Publicado en México el ensayo El telescopio de la hormiga, primera periodización de la obra literaria del Indio Naborí
Por Pedro
Péglez González
Ampliado de Trabajadores
Ampliado de Trabajadores
Este libro debió publicarse
en Cuba.
Pero no: El telescopio de la hormiga. Los períodos
creativos del Indio Naborí, del poeta y ensayista Fidel
Antonio Orta Pérez (La Habana, 1963) vio la luz recientemente en México, bajo el
sello del Frente
de Afirmación
Hispanista que preside el poeta Fredo
Arias de la Canal, y prologado por Maximiano
Trapero, catedrático de Filología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Es decir, intelectuales
hispanoamericanos pusieron su cuota de interés en que fuera realidad en letra
impresa este volumen, el cual constituye la primera periodización de la obra
literaria de Jesús
Orta Ruiz, el Indio Naborí, llamado por muchos “el poeta del pueblo
cubano”. Y no hay palabras suficientes ni exactas para agradecer ese interés y
esa realización.
En su introito, Fidel
Antonio explica que el destinatario pensado es el lector joven. Sin embargo,
como sucede muchas veces con tal noble intención, el saldo es un libro útil
para todos los públicos. Incluso para quienes están familiarizados con la
luminosa huella de Naborí, este ensayo periodizador es una fuente altamente ayudadora,
desde hace mucho necesaria.
El afán escrutador y
riguroso con que examina la trayectoria literaria de Orta Ruiz no le impide al
autor el valor añadido de la amenidad. La feliz circunstancia de ser uno de los
hijos del bardo, le permite condimentar el profundo análisis con palpitantes remembranzas
de una vida en común preñada de aprendizajes, brotados de valores de infinita
vocación por el ser humano, por el mundo que lo rodea, por la familia, por la
identidad nacional, por la justicia social y por la poesía, en el sentido más
amplio que pueda tener ese hondísimo concepto. Todo a un tiempo, a partir de un
mismo ser humano.
Fidel
Antonio, también profesor de Literatura, equilibra aquí la profesional mesura
de su examen con la inevitable —y también agradecible— vehemencia filial, de
algún modo reveladora del afán similar que estremeció a su padre cuando cantó a
su progenitor: sigo empeñado en decir /
el canto que no dijiste.
Esta plurivalente proyección
para plasmar el legado de un hombre plurivalente, demanda, junto a la
exposición de las luces, la revelación de las sombras: No siempre fue
justamente valorada la atipicidad de este creador, comprometido consigo mismo
por igual y dotado por igual de magisterio para la poesía que se realiza en la
oralidad improvisada y cantada, tan de las raíces de la cubanía, de
comunicación inmediata y para públicos multitudinarios —oralidad que, dicho sea
de paso, no se acaba de comprender que es también literatura—; como para la
poesía de índole civil que reclama de sus mílites la movilización, versos
mediante, de millones de personas inmersas en un proceso social sin
precedentes; como para la poesía del más intenso desgarramiento existencial y
de las más intensas indagaciones ontológicas, más propia para la íntima
complicidad del lector en solitario. Y lo anterior dicho, y así, está en este
libro.
Sus aportes, en cada uno de
esos desempeños de la poesía —sin abundar, por razones de espacio, en su ancho y
enriquecedor quehacer en el periodismo y la ensayística— fueron muchas veces
subvalorados, o relegados, cuando no desconocidos, consciente o inconscientemente.
Recuerdo que el también profesor Roberto
Manzano consideró tardío el otorgamiento a Naborí del Premio
Nacional de Literatura en 1995 —cito de memoria— “no sin cierto forcejeo, a
pesar de que era respetado por tirios y troyanos”.
De lo expresado, en la mayor
síntesis posible, se colige la valía en que tengo, para ahora y para el futuro
del panorama literario del país, este ensayo El telescopio de la hormiga. Los períodos creativos del Indio Naborí,
dado a la luz en México.
Un libro que debió nacer en
Cuba.
No fue posible, a pesar de
los muchos intentos de su autor porque así fuera. Confío, imagino, tengo la
íntima esperanza, de que más temprano que tarde podamos tener una edición
cubana.
