sábado, 20 de febrero de 2010



Un guajiro
que sueña
despierto


Héctor Gutiérrez encontró en el repentismo el camino para defender las ideas que abrazan su corazón


Por Alina M. Lotti
Foto: José R. Rodríguez Robleda



El escenario lo escogió él a sabiendas de su alma de poeta. Quizás pensó en un cuestionario atrevido, complicado, que no le dejaría espacio para cantar unas décimas. Pero sucedió todo lo contrario. Debajo de un framboyán que sirvió de testigo a muchas de sus historias de niño, Héctor Gutiérrez tenía tantas cosas que contar que enmudecimos frente a sus palabras.

Apenas se sentó. En medio de un patio campestre, justo al lado de ese árbol gigantesco, “ya anciano” que es todo un símbolo para su familia, disfrutó del encuentro de principio a fin. Buscó acompañamiento musical para ponerle ritmo a su poesía, y prefirió hacerlo rodeado también de dos de sus seres más queridos: el hermano, junto a su padre, a quien venera, no solo porque de él lleva su apellido y su sangre, sino porque entre ambos existe una mística que solo ellos pueden explicar.

Lo provoco. Prefiero comenzar con un pie forzado sobre el lugar donde estamos…

“Cuna frente al nacimiento,/ pañal para mi niñez,/ escuela de sencillez,/ cantera para el talento,/ luz para mi pensamiento,/ entre desvelos afines,/ desvelo de tomeguines,/ puerta que ojalá no cierres,/ eso para Héctor Gutiérrez/ es Catalina de Güines”.

¿De dónde te viene el alma de poeta?

“Los Gutiérrez son una canturía. Abuelo Juan era analfabeto, pero tocaba el tres, improvisaba. Tuvo siete hijos, cinco varones, y dos hembras, y todos los domingos nos reuníamos y cantábamos. Desde que tengo tres años hablo clarito, me sentaban arriba de una mesa y yo repetía las mismas décimas. A los 19 años comencé a improvisar en el teatro Mayabeque, de Güines. No lo olvido, fue el 8 de septiembre de 1996, con Pedrito Ramos, así se conoce en el mundo del repentismo a un poeta de Matanzas.

“Creo no lo hice tan bien, porque las muelas, del nerviosismo, se me aflojaron, pero ese día vi que una chispita de pueblo me acompañaba. Yo no era el poeta relevante, pero veían las condiciones del chiquillo atrevido. Antes lo había hecho en el servicio militar, con un compañero, Efrén Amate. Después que los soldados se acostaban, nosotros gastábamos con versos la madrugada”.

Eres repentista… ¿cómo te defines?

“Soy un guajiro que sueña despierto, y en mi mundo soy un improvisador, un repentista que trata de poetizar”.

Además de tus dotes naturales, ¿cómo te cultivaste?

“En el guateque, en largas noches de serenata, en madrugadas borrachas de canturía. Pero aparte de esto, hay que estar actualizado, saber de todo, ¡hasta de medicina!, porque uno no sabe qué va a pasar en la escena, donde, sin dudas, corremos riesgos”.

Entre el canto y la décima, ¿con qué te quedas?

“Tengo una voz que llega, que impacta, pero hace falta que alguien nos enseñe a cantar. No obstante, me quedo con la décima, que quizás me ha enseñado a comportarme como un hombre viejo, a tener una conducta recta, a saber cuál es el camino, a defender los valores de la verdad. Soy un humilde soldado de ella”.

Te he visto muchas veces en las tribunas, en los actos políticos, vinculado a las actividades de la UJC

“Mi padre —dice emocionado señalándolo— me enseñó a amar esta tierra, a Fidel. Soy patriota y admirador de todo lo justo. Fue a partir de la Batalla de Ideas que los repentistas tuvimos la oportunidad de demostrarles al pueblo de Cuba, a la Juventud Comunista y a muchos cuadros, el poder movilizativo de la décima, y hemos puesto muy en alto, como se lo merece, el nombre del Indio Naborí, Jesús Orta Ruiz, ejemplo de revolucionario, improvisador de pueblo, cuando realmente el repentismo no gozaba de gran reconocimiento social.

La Juventud nos ha dado el apoyo, y en la actualidad el 80% de los actos políticos cuentan con los grandes exponentes de este arte. Quizás por todo ello en el 2004 fui delegado al VIII congreso de la UJC y seleccionado miembro de su Comité Nacional, privilegio que ningún repentista tuvo antes.

“Hoy está claro que suena un laúd en una tribuna y ya la gente está al tanto, esperando lo que vas a decir. Es emocionante vivir eso. Pero lo mejor que tengo, y mi tesoro, es la confianza que han depositado en mí y a la cual no fallaré”.

Si tuvieras que hablar de un repentista que haya influido en ti…

“Debo hablarte de dos faros; de Francisco Pereira (Chanchito), él ya murió pero fue muy importante para los improvisadores de mi generación. El otro es José Enrique Paz, a quien agradezco sus enseñanzas, consejos, exigencias”.

¿En qué te inspiras?

“En los valores humanos, en mi tierra, en el mundo de las canturías, en la Revolución”.

Háblame de la familia que has creado…

“Tengo dos niñas, Claudia y Laura. Quiero contarte una anécdota que tengo con la primera de ellas. El sábado 25 de mayo del 2002 Fidel participó en una de las tribunas que se hicieron por aquella época. Estuvo muy contento y en la noche invitó a una cena a todos los artistas. A las tres de la mañana alguien le pidió que le escribiera en una servilleta una dedicatoria, luego todo el mundo se empezó a levantar y yo fui el último.

“Yo le dije, Comandante, escríbale a mi hija que tiene dos años y ocho meses. Y él puso: ‘Para Claudia Gutiérrez estas líneas para cuando entre en la escuela, como una constancia de mis sentimientos de amistad para tu gran padre que brilló como una estrella un día glorioso en la tribuna abierta de Sancti Spíritus … Lo demás él te lo contará muchas veces, esperamos de ti una inspirada artista, hasta pronto, besos…’ Y hoy a siete años y un poquito ella está cumpliendo su profecía: integra un grupo de danza y baila hermosamente”.

¿Algo te falta por hacer?

“Quisiera hacer un libro que recoja las vivencias de la historia del repentismo, las hay pícaras, tristes, amargas, feas”.

¿En qué lugar de Cuba prefieres cantar?

“El repentismo es algo espiritual. Hay lugares que tienen magia para cantar. Me gusta hacerlo en el entronque de Herradura, en Pinar del Río, en Jagüey Grande, en Matanzas, y en Güira de Melena, un pueblo habanero que ama la décima, y donde tengo una peña campesina el cuarto domingo de cada mes”.

Vamos a terminar como empezamos. Te propongo este pie forzado… bajo un framboyán.

“Con la décima empecé, / esta entrevista sagrada,/ no hay laúd y no hay tonada, / pero está el amor de pie, / todo lo que te expliqué, / es la esencia de mi afán, / y hoy que tus ojos están/ mirando una verde alfombra, / nos sirvió tragos de sombra/ la mano del framboyán. ”



Versión original en
Trabajadores digital


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