miércoles, 7 de septiembre de 2016

Junior asume no pocos riesgos


Sobre su obra Extraños ritos del alma
 
Foto: Zucel de Peña Mora

Con su libro Extraños ritos del alma (Antología de voces en la niebla), Junior Fernández Guerra mereció el más alto lauro de la décima escrita —el Premio Iberoamericano Cucalambé— en el verano del 2015. Se trata de un joven autor, nacido en 1984 en Novosibirsk, antigua URSS, pues sus padres, cubanos, estudiaban allá. Pero su formación ha sido en Cuba, en Las Tunas, donde reside. Además de poeta es narrador, Licenciado en Ciencias Pedagógicas, instructor literario, egresado del Taller de técnicas narrativas del Centro de formación Onelio Jorge Cardoso, y miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Es director del Proyecto de promoción literaria y publicaciones alternativas EncaminARTE. Ha merecido diversos lauros literarios, entre ellos el Premio del III concurso nacional de décima escrita Toda luz y toda mía (2014), con su conjunto titulado Amar, temer, partir. A solicitud suya, fue escrito el siguiente comentario:


Otro retablo hereje
o mi dios qué bellos éramos


Cuando se hable de las innumerables páginas en que la poesía del mundo ha retratado al ser humano ante la tremenda disyuntiva vida/muerte, habrá que dejar asiento reservado para el sencillo y hondo poema Los amigos, de Juan Gelman:

jiri wolker attila jószef yo / seríamos tres amigos perfectos (…) los tres nos íbamos por ahí a recorrer países y mujeres (…) jiri cayó en un hospital / jószef se tiró bajo un tren / mi dios qué bellos éramos / silbando finalmente

En su tiempo, fue un encontronazo lo que se dieron mis ojos de lector juvenil y aprendiz de casi todo. Me estremeció el hallazgo, la certidumbre de la belleza oculta en el terrible gesto de quien opta por no seguir en el mundo de sus semejantes. Quizá ese sobresalto, agazapado por años, me llevó a escribir un día: Hermosos los suicidas / que se quitan el alma. (Tribulaciones del arca, Ediciones Luminaria, Sancti Spíritus, 2002).

Acartonadas como hemos sido las personas durante demasiado tiempo, la asunción del reconocimiento de una rara hermosura en la tragedia individualizada ha sido punto menos que riesgosa de ser considerada tributaria a manicomio, o proclive a alguno de los ademanes fatales a los cuales esa asunción concede valor existencial, y por ende, respeto. Tal es el caso de la ojeriza a temas “poco bonitos” como el de los seres que se privan de la existencia, y de otros (los locos, los desterrados, los cobardes), que la poesía en décimas, incluida una zona de la reconocida contemporáneamente con el Premio Cucalambé, ha venido a escudriñar, para beneficio de una posible mejor convivencia, a partir de un mejor entendimiento humano.

En esa línea de empeños socioestéticos se inscribe Extraños ritos del alma (Antología de voces en la niebla), que mereció en el 2015 el referido lauro, el más alto en la décima escrita cubana e iberoamericana.

La poesía, ya se sabe, no explica, sino indaga. Explican las ciencias, y ya han venido ellas, y vendrán, a examinar a la luz de las razones lo concerniente a estas decisiones de un ser que se autorreconoce en situación límite, y de la cual no encuentra otra salida que la escapada.

De lo que se trata aquí, en cambio, es de hurgar, desde el universo de la palabra artística (ya se sabe también que la poesía es una/otra realidad, más allá de la que conoce el mundo del raciocinio), en los resortes más recónditos de estos procederes que destellan y estremecen a un tiempo por la tremebunda actitud de renuncia a lo más preciado del ser humano, ante la (su) imposibilidad de hallar otro rumbo hacia la posible salvación.

De la frecuente preindisposición afectiva hacia los injustamente desmerecidos, que antes referí, Junior Fernández Guerra trata de curar en salud su poemario, con una advertencia desde los primeros versos del volumen (en este punto el lector / debe ignorar el valor / de emitir una sentencia).

Lo que sigue es un retablo de exploraciones dentro de las circunstancias existenciales de 21 creadores que se autoinfligieron la desaparición del mundo físico en que vivían, los cuales han sido agrupados por el autor en tres secciones epocales bien diferenciadas, lo que habla de una apuesta estético-organizativa que opera en favor de la arquitectura de ese recinto espiritual que ha de ser todo libro de poemas.

Otro asunto es la capacidad “metamorfoseadora” de Junior: La asunción de cada una de estas figuras como sujeto lírico, a más de revelar una paciente y sensible búsqueda en los entresijos tortuosos de sus respectivas vidas, delata la habilidad de quien escribe para desenvolverse en lo que ha dado en llamarse juego de máscaras.

Junior entra a ese juego, asume sus no pocos riesgos, y sale de ellos decorosamente, con un conjunto armónico dentro de sus aplaudibles variaciones, una densidad trópica que evade las a veces tentadoras estridencias —a saber, lo turbio de la materia prima poética que modela con sus manos es sumamente contaminante—, y un empleo profuso de paratextos que posibilita dos lecturas en paralelo: Por una parte encima de la superficie vital de cada ser que se nos presenta; por otra, en franca inmersión hacia lo más subterráneo de esas vidas.

El saldo puede ser —muchas cosas “pueden ser”, ya se sabe también, tras la lectura de un libro de poesía— una subsecuente actitud, a favor de quien lee, más flexible, y por tanto más humana, hacia “el otro”, que antes se enfocaba con descolocada preterición.

Habrá ganado Junior, y la poesía, y en particular la poesía en décimas, y el ser humano en general, si al voltear estas páginas alguien ha percibido o aceptado, con otra calma al menos, y mejor si con acatamiento e indulgencia, qué pudiera en un alma suceder —para decirlo con la incógnita que el autor asume como Alfonsina Storni— si Dios viene en camino y se demora.


 Foto: CubaLiteraria.


De Extraños ritos del alma, adelantamos el texto que ofrece el autor a modo de pórtico:


ADVERTENCIA
(Antes de escuchar las voces)

Más aún que la Vida,
la Muerte nos retiene casi siempre con lazos sutiles.

Charles Baudelaire


Bajo la duda expedita de miedos y anacoretas consecuencias      las secretas palabras no son maldita conciliación infinita del letargo y de la suerte     premoniciones de muerte pueden ser     tras la mirada del poeta casi nada queda perdido en la inerte fragilidad de su abrazo comprometido     la noche arrastra como fantoche su cuerpo    expone su brazo a la luz     solo un balazo de la vida o el destino es suficiente y el vino de su cordura se agota     la muerte no lo derrota     la muerte es solo un camino cruel y confuso      encriptado     un juego de acotaciones del miedo     revelaciones      un aliciente anegado en llanto      como el soldado aturdido en la batalla     al artista lo ametralla la realidad      y no todos reconocen los recodos que salvan de la cizalla
Tal vez no bastan los cirios del corazón y la sombra en un conjuro los nombra uno a uno     como lirios los deshoja      los delirios     la soledad     la estampida de alimañas     la salida se muestra como un cadalso     como un dios sucio y descalzo al amparo del suicida
Tal vez erraron      ¿quién sabe?      Definir el silogismo es asunto de uno mismo      Tal vez acertaron     cabe la duda y aunque se enclave en este punto el lector      debe ignorar el valor de emitir una sentencia
La vida no es una ciencia garantizada

                                                      El autor



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