Vea, mediante el siguiente
enlace, la versión original en Trabajadores
Prólogo
¿Será necesario decir que el
nombre de Indio Naborí con que se
encabeza el libro que tengo el muy alto privilegio de prologar fue el seudónimo
que Sabio Jesús Orta Ruiz, poeta cubano, eligió para sí en un tiempo muy
temprano de su vida, cuando en él solo se había manifestado su condición de
poeta improvisador? ¿Y que ese seudónimo lo acompañó durante toda su vida, hasta
el punto de identificarlo tanto o más que su propio nombre de pila? De hecho,
él mismo firmaba siempre con los dos, nombre y seudónimo, como si de una sola
unidad onomástica se tratara. Y es por eso que ahora su hijo Fidel Antonio Orta
lo presente con el solo seudónimo Indio Naborí, que para todos los cubanos y
aun para una masa cada vez más importante de hispanohablantes sobreentiende el
nombre propio de Jesús Orta Ruiz. Pero sí es necesario decir que ese seudónimo
lo eligió el poeta como reacción a los altisonantes nombres de “Caciques” y
otros por el estilo con que no pocos repentistas cubanos se autoproclamaban. Y
es que naborí, era el indio de la más
humilde escala social entre las gentes indígenas de la Cuba precolombina. Y he
aquí cómo aquel muchacho de tan solo 17 años que eligió para sí nombre tan
inédito, tan inusual, tan de baja referencia, tuvo la intuición de que era ése
y no otro el que le convenía, el que mejor se ajustaba a la persona que era y
que quería ser. ¡Pero qué hermoso nombre eligió! ¡Naborí! ¡Cuántas veces los
poetas repentistas de Cuba (y ya de todo el mundo hispánico) habrán rimado el
nombre de Naborí con rubí, alhelí,
colibrí, coquí o Martí, todos
ellos tan exquisitos a la fonética de nuestra lengua, y por eso tan escasos! Y
he aquí como la arbitrariedad que siempre manifiestan los nombres propios se ha
convertido en este caso en la motivación semántica de un apelativo tomado como
seudónimo.
Naborí lo anuncia su
propio hijo en la portada de este su libro, y con esto basta. Uno de esos pocos
casos en el mundo de las letras en que el seudónimo se sobrepone al nombre, y
ha de preguntarse por éste al oír o leer aquél. Pero, ¡cómo en este caso el
significado que ese nombre tenía se ha acomodado tan bien a la persona que lo
ha llevado durante toda su vida! Si como querían los nominalistas, los nombres
crean las cosas, y no al revés, ¡qué bien eligió el muchacho de Juanelo el
nombre que le haría ser la persona excepcional que fue, siempre a disposición
de los demás, y el poeta maravilloso de sonoro canto y de humano mensaje con
que emociona!
Quiero resaltar de entrada
esta condición de Naborí: la acomodación extraordinaria que existe entre su
personalidad y su obra poética. Cuanto más conozcamos de su persona mejor
sabremos interpretar y gozar de su poesía. Podría formularse también al revés:
mientras más leamos su obra poética más y mejor sabremos del hombre que la
hizo. Ni en la obra del Indio Naborí ni en la persona de Jesús Orta Ruiz hubo
ni hay nada que no sea auténtico, verdadero; nada de retórica, ni de
ocultamiento: el verso y la poesía al servicio de la vida. Por eso Naborí logró
reunir en su persona tres adhesiones de todo el pueblo cubano: la admiración
(por su poesía), el respeto (por sus ideales revolucionarios) y el cariño (por
su personalidad). Tres sentimientos que uno por uno lograrán para sí muchos,
pero que juntos solo las personas verdaderamente especiales y únicas logran. Y
eso fue el Indio Naborí en Cuba: el poeta verdaderamente nacional, el hombre
más admirado y querido de la isla, el referente moral de una nación. Sabio de
profundidades, humilde y generoso, pronto para el elogio y negado para el
reproche. Siendo un autor consagrado, siempre tuvo la palabra de ánimo para
quien empezaba, la sonrisa del optimismo. Como quien tiene dentro un sosiego
infinito, hablaba con calma, sacando de una memoria prodigiosa los datos y los
versos que ya sus ojos no podían leer; y los exponía con tal orden poético que
hacía historia transparente de cualquier acontecimiento. No hay hombre en Cuba
–lo sé, lo he comprobado- que no se manifieste entre conmocionado y orgulloso
al oír el nombre del Indio Naborí. Y tanto ahora, cuando ya ha muerto, como
antes, cuando vivía. Lo dice muy bien su hija Alba María en el reciente libro (El retorno del quinto mago: Naborí, vida y poesía,
2012) que ha dedicado a rememorar especialmente la dimensión familiar de su
padre: Naborí no tuvo admiradores, sino “adoradores”. Y es verdad, yo lo
comprobé personalmente en cuantas ocasiones estuve junto a él o cuantas veces
estando por los campos de Cuba en investigaciones dialectológicas y
romancísticas aparecía su nombre. Y no solo en Cuba. Incluso sin su presencia,
su solo nombre provocaba la disposición al buen decir, al bien pensar, al buen
hacer. Naborí fue una de esas personas excepcionales que irradiaban categoría
de humanidad.
