viernes, 15 de junio de 2007



La otra guerra
de Carlos Esquivel

Acerca de su libro
Toque de queda,
Premio Iberoamericano
Cucalambé 2005,
publicado por la

Editorial Sanlope en el 2006


Por Pedro
Péglez González

Poco más de un lustro hay entre el anterior decimario de Carlos Esquivel Guerra, Perros ladrándole a Dios (Premio Nacional Cucalambé 1998; Editorial Sanlope, 1999) y este, recién aparecido bajo el propio sello: Toque de queda (86 págs.), que en el 2005 obtuvo el Premio Iberoamericano Cucalambé.

Resulta casi una petulancia comentarlo, después del abarcador análisis que, a manera de prólogo, Jesús David Curbelo hace in extenso (más de treinta páginas, magnitud inusual en esta colección) de toda la obra en versos del autor, a quien considera “una de las voces poéticas más interesantes que hay ahora mismo en Cuba”. Estudio este que, por supuesto, enriquece el volumen.

De uno a otro decimario, a despecho del lapso entre ambos, palpita el auténtico y singular universo poético de Esquivel (Elia, Las Tunas, 1968) y sus obsesiones recurrentes (en su acepción de retorno, y no por ello menos legítimas sino al contrario; por lo mismo más verosímiles, en tanto acusadoras de su calado en el ánima del poeta): El sentido verdadero de la vida y de la muerte, la noción de patria, la ineluctable condición de isla, la guerra como dramática experiencia humana (en su caso, con la autoridad añadida de haberla conocido en propia piel, como protagonista de filas).

El afán, dictado por una visceral necesidad, de hallar respuestas para esas obsesiones de ribetes ontológicos, es la otra guerra de Carlos Esquivel: una batalla permanente del espíritu por ensayar nuevos caminos al entendimiento humano —con permiso de Eduardo López Morales— y a su propio entendimiento con la existencia.

Dice Carlos desde las primeras páginas del libro: Y qué dejé sin olvido/ en el Dios que balbuceaba:/ ¿un mar? Pero el mar se acaba./ ¿Acaso quedó el sonido/ de una isla que ha dormido?// Todo es un viaje otra vez./ Todo es ser casa y después/ ser casa para ese olvido./ Como el hombre que ha fingido/ ser su casa en la vejez.

En esa línea, singular y auténtica, de indagación humanista desde la poesía escrita en estrofas de diez versos, y en la altura estética con que la plasma en este decimario —mayor a mi parecer que la alcanzada, ya notable, en Perros ladrándole a Dios— pienso que radica el saludable aporte que con Toque de queda hace su autor al caudal de la revitalización de la escritura cubana en décimas, milicia invisible —para decirlo con Roberto Manzano— de cuya avanzada Carlos Esquivel ha sido siempre mílite fervoroso.

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