miércoles, 12 de marzo de 2008





Pompeya emerge

desde su lodo


Por Modesto Caballero Ramos

No lo conocía personalmente cuando en diciembre de 2006, en ocasión de cumplir una invitación de la Casa Iberoamericana de la Décima de las Tunas para acudir al Encuentro de Peñas de la Décima, llevábamos la misión de entregarle el premio por el primer lugar de la sexta edición del concurso nacional Ala Décima, correspondiente a ese año. Se trataba de un poeta joven tunero que ya en el año 2004 había alcanzado el segundo lugar en la cuarta edición de nuestro concurso. Cuando llamamos a la Casa… y preguntamos en esa ocasión por él, tampoco lo conocían, porque Wencier Pérez Ricardo (Chaparra, Las Tunas, 1976) no residía en la ciudad cabecera de la provincia, sino en ese apartado municipio y era prácticamente un desconocido en el ambiente literario de la provincia.

Si su poesía nos había impresionado gratamente, mayor fue el impacto que nos causó la sencillez de su carácter, la humildad con que asume la hondura de su poesía. Y es que Wencier es uno de esos hombres destinados a dejar improntas indelebles por los rumbos sin sentir la necesidad del pregón para hacerse sentir, ni buscar la parte blanda del camino donde repujar sus huellas, porque ellas mismas son su propio destino.

Luego conocimos algunos de los reconocimientos de los que se ha hecho acreedor, como los Premios Poesía del Sur (2005, 2006 y 2007), medalla de oro en el Festival Nacional de la FEU y más recientemente, el pasado año 2007, el tercer premio del Iberoamericano Cucalambé. A finales de 2007, como colofón de su prístina vocación, la Editorial Sanlope le acaba de publicar su opera prima, el decimario Bajo el lodo de Pompeya.

¿De qué se trata? ¿Una relectura más del clasicismo que fuera en los 90’ el deslumbramiento de la ruptura del esquema sintáctico-formal-sonoro al decir de Waldo González? Nada de eso. Y lo digo —y lo reconozco, no sin pasión por el poeta y su obra, pero más por razón— que Bajo el… es mucho más que eso.

Es la traspolación del tiempo-espacio, desde una lejanía temporal-espacial, como dice la nota contracubierta, una reinvención de su querido Chaparra, porque Chaparra es, y no Pompeya con la magia de su leyenda, la fuerza de su bojear en el entorno íntimo de su mundo lírico, con sus calles, sus barrios, el suyo en particular, El Canal, donde el poeta niño inventó sus laberintos, su gente más humilde, desde el loco hasta el manisero; los amigos de la infancia o la playa de generaciones, La Herradura, sembrada con los matices de una extraña fertilidad por donde renacen Simbad, Garfios, Nemos.

Allí puso a cantar las sirenas en el Egeo y Odiseo atado, no al mástil, sino al lirismo semántico del verde salino de la playa, hacia donde atrae a Estambul, y el Bósforo no es más que una de sus olas tenues, y entonces todo se convierte en Liliput, pero otro Liliput, más cercano y posible, el de su tierra que nadie le inventó y él eleva a sueños más tangibles. Les canta a los amigos de siempre, intertextualiza a clásicos sin olvidar a los de su tiempo, que impone en la tercera sección, rematando su amor entregado en la segunda parte del libro con su “Canto a Chaparra”, del que brindaremos un fragmento:


COORDENADAS

Veinticinco campanadas
me cicatrizan la edad,
cómplice pluralidad
de mi terruño.
Trocadas
en bitácoras salvadas
de algún naufragio,
la suerte
quiso terruño tenerte
como Ararat para mi arca.
Voy a testarle a la Parca
que me heredes a mi muerte.
Del Pentateuco tentado
al éxodo, a la promesa,
al horizonte, certeza
de este Quijote;
varado
sin un molino, ignorado
por sus quimeras,
la diana
salí a buscar pero vana
resultó mi fantasía.
Chaparra, tu lejanía
añoranza me desgrana.
Intimidad que desviste
mi silencio a tu estocada.

Cómo emprender la jugada
si mi tablero desiste.

Cómo negarle un alpiste
al celo con que desnudo
la palabra,
si te sudo
este rocío, mi entrega.
Chaparra, se me doblega
ante tu filo, mi escudo.


Limpieza estética, lenguaje tropológico, dominio de los recursos semántico-literarios se conjugan en este poemario que bien pudiera servir, no como puerta, sino como campanazo y fulgor para que oídos y ojos escudriñando en las lejanías que no les pertenecen, atiendan a estos cánticos telúricos que tan cerca de ellos brotan desde el lodo fecundo de Chaparra.


Ciudad de La Habana, 11 de marzo de 2008.

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