Y por eso la necesidad, la
verdadera necesidad que teníamos de este libro que ha escrito su hijo Fidel
sobre los periodos creativos del Indio Naborí. No dudo en calificarlo como del
mejor que se ha escrito, por ahora, sobre el poeta Jesús Orta Ruiz. Y digo por
ahora porque de seguro que le sucederán otros muchos que analizarán su obra con
el detenimiento y la hondura que se merece y que su poesía será objeto de tesis
doctorales y de eruditos ensayos. Y digo que el de Fidel es el mejor porque en
él nos descubre la peculiar y singularísima sintonía (conjunción podría decirse
también) entre la vida y la obra del poeta. ¿Quién mejor que su propio hijo
podría hacerlo, siendo él, además, un intelectual y un crítico tan competente?
El mejor, digo, pero también podría afirmar que a la par con el libro que ha
escrito su hermana Alba María. El libro de Alba, escrito desde dentro, desde el
hombre al personaje célebre que fue el Indio Naborí; el de Fidel, desde el
exterior, desde su obra creativa al hombre único que fue Jesús Orta Ruiz. Los
dos son libros extraordinarios, que se complementan, y que lo mismo hubieran
podido ser escritos con los nombres intercambiados. Así son los dos hijos de
excelentes escritores y agudos ensayistas. Y los dos libros han salido a la
vez, en el mismo año de 2012, para conmemorar una fecha redonda: el noventa aniversario
del nacimiento de Naborí.
Sí es necesario decir, sin
embargo, que el título de El telescopio
de la hormiga que Fidel Antonio Orta ha
elegido para su ensayo, que verdadero ensayo es este libro, procede de un
breve poema del propio poeta, en que se dice que el único telescopio útil que
existe para comprender el mundo es la poesía.
Difícil lo tenía Fidel Antonio:
escribir un ensayo sobre los procesos creativos de un poeta que era nada menos
que su padre. De ahí que se entiendan perfectamente los titubeos, las dudas,
las esperas dilatadas que el proyecto tuvo que sufrir y que bien explica Fidel
al comienzo. ¿Desligar al crítico de la condición de hijo?, ¿hacer un
panegírico del padre acallando al poeta? Se entienden las dudas y los
interrogantes que tuvo. El empeño era claro: estudiar, analizar objetivamente,
los distintos periodos creativos de la obra poética del Indio Naborí. La clave
estaba en encontrar el tono adecuado para su escritura. Y lo encontró, ¡vaya si
lo encontró! La visión que hace de la poesía del Indio Naborí es tan objetiva, tan
atinada, tan bien secuenciada, y tan bien presentada, que nadie podrá decir que
está gobernada por el amor del hijo, o sí, pero nunca sobreponiéndose al ojo
crítico de quien entiende mucho de poesía y a la objetividad de los hechos. Y
además está muy bien, pero que muy bien escrito. Y transmite emoción, cosa que
es inseparable de la poesía objeto del estudio. Perfecta me parece que es la
estructura que le ha dado al ensayo. Hasta poéticos son los títulos de los
sucesivos capítulos, como que han sido extraídos de los propios títulos de los
libros de Naborí o de alguno de sus versos más significativos, como lo es el
mismo título general del libro El
telescopio de la hormiga. Muy adecuado es el comienzo, dando las razones
para el exordio, y precioso, enternecedor y necesario el colofón con que
termina. Aquí se resalta la figura de la esposa de Naborí, Eloína Pérez; y era
del todo necesario para entender la obra de poeta: una muestra más de lo
machiembrados que vida y poesía están en la obra de Naborí. Y justísimos me
parecen los calificativos que el hijo le dedica a la madre. Yo la conozco, y no
son nada exagerados, yo no hubiera dicho menos: Eloína es todo abnegación, todo sonrisa, todo bondad; sí, bondad, que es
la sublimación superior de lo bueno. Naborí no hubiera sido el poeta y el
hombre que fue sin Eloína; de hecho, algunos –muchos- de los mejores poemas de
la obra entera de Naborí están dedicados o inspirados en su mujer. Citaré uno
solo, sublime, magistral, por lo demás: se titula Madrigal de la neblina. El poeta se ha quedado ya completamente
ciego, y ha de confiar sus pasos a los ojos de su mujer. Es una décima
perfecta, aunque en las varias ediciones que la han reproducido aparece la
primera redondilla separada del resto, remarcando la organización de su
contenido; yo incluso la presentaría mejor en tres secciones, pues esa me
parece su verdadera estructura:
No hay iris. Se difumina
el color de las violetas
y convivo con siluetas
en un mundo de neblina.
