Otro poema humorístico
de Jorge Adrián
Betancourt
Foto: Zeide
Balada Camps
Después que
publicamos su poema humorístico Cita
seráfica, en la última peregrinación antes del rapto, han sido muchas
las peticiones de nuevos textos de este corte del poeta y trovador Jorge
Adrián Betancourt Quintana (Santiago de Cuba, 1964; radicado en el municipio de Guisa, provincia de
Granma), merecedor en el 2016 del Premio
iberoamericano de décima humorística, y en el 2012 del Premio
Iberoamericano Cucalambé por el poemario Nosotros
los cobardes, escrito en coautoría con Alexander
Aguilar. Gracias a la
fraternal colaboración de Jorge —miembro
de la Filial
del Grupo Ala Décima en la provincia de Granma—, traemos ahora a nuestro espacio otra
hilarante obra.
EL CURDA Y EL
AMARILLO
Desde que yo
era un chiquillo,
aunque me
fascina el rojo,
por
dondequiera que cojo
me persigue
el amarillo.
Me casé
siendo un pepillo
con una
guaricandilla,
nos fuimos
para una villa
por allá por
San Miguel
y en plena
luna de miel
me dio la
fiebre amarilla.
Yo quise ser
pelotero
como Orestes
Kindelán,
incluso tuve
el afán
de viajar al
extranjero.
Jugué el
sior, fui jardinero,
lancé bolas
de nudillo,
y aunque tuve
cierto brillo
porque
entrené con fervor
cada vez que
hacía un error
me gritaban,
amarillo.
No es justo;
yo fui a luchar
a la Ciudad
de La Habana
y hasta vendí
marihuana
en aras de
progresar,
y mi mujer,
un manjar
de la cabeza
al tobillo,
decidió
cambiar de trillo
y se fue con
un trigueño
que para
colmo era el dueño
de un
almendrón amarillo.
Un paquete me
mandó
mi primo del
extranjero,
con un poco
de dinero
y otras
cositas que halló
pero mi sueño
quebró
igual que
quiebra un platillo,
por causa de
un vientecillo
con la furia
de un cohete
el barco con
mi paquete
se hundió en
el Mar Amarillo.
No siempre
tuve esta traza
de borrachín
sin medida,
yo me ganaba
la vida
vendiendo de
plaza en plaza,
y cuando
llegaba a casa
con un peso
en el bolsillo,
en lugar de
un pastelillo
o un manjar
de algo más grato,
tenía que
empujarme un plato
y de
chícharo, amarillo.
Para paliar
tanto mal
tengo el
trabajo ridículo
de parar cada
vehículo
que lleve
chapa estatal,
pero allí me
va fatal
cuando viene
un jefecillo
por más que
yo dé la cara,
si se hace el
loco y no para
la gente
grita, amarillo.
Pero de hoy
en adelante
puse fin a
ese color,
lo borré del
comedor
de la sala,
del estante,
y para ser
más tajante
juro por San
Lazarillo
que tendré
listo el gatillo
y el verbo
que más taladre,
para mentarle
la madre
al que me
diga amarillo.
Imagen: Hombre riendo, de Rembrandt.
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