Sobre su obra Extraños ritos del alma
Foto: Zucel
de Peña Mora
Con su libro Extraños ritos del alma (Antología de voces en la niebla), Junior
Fernández Guerra mereció el más alto lauro de la décima escrita —el Premio
Iberoamericano Cucalambé— en el verano del 2015. Se trata de un
joven autor, nacido en 1984 en Novosibirsk, antigua URSS, pues sus padres,
cubanos, estudiaban allá. Pero su formación ha sido en Cuba, en Las
Tunas, donde reside. Además de poeta es narrador, Licenciado en
Ciencias Pedagógicas, instructor literario, egresado del Taller de técnicas
narrativas del Centro de formación Onelio Jorge Cardoso, y miembro de la Asociación
Hermanos Saíz. Es director del Proyecto de promoción literaria y
publicaciones alternativas EncaminARTE. Ha merecido diversos lauros literarios,
entre ellos el Premio
del III concurso nacional de décima escrita Toda luz y toda mía (2014), con
su conjunto titulado Amar,
temer, partir. A solicitud suya, fue escrito el siguiente comentario:
Otro retablo
hereje
o mi dios qué bellos éramos
o mi dios qué bellos éramos
Cuando se
hable de las innumerables páginas en que la poesía del mundo ha retratado al
ser humano ante la tremenda disyuntiva vida/muerte, habrá que dejar asiento
reservado para el sencillo y hondo poema Los
amigos, de Juan Gelman:
jiri wolker attila jószef yo /
seríamos tres amigos perfectos
(…) los tres nos íbamos por ahí a
recorrer países y mujeres (…) jiri
cayó en un hospital / jószef se tiró bajo un tren / mi dios qué bellos éramos /
silbando finalmente
En su tiempo,
fue un encontronazo lo que se dieron mis ojos de lector juvenil y aprendiz de
casi todo. Me estremeció el hallazgo, la certidumbre de la belleza oculta en el
terrible gesto de quien opta por no seguir en el mundo de sus semejantes. Quizá
ese sobresalto, agazapado por años, me llevó a escribir un día: Hermosos los suicidas / que se quitan el
alma. (Tribulaciones del arca,
Ediciones Luminaria, Sancti Spíritus, 2002).
Acartonadas
como hemos sido las personas durante demasiado tiempo, la asunción del
reconocimiento de una rara hermosura en la tragedia individualizada ha sido
punto menos que riesgosa de ser considerada tributaria a manicomio, o proclive
a alguno de los ademanes fatales a los cuales esa asunción concede valor
existencial, y por ende, respeto. Tal es el caso de la ojeriza a temas “poco
bonitos” como el de los seres que se privan de la existencia, y de otros (los
locos, los desterrados, los cobardes), que la poesía en décimas, incluida una
zona de la reconocida contemporáneamente con el Premio Cucalambé, ha venido a
escudriñar, para beneficio de una posible mejor convivencia, a partir de un
mejor entendimiento humano.
En esa línea
de empeños socioestéticos se inscribe Extraños
ritos del alma (Antología de voces en la niebla), que mereció en el 2015 el
referido lauro, el más alto en la décima escrita cubana e iberoamericana.
La poesía, ya
se sabe, no explica, sino indaga. Explican las ciencias, y ya han venido ellas,
y vendrán, a examinar a la luz de las razones lo concerniente a estas
decisiones de un ser que se autorreconoce en situación límite, y de la cual no
encuentra otra salida que la escapada.
De lo que se
trata aquí, en cambio, es de hurgar, desde el universo de la palabra artística
(ya se sabe también que la poesía es una/otra realidad, más allá de la que
conoce el mundo del raciocinio), en los resortes más recónditos de estos
procederes que destellan y estremecen a un tiempo por la tremebunda actitud de
renuncia a lo más preciado del ser humano, ante la (su) imposibilidad de hallar
otro rumbo hacia la posible salvación.
De la
frecuente preindisposición afectiva hacia los injustamente desmerecidos, que
antes referí, Junior Fernández Guerra trata de curar en salud su poemario, con
una advertencia desde los primeros versos del volumen (en este punto el lector / debe ignorar el valor / de emitir una
sentencia).
Lo que sigue
es un retablo de exploraciones dentro de las circunstancias existenciales de 21
creadores que se autoinfligieron la desaparición del mundo físico en que
vivían, los cuales han sido agrupados por el autor en tres secciones epocales
bien diferenciadas, lo que habla de una apuesta estético-organizativa que opera
en favor de la arquitectura de ese recinto espiritual que ha de ser todo libro
de poemas.
Otro asunto
es la capacidad “metamorfoseadora” de Junior: La asunción de cada una de estas
figuras como sujeto lírico, a más de revelar una paciente y sensible búsqueda
en los entresijos tortuosos de sus respectivas vidas, delata la habilidad de
quien escribe para desenvolverse en lo que ha dado en llamarse juego de
máscaras.
Junior entra
a ese juego, asume sus no pocos riesgos, y sale de ellos decorosamente, con un
conjunto armónico dentro de sus aplaudibles variaciones, una densidad trópica
que evade las a veces tentadoras estridencias —a saber, lo turbio de la materia
prima poética que modela con sus manos es sumamente contaminante—, y un empleo
profuso de paratextos que posibilita dos lecturas en paralelo: Por una parte
encima de la superficie vital de cada ser que se nos presenta; por otra, en
franca inmersión hacia lo más subterráneo de esas vidas.
El saldo
puede ser —muchas cosas “pueden ser”, ya se sabe también, tras la lectura de un
libro de poesía— una subsecuente actitud, a favor de quien lee, más flexible, y
por tanto más humana, hacia “el otro”, que antes se enfocaba con descolocada
preterición.
Habrá ganado
Junior, y la poesía, y en particular la poesía en décimas, y el ser humano en
general, si al voltear estas páginas alguien ha percibido o aceptado, con otra
calma al menos, y mejor si con acatamiento e indulgencia, qué pudiera en un
alma suceder —para decirlo con la incógnita que el autor asume como Alfonsina
Storni— si Dios viene en camino y se
demora.
Foto: CubaLiteraria.
De Extraños ritos del alma, adelantamos el
texto que ofrece el autor a modo de pórtico:
ADVERTENCIA
(Antes de escuchar las voces)
Más aún que
la Vida,
la Muerte
nos retiene casi siempre con lazos sutiles.
Charles
Baudelaire
Bajo la duda expedita de miedos y
anacoretas consecuencias las
secretas palabras no son maldita conciliación infinita del letargo y de la
suerte premoniciones de muerte pueden
ser tras la mirada del poeta casi
nada queda perdido en la inerte fragilidad de su abrazo comprometido la noche arrastra como fantoche su cuerpo expone su brazo a la luz solo un balazo de la vida o el destino es suficiente
y el vino de su cordura se agota la
muerte no lo derrota la muerte es
solo un camino cruel y confuso
encriptado un juego de
acotaciones del miedo
revelaciones un aliciente
anegado en llanto como el soldado
aturdido en la batalla al artista lo
ametralla la realidad y no todos
reconocen los recodos que salvan de la cizalla
Tal vez no bastan los cirios del
corazón y la sombra en un conjuro los nombra uno a uno como lirios los deshoja los delirios la soledad la estampida de alimañas la salida se muestra como un cadalso como un dios sucio y descalzo al amparo
del suicida
Tal vez erraron ¿quién sabe? Definir el silogismo es asunto de uno
mismo Tal vez acertaron cabe la duda y aunque se enclave en este
punto el lector debe ignorar el
valor de emitir una sentencia
La vida no es una ciencia garantizada
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