lunes, 17 de noviembre de 2008


Conozca
a Cuba primero
(Segunda
parte y final)

Por Ricardo Riverón Rojas
(Puede ver aquí la primera parte)




-I-

«Conozca a Cuba primero y al extranjero después». En mi caso particular puedo decir que gracias a la literatura pude concretar, por carambola, lo que aquel mensaje proponía: fui al extranjero por primera vez en 1988 (a un país que se llamó la URSS, y más tarde a otros) luego de recorrer toda Cuba en alas de la poesía. Pero ni crea alguien que mi paso por Cuba se materializó únicamente en hoteles y que cada jornada cerró siempre ante una buena mesa, con una copa de buen ron (o de cerveza) en la mano.

Afirmo sin vacilación que de Cuba lo que más me gusta son sus pueblos, no sus ciudades, aunque también me gustan sus playas, montañas y ríos. Manicaragua, Corralillo, Cifuentes, Cruces, Zulueta, Camajuaní, Taguasco, General Carrillo, Remate de Ariosa, Manajanabo, Calabazar de Sagua, Jibacoa, Rancho Veloz, Contramestre, Baire, son algunos de los lugares que he visitado (sin hotel, pero con albergue) y donde Cuba le expresa al visitante una dimensión social que, lejos de lo suntuoso y al amparo de cierta ingenuidad literaria, concreta algo que me gusta denominar «poesía en estado puro». Y es que en esos ámbitos el influjo a veces desvirtuador de las instituciones y las pujas por los protagonismos —habituales en las ciudades— son sustituidos por una conmovedora conciencia de grupo absolutamente desconocida por el canon literario de la nación. En esos pequeños espacios (¿urbanos?) los creadores, la mayor parte hermanados en torno al taller literario, concretan relaciones de solidaridad y camaradería ejemplares, sumadas a una pluralidad de miras pocas veces vista en los grandes ruedos, donde la mayoría se preocupa por la preponderancia de su «escuela» y el ninguneo de las otras tendencias. El poeta y ensayista camagüeyano Roberto Méndez, recientemente emigrado a La Habana, me caracterizó el espacio capitalino como «una cámara de Shaolín», donde tú nunca sabes de dónde te llegará el golpe y debes disponer siempre de una réplica al alcance de la lengua. Y no olvidemos que el caballero Méndez, como vimos antes, no procedía de un tranquilo Edén provinciano, sino de la siempre caldeada y bullente Camagüey.


-II-

En el año 2006, gracias a haber publicado tres libros, fui invitado a la feria del libro de Santiago de Cuba, y al llegar supe con alegría que me habían programado también para Contramaestre. Llegué al inquieto pueblo y los inefables Eduard Encina y Orlando Concepción me informaron que debía impartir una conferencia con el título de: «El editor, entre la responsabilidad y el compromiso». ¡Mire usted! Seguramente el lector no desconoce la maliciosa connotación sexual de la palabra «compromiso». Pues parece que el enunciado atrajo a cierto público que esperaba de mí otra cosa: tal vez revelaciones personales imposibles, dada mi estricta filiación heterosexual. Una mínima parte de ese público casi sale defraudada de mi conferencia, pero al final el diálogo fue intenso y extenso, con un único tema: la difícil y poco reconocida labor de los editores.

Aquel día también me divertí mucho al comprobar que un libro de un tal Tobías J, que tiempo atrás viera yo en algún anaquel con el aval del Premio Calendario, en realidad no había sido escrito por el tal Tobías J, sino por Eduard Encina. Resulta que por culpa de una de esas «pequeñas erratas de edición» el cuaderno no se publicó con el nombre del autor sino con el seudónimo que usó para concursar. ¡Acabáramos! Fue una de las jornadas que más agradezco de aquella feria santiaguera, pues supe del Café Bonaparte de Baire, donde el fervor literario (y patriótico) parece poseer la misma intensidad que el que llevó a la gente de ese pueblo a levantarse en armas contra el dominio español el 24 de febrero de 1895, solo que esta vez blandiendo la computadora, no el machete. Es un grupo admirable que merecería algo así como ser «de referencia nacional», para usar uno de los rótulos de moda con que en Cuba la burocracia denomina algunas cosas que se hacen simplemente bien y con entrega.

