martes, 9 de agosto de 2011

Rapsodia en sepia



Palabras de agradecimiento del poeta
Alexander Besú Guevara (Niquero, Granma, 1970), al recibir en Bayamo, Monumento Nacional, capital de la provincia de Granma, el Premio al Mérito Literario José Joaquín Palma, que otorga la UNEAC de ese territorio a la obra de toda la vida



RAPSODIA EN SEPIA
O APOLOGÍA DEL PASADO

Un vertedero de siglos. Eso es el pasado. Un amasijo de instantes clamoreando su derecho al regreso, su vigencia fecunda. No existe un recuerdo Alfa, un recuerdo líder con valor paradigmático. Todos comparten la misma altura. No hay recuerdos altaneros ni jactanciosos; tampoco sumisos ni serviles porque no hay jerarquías. Son puros congelamientos, o daguerrotipos animados en el mejor de los casos. Únicamente se les distingue por la intensidad de las ardentías que causan al ser reactivados en la memoria. El ardor es la unidad de medida de las remembranzas, incluso de las que alguna vez fueron vivencias placenteras. El ardor es su remanente.

Todo el pasado es de un solo color: el sepia. Las fotos son sepias, las figuras son sepias, las voces son sepias, las almas son sepias, incluso los muertos lo son. La policromía es cosa del presente, y se entroniza cuando soñamos el futuro. El pasado no, el pasado es sólo sepia. Pero aún así, al pasado hay que volver. Hay que regresar a buscar la punta del ovillo de hilo que somos. Hay que reencontrar las trazas emocionales que nos sostienen, los fragmentos de amianto que se nos desprendieron con cada roce brutal de la vida o sencillamente, la sustancia, la materia que, por agradecimiento, estamos comprometidos a darle continuación.

Cuenta mi madre que en el pasado, cuando nací, ella, al cortarme las uñas por primera vez, las enterró debajo de una mata de rosas, en las raíces, pues cierto mito afirma que ese acto de fe asegurará que el niño será poeta. No me atrevo a jurar la eficacia de ese ritual. Ya lo dijo el chileno Gonzalo Rojas: La poesía encarna en uno como por azar. Lo que sí estoy seguro que me hizo poeta es la imagen recurrente que a menudo extraigo del pasado, donde aparecen mis padres leyendo sendos libros, noche por noche. Mi madre, literatura árabe. Mi padre, las obras completas de Martí mientras anotaba cada aforismo impactante, como este pleno de contundencia que me leyó cuando me dijo: “Si algún día te da por ser escritor, recuerda esta frase del Maestro: Narciso no se ha de ser en las letras, sino misionero.”

No se trata de establecer una dependencia del pretérito, ni de hacer de la nostalgia un combustible. Se trata de reverenciar el pasado como lo que es: el catalizador motivacional que nos condujo al presente, que será a su vez el pasado cuando consumemos la entelequia, cuando, por fin, corporicemos la utopía de alcanzar el futuro. Y no estoy insinuando que la calidad del pasado se evidencia con el cumplimiento o no de las profecías. Las predicciones siempre me han parecido filiales del azar, y si son vaticinios literarios, mucho más.

Al pasado hay que eternizarlo. Yo soy su producto, su deudor. Al él le debo encontronazos tremendos y sublimes, descubrimientos de improntas indelebles, hallazgos que bocetaron mi vocación y la consumaron luego. Hablo de las primeras citas a las que asistí con cierta reticencia, y cuyas réplicas se volverían impostergables, vitales… Hablo de mis encuentros con Verne, Salgari, Twain, London, y tantos otros que llenaron mi cabeza adolescente de héroes y villanos. Y más tarde serían ya Chéjov, y Quiroga, y Borges, y Kafka, y Onetti, y Cortázar, y García Márquez, y Faulkner, y Rulfo… hasta que fui cegado por el fogonazo radical de la poesía, y entonces abracé la fe de otros dioses de la palabra como Whitman, Byron, Darío, Neruda, Nervo, Machado, Lorca, Vallejo…y los de aquí, los míos: los Heredia, los José Joaquín Palma, los Nápoles Fajardo, los Casals, los Martí, los Lezama, los Guillén, los Orta Ruiz… y los últimos que serán los primeros cuando se lo ganen.

Al pasado le debo además amigos talentosos como todos los que hoy me rodean, que escriben humillantemente mejor que yo, y por eso me alientan; que cauterizaron los deslices elementales de mis primeros balbuceos líricos, y hoy, ya fatigados, optan por sumarlos a sus omisiones o perdonármelos en silencio. Hablo de nombres ya raigales en la literatura de nuestra provincia, como Pausides, Abel, Lucía, Luis Carlos, Yoel, Conde, Rosa Más, Alcolea, Argelio, Evangelina, Sánchez Chang, Arsenio, Aurelio, Licea, Gustavo… Con todos ellos comparto alguna porción de mi pasado, a todos les debo algo; y hacia todos guardo una admiración superlativa. Otros nombres de un tiempo más reciente sumaron también sus aportaciones a mis experiencias. Todos se trocaron gustosos de gremio en familia. Pienso que la amistad de todos es el premio más valioso que he recibido en más de veinte años de creación literaria.

Mis agradecimientos a todos por ayudarme a crecer en espíritu, y mi promesa de trabajar muy duro, ¡muy duro!, para merecer en el porvenir el homenaje que hoy, incomprensiblemente, me han adelantado. Lo tomaré como un préstamo que me obligará a superarme rigurosamente como creador, y asegurar así mi inserción en el pasado de alguien, y mi exclusión en el olvido de muchos. Y debo apurarme, pues ya presiento en mi piel la vanguardia del sepia. Sólo advierto una cosa: de mí nadie espere que persiga la gloria ni ramos laudatorios como un poseso. Prefiero ser esto que soy: un aprendiz perpetuo. Vuelvo a citar al recién fallecido poeta chileno Gonzalo Rojas: Este oficio es sagrado, y no se llega nunca. Como punto final, acéptenme este soneto, por favor:


Si muestras siempre un corazón legible,
un corazón filial, nervudo y dócil,
verás que tu pasado no es un fósil,
sino un lejano sueño repetible.

Haz versos duros como la obsidiana
sin avidez de gloria, sin apremios.
Ganar amigos es mejor que premios,
que la celebridad o que el Nirvana.

Escribe como un loco tu locura,
que el Santo Grial de la Literatura
es sólo morbo, un manuscrito impuro.

Hurgar en el pasado no es pecado.
Pecado es diluirse en el pasado,
y que nadie te evoque en el futuro.



Gracias por escucharme.

Bayamo, 2 de agosto de 2011






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