sábado, 15 de noviembre de 2008


Dos
poemas:
una
plegaria



Estudio comparativo de las semejanzas

entre los poemas Plegaria a Dios,
de Gabriel de la Concepción
Valdés
(Plácido) y Plegaria del hereje
(texto inédito próximo a aparecer
en la revista cultural Quehacer)
del autor tunero Argel Fernández



Por Lucy Maestre
Especialista de la
Editorial Sanlope,
del Centro Provincial del Libro
y la Literatura, de Las Tunas


Dos hombres conversan con Dios. Dos hombres en un cuadro único que traspasa tiempo y espacio. El uno, escribe su ruego en 1844 cuando iba a ser fusilado, el otro, en pleno siglo XXI, descreído de todo, decepcionado; ambos, con la mira puesta en el Creador. Repentista y poeta ocasional el primero, mulato, de oficio peinetero, nacido en La Habana en 1809, hijo bastardo de un peluquero mestizo y de una bailarina española: Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido). El segundo, poeta y narrador, de formación masónica, nacido en Puerto Padre en 1963: Argel Fernández Granado. Autores de “Plegaria a Dios” (Bueno; 1963:108) y “Plegaria del hereje”, respectivamente. Sin pretensiones de establecer un paralelismo a ultranza encontramos semejanzas en ambos textos.

El tema tratado por los dos es el mismo: la necesidad de la protección Divina, Plácido para demostrar su inocencia, y Fernández Granado porque necesita ser conducido, guiado por el camino del Bien. En ambos textos podemos identificar al autor con el sujeto lírico sin pecar de autobiografismo, por razones obvias.

Poemas místicos los dos, tienen el mismo asunto: aceptar la voluntad del Todopoderoso.

En “Plegaria a Dios”, Plácido dice:

Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío; (Bueno; 1963:108)

En tanto que Fernández Granado en “Plegaria del hereje” invoca:

Condéname al silencio si te provoca ira/ esta hereje plegaria (…) / Pero no dejes nunca de alimentar la pira/ donde quemo el pecado (…) hazme volver al polvo, volar en torbellino.

La utilización de adjetivos —más profusa en Plácido, según la usanza de la época— se revela de la siguiente forma: en “Plegaria a Dios” se usa el adjetivo-epíteto, observemos los siguientes ejemplos:

insondable eternidad, eternal sabiduría, clara transparencia, calumnia impía, cadáver frío, Suma Omnipotencia, Dios poderoso —y puede funcionar como tal— madre cándida, dulce y amorosa. (Bueno; 1963:108)

En “Plegaria del hereje”, su autor refiere:

pecho cansino, tierra exhausta, estéril protesta, místicos matices, filo promisorio, fe renovada y viril, secretos designios, hereje plegaria.

El carácter de ruego, de súplica, de invocación, es obvio en todo el poema, mas, fijémonos en el siguiente ejemplo de Plácido:

rasgad de la calumnia el velo odioso; / y arrancad este sello ignominioso con que el mundo manchar quiere mi frente. (Bueno; 1963:108)

La muestra de “Plegaria del hereje” dice: quítame de los hombros la cruz del desconsuelo / enséñame la ruta más corta del camino.

El uso del modo imperativo ofrece similitudes en ambos textos:

“Plegaria a Dios”: extended vuestro brazo (…) / rasgad de la calumnia (…) / arrancad este sello (…) / Cúmplase en mí (…) (Bueno; 1963:108)

“Plegaria del hereje”: se usa el verbo con pronombre enclítico para exhortar, ordenar o suplicar:

quítame de los hombros la cruz, enséñame la ruta, Vuélvete, alúmbrame la senda, enciéndeme la zarza, recoge mis pedazos, hazme volver al polvo (…)

En “Plegaria a Dios” obsérvese el uso del pronombre personal vos en las primeras estrofas y en los últimos versos, con un tono ya más cercano, el uso del tú: Mas, si cuadra a tu Suma Omnipotencia / (…) suene tu voz / (…) Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío… (Bueno; 1963:108)

En “Plegaria del hereje” hay un acercamiento mayor entre el poeta y Dios, logrado tanto a través de la segunda persona del singular como de los pronombres enclíticos, sin que por ello pierda el tono solemne, de respeto y adoración:

(…) tú me conoces, acércate, disponte, condéname.

