domingo, 18 de marzo de 2018

Ronel González y su poema El sedicioso


Una evocación a Perucho Figueredo
 
Del libro Teoría del fulgor accesorio del fraterno poeta Ronel González Sánchez —volumen que será presentado a las 10 am del 7 de abril, tres días después de su cumpleaños, en la Casa de la Nacionalidad, en Bayamo— es este poema, recién recogido en la columna La tecla del Duende, del periódico Juventud Rebelde, con las siguientes palabras:



Teoría del fulgor accesorio, del poeta, ensayista e investigador holguinero Ronel González Sánchez es, como bien apunta Ariel Batista, un libro donde «ocurre la Patria con un fervor que sobrecoge». De ese volumen son estos versos evocadores del gran Perucho.

EL SEDICIOSO

Quebrantado y desprovisto,
el perturbador infausto,
avanza hacia el holocausto sobre un asno,
como Cristo.

Entra en el monte imprevisto y ajado
la confidencia.

Un hombre pone cadencia
a la rebeldía invasora,
y su anulación sonora paga la desobediencia.

En sucesión corrosiva
pasan,
confusos,
los gestos
de los caudillos expuestos
a la fobia anulativa.

Van,
sin otra alternativa,
hacia el montaraz peñasco amotinado,
el chubasco reconstituyente,
el miasma del hambre,
la cataplasma,
la fiebre,
el salcocho,
el asco.

Ante el burdo antagonista
desfilan caricaturas,
desharrapadas criaturas
en la maniobra ironista
de asumir la reconquista patriarcal,
que se acrecienta bajo la noche harapienta,
cota del día desnudo,
el ímpetu por escudo
y, al dorso, la impedimenta.

Soliviantadas colmenas en los trillos de la Nada.

Toros contra la emboscada.

Provisiones casi obscenas
para cantar en cadenas vivir es vivir…

Porfía por un cuero de jutía
curtido en los pantalones
e infectas ulceraciones que asolan la ranchería.

Por ciénagas,
a hurtadillas,
avanza la tropa agreste,
aunque la razón le apueste en contra,
y las pesadillas naden hacia las orillas
de la destrucción.

A gatas,
sobre las hiedras pacatas
que retardan las contiendas,
escudriñando las prendas de los muertos,
como ratas.

Cuando el monte no se abra más con odio
y no amanezca para que el mambí padezca
en la espesura macabra.
Cuando cese la palabra
que ordena estar al acecho
del usurpador maltrecho,
también,
por las piedras rotas,
habrá un himno hecho de gotas de sangre
y tiros al pecho.

Tenaz frente al vilipendio,
lejos queda el municipio,
que empuñó,
desde el principio,
el pabellón del incendio.
La Ciudad,
arduo compendio de afanes,
arde en la pira.

El esplendor no es mentira.

Hay un fulgor accesorio
que ilumina el territorio.

La patria, en sombras, respira.


Versión original en La Tecla: Himno de gotas


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