Una mujer me encamina
y de guijarros y abrojos
va librando mis pies flojos…
¡Ay, quién me diría que
los ojos que ayer canté
hoy fueran mis propios ojos!
¡Qué emoción contenida!,
¡qué delicadeza verbal: iris, violetas,
neblina, siluetas...!, ¡qué naturalidad en el difícil arte de la rima!,
¡qué maestría! ¡Cuánto amor dependiente confesado! ¿Cuándo en la historia de la
literatura escrita en español una simplemente conjunción, el que colgado del octavo verso,
encabalgado, tuvo tal resonancia poética, tanta carga semántica?
Llegados a este punto, se
preguntarán –me pregunto- por qué Fidel me eligió a mí para prologar este su
libro. No me cabe duda: porque sabe bien de la relación que yo tuve con su
padre. Me confieso: yo también soy uno de esos “adoradores” del Indio Naborí de
que habla Alba María en su preciosísimo libro. Por ello, permítanme entrar un
poquito en el juicio personal sobre la obra de Naborí y sobre su persona. Y
tomando como paráfrasis el título de uno de sus libros, digo: Déjame, Fide,
Fidel, Fidel Antonio Orta. Perdón, y déjame entrar.
Lo conocí personalmente en
1995, así que apenas si tuve relación con él durante 10 años, ¡pero qué
relación tan intensa, tan íntima, tan provechosa! ¡Diez años que me han valido
por una vida entera! Lo diré: para mí el Indio
Naborí ha sido una persona esencial, de esas que entran en tu vida y te
marcan para siempre. El conocimiento que tuve de su persona y de su obra
obraron siempre a mi favor y para mi bien. Lo tuve no sé si como hermano o como
padre, o quizás como una curiosa mixtura de ambas categorías. Hablar, pues, del
Indio Naborí es siempre para mí
la oportunidad de una satisfacción: con su nombre me engrandezco.
Dice Fidel Antonio que tras
superar la grave enfermedad sufrida por Naborí en 1993, “recibió, porque lo
merecía, una prórroga de vida”. Lo merecía él y lo necesitábamos nosotros. Fue
gracias a esa prórroga que yo lo conocí. Fue con motivo del III
Encuentro-Festival Iberoamericano de la Décima que se celebró en Las Tunas en
los últimos días de junio de 1995, dentro de las “Jornadas Cucalambeanas” que
allí se celebran cada año en honor a “El Cucalambé”, que fundara el propio
Naborí y de las que habla Fidel en este libro. La amistad surgió de inmediato.
En la dedicatoria que me hizo en uno de los libros suyos que me regaló al
despedirnos escribió lo siguiente: “Al Dr. Max Trapero, filólogo eminente, a
quien me unen el amor a la décima, una amistad naciente que me parece antigua y
un dolor común”. Ese dolor común era por la pérdida de un hijo: el suyo, Noel,
hacía 40 años; el mío, Jorge Raúl, hacía apenas 15 días. Es un dolor tan sin
medida que solo el que lo ha padecido sabe de sus dimensiones. Y más que unir,
hermana. En memoria de mi hijo y para el consuelo de mi mujer y el mío,
escribió Naborí un poema en cuatro décimas, cuyos dos últimos versos
"Porque Dios, si causa heridas, / nunca niega cicatrices", me sirvieron
de bálsamo inmediato y de esperanza segura. En el último correo que recibí de
él, el día 27 de diciembre de 2005, tres días tan solo antes de su muerte,
cuando nada hacía presagiar el fatal desenlace, a mi anterior felicitación
navideña y a la noticia que le daba de que iba yo a ser abuelo, me contestaba
que esa nieta que yo esperaba lo iba a ser también suya.