Al hotel La Ciguaraya, del municipio pinareño de La Palma, llegamos en mayo de 1993. En esa instalación se desarrollaría la reunión nacional de los responsables de Literatura de las provincias. Recuerdo, entre todos aquellos escritores-editores-funcionarios a: Juan Nicolás Padrón, José Pérez Olivares, Jorge Timossi, Omar Felipe Mauri, Edel Morales, Lesbia de la Fe, Agustina Ponce (entonces dirigía Ediciones Matanzas, no Vigía), y Alfredo Galiano, del pueblo sede, aunque dejo de citar a muchos. La reunión duró tres días. Y en esas pocas jornadas fuimos deleitados en todos los turnos de comida con un menú invariable y de lujo: tasajo con boniato.

Recuerdo lo mucho que comentamos, casi jocosamente, que con ese rancho los hacendados de la sacarocracia cubana alimentaban a sus esclavos en las plantaciones cañeras e ingenios. No sé los demás, pero yo disfruté aquel menú de esclavos como si fuera faisán, sin aburrirlo. Estábamos en 1993: la «fibra» brillaba por su ausencia y sabían preparar ese plato tan cubano llamado «tasajo brujo».

Pero donde sí los pinareños «botaron la pelota» fue en una actividad nocturna que montaron en el cabaret del hotel (cabañas de madera rústica empotradas en unas discretas elevaciones); en dicho cabaret, psicodélicamente concebido dentro de una cueva, pudimos degustar, al increíble precio de un peso por unidad, algo así como el equivalente a la cuota de cervezas de una década y media. ¡Fue apoteósico aquello! El buen amigo Omar Felipe Mauri, tras la segunda o tercera cerveza, se trazó la altruista meta de que a ninguno nos faltara el hidromiel (quizás por ese cubano pánico de que todo se acabe de un momento a otro) y el único dato cuantificable para registrar su amabilidad consigna que el número de rondas a que nos invitó —a todos sin excepción— tiende a infinito.

Lo más trascendente de dicha reunión, sin embargo, fue el anuncio de un nuevo proyecto editorial: la colección Pinos Nuevos, que gracias a la solidaridad de un grupo de escritores argentinos, concretó para aquella primera vez la publicación de cien títulos de autores inéditos. Al pensar en ello me parece mentira: eran años en que todo se venía abajo, pero la solidaridad suele romper barreras más altas que las que teníamos delante de los ojos, aunque la moda fueran otros derrumbes.

Asistíamos a la Jornada de la Poesía Espirituana correspondiente a 1997. Todo se había desarrollado de acuerdo con la metodología de esos maratones poéticos, en ocasiones aburridos y solo con nosotros mismos como público, cuando alguien nos comunicó que nos llevarían a una cooperativa de producción agropecuaria en Arroyo Blanco, cerca de Jatibonico. En dicho sitio nos agasajarían con un almuerzo a condición de que hiciéramos una controversia. No logro precisar quién, con suma osadía, propuso que los poetas invitados organizáramos una competencia hablada, pues como algunos tenemos el oído cuadrado, cantar hubiera sido una agresión.

El tema obligado para esa competencia, que se fijó por consenso, fue «hablar mal de Sosa». Es probable que algunos no identifiquen que me refiero a Manuel Sosa, el excelente poeta oriundo de Meneses, ganador de los premios David y De la Crítica, unos años antes, con el libro Utopías del reino, «primer libro inglés escrito en Cuba», según lo calificara Alpidio Alonso. Sosa reside hoy en Estados Unidos, pero aunque viviera en otro planeta y piense (como piensa) distinto que muchos de nosotros, espero que recuerde con deleite aquella jornada y que, por encima de cualquier otra consideración, siga siendo el mismo buen poeta de siempre. «Darle cuero» a Sosa, como se dice en buen cubano, se convirtió en el atractivo principal de la mañana. Como había una atendible presencia de representantes de la poesía gay, nos dividimos en dos bandos: el Azul y el «Rosadito Pálido» —cada bando escogió su nombre—; y así empezó la puja.

