viernes, 13 de octubre de 2017

Jesús Arencibia presenta libro de Tico


Ecos del V Festival Toda luz

En el Quinto Festival Toda luz y toda mía, a principios de junio en Sancti Spíritus, fue presentado entre otros el poemario Desde la gleba y el libro, de Ildefonso Díaz Ibarra (Tico), por el poeta y periodista Jesús Arencibia Lorenzo

 Durante la presentación, de izquierda a derecha, Ildefonso Díaz Ibarra (Tico), Marco Antonio Calderón y Jesús Arencibia. Foto: Roly Ávalos


Todo es más grande y fecundo

Miro lo que el mundo mira
y no veo lo que el mundo:
todo es más grande y fecundo
cuando un poeta se inspira.

Tico

«¿Escribir para el pueblo? Qué más quisiera yo»... razonó con esa sencilla genialidad que atraviesa siglos Antonio Machado, quien de poesía y bondad, sabía un poco. «¿Transcribir y difundir la palabra del pueblo? Qué más quisiéramos nosotros», podríamos parafrasearlo hoy, ante los nobles empeños de lirismo que centran el movimiento decimístico espirituano. Entre ellos, como joya invaluable, este de rescatar del viento y del olvido la palabra de sus improvisadores.

En cierta ocasión, entrevistada para un documental sobre Polo Montañés, escuché a la maestra María Teresa Linares explicarse el tremendo empuje de las canciones del guajiro pinareño, su arraigo incluso entre muchos jóvenes, diciendo que Polo era una especie de remanso entre tanta bulla y banalidad.

Se me ocurre que, salvando las elementales distancias, eso han sido los poetas repentistas desde que la décima se aplatanó entre nosotros: un remanso de cordialidad en el cual, ininterrumpidamente, generaciones de cubanos, en la ciudad y en el campo, han saciado su sed de belleza.

Por eso, es de agradecer tanto cuando logra concretarse en libro —soporte aún no superado de durabilidad y compañía emocional— el recorrido totalizador de una carrera, de un afán de mundo que vibró en las cuerdas vocales de un laúd. Con Desde la gleba y el libro, de Ildefonso Díaz Ibarra (Tico), Ediciones Luminaria cumple el mandato de ser fiel a su nombre: ilumina. Capta la esencia genuinamente popular y la devuelve a la gente de donde nació: honra y se honra en la limpia expresión de un ser que sabe mirar con los ojos del alma, como nos pedía el Principito.

El volumen, que reúne en 4 secciones, 23 poemas de Ildefonso, con prólogo «todo luz» de Merari Mangly Carrillo; edición, diseño y foto de cubierta cortesía de Marlene E. García Pérez, y corrección, cortesía de Clotilde Hernández Carús, dignifica el abrazo que su título propone entre la tierra cultivada, la gleba, y las páginas cosidas y cocidas con el fuego fecundo de la literatura.

Poemas que dan frutos, letras que ofrecen sombra, palabra de Tico, que no tiene ni un tan(tico) de artificio, de pirueta semántica o gráfica, sino, simplemente, el afán llano de decir, decir bien y hacer bien diciendo. «Encaminismo», que diría el maestro Roberto Manzano. Conocimiento de los animales y la naturaleza. Voluntad de romper, de crear, de ser, en medio de lo desierto. Canto hondo y alto al tiempo, el amor, los símbolos, la madre...

Eso, ni más ni menos, encontraremos aquí. Eso, que ya es bastante, y que no redunda cuando expresa tradición, y que no cansa cuando transpira cubanía, y que no empalaga cuando ofrece cariño. Entonces, uno siente que escuchando el libro, que es casi como leer al hombre, la magia lo devuelve, junto al pez que el autor retrata soñando en la orilla, a los trillos de agua, por los que siempre regresaremos a la bondad.

«Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar», escribió Machado, para que Joan Manuel Serrat lo tatuara melódicamente en nuestros corazones. Desde la gleba y el libro, nos ratifica la idea: no hay caminos, solo estelas. Ojalá, que siempre como estas: refulgentes estelas de la auténtica poesía.



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