martes, 1 de abril de 2008


Jesús Orta Ruiz,
el Indio Naborí

Entre la bandurria
y el espejo


(Entrevista realizada en el 2002,
cuando Naborí cumplió 80 años)


Por Pedro Péglez González
Foto: Tamara Gispert

Llegué, a la hora acordada para la entrevista, a su casa en el Vedado, donde paradójicamente se respira el “entre, y perdone usted” de los hogares campesinos. Cariñosa como siempre, me abrió la imprescindible Eloína, cuya amante misión de lazarillo ha cantado el poeta: ¡Ay, quién me diría que/ los ojos que ayer canté/ hoy fueran mis propios ojos!

-Naborí viene enseguida -disculpó la no presencia de su Jesús en la sala, mientras me acomodaba en un sillón- …es que anoche no durmió bien, por los malestares que tú sabes.

Sin embargo, en menos de diez minutos, del brazo de Eloína ya venía el Indio sonriente, inventándome en versos un inusual saludo:

-Primera vez en la vida/ que tú me encuentras dormido/ como un arcángel caído/ y dormido en la caída.

Para añadir de inmediato a la risa colectiva:

-Y luego tú dices que ya yo no improviso.

Por supuesto que todo era broma, porque ni estaba dormido, ni se considera arcángel -mucho menos caído- y porque él sabe que yo no he dicho que ya no improvisa: Aunque hace muchos años que no puede ejercer profesionalmente el repentismo, ese es un don que el poeta no pierde con la ausencia de los escenarios.

En su partida de nacimiento dice que el 30 de septiembre de 1922 vino al mundo un niño al que inscribieron como Sabio Jesús Orta Ruiz. Pero de su primer insólito nombre -¿inconsciente vaticinio?- no tuvo noción Naborí hasta que hizo falta, ya adulto, sacar certificado para algún trámite perdido en la memoria.

-Yo pensaba -comenta- que me habían puesto Jerónimo Jesús, porque el 30 de septiembre es el día de San Jerónimo en el santoral. Muchas veces firmé así: Jerónimo Jesús. Cuando supe lo de Sabio me pareció muy raro, porque ese no es nombre. Fíjate que no hay San Sabio. Luego, en la universidad, lógicamente había bromas con eso. Raúl Roa, que fue profesor nuestro, hacía preguntas en el aula y a veces me señalaba: “¡Arriba, Sabio!” También a veces sucedía que yo no respondía bien, y entonces me decía: “Hoy no le hiciste honor a tu nombre”. Bueno, tú sabes cómo era Roa de ocurrente.

UNA DICOTOMÍA INTERACTIVA

Desde temprano en la vida, poesía y comunicación social germinaron en él como una dicotomía interactiva. Se sabe que de niño comenzó a improvisar versos en las canturías. Ya adolescente, publicó sus primeros poemas escritos en un periódico local de San Miguel del Padrón llamado Cooperación, donde también se estrenó como periodista. En 1948, su programa Décimas informativas, por CMQ Radio, no era otra cosa que un noticiero en versos que preparaba cada día. En 1957, ya reconocido como brillante repentista y como autor de libros de versos, empieza a escribir textos periodísticos para Bohemia.

Tras el triunfo de Enero de 1959, en el periódico Hoy, su firma podía verse lo mismo encabezando un reportaje que al pie de aquellos poemas de la sección Al son de la historia, crónicas en versos sobre la vibrante realidad cubana en los primeros años después de la victoria. Igual duplicidad protagonizó después, por mucho tiempo, en el diario Granma. Visto de conjunto, su quehacer periodístico abarca más de 700 textos.

-¿Y el periodismo ayudó a su poesía?

-Claro que ayudó. El periodismo ayuda a la poesía por el ejercicio constante hacia el dominio de la palabra. El periodismo requiere síntesis y la poesía también, aunque de otro modo, desde luego. Son dos artes diferentes, pero la primera, por su dinámica constante en busca de decir lo más posible en el menor espacio, va preparando la capacidad de resumen de quien escribe, si además es poeta, para apresar el destello de iluminación poética en la necesaria condensación del verso.

