Ecos del V Festival Toda luz
En el Quinto
Festival Toda luz y toda mía, a principios de junio en Sancti
Spíritus, fue presentado entre otros el poemario Desde la gleba y el libro, de Ildefonso Díaz Ibarra (Tico), por el
poeta y periodista Jesús
Arencibia Lorenzo
Durante la presentación, de izquierda a derecha, Ildefonso
Díaz Ibarra (Tico), Marco
Antonio Calderón y Jesús
Arencibia. Foto: Roly
Ávalos
Todo es más grande y fecundo
Miro lo que
el mundo mira
y no veo lo
que el mundo:
todo es más
grande y fecundo
cuando un
poeta se inspira.
Tico
«¿Escribir para el pueblo? Qué más quisiera yo»... razonó con esa
sencilla genialidad que atraviesa siglos Antonio Machado, quien de poesía y
bondad, sabía un poco. «¿Transcribir y difundir la palabra del pueblo? Qué más
quisiéramos nosotros», podríamos parafrasearlo hoy, ante los nobles empeños de
lirismo que centran el movimiento decimístico espirituano. Entre ellos, como
joya invaluable, este de rescatar del viento y del olvido la palabra de sus
improvisadores.
En cierta ocasión, entrevistada para un documental sobre Polo Montañés,
escuché a la maestra María Teresa Linares explicarse el tremendo empuje de las
canciones del guajiro pinareño, su arraigo incluso entre muchos jóvenes,
diciendo que Polo era una especie de remanso entre tanta bulla y banalidad.
Se me ocurre que, salvando las elementales distancias, eso han sido los
poetas repentistas desde que la décima se aplatanó entre nosotros: un remanso
de cordialidad en el cual, ininterrumpidamente, generaciones de cubanos, en la
ciudad y en el campo, han saciado su sed de belleza.
Por eso, es de agradecer tanto cuando logra concretarse en libro —soporte
aún no superado de durabilidad y compañía emocional— el recorrido totalizador
de una carrera, de un afán de mundo que vibró en las cuerdas vocales de un
laúd. Con Desde la gleba y el libro,
de Ildefonso Díaz Ibarra (Tico), Ediciones Luminaria cumple el mandato de ser
fiel a su nombre: ilumina. Capta la esencia genuinamente popular y la devuelve
a la gente de donde nació: honra y se honra en la limpia expresión de un ser
que sabe mirar con los ojos del alma, como nos pedía el Principito.
El volumen, que reúne en 4 secciones, 23 poemas de Ildefonso, con prólogo
«todo luz» de Merari Mangly Carrillo; edición, diseño y foto de cubierta
cortesía de Marlene E. García Pérez, y corrección, cortesía de Clotilde
Hernández Carús, dignifica el abrazo que su título propone entre la tierra
cultivada, la gleba, y las páginas cosidas y cocidas con el fuego fecundo de la
literatura.
Poemas que dan frutos, letras que ofrecen sombra, palabra de Tico, que no
tiene ni un tan(tico) de artificio, de pirueta semántica o gráfica, sino,
simplemente, el afán llano de decir, decir bien y hacer bien diciendo.
«Encaminismo», que diría el maestro Roberto Manzano. Conocimiento de los
animales y la naturaleza. Voluntad de romper, de crear, de ser, en medio de lo
desierto. Canto hondo y alto al tiempo, el amor, los símbolos, la madre...
Eso, ni más ni menos, encontraremos aquí. Eso, que ya es bastante, y que
no redunda cuando expresa tradición, y que no cansa cuando transpira cubanía, y
que no empalaga cuando ofrece cariño. Entonces, uno siente que escuchando el
libro, que es casi como leer al hombre, la magia lo devuelve, junto al pez que
el autor retrata soñando en la orilla, a los trillos de agua, por los que
siempre regresaremos a la bondad.
«Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar», escribió Machado,
para que Joan Manuel Serrat lo tatuara melódicamente en nuestros corazones. Desde la gleba y el libro, nos ratifica
la idea: no hay caminos, solo estelas. Ojalá, que siempre como estas:
refulgentes estelas de la auténtica poesía.
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