Como es costumbre en los poetas improvisadores, cada cual debió escoger su seudónimo. Cito los que más gracia me causaron: el propio Sosa se autodenominó «El Zorzal de Meneses» mientras el poeta-camionero Alberto Sicilia se hizo llamar «El Clarín de Cabaiguán» y Yamil Díaz —quien injustamente se llevó el premio— respondía por «El Quetzal de Santa Clara». El seudónimo de Antonio Rodríguez Salvador (Chichito) no lo recuerdo, como mismo no recuerdo el del exageradamente parsimonioso Manuel González Busto, que nunca logró, dada su desesperante lentitud, completar dos octosílabos. El premio, que consistía en el rabo del puerco asado y una cerveza adicional, se decidió por votación, y como dije antes, le fue otorgado a Yamil Díaz… Pero juzgue el lector si no tengo razón en pensar que le debió corresponder a Chichito. Por suerte mi memoria archiva las dos décimas:

La de Yamil:

Una vieja orangután
que dio a luz hace tres meses
parió al Zorzal de Meneses
y al Clarín de Cabaiguán.
Pero los zorzales han
de tener clara una cosa:
óyeme bien, Manuel Sosa,
zorzal solo en apariencia,
no hay ninguna diferencia
entre tú y una tiñosa.

La de Chichito:

Busca un santero cualquiera
que te recete un arbusto,
porque te pegaste a Busto
y él te pegó la bobera.
Y busca una «verijera»
para taparte la cosa,
pues ya dijo Vargas Llosa
que en tiempos de picazón
el que no tiene jabón
se puede bañar con Sosa.

En esa misma jornada tuvimos una situación similar a la del hotel La Ciguaraya, pero esta vez el menú solista no fue tasajo con boniato, sino mortadella. En desayuno, almuerzo y comida la degustamos (no digo que con placer) tanto en salsa, como frita o sin más procesamiento que el que tenía al salir de la empacadora. Fueron tres días de intensa devoción «mortadellista». Pero no todo en el evento tuvo ese corte, porque la carencia gastronómica fue suplida con la excelencia editorial: el poeta Esbértido Rosendi Cancio, que había recibido recientemente el título de Poeta de la Ciudad, nos obsequió una bella colección con los últimos títulos publicados por Luminaria, la editorial que él fundara en 1990. La décima, como era de esperar, apareció en algún momento:

Si Río tiene a Ipanema
y Londres tiene el Big Ben,
Sancti Spíritus también
ha descubierto su emblema.
Rosendi, en un buen poema
dijo en forma lapidaria
que ya cree necesaria,
aunque no resulte bella,
la colección Mortadella
de Ediciones Luminaria.


-III-

Cuba no es solo su paisaje rural o pueblerino, ni sus ciudades repletas de luz, deterioro urbano y sabor. Cuba es, sobre todo, su Humanidad, que no pacta con la muerte y le disputa de tú a tú, desde el discurso cultural, la luz a los días. Sin hoteles o con hoteles; con playas o sin ellas; con manjares o picadillo de soya; en guaguas, trenes lecheros o camellos nuestra voz no se detuvo ni se detendrá, porque nace de una fuerza expresiva que acumula sensaciones, fuerzas e ideas heredadas de quienes nos pensaron como nación, a la que seguimos dando cuerpo e inteligencia. Una nación por momentos virtual, apenas entrevista; toda espíritu; conjugada en futuro imperfecto, pero digna. A Cuba la queremos como esa nación donde el Hombre pueda ser quien debe ser y no el que los objetos (o los gastados paradigmas y entelequias) les dictan desde las calcomanías sociales que se creen el universo.

No creo que exista alguien con mediano sentido de la justicia que le niegue a este país su capacidad para preservarse, paradójicamente, en activo estado de hibernación intelectual, hasta que sus hijos aprendamos bien (además de que nos dejen) incorporarle a nuestras vidas el bienestar material inmediato que, lastimosamente, sigue faltando. Somos una nación pobre y empobrecida por complejas coyunturas políticas que duran ya siglos, donde la interferencia externa carga un altísimo por ciento de culpas, aunque no todas.

Pero somos también un pueblo rico en ideas, millonario en creatividad y energía, en ansias de crecer. Y por eso mismo hoy, cuando muchos ven en otras latitudes las esperanzas para escapar de las atenazadoras carencias, yo, que he estado en varios sitios y no condeno a nadie por escoger el mundo donde desea vivir, retomo sin pudor aquel eslogan de 1960 y no vacilo en recomendarle a cualquier cubano que quiera escucharme: siempre que el transporte se lo permita, aunque sea sin hotel, ron, cerveza y con menú rústico y reiterativo, conozca todo lo que pueda de Cuba, primero, y al extranjero después.

Santa Clara, 25 de octubre de 2008


Tomado de Cubaliteraria

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