-Su vocación de servicio social me recuerda otra etapa de su trayectoria, quizá no tan conocida: aquella en que se desempeñó como Responsable Nacional de Cultura de la CTC

-Aquellos fueron años de extraordinarias experiencias, de mayor conocimiento del pueblo, de los trabajadores, y de la significación de su organización sindical. Creo que en ese tiempo, sobre todo por el aliento de Lázaro Peña, se dio un salto cualitativo en la cultura del movimiento obrero, en la formación de su gusto estético, y para eso contamos con el apoyo de muchas figuras importantes de la cultura nacional. Se dieron entonces muchos pasos iniciadores de cosas que ya hoy son costumbre, como los concursos literarios de cada sindicato, que confluyen al final en el concurso Rubén Martínez Villena. Ese nombre no se escogió por gusto: un poeta que fue secretario general de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, antecedente de la CTC.

DÉCIMA… ¿Y PUNTO?

Considerado el decimista más significativo de la literatura cubana contemporánea, Naborí participó de modo protagónico en el fenómeno de renovación de la estrofa ocurrido en los años 40 y 50. En su caso, los alcances estéticos iban, en amplio diapasón, desde la elevación y enriquecimiento metafórico de la décima oral improvisada de raíz campesina hasta los relumbres líricos de la poesía escrita de la época, vertida en el molde estrófico espineliano. En pocas palabras, la concertación de lo popular y lo culto, tan necesaria a la décima, en un mismo creador.

Sus primeros cuadernos, Guardarraya sonora (1946) y Bandurria y violín (1948), publicados por una humilde imprenta de San Miguel del Padrón, fueron decimarios de fina raigambre popular no por ello exentos de altura lexical y tropológica. Sobre el segundo de esos títulos, el gran chileno Pablo Neruda, de visita en La Habana en 1961, le comentó a Naborí: “Leí tu libro. Oye, ¡es mucho violín para ser bandurria!”

-Al poeta que acuñó la décima cubana como Viajera peninsular, ¿qué opinión le merece la extraordinaria evolución que ha tenido la estrofa en las últimas dos décadas, en especial en los 90, tanto en la oralidad como en la escritura?

-En Cuba siempre hubo buenos decimistas, tanto en una como en otra vertiente, desde la larga nómina de improvisadores, muchos de ellos sorprendentes, hasta escritores como Eugenio Florit, los de Orígenes, Nicolás Guillén… es riesgoso decir nombres, porque son muchos. Es un inmenso y rico caudal el de los aportes que dieron a la décima, a lo largo de nuestra historia, tanto los poetas populares como los poetas de la escritura, los que hemos dado en llamar poetas de lo culto. Lo que ha sucedido en las décadas recientes, esa evolución que tú mencionas, con una masividad nunca antes vista en los decimistas, ese enriquecimiento del léxico y esa ansia en la búsqueda permanente de la poesía, parte de aquella herencia, y es resultado directo de la Revolución triunfante en 1959, que abrió para todo el pueblo las posibilidades de acceso a la educación y la cultura, liberó las potencialidades insospechadas de las grandes masas, borró progresivamente las fronteras entre la ciudad y el campo, y vertebró una política cultural cada vez más amplia, con hechos monumentales que van de la Campaña de Alfabetización de 1961 hasta la Universidad para Todos de nuestros días.

Pero el Naborí poeta -prolífico como el Naborí periodista, investigador y ensayista- no es únicamente un poeta de la décima. Con Martí, presencia vital siempre en él, piensa que cada emoción pide su métrica… o ninguna. Ahí están los poemas del Indio en versos libres, sus romances (¿quién no se conmueve aún con la Elegía de los zapaticos blancos? ) y sus sonetos. De estos últimos, por cierto, los agrupados bajo el título Una parte consciente del crepúsculo están considerados entre los mejores escritos en lengua castellana.

También los rumbos ideotemáticos de su obra en versos han sido tan disímiles como los de la vida misma. De sus decimarios germinales, con olor a tierra húmeda y a amor recién mojado, a la poesía social que toma el pulso a su tiempo, presente en libros como Al son de la historia y Esto tiene un nombre. De la poesía dolorosa por la pérdida del hijo en Elegías a Noel, a las evocaciones a la infancia y la familia en Entre, y perdone usted. De la búsqueda ontológica de Entre el reloj y los espejos, a la perspectiva desde la vejez y la pérdida visual y desde quien ha estado al borde de la muerte, transidas acaso con un tinte del grotesco del Siglo de Oro español, en Con tus ojos míos.

-Resulta fascinante un diapasón tan amplio en la obra de un poeta –le comento.

Y se sonríe. Y sólo me responde:

-¡Chico, es que yo he vivido ochenta años!

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