Un poeta del silencio.
Entrevista con Virgilio
López Lemus
Por Zurelys López Amaya
Tomado de Cubaliteraria
Vivo mi vida en círculos que se abren
sobre las cosas, anchos.
Tal vez no lograré cerrar el último
pero quiero intentarlo.
R. M. Rilke
Es infinita la necesidad de decir, como si en ese prolongar del tiempo surgiera la gloria. Y es que ella no está a la vuelta de la esquina de un hombre. Es propio de su alma y de sus pasos todo intento, como decía Lezama: “no debemos caer en trampas tendidas por los demás”. Esta entrevista tiene que ver con el pensamiento de un escritor, con su libertad de expresar los sentimientos, de acuerdo con su visión sobre la existencia y la constancia de ser dentro del intelecto del propio hombre. Se trata de Virgilio López Lemus.
- ¿Cree que el arte y la vida social que vivimos son una improvisación o algo racional para que los llevemos a cabo mientras todo sigue estático, sin cambios que nos inciten a practicarlo en una sociedad como la nuestra?
-Tan estimada Zurelys: comienzo como si te hiciera una carta y no como si te respondiese una entrevista. Bueno, algunas preguntas están dirigidas a un sabio, que no soy yo. Por ejemplo, esta primera, es muy compleja y te he de responder con la mayor sencillez que me impone mi real poco saber, así es que me excuso si a veces el tono se me puede ir de la sencillez que deseo, según me impulsen las preguntas que me propones. Yo creo que sí, que vivimos improvisando buena parte del tiempo, vivir es improvisar, la vida no parece del todo planeada deliberadamente, y como el arte es uno de sus reflejos esenciales, se hace también arte por “inspiración”, vieja palabra que los románticos desgastaron, pero que sirve para referirnos a ese extraño acto de traducir o recrear la vida y el cosmos en un poema, una obra teatral, una novela, un cuadro, una escultura, una partitura… Casualidad/causalidad, improvisación/inspiración, tampoco hay que concederles el absoluto de la realidad, pues lo deliberado, planeado, conformado según proyecto y razón, forman también parte del hecho creativo y de la vida racional humana. Y, de paso, no existe estado alguno sin cambios, la vida es cambiar y luchar, si bien puede haber etapas de conservadurismo, de relativo estatismo, que dan la impresión de que nada cambia, cuando en verdad, debajo de lo aparente, el fuego del tiempo consume con más rapidez a aquello que no se mueve.
- ¿Son nuestras ideas, sensibilidad e intereses clasistas dentro de la literatura, lo que nos hace pensar que existe un error en nosotros al darle al arte un nombre?
-¿Por qué “clasista”? El hecho de hacer determinado tipo de arte (que es lo que entiendo por “darle un nombre”) no creo que tenga que ver con el asunto de la división social en clases, sino con la sensibilidad humana, aquella que es propia de nuestra especie.
-¿Cómo hace con su silencio? ¿Lo ocupa en lecturas, en escribir, en pensar sobre el mundo?
-Curiosamente, alguien me hizo ver hace algún tiempo cuántas veces uso la palabra “silencio” en mi poesía. Una señora italiana, poeta, me dedicó uno de sus libros luego de leer otro mío, y me llama “poeta del silencio” (quizás sí me prefería mudo). Ante el “mundanal ruido”, de que habló Luis de León, uno busca refugio en un silencio no absoluto, sino en el que ofrece la privacidad o la abstracción que regala la lectura intensa. Así como necesitamos la luz y las sombras, nos son necesarios el silencio y el mundanal ruido, ambos, porque vivir no es meterse en una campana de ingravidez (ni en una constante concentración pública).
-José Lezama Lima decía en su correspondencia con su amigo José Rodríguez Feo: “Atravesamos unos días egipcios, lo que está muerto se embalsama y los familiares siguen llevando comida y perfumes para seguir creyendo en una existencia petrificada”. Pero ese es el primer obstáculo para la resurrección, según él. ¿Qué haría como intelectual, si de pronto nos damos cuenta que caminamos en un mismo círculo?
-Foción en Paradiso descubre su monótona dependencia, trazando círculos con sus pasos en torno a un árbol, signo fálico. Nos encerramos siempre en círculos: domésticos, laborales, de barrios o grupos humanos, de un país, de una ideología, religión, género… La libertad puede ser la facilidad con que nos adaptamos a esos círculos y podemos ser aun dentro de ellos auténticas individualidades. La libertad puede ser también la disposición y facilidad para poderlos romper, salirnos de las ataduras y emprender “vidas nuevas”. Un intelectual, como cualquier ser humano, tiene ante sí esas dos disyuntivas: la de la tradición y la de la ruptura. Algunos preferimos asimilar las dos a la vez. Lezama mismo es un gran ejemplo de esto: conservador con su círculo familiar, de amigos y de pensamiento, fue sin embargo un gran revolucionario de la escritura, un “rupturista” estupendo. Solo los que tienden a cualquier tipo de dogma obligan a la elección absoluta de un solo lado de la vida cambiante, como si todo fuese puro dualismo tomista. El “justo medio” de que hablaban los griegos, no equivale al “centrismo” en política, y dividir la creación artística en “dómine” y “médium” sin alternativas, es un reduccionismo chato del peor tipo de dualismo, que uno no debería dejarse imponer. A la hora de elegir, la mejor elección estará del lado de lo que Martí llamó “el mejoramiento humano”, y para tal asunto no hay un solo camino trazado y único. La vida es múltiple, lo que gira en círculos se atasca y lo que no evoluciona, decrece.
