jueves, 3 de abril de 2008




Pórtico
de la décima

(Prólogo al poemario
(In)vocación por el paria,
de Pedro Péglez González,
Premio Iberoamericano
Cucalambé 2000,
publicado por la Editorial
Sanlope
en el 2001)


Por César López

Elegir una forma cerrada como la décima supone un riesgo poético, una aventura signada aparentemente por el referente conceptual tradición. Tradición de lo culto y lo popular. De Calderón de la Barca a los repentistas cubanos. Todos con deslumbrante vigencia. Pero habíamos deslizado un simpático adverbio: aparentemente y ello se explica porque en algunos casos en esa misma tradición está contenida la ruptura. De eso se trata en este libro, decimario heterodoxo si se quiere. De la tradición y la ruptura de la estrofa elegida.
En Cuba no resulta sorprendente oír hablar -y cantar, desde luego- a los decimistas, de poesía, me atrevería a usar mayúsculas altísimas, cuando están limitando la enunciación a la décima. Dicen saber sólo de décima. La poesía es la décima. La décima es la poesía. Lo demás, caso de existir, es otra cosa. No es la ocasión de profundizar en esta enrevesada situación y deslindar espacios y tiempos... y mucho menos precisar aquello de décima culta, como si existiera o pudiera existir una décima inculta y la juglaría y la clerecía estuvieran a su vez reñidas con la cultura, la gracia y la sabiduría.

Es, sin embargo, natural enfrentarse a estos problemas cuando se participa en la lectura de un conjunto de decimarios que compiten por alcanzar un premio de prestigio como el Iberoamericano Cucalambé de décima escrita. Y ya aquí sí aparece una distinción que matiza la convocatoria: Décima escrita. La gracia ligera del canto y la improvisación han de ser fijadas al andamiaje, a los cimientos dados por la palabra escrita.
Y en esta ocasión, con (In)vocación por el paria, llegó el deslumbramiento. Es este libro una fiesta de la estrofa, de la palabra, de la poesía. Para el oído y para el pensamiento. Y lo primero es ese título que revela audacia en su actualización moderna o postmoderna, qué más da. La invocación no es al paria, ni del paria y mucho menos para el paria. El paria ya está presente, fue convocado con anterioridad y se presentó. O estuvo siempre acechado por el poeta que ahora lo aborda, lo sacude, lo hace suyo en su propia transformación. Diurno doliente. Y sufriente en el verso y su proyecto.

Si en los inicios de estas líneas descubríamos una cierta oscilación, aspecto de una misma trama, entre lo culto y lo popular, ahora asistimos a la confirmación de lo culterano. Y a su verosimilitud.

Pedro Péglez no teme al verbo y se embriaga en una tropología propia, muy suya y, por lo mismo, paradoja lírica, perteneciente a la tradición que asume y a la vez rompe.

Neobarroco transgongorino que parece guiñar divertidamente a lo insular, en arco, desde Zequeira y Rubalcava, que pasa por Tristán de Jesús Medina, se regodea en Martí (con aquel entronque vallejiano del “bien, yo respeto”) que acaricia con las cadencias de Mariano Brull e inquieta y espanta en las honduras de José Manuel Poveda. Se aferra el poeta a su tradición, la asume y asimila y a la vez la tritura para volver a ella en una nueva manera. Pero, tal vez, en su misma esencia.

“Qué manera de la sed
para cómplices veranos
Qué ebrio engaste de las manos
a través de una pared”

La reminiscencia transforma el signo, lo vuelve mensaje que se diluye como el agua buscada. ¿Morirá el poeta insular como Villon “auprés de la fontaine” que en cubanísima trasposición cantabile, ¿popular?, corre el riesgo de “morir de sed habiendo tanta agua”? ¿O más bien permanecerá en su indagación respecto al paria?: Que es el poeta, la poesía, el poema.

Este autor que rompe su ensimismamiento hace de la décima, de sus engarces múltiples, de sus difíciles vericuetos un poema, en la concepción óntica de la extensión del poema que pidiera Lezama Lima. Lectura ardua. Aprehensión que reclama tenacidad. Diferencia y semejanza de la tradición y de la ruptura.

Al señalar estos datos surge la relación entre una clara resistencia por parte de la materia poética y la insistencia del poeta que trabaja y traba su proyecto. Tal vez por eso muchas veces la urdimbre logra una consistencia tal que hace falta un alto en el recorrido, una complicidad de la respiración, para descubrir la magnitud de la obra, su propuesta y su alcance. Apertura a una desafiante disciplina. Descubrimiento de la décima.

El lector ha sido llevado, o puede ser llevado, en su compartido forcejeo, a un nuevo reino, dominio vasto que, sin embargo, ya existía. Otro triunfo de la paradoja verbal, de la cárcel expuesta en forma cerrada. Arte mayor dentro del arte menor. O viceversa.
La poesía acoge la décima porque la décima es poesía. No es que el misterio quede totalmente develado, sino más bien ampliado en una nueva posibilidad.
Pórtico para entrar y para salir. Rico en volutas, ecléctico y ubérrimo, invita a permanecer. Funde la entrada y la salida. Ensancha y se ensancha.

En esa polisemia de lujo verbal el paria poetizado reina y el poeta de nupcias se desdobla, padre e hijo, con el soplo del verbo. Poesía que pide salvación por ella misma y por su entorno. Belleza audaz que no teme a los excesos, ni se fatiga en ellos.

Fusión y confusión. Padre e hijo. Papá. Y un Cupido también presidiendo, pícaro y vergonzante. Equívoco sin equivocaciones.

El reino está instalado desde los siglos, tal vez a partir de los años oscuros. Este libro ayuda con un poco de luz. Chorro. Ráfaga. Desenfado trémulo. Léase así. Y hay algo más allá.

“...adiós.”
”(El barco late como un corazón impuro)”.

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