El Indio Naborí
en privado
Vaya idea de los padres de Naborí de ponerle por nombre de pila una pila de nombres. Entre ellos, los dos primeros son Sabio Jesús. Doy fe de que esos señores no se equivocaron y que Jesús Orta Ruiz mereció este apelativo, y que era asimismo un hombre sabio.
Yo lo conocí una tarde de 1987 en el pasillo frente a la escalera central de
A poco lo visité en su casa de 13 y 8, en El Vedado. Allí conocí a la fantástica Eloína, con quien tuve una afinidad de amor maternal a primera vista, como si fuese yo un hijo más. Naborí me mandó a pasar a su gabinete, muy bien montado, con máquina de escribir sobre un serio buró lleno de libros en orden y papeles colocados en perfecta disposición, anaqueles cargados de volúmenes y un aire acondicionado que hacía aún más grato el recinto. Esa tarde, solos, charlamos hasta el cansancio, y advertí que aquel hombre invidente no era el mero repentista de fama nacional, no era sólo el cantante de décimas admirado por mi madre y miles de cubanos, no resultaba un inculto versificador, sino que era con propiedad el autor refinadísimo y de vasta cultura sobre la poesía, que había escrito ya los diez sonetos maravillosos de «Una parte consciente del crepúsculo», y las elegías finísimas a su hijo muerto en la década de 1950. Tenía delante a un señor poeta, a un intelectual de mérito y grande devoción por la poesía, pero asimismo a un hombre modesto hasta donde lo puede ser un poeta legítimo, de trato sencillo y cordial. Para colmo, Eloína Pérez se apareció en el medio de la charla con un té, de los más sabrosos que he tomado en mi vida. De modo que salí de aquella casa flotando, el mundo me pareció más bello, la humanidad un gran acierto de Dios y yo quedaba mucho más reafirmado en mi fe por la poesía.
La verdad es que desde entonces y hasta la muerte de Naborí en diciembre de 2005, nos unió una amistad desbordada. El viejo me tomó un cariño devoto, ¿cómo podía ser que me admirara, según me decía, cuando el que tenía que ser admirado era él? Me propuse ayudar a cambiar el punto de vista negativo acerca de Naborí que pesaba sobre la ineficaz crítica de poesía del momento, demasiado preocupada en los esplendores extraordinarios de Orígenes, en especial de Lezama y su barroco apoteósico, y que subestimaba de manera notoria al que comencé a llamar «el decimista más importante del siglo XX».
Sí, esta frase la dije por primera vez en 1991, y la escribí en ocasión del Primer Encuentro Festival de
Cuando lo visitaba en su apartamento, prefería recibirme en el balcón-terraza, pues solía haber otras personas invitadas al diálogo, o quizás porque se le rompió el aire acondicionado, o los apagones del naciente «período especial» no permitían disfrutar del sabroso aire frío. Lo cierto es que allí nos dimos citas el ya mencionado Leyva, Alexis Díaz Pimienta, entonces bisoño pero ya evidenciaba su talento, Adolfo Martí Fuentes, y siempre un grupo de decimistas que reverenciaban a Naborí como a un sacerdote.
Pronto el encuentro internacional de la décima se desplazó al escenario de Las Tunas, donde las Jornadas Cucalambeanas se habían consolidado como la mayor fiesta sobre tradiciones campesinas del país. Naborí era un asiduo a ellas. Recuerdo cuánto lo afectó el diálogo que sostuvo con el entonces joven investigador tunero Carlos Tamayo, principal investigador sobre la figura de El Cucalambé, cuando este demostró que la edición de las Poesías completas del bardo tunero, que Naborí formó con devoción, poseían y poseen errores de bulto, cambios injustificados y otras inexactitudes, comparada con la edición príncipe de los poemas cucalambeanos. A la larga, ambos llegarían a ser amigos. Pero Naborí se sintió tocado y quiso justificar lo injustificable. Hombre generoso, no puso en lo sucesivo reparos a las correcciones que poco a poco iba haciendo Tamayo, fruto de sus investigaciones.
En 1992 se dio la ocasión propicia para entregarle a Naborí el Premio Nacional de Literatura. En el Jurado, Rafael Alcides Pérez era el principal defensor de la idea, porque se premiaría así por vez primera a un hombre surgido de la poesía popular, del decimismo repentista cubano, devenido por su tesón y calidad poética uno de los más brillantes poetas cubanos de la hora. Por supuesto que mi voto estaba asegurado, pero no el de Sacha (Francisco López Sacha), que llevaba como candidato al magnífico teatrista Abelardo Estorino (con una nominación, la de Sacha en
Tres años después, volví a ser Jurado del mismo Premio, esta vez acompañado por Ángel Augier, Gustavo Eguren, Waldo Leyva y Rafael Acosta de Arriba. La reunión solo duró diez minutos. El Premio Nacional de Literatura de 1995 le fue otorgado a Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí. El asunto tuvo una repercusión nacional que a nosotros mismos nos sorprendió. No recuerdo otro Premio, ni antes ni después, que tuviese el aplauso unánime de la prensa radial, televisiva, escrita y del pueblo cubano. A la sazón, iba con Naborí hacia un pueblecito de la provincia de
Como ha dicho su hijo Jesús, el asunto del Premio le prolongó la vida a Naborí, quien había sufrido una recia operación del corazón a pecho abierto en 1992. Esa operación le duró doce años, era necesario volverlo a operar pero no lo hubiese resistido. Su corazón se apagó como el de un buen Jesús, tras las Navidades, el 30 de diciembre de 2005. Para entonces, ya vivía en la casona de la calle 8, que yo en broma llamaba «el Ministerio». Nunca pudo verla dada su ceguera, pero no importa, la casa lo vio a él y le dio cálido hospedaje.
Naborí fue un Libra muy distraído, nacido el 30 de septiembre de
En una ocasión lo invitaron a un acto oficial en el Instituto Superior de Arte. Naborí llegó puntual, conducido por Eloína, quizás sin la debida cortesía lo sentaron en la segunda fila, pero él se dispuso con modestia a escuchar lo que allí ocurriría. En esto se presentó el Presidente de
Creo que su mejor legado está en los volúmenes Desde un mirador profundo (1997) y Cristal de aumento (2001), pero Naborí fue un poeta político de relieve y un raro poeta de «ocasión», término que puede compilar todo su repentismo decimista y las decenas de sonetos y otros textos que escribió por solicitudes o para ocasiones determinadas, políticas o sociales. La controversia del siglo, con Angelito Valiente (1955), tan bellamente reeditada por el Dr. Maximiano Trapero en Canarias, es un hito de la poesía popular improvisada del siglo XX.
Yo no puedo recordarlo ya solo como autor y poeta-padre, sino como el amigo insustituible lleno de delicadezas. Recuerdo que cuando me dieron la noticia de su fallecimiento, busqué rápidamente un taxi y le pedí al taxista que por favor me acercara a
Tomado de Cubaliteraria
1 comentario:
Jesús Orta Ruiz (El indio Nabori)
¡Que bien supiste decir
lo que tu padre no dijo!
¿Qué paradoja, acertijo?
Indio pudiste escribir,
con diez alas para ir
al templo de La Espinela.
Ahí permanece en vela
junto a tu canto, las rimas,
desde la altura: esas cimas
por donde tu verso vuela.
Agustín Dimas López Guevara
adlguevara@gmail.com
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