En medio de estos dos
acontecimientos de relación tan personal, tan familiar, se sucedieron
innumerables actos que no hicieron sino agrandar nuestra amistad. Y siempre
teniendo a la décima por medio. Coincidimos en varias de las sucesivas Jornadas
Cucalambeanas de Las Tunas, y en todos los viajes que por entonces hice yo a
Cuba con motivo de mis investigaciones romancísticas en la isla. Coincidimos
también en el IV Encuentro-Festival Iberoamericano de la Décima celebrado en
Veracruz en 1996. Al año siguiente publiqué el libro que recogía las décimas
improvisadas por Naborí y Valiente en 1955, bautizada por mí como “la
controversia del siglo en verso improvisado”, y de la que tanto habla Fidel
aquí, tan importante fue. En 1998 tuve el alto honor de invitar a Naborí como
conferenciante principal del VI Encuentro-Festival Iberoamericano de la Décima
celebrado en Las Palmas de Gran Canaria, y en él, por aclamación unánime de
todos los participantes, se declaró el 30 de septiembre de cada año el “Día
Internacional de la Décima”, en homenaje permanente al natalicio de Naborí. Con
ese su viaje a Canarias cumplió Naborí uno de sus más callados deseos: pisar la
tierra de una de las ramas de sus ancestros, pues era descendiente de canarios
del Valle de la Orotava, de la isla de Tenerife, emigrados a Cuba en fecha
indeterminada. En 1999 publicamos en la colección “San Borondón” del Museo
Canario de Las Palmas La medida de un
suspiro, uno de los libros más bellamente editados de Naborí, gracias a la
colaboración del Frente de Afirmación Hispanista, de México, que ahora publica
también este libro. En ese mismo año apareció un artículo suyo en la Revista El Museo Canario de Las Palmas sobre “La décima popular cubana y su herencia del romance y de Canarias”, solicitado por mí. En el 2000 se publicaron las Actas del VI Encuentro-Festival de Las Palmas y en ellas la
conferencia de Naborí “Autobiografía de un improvisador”, que recomiendo muy
vivamente, por lo que tiene de testimonio de una dedicación de vida y de
revelación de un arte casi ignorado por la gran mayoría. En 2001 firmamos
conjuntamente un capítulo del libro La
décima: Su historia, su geografía, sus manifestaciones, dedicado al “Origen
de la décima”. En 2003 el Indio Naborí participó en la presentación de mi Romancero General y Tradicional de Cuba
en el Centro Juan Marinello de La Habana y me acompañó en la entrega de la
Medalla de la Cultura Cubana que me impuso el Ministro de Cultura Abel Prieto.
En febrero de 2005 la Feria del Libro de Cuba fue dedicada al Indio Naborí, y
por su mediación fui invitado por el Instituto del Libro a acompañarlo por toda
la isla para la presentación de “La Controversia del Siglo” -salvada por ti, me
decía-, pero no pude asistir. Finalmente, en el último día de 2005, con el
dolor acerado por la inesperada noticia, escribí su necrológica bajo el título
“Lo creíamos eterno...”
Lo creíamos eterno en vida.
Lo veíamos en todas partes, a pesar de su ceguera y de su delicada salud, pero
siempre igual, con la sonrisa a cada saludo, con la palabra agradecida para
todos, con el semblante sereno que sólo el sosiego interior concede. Nos
habíamos acostumbrado a la figura venerable de un Jesús Orta Ruiz en ancianidad
inmutable, y lo creíamos eterno. Pero resultó mortal. Sin embargo hoy lo
creemos verdaderamente eterno y universal. No se cumplió el presagio que tanto
le angustiaba y que dejó plasmado en los últimos versos del último soneto de Una parte consciente del crepúsculo, ese
libro tan breve pero tan intenso: “No me duele morir y que me olviden, / sino
morir y no tener memoria”. No. No ha habido olvido. La memoria de Naborí se
hace cada día más persistente, más grande, más ancha, más larga. El nombre de
Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, ha sobrepasado con mucho el ámbito de Cuba y
es ya una figura internacional dentro de las letras hispanas, y su nombre
seguirá creciendo y creciendo en fama y admiración en cuanto más y más se vaya
difundiendo y conociendo su poesía.