-Dentro de ese don que dicen que existe en las personas sensibles a la escritura, ¿son los conflictos internos más íntimos los que hacen que trasmutemos hacia un pensamiento superior? ¿Esto puede obligarnos a escribir sobre temas sociales, sobre nuestra inquietud sobre la muerte, o una decepción amorosa, o simplemente el momento en que nos parece haber encontrado la felicidad?
-Pues para esta pregunta no hay una respuesta absoluta, única, puesto que son tantos los caminos de la creación artística, tantas las respuestas “al reto de la realidad”… ¿Qué nos hace escribir? Quizás solo una vocación incontenible, más que los temas mismos, porque tales temas asaltan a todos los seres humanos, y no todos, sino una minoría significativa siente la necesidad de escribir, al menos si nos referimos a la escritura como arte. ¿Es un “don”? Sí, es posible, como el que tiene un ebanista, un arquitecto, uno que puede hablar muchos idiomas… Llamémosles dones a las capacidades creativas o al talento, a la pasión por modificar siquiera sea un poco la realidad, para embellecerla, para comprenderla mejor…
-¿Se nace poeta? ¿Cómo es eso de los dones?
-No creo tampoco que haya una respuesta definida para tal asunto. Me parece que se nace con una predisposición de la sensibilidad que, luego, se desarrolla o no, o más o menos, según nuestra biografía, según vayamos respondiendo a los retos de la realidad o la realidad misma nos fuerce a elegir camino. El talento (si quieres llamarlo “don”) parece ser algo innato, pero puede resultar de poco valor sin disposición para ponerlo en ejecución o para situarlo en el centro de nuestra vida. No vale mucho sin tenacidad, aprendizaje constante, práctica sin descanso, y saber acumulado. Un gran talento sin tenacidad creativa, sin voluntad de dedicar la existencia a la creación como objetivo vital, como fatalidad amada, no pasa de ser solo eso, talento, disposición sin desarrollo. El talento o el don son un porciento pequeño (pero fundamental) en el ejercicio del arte.
-La creación literaria nos exige la mayor cantidad posible de conocimientos. Eso ayuda a desinhibirnos de la ignorancia que nos puede convertir en escritores mediocres, o en simples buscadores de estatus. ¿Qué les sugiere a los jóvenes que escriben sin conocer aún los verdaderos conceptos que nos han dejado los grandes escritores de diferentes épocas?
-A veces me río un poco para mí, sin ningún interés de burla, ante las gentes que se consideran “experimentales”, cualquiera que sea el arte que desarrollen, sin una amplia cultura que los afinque en el conocimiento de la tradición. No hay ruptura profunda y positiva si no se tiene clara conciencia de sobre qué material se trabaja. Lezama (ya que lo hemos citado varias veces) pedía a los poetas “cultura para la poesía”, saber para escribir, y no escribir por simple ejercicio de expulsión de penas o alegrías, o por cierta voluntad intuitiva que quiere hacer del arte una improvisación más o menos apasionante, pero festinada. Yo creo en algo que una vez me comentó Dulce María Loynaz: “un escritor debe leer mucho más de lo que escribe, debe ser una esponja, y luego desgranar convenientemente su saber como arte. Arte no es purga emotiva ni es experimentalismo sin honda cultura, ni exhibición superflua de la cultura que se adquiera. Si alguien quiere por voluntad personal o por fatalidad de su talento, ser artista, poeta, lo que sea, pues debe consagrarse a su arte de una manera total, y para esto necesita del saber (el idioma, la tradición poética, la cultura universal), de un saber creativo, porque también el arte es una pregunta sobre la vida, un indagar, un querer saber”.
-¿Cuáles son las virtudes del verdadero quehacer de un escritor al descubrir que la poesía no es solo un sentimiento que nos compromete ante un grupo de lectores con diversos modos de pensar, sino que es un oficio serio, que nos involucra cada vez más con nuestro deseo de llegar al lugar correcto? ¿Acaso se llega?
