viernes, 15 de junio de 2007



Quiero, a la sombra
de un techo…

Sobre Techo infinito,
de Pedro Juan Medina,
Premio Décima Joven de Cuba 2005,
publicado por la Editorial Sanlope

Por Pedro Péglez González
Fotos: Merari Mangly

Con todo y lo avanzado, las editoriales de provincias están en franca desventaja en relación con los sellos nacionales cuando de la difusión de sus producciones se trata. Eso no está bien. Pero cuando el libro aparecido es resultado de un concurso convocado por el territorio para todo el país, entonces la desventaja es aún más lamentable.

Lo traigo a cuento ahora que he volteado la última página de Techo infinito, poemario de Pedro Juan Medina merecedor en el 2005 del Premio Décima Joven de Cuba, el cual auspicia cada año la Casa Iberoamericana de la Décima El Cucalambé, con sede en Las Tunas.

Se trata de un certamen de larga data, cuyo lauro han conquistado autores que luego han emergido con mayores alcances –el Premio Iberoamericano Cucalambé, por ejemplo– en el panorama de la escritura en estrofas de diez versos. Un certamen que, por cierto, ha tenido que pasar a ser parte del concurso Todo décima –organizado por la misma institución–, tengo entendido que por necesidades de reajustes en el sistema de contiendas literarias del país. O sea, se mantiene el Décima Joven pero perdiendo su individualidad. Es una lástima.

A fines del 2006, la tunera Editorial Sanlope hizo realidad de papel y tinta este Techo infinito. Su autor, Pedro Juan Medina, nacido en Sancti Spíritus en 1976, labora como jefe de servicios de Gastronomía en su natal Trinidad. Antes de este premio, era un escritor con resultados notables en encuentros-debates de talleres literarios. En el propio 2005 de su Décima Joven, había alcanzado el segundo lugar en el V concurso nacional Ala Décima. Techo infinito es su ópera prima si de libros se trata.

A lo largo del volumen (76 pp.), admira a primera lectura el dominio de la estrofa, con desempeño métrico que no se ciñe al octosílabo. Alegra comprobar el incipiente virtuosismo en un novel autor.

Con igual fluidez, Pedro Juan maneja el verso tradicional de la espinela (Señor, temo que la duda/ me obligue a tirar sus redes./ Urge el verbo. Ya no puedes/ huir del alba que suda/ como una monja desnuda/ sobre tu cuerpo. Tropieza/ mi sombra con la promesa/ rendida, y surge un abismo/ ante Dios: el egoísmo/ de la cruz me lo confiesa); el pentasílabo que recuerda los poemas para niños (En una gota/ de luz te has ido./ ¿Habrás fingido/ desde una ignota/ cumbre, que brota/ tu voz? Estallas/ en sombras, callas/ con el oleaje:/ del mustio traje/ dunas ensayas); el difícil eneasílabo (Alguien prefiere que me arrastre,/ tampoco cumplo su deseo;/ en la mordida solo veo/ hilar a Dios (inmune sastre),/ la cicatriz de aquel desastre/ premeditado. Fue el arbusto/ quien nunca maduró su adusto/ capricho. Esa verdad yo trago,/ y Dios me ofrece como pago/ su sombra hostil y muerdo a gusto); o el endecasílabo, distintivo del soneto clásico (De qué me sirve una ciudad tan grande,/ si nunca me descubro en la grandeza/ de sus fachadas cuando no regresa/ a mis pasos por mucho que las ande./ Resguardo su fatiga, ella se expande/ en su incierta vejez que sólo ha visto/ un foráneo verdor. Si algo conquisto/ es un abrazo que inocente esquiva./ Ah mi angosta ciudad, ¿quién te derriba?/ Allí donde eres grande, ya no existo).

Pero, ya se sabe, la técnica no es la poesía sino su recipiente. Hay que leer entonces con mayor detenimiento y deseo de captar la pasión del escriba, para ser cautivado por un universo ideotemático que aborda el drama de la existencia –sin seudodramatismos–, promueve a poesía los entreveros de lo vivencial, urde complicidades entre su personal experiencia –incluida la huella del hogar– y temas de la cultura universal, hasta rozar a ratos lo ontológico.

Nada hay aquí absolutamente nuevo –tampoco es su intención– dentro de los rumbos de la actual décima escrita, mas lo dicho, eso sí, es de una autenticidad que revela un sello personal.

Y sin estridencias, sin sucumbir a la tiranía de las desgarraduras: El tono se mantiene, ora contenido, ora desbordado, pero siempre con una parsimonia como de quien se siente, bajo el temporal inevitable de la vida, al amparo del infinito techo de la poesía.

Para comunicar vía email con Pedro Juan Medina: gast.palmares@enet.cu

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