluido en mi volumen La décima dice más (Editorial El Mar y la Montaña, 2004).

Sí, dichas promociones, sobre todo la de los '90, transformaron, bajo el influjo del Indio Naborí, primero, y luego de Adolfo Martí, la décima en Cuba, para renovarla y ponerla al mayor nivel, el de la mejor poesía hispanoamericana actual.

En fin, que en tal fenómeno es obvio el desarrollo alcanzado por los más nuevos en esta estructura lírica, algo que muchos conocen, como quienes la escribimos y nos dedicamos, desde dos décadas atrás, a divulgarla por medio de investigaciones, ensayos, estudios y antologías publicados en Cuba y otros países.

Ahora bien, lo que sí es nuevo en el primer decimario de Abel González Melo (La Habana, 1980) es el saludable discurso de la otredad, el de la diferencia. Y si bien este aun para algunos «espinoso» aspecto fue tabú hasta el importante filme cubano Fresa y chocolate, sí constituye un rasgo fundacional de este reciente volumen que viene a engrosar con creces el catálogo del concurso Calendario, como el de la abundante décima que hoy se escribe en Cuba por varias promociones. Ya en su décima-prólogo, dice:

Detrás del mirar atento
yace un afán desmedido:
alejarme. No he podido.
No ha bastado en el intento
renunciar. Algún portento
habrá en pulsar mi egoísmo.
Voy del culto al pesimismo.
Y al temor por ver, ¡qué raro!,
sucede un estado claro
donde soy otro y el mismo.

El rasgo gay es asumido por Abel González —como antes otros poetas cubanos en el verso libre— con la donosura y la elegancia (fineza mediante) que corresponde a la poesía si lo es, y en este breve pero valioso volumen, claro que la hay, y buena.

La literatura es tema recurrente en estas primeras décimas de este autor: el lector percibe cuántas lecturas sustentan su certera expresión en versos octosílabos (Carlota Corday, Walt Withman, García Lorca…).

Aquí no está ese afán de epatar ¿a quién? que leemos en algunos poetas y ensayistas jóvenes que, al escribir, mirándose el ombligo, lo hacen para ellos mismos y su cerrado círculo de amigos-discípulos que les hacen el corro a su alrededor, mientras aplauden sus ¿creaciones?

No: en Temor del que contempla, por fortuna leemos décimas que, desde una óptica seria y culta, asumen personajes y situaciones con una visión muy contemporánea, acorde con el desarrollo de la décima en la Isla, cuyo protagonismo en Hispanoamérica es obvio, tal se constata cada año en importantes eventos, como los concursos iberoamericanos Cucalambé (Las Tunas), Úrsula Céspedes de Escanaverino (Lajas, Cienfuegos) y el de la Ciudad de Santa Clara, entre otros.

Vendré mañana a despedirte, uno de los mejores textos del volumen, da la pauta de la calidad de la estrofa abeliana:

En macerados colchones
de plumas descansa el sino:
un muchacho campesino
con breves dubitaciones
y botas sucias. Sus dones
son el agua y la premura
por conquistarla. Depura
con su avidez la garganta
del público, y se levanta
temprano. La noche apura.
Sin excitación diluye
sobre la tierra del monte
su instinto: en sano horizonte
de ideas, la suya fluye
y una nueva farsa intuye
como presagio del beso.
El muchacho queda preso
por hablar de lo perdido:
rugoso prodigio ha sido
la frialdad del travieso
paradigma que se impone.
¿De qué modo, en qué ordalía
desdibujó su grafía
por trascender? ¿Cómo opone
la vida a Dios? ¿Qué propone
cual cautiverio o destino
de Dorian Gray, Celestino
o Clov? ¿Qué escaño lujoso
languidece ante el reposo
del muchacho campesino?

Con Temor del que contempla, el juvenil concurso Calendario viene a sumarse al notable discurso de la décima joven en Cuba. Enhorabuena por ello.

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