-¿Llegar a dónde? ¿Al éxito o al acto libre y placentero de la creación en sí? Yo prefiero lo segundo. No niego que haya quienes prefieran lo primero. Y hay quienes desean las dos cosas. Uno no puede negar la presencia del ego en los procesos creativos y las reacciones del creador ante su medio, a los diversos por qué psicológicos y sociales en los que nacen las obras determinadas. Entonces, la virtud de un escritor es la de ejercer su oficio hasta donde sus posibilidades se lo indiquen. Me parece que el más virtuoso es el que conoce sus propios límites y lucha por superarlos para ofrecer obra de mayor o menor virtuosismo estético, según sus propios dones. No sé mucho de a dónde o hasta dónde un poeta quiere llegar. Yo no quiero llegar a ninguna parte, mi problema no es llegar sino lograr permanecer, hacer algo con mi escritura para que permanezca un poco de tiempo viva, mayor que el tiempo biológico que me ha sido asignado en
-Su realidad está acompañada de una vasta experiencia a través de sus lecturas y estudio sistemático de la lengua, algo difícil en nuestro país de mejorar. ¿Cómo vería a un crítico que no acepta la crítica, aún mejorándonos el futuro?
-Un verdadero crítico, profesional y serio, sabe dónde hay crítica y no “mala leche”, crítica inteligente y no diatribas o elogios anti o pro egóticos. La crítica es esencial para la creación, al grado de que no se es un verdadero creador sin un crítico dentro. Otra cosa es el que hace crítica para loar, demeritar a otro u otros, o para halar brasas para sus sardinas, o para apuntalar grupos o grupúsculos. Yo creo en la honda (bella y útil) crítica a la obra creada, que puede saltar por encima de las mezquindades.
-¿Qué cree de la obra escrita desde el exilio y la obra escrita desde el centro de la isla con una visión de poeta, investigador, traductor o simplemente, crítico?
-Bueno, la verdad es que creo en la obra escrita como un hecho. Dónde se escribió y bajo qué circunstancias, son sus marcos, sus referencias o condicionamientos, que no siempre dan valor artístico intrínseco. Me parece advertir que estamos en una etapa de ensanche expresivo de la nacionalidad cubana, pues dondequiera que haya un artista, un escritor, un poeta cubano creando, parte de nuestra idiosincrasia o identidad se estará expresando. No somos un país de tradición milenaria y no deberíamos darnos el lujo de excluir de nuestro arte nacional a este(a) o aquel(la) por su lugar de residencia, su preferencia política, su concepción del mundo. Lo que hace grande al cubano es su ambición de universalidad, su afán integrador, y no las cortapisas excluyentes. Es una suerte que
-No preguntaré algo que ya he leído en otras entrevistas suyas sobre sus libros y poetas preferidos. Sabemos que incluye a Pessoa, Rimbaud, Rilke y otros. ¿Qué aportan para el lector que hace al escritor merecedor de ello? ¿Cree que es válido lo que escribió el poeta Fernando Pessoa, del cual también soy admiradora fiel, que "el poeta es un gran fingidor"?
-Son dos cosas distintas: el poeta es un gran fingidor, porque el arte no es verdad absoluta, la poesía no es un hecho totalitario, fundamentalista o de verdad verdadera sin discusión posible. La poesía es múltiple como la vida, y se mueve entre la verdad y la mentira, entre la imaginación fantástica y el hecho objetivo, entre lo real y lo irreal. Incluso entre el racionalismo y el pensamiento mágico. Ser un “fingidor”, creo yo, es tratar de interpretar todos los papeles, todos los temas, todas las situaciones dramáticas. Incluso aquellas lejanas de la propia idiosincrasia o personalidad del creador. Quizás… creo que no se debe entender “fingir” por falsear, el poeta no “falsea”, sino que interpreta la realidad desde diferentes ángulos, ya sean internos del yo o de la vida que nos rodea.
-¿Qué opina usted de los premios? Todo el esfuerzo de un escritor por llegar a un final que quizás nunca ven en su totalidad y que es esperado o justificado si tiene en toda su trayectoria literaria premios y condecoraciones importantes. ¿Es un premio lo que nos detiene en el tiempo para seguir creyendo en lo que se edifica uno mismo cuando entiende el por qué de su existencia? ¿Sugiere a los jóvenes y no tan jóvenes, a que sigan intentando llegar a través de concursos a un prolífero lugar?