En cuanto a lo morfológico ambos textos usan versos de arte mayor:

En “Plegaria a Dios” estamos ante una oda formada por sextinas, con versos endecasílabos que riman el primero con cuarto y quinto y el segundo con tercero y sexto.

“Plegaria del hereje” está formado por cuatro décimas de versos alejandrinos que siguen el esquema tradicional de la rima de la espinela clásica logrando una combinación armoniosa.

En ambos poemas existe una perfecta adecuación entre el pensamiento y la forma, manteniéndose hasta el final el canto austero, sencillo y al mismo tiempo majestuoso.

Se debe señalar que en el poema de Plácido hay ciertos descuidos formales: la rima en encia aparece en dos sextinas, igual que la rima en io. El adjetivo impío se repite en su forma femenina impía. Sin embargo la musicalidad del texto no deja ver estos defectos. En el caso de Fernández Granado, este nos ofrece un texto formal y lingüísticamente más depurado, se aprecia un ligero sonido cacofónico en místicos matices por la resonancia del fonema nasal m pero esto es salvado por la inusitada belleza de la imagen literaria.

Hay un predominio del tono solemne, y un sentimiento de dolor. Plácido porque desea, más que vivir, demostrar su inocencia, Fernández Granado —que se siente indigno de invocar a Dios: él mismo se proclama, paradójicamente, hereje— porque necesita ser acompañado, alumbrado, iluminado, protegido. Subyacen en ambos textos unas fervientes ansias de libertad.

En “Plegaria a Dios” el autor la alcanzará aunque sea en la muerte, pues en la vida lo han calumniado y solo apela a la absolución Divina.

En “Plegaria del hereje” se desea obtener la libertad en la vida, vencer el mal, como hizo Job:

Vencer como Job mismo la maldad (…) Aquí, el poeta quiere ser el agua de la fuente que bebe el hombre en su peregrinar por el mundo, para calmar su sed y para ser libre; hay un desbordamiento en estos emotivos y hermosos versos:

Ansío ser el agua que el peregrino bebe / de la fuente sin dueño, para calmar su sed.

La frescura del agua se siente y hay reminiscencias del místico San Juan de la Cruz en esta zona, con la sencillez e ingenuidad de las grandes cosas. El agua como elemento natural es una imagen recurrente en ambos poemas: en “Plegaria a Dios” la mención del mar y del río:

Todo lo puede quien al mar sombrío / olas y peces dio, (…) movimiento al río. (Bueno; 1963:108)

Es evidente la alusión al movimiento de las aguas que se corresponde con el pensamiento filosófico de Heráclito. Recordemos que los chinos han hecho de las aguas la residencia específica del dragón a causa de que todo lo viviente procede de las aguas.

En “Plegaria del hereje”—en el que aflora el estilo martiano— se expresa: enseñar a los peces como romper la red, verso que entraña una ardorosa sensación libérrima, como el que sigue:

brotar junto al trigo a través de la nieve.

La mención de estos componentes produce una cercanía con el poema martiano “Yugo y Estrella” cuando el Apóstol dice:

Pez que en ave y corcel y hombre se torna, aludiendo a que el hombre, el Homagno generoso se transforma a partir del líquido primigenio. (Martí; 1973:66)

En los Vedas las aguas reciben el apelativo de matritamah (las más maternas), pues al principio todo era como un mar sin luz y volvamos un momento a los versos de “Plegaria a Dios” que dicen:

Todo lo puede quien al mar sombrío / olas y peces dio. (Bueno; 1963:108)

En la India se considera el agua como sostenedora de la vida que circula a través de toda la naturaleza en forma de lluvia o savia:

mientras dono mi savia al suelo en que viví, dice un verso en “Plegaria del hereje”.

En este poema ofrecen un bello contraste los términos agua / sed, peces / red, trigo / nieve.

