El destino de un manantial inédito
El pasado mes de mayo, el día 16, cumplió siete décadas de vida el poeta
Cuando el cristal no reproduce el rostro…cuando
quiere detenerse la tarde…cuando muere hecho un rumor el verde…hay que llamar a Waldo
Leyva, entre otras cosas porque se trata de un poeta que se cita de
memoria. Ahora recuerdo De la ciudad y
sus héroes (1974), Con mucha piel de
gente (1982), El rasguño en la piedra
(1995), Los signos del comienzo
(2009) y El rumbo de los días
(2010).Basta con leer un par de veces cualquiera de sus textos para después
adueñarse de títulos, versos y estrofas completas. Esa resonancia de su palabra
ocurre por obra y vuelo de la propia poesía; que en su caso se presenta como
una filtrada expresión del sentimiento, emoción del ayer o parábola del
recuerdo.
Como resultado de una casi
mágica ilusión creacionista, logran unirse poeta, poema, poesía y comunicación.
Lo íntimo se vuelve universal, y lo universal se vuelve íntimo. Pero ojo: la
génesis de esa virtud (imán devorador con
el que cuentan muy pocos autores cubanos vivos) está dada porque en Waldo
Leyva no es el tema lo que busca la emoción, es la emoción la que busca el
tema.
Su maestría textual, donde
también se observan influencias clásicas y más recientes, tiene un aderezo que
no puede pasarse por alto: la visión, que en la obra de este poeta, sin perder
claridad y economía, se identifica así: cualidad irreal y existencia de una
percepción brumosa. Entonces Waldo
Leyva se hace dueño de la palabra exacta. Digamos que se hace dueño de una
palabra que tiene fondo blanco, sólo dable en aquellos escasos hombres que visten
el traje de grandes poetas.
Los poemas suyos que podemos
definir como los más íntimos, dada la secuela del fondo blanco ya mencionado,
adquieren de inmediato una anchura cósmica que despierta fascinación. Para él no existe otro destino que el manantial
inédito, y ese manantial inédito no puede ser una reproducción fotográfica
de la realidad. Hasta en las líneas que podríamos llamar versos “puentes”,
centellea un lazo de unidad entre lo racional y lo irracional; quedando
demostrado con ello que su poesía se levanta sobre un poderoso contenido
psíquico, y que por lo tanto, no es imperativa, es elección.
Pero una cosa es la poesía
en sí y otra bien distinta el lenguaje que se utiliza para hacerla. Descifrar
un poema no es lo mismo que entenderlo. Entenderlo es sentirlo. Y eso,
precisamente eso, es lo que ocurre con la obra poética de Waldo
Leyva. ¿Acaso su poesía tiene forma humana?
Todas esas virtudes interiores conforman de conjunto una obra serena,
concentrada y profunda, donde el poeta se siente vivo y parte activa de la
historia; pero que a su vez lo protege de la intemperie que a diario impone la
propia vida, a veces demasiado filosa y a merced de dimensiones que trascienden
el tiempo real. ¿Qué hacer frente a este drama inevitable? Valga entonces lo
que hace Waldo
Leyva desde que amanece: refugiarse en su propio tiempo, por un lado
transitorio y por otro vital, que es igual a decir la palabra y el espejo como protagonistas de sus días o eras imaginarias.
Este poeta se debate entre la soledad y la sorpresa. Por eso su
principal asidero es y será siempre el enigma, la angustia testimonial que en
un momento determinado lo hace mirar con valentía la parte invisible de la foto; algo que a mí, cuando lo analizo
desde otro ángulo, también me trasmite una esclarecedora sensación de arraigo y
resistencia.
Quien se acerque a la poesía de Waldo
Leyva hallará una esencia artística que aporta alegría estética; identificándose también en ella los nexos entre
el tropo poético, el pensamiento y el conocimiento; pero todo sustentado en los
oficios del amor, la identidad de inalterable
rumbo y el apego consciente a la nación cubana. ¿Percepción de emociones?
Por supuesto que sí, escritas sobre el papel durante muchos años de nupcial
apego a la poesía, cuya dramaturgia integral nos revela además una constante
búsqueda de oxígeno a través de la memoria y el tiempo; sin dejar de apreciar
que para este poeta, maravillosamente paradójico, la memoria y el tiempo forman
parte del porvenir.
Waldo
Leyva es un hombre que vive rodeado de fantasmas. De ahí que recurra a su oscuro esplendor para asumir lo caótico
desde una perspectiva visionaria que deja en un segundo plano las murallas
gramaticales y logra penetrar la verdad con total desnudez de alma, fusionando
los diferentes matices de su voz con un estilo extraordinariamente propio,
despejado de ataduras idiomáticas que le resten autenticidad a los sonidos
interiores, donde el poeta encuentra su única y verdadera salvación.
Ahora dicen que cumple setenta años. ¿Será verdad que los cumple? Tal
vez sí y tal vez no. Pero su verso, desembarazo
y gallardo, no tiene una edad determinada por calendarios de pared. Lo de
ayer parece escrito hoy, y lo de hoy parece escrito ayer, moviéndose con mano
maestra en cualquier molde estrófico, una realidad que le otorga el rango
artístico de poeta entero.
Yo tuve el privilegio de conocer primero al hombre y después al
artista. Poco a poco, y sin precipitaciones o compromisos familiares, me fui
acercando desde adentro al quehacer
cultural de una persona que respira, camina y habla como poeta; hasta
percatarme finalmente de que estaba frente a un gran surtidor de belleza, de
que estaba frente una de las mejores voces poéticas de mi tiempo.
La insurrección de su
palabra, de indudables valores gnoseológicos, filosóficos y lingüistas, tiene
en la síntesis su punto máximo de expresión. Nada puede detener el raudal de
pensamiento que desbordan sus versos, íntimos por dentro y planetarios por
fuera, una mezcla de agua fértil y luz de cielo que los hacen casi naturaleza;
aunque él, quizá volviendo desde un sitio
en el que nunca estuvo, comparta la letra de su palabra como el amigo que
tras la mano franca nos deja el eco de un
roce inocente entre los dedos.
La Habana, Cuba
16 de mayo de 2013
16 de mayo de 2013
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