-Hay una fuerte inflación de premios, y como todo lo excesivo, creo vislumbrar que se torna negativo. Hace poco le decía a un joven amigo: no luches por ganar premios, pero si se te ofrece uno, acéptalo y disfrútalo. Ellos forman parte ya de las convenciones sociales. Pero no son salvadores, no aseguran la calidad y sobrevivencia de los textos premiados, no garantizan nada más que un estatus social mejor cotizado para los ganadores de premios, sobre todo para los coleccionistas, los que los tienen por decenas como un adorno de sus existencias, con los que a la vez apoyan a las instituciones que los dan y que no son remisas a la promoción de “sus figuras”. Quien trabaja para ser premiado, es como aquel que quiere hacer de la patria un pedestal para su ego. Es bueno parafrasear una bella frase de Martí: “la poesía es ara, no pedestal”. La poesía es trabajo, amor, develamiento de lo incógnito, goce estético, duro batallar por arrancarle a la circunstancia, al tiempo, al espacio, aquello que es o creemos que es poesía. Ser premiado por nuestro trabajo, claro que da goce, claro que es hermoso, pero hacer de nuestra vida una cacería de premios, desmejora al poeta, por muy bueno que sea como tal, pues lo hunde en un torbellino de egolatría. El exceso de premios hace crecer lo peor del ego, fabrica celebridades, crea imposturas en el arte. Es negativo. El Estado y sus instituciones deberían fijarse más en el daño que hacen con el exceso de reconocimientos que hoy día reinan en el mundo. Los verdaderos conocedores y degustadores del arte, se ríen de los galardones, porque si la obra no merece su devoción, no hay premio en el mundo que la calce.
-¿Hay límites en nuestro país a la hora de publicar un libro o artículo de temas profundos o incómodos para alguien donde se cuestiona la problemática actual? Si es así, ¿por qué?
-En todas partes hay límites. Nada es ilimitado, ni siquiera, parece ser según la física contemporánea, que ni la misma infinitud es eterna y sin límites. Así como en el cosmos hay “universos de sucesos”, en la publicación de libros hay sus propios agujeros negros. Me parece que el límite debería ser la calidad literaria (o su ausencia) en la obra en sí, solo eso. Pero no existen “calidómetros” en arte. Y si además interfieren los asuntos ideológicos, de cualquier signo político o religioso, entonces los límites están allí y escapan de la discusión solo estética. Yo creo que todo arte valioso “discute la realidad actual”, porque si vale como arte, forma parte de esa realidad. Otra cosa es la ideología que exprese y su manera de “actuar” sobre la realidad, entonces ya la esfera de valoración va más allá de la propiamente estética. No se evalúa un texto solo desde la parcela del arte, la vida es más compleja que la creación artística, y puede haber también “arte dañino”, todo está en función del cristal con que se mire o desde el punto de vista. Es utópico pedir una libertad libertina para el arte, como si él fuera un non plus ultra, un summun intocable, algo que está más allá de todo. Uno desea pedir la mayor libertad posible para crear, luego está delante de uno la posibilidad de que lo creado logre salir a la sociedad, ser aceptado, ayudar a revolucionar la vida misma. Un artista, un poeta, a mi juicio, debe tener conciencia de que lo que él hace no es la obra suprema de Dios o de un dios, sino que está en el contexto de las luchas que le rodean. Lo que a mi juicio no debe hacer jamás es sentirse derrotado, aislarse por completo, y no luchar por lo que ha escrito. La vida es luchar también en (y por) el arte y sus obras. El acto creativo mismo es praxis de esa lucha, por sobrevivir, expresarse, mostrarse más que imponerse. La poesía no es la única razón de existencia de los seres humanos, si bien estoy convencido de que es la razón más excelsa, claro que, la poesía vista como aquello que nos humaniza en el cosmos, donde radica fuera y dentro de nosotros el ser poético de la realidad. No debe haber límites para crear. Luego, la obra misma tendrá sus límites o le impondrán limitaciones.
-Virgilio, sabemos de su habilidad en ayudar a las personas que necesitan ser escuchadas y luego en brindar un excelente té. ¿Qué podría sugerirle a los que toman en serio la literatura y el cine para mejorar todo lo que nos acontece y nos preocupa?
-Cuando yo era muy joven, me aconsejé a mí mismo leer y ejercitar los cinco sentidos (y también la extrasensorialidad, si se puede). Entre las cosas que me propuse, estuvo leer mucho, vivir intensamente la lectura y vivir con intensidad la vida en cada etapa, en cada edad. Sugeriría leer tanto que nos convirtamos en unos lectores imparables. Leer hasta las formas de las nubes, o sea, leer más allá de los libros y de las apariencias y saber seleccionar nuestras lecturas de acuerdo a nuestras inclinaciones y sensibilidad, esto último referido a las lecturas que nos sirvan de fundamento creativo. Leer de todo, libremente, sin cortapisas, es la mejor manera que puede haber para luego convertirnos en catadores, en selectores, en lectores de alegre libertad inteligente. Y si leemos, leamos tomándonos un té o un café, pues se alegran cerebro, corazón y estómago, tres centros de poder... Fuera de eso, “a los que toman en serio la literatura y el cine” no hay que sugerirles nada más, pues si son verdaderos creadores, ya sabrán trazar sus propios caminos y dar fe de ellos.
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