El empleo de los infinitivos en presente:

enseñar, brotar, romper, calmar, vencer,

le otorgan dinamismo y verosimilitud a los versos y es notorio que estando tan cerca unos de otros no produzcan cacofonía, más bien resultan anafóricos.

En los tres textos: “Plegaria a Dios”, de Plácido, “Plegaria del hereje” de Argel Fernández Granado, y “Yugo y Estrella” de José Martí, aparece el pez que es poseedor también de un gran simbolismo.

En los ritos asiáticos se adoraba a los peces y a los sacerdotes les estaba prohibido comer pescado, pero el pez es también el barco mítico del destino, huso que hila el ciclo de la vida, siguiendo el zodíaco lunar. Tiene sentido fálico, mientras otros le atribuyen una significación estrictamente espiritual. Posee una naturaleza doble: por su forma de huso es una suerte de pájaro en las zonas inferiores y símbolo del sacrificio y de la relación entre el cielo y la tierra. Entre los babilonios, fenicios, asirios y chinos representa la fecundidad. Los caldeos representaban un pez con cabeza de golondrina, anuncio de la renovación cíclica del cosmos.

Llama la atención que en “Plegaria del hereje” el poeta quiere que sobre su promontorio le nazcan violetas, emblema de la sencillez, y enfatiza su humildad con la utilización del adverbio “sencillamente”, usando un pleonasmo ex profeso que acentúa lo ritmático del verso. La segunda y la última décimas comienzan con verbos que exhortan y ruegan:

Vuélvete, en el primer caso y condéname, en el segundo, ofreciendo una contraposición de ideas muy singular como recurso literario.

Ineludibles las reminiscencias bíblicas: la serpiente que simboliza el mal:

Sin ninguna serpiente que malguíe mi mano,

contraponiendo esta imagen a la que le sigue:

cuando lleguen las lluvias y florezca en abril; otra vez la mención del agua, la lluvia, las flores, lo estival.

Obsérvese además el vocablo parasintético malguíe, que refuerza la imagen de la maledicencia de la sierpe.

El silencio como forma de negación de la vida, de la palabra, como castigo, se evidencia en los últimos versos del poema de Fernández Granado:

Condéname al silencio si te provoca ira; el poeta ofreciéndose humilde ante la voluntad Suprema, y luego la disyunción:

pero no dejes nunca de alimentar la pira / donde quemo el pecado).

El reconocimiento de la insignificancia humana ante Dios:

saber que soy minúsculo.

Solo alimentado con el fuego sagrado logrará saciar el autor su anhelo de poeta con voz de campesino, y hay aquí una alusión a la tierra que en zonas anteriores ya se había hecho, la tierra en relación con la vida y también con la muerte.

Es insoslayable la mirada a la primera redondilla del poema mencionado:

Para llegar erguido adonde está Caronte / me convertí en retoños, hojarasca y raíces, / fui Yagruma y fui Ceiba de místicos matices / y cañada, que fresca sajó el pecho del monte.

Versos referenciales por cuanto ofrecen una serie de elementos a tener en cuenta, en primer término, la referencia a la mitología griega:

Para llegar erguido adonde está Caronte: la imagen de la muerte, Caronte es el encargado de transportar el alma de los muertos hasta el Hades, luego la metamorfosis del hombre que se convierte en retoños, hojarasca y raíces, componentes vitales de la tierra, hasta llegar a ser Ceiba, palo mayor del monte según el culto yorubá, y Yagruma: la dualidad del ser humano, su carácter ambivalente, el Mal y el Bien, el maniqueísmo presente en todo lo terrenal. Simbiosis cultural de lo clásico con lo panteísta en una agradable personificación, donde aparece por primera vez el agua en todo el poema, agua de la cañada, que abre surcos laberínticos en el pecho del monte, que es el hombre.

Poemas únicos en su singularidad y parecidos en su esencia, en el espíritu.



BIBLIOGRAFÍA

Bueno, Salvador: Historia de la Literatura Cubana, (La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963).

Martí, José: El Monte de Espumas, (La Habana, Editorial Gente Nueva, 1973).

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