Si por sus obras los
conoceréis, ahí tenéis al Indio Naborí: leed su obra y sabréis la persona que
fue. El Indio Naborí poseía una cualidad que pocos poetas tienen: la de poder
expresarse en la lírica más exquisita e innovadora o en los modos populares más
tradicionales. A Jesús Orta Ruiz le viene bien el nombre sustantivo de poeta,
con todas las letras, y hasta en mayúsculas, y le son para él perfectos
adjetivos, pero prescindibles, los calificativos de neopopular, intimista,
repentista, panegírico o cualquier otro. A mí mismo, cada vez que releo su
obra, se me acrecienta la convicción de que su poesía es de tal altura que será
"clásica", durará para siempre, porque logró ponerse al nivel de los
grandes líricos en lengua española, y tuvo entre sus temas la temática de los
clásicos, los temas más humanos, los sempiternos temas del hombre, dándoles una
voz nueva, novísima, pero en los moldes clásicos del verso que contiene
emoción. Una cosa está presente siempre en sus versos: la verdad, la hondura de
la verdad y no la superficialidad del artificio. Si con alguien tuviera que
compararlo no dudaría en decir que la poesía de Naborí es como la de Garcilaso:
toda emoción, todo ritmo plácido, toda armonía.
Y gran fortuna es que este
libro de Fidel Antonio Orta sobre los periodos creativos del Indio Naborí se
publique bajo el amparo del Frente de Afirmación Hispanista, de México, porque
con ello tiene garantizada la mejor distribución que pueda desear,
extendiéndose por toda Hispanoamérica, y yendo a las manos de poetas y de
investigadores y estudiosos de la poesía, de las bibliotecas de las principales
Universidades y de Centros Culturales y en general a las gentes de la cultura.
Maximiano Trapero
Catedrático de Filología
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Catedrático de Filología
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Con el rostro atravesado
en la penumbra
en la penumbra
(Introducción al ensayo)
El telescopio de la hormiga es una deuda que yo tenía conmigo mismo. Cabalgo
sobre este empeño desde el 30 de diciembre de 2005. Entonces me decía: ¿cuándo
lo escribo?, ¿cómo lo escribo? En fin, la huella que mi padre había dejado,
confundida a diario con la desolación familiar, era algo que de forma constante
me taladraba el pecho.
Cuando recibí la invitación
para dar clases de literatura en la Universidad Bolivariana de Santiago de
Chile (noviembre de 2007) creí tener entre las manos algo vital para el acto de
creación: lejanía física de un entorno que se me estaba presentando
emocionalmente adverso. Pero aquel remedio de utilizar la distancia como vía de
escape fue peor que la propia enfermedad. Jamás pude escribir allí ni una sola
línea que se relacionara con el Indio Naborí.
Cualquier intento mío, a
veces impulsado por la lectura de algún poema suyo, me hacía presa de un
extraño nudo en la garganta que luego impedía el desarrollo de un pensamiento
coherente. Entonces volvía a preguntarme: ¿cuándo lo escribo?, ¿cómo lo escribo?
Imaginemos este inicio:
Jesús Orta Ruiz, más conocido como el Indio Naborí,
nacido en La Habana, Cuba, el 30 de septiembre de 1922. Poeta, ensayista y
periodista. Premio Nacional de Literatura. Es considerado por la crítica
literaria como una de las figuras más sobresalientes de las letras cubanas.
Esas palabras de inicio,
aunque ciertas, ¿no resultan ajenas? Una y otra vez me ocurría lo mismo. Estaba
padeciendo en carne propia un profundo sentimiento de angustia que siempre
asocié con segundas y terceras personas. Es decir, yo no sabía a ciencia cierta
lo que era la tristeza. Pero la muerte de mi padre me la mostró sin
miramientos: amanecer sonámbulo con el rostro atravesado en la penumbra.
Así viví durante varios
años. Hasta que el tiempo se encargó de cambiar las cosas. ¿Por qué recordar al
Indio Naborí desde la tristeza? Fue una interrogante que al final hizo blanco
en toda mi familia. ¡Basta ya de lágrimas y sollozos! A él hay que recordarlo
desde de la poesía, dado que ella fue el eje cardinal de su vida.
La mejor prueba de lo
anterior es el libro de ensayo que ahora presento. Lo escribí casi de memoria,
envuelto cada mañana en un aire íntimo que no admite bibliografía o notas al
pie de página. Sépase de antemano que este análisis va dirigido a los jóvenes
lectores; puesto que en ellos, sólo en ellos, puede perpetuarse la memoria de
un poeta que es sinónimo de identidad nacional.
Con El telescopio de la hormiga dejo saldada la deuda personal que
mencioné al principio; y cuando está por celebrarse el 90 aniversario de su
natalicio, le rindo homenaje al hombre más importante de mi vida.
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