martes, 28 de febrero de 2017

El curda y el amarillo


Otro poema humorístico
de Jorge Adrián Betancourt
 
Foto: Zeide Balada Camps

Después que publicamos su poema humorístico Cita seráfica, en la última peregrinación antes del rapto, han sido muchas las peticiones de nuevos textos de este corte del poeta y trovador Jorge Adrián Betancourt Quintana (Santiago de Cuba, 1964; radicado en el municipio de Guisa, provincia de Granma), merecedor en el 2016 del Premio iberoamericano de décima humorística, y en el 2012 del Premio Iberoamericano Cucalambé por el poemario Nosotros los cobardes, escrito en coautoría con Alexander Aguilar. Gracias a la fraternal colaboración de Jorge —miembro de la Filial del Grupo Ala Décima en la provincia de Granma—, traemos ahora a nuestro espacio otra hilarante obra.


EL CURDA Y EL AMARILLO

Desde que yo era un chiquillo,
aunque me fascina el rojo,
por dondequiera que cojo
me persigue el amarillo.
Me casé siendo un pepillo
con una guaricandilla,
nos fuimos para una villa
por allá por San Miguel
y en plena luna de miel
me dio la fiebre amarilla.

Yo quise ser pelotero
como Orestes Kindelán,
incluso tuve el afán
de viajar al extranjero.
Jugué el sior, fui jardinero,
lancé bolas de nudillo,
y aunque tuve cierto brillo
porque entrené con fervor
cada vez que hacía un error
me gritaban, amarillo.

No es justo; yo fui a luchar
a la Ciudad de La Habana
y hasta vendí marihuana
en aras de progresar,
y mi mujer, un manjar
de la cabeza al tobillo,
decidió cambiar de trillo
y se fue con un trigueño
que para colmo era el dueño
de un almendrón amarillo.

Un paquete me mandó
mi primo del extranjero,
con un poco de dinero
y otras cositas que halló
pero mi sueño quebró
igual que quiebra un platillo,
por causa de un vientecillo
con la furia de un cohete
el barco con mi paquete
se hundió en el Mar Amarillo.

No siempre tuve esta traza
de borrachín sin medida,
yo me ganaba la vida
vendiendo de plaza en plaza,
y cuando llegaba a casa
con un peso en el bolsillo,
en lugar de un pastelillo
o un manjar de algo más grato,
tenía que empujarme un plato
y de chícharo, amarillo.

Para paliar tanto mal
tengo el trabajo ridículo
de parar cada vehículo
que lleve chapa estatal,
pero allí me va fatal
por un algo muy sencillo,
cuando viene un jefecillo
por más que yo dé la cara,
si se hace el loco y no para
la gente grita, amarillo.

Pero de hoy en adelante
puse fin a ese color,
lo borré del comedor
de la sala, del estante,
y para ser más tajante
juro por San Lazarillo
que tendré listo el gatillo
y el verbo que más taladre,
para mentarle la madre
al que me diga amarillo.

Imagen: Hombre riendo, de Rembrandt.









No hay comentarios: