martes, 15 de abril de 2008




Un prólogo
“sostenible”

Prefacio al libro Examen de fe,
de José Luis Serrano, Premio
Iberoamericano Cucalambé 2001;
Editorial Sanlope, 2002



Por Fr
ancisco de Oraá

No me esperaba un libro como este: sorpresa fue para mí, junto a otros de lenguaje muy elaborado y distinguido pensamiento. Insólito incluso si lo acercamos a la décima culta, cuánto más si a la décima oral (que con frecuencia no es menos escrita) y su acostumbrada tradición de ingeniosos e ingenuos pensamientos y consecuente lenguaje retórico, dulzón. De entrada nos asaltó su atrevimiento de buscar tutela en una filosofía – con la que sin embargo no se alinea mansamente, unilateralmente – y cuya protección en ciertas actitudes esenciales y títulos ostenta (“Así hablaba Zaratustra”, “La muerte de Dios”, “La voluntad de poder”, etcétera, pero también y sorprendentemente de Eliseo Diego nada menos: “Segundo discurso” y sucesivos, y hasta de Duchamp: “ El gran vidrio”, sean ejemplos) entre dispares referencias cultas y citas intratextuales o no, como la del Eclesiastés y la muy principal y oportuna de Carlos Galindo Lena: “en el subsuelo/ Zaratustra nos impone su canto”. No se alinea porque sufre las contradicciones del desesperado, pero es de suponer que este libro habría sido grato a aquel “don Juan de las ideas”. A esa secuela del evolucionismo (al cual confluyen tanta líneas del pensamiento en el XIX), del que Nietzsche hizo una ética (“el hombre es algo que debe ser superado”, al fin y al cabo finalidad de todo moralista) y un perspectivismo existencial (dado ya en el concepto de selección natural del más apto) incluso historizante – puede entenderse así – (“lo que se puede amar en el hombre es que es un tránsito (...) un punte y no una meta”) opone, para nuestra sorpresa, lo que parece afirmaciones religiosas y de lo contrario, de manera tremenda. ¡Rara raíz en nuestro suelo! Por lo tanto, hay aquí un abierto abanico de contactos con diversas tendencias de pensamiento:

Con la filosofía existencial: de entrada, su elección de la cita de Galindo, rechazo de la vida inauténtica: “No sigas dejándote vivir como un payaso torpe”, y en sus propios versos: “Siempre hay dos alternativas / como mínimo”, “Hay dos opciones”, “escoger es una cruz / que cargarás mientras vivas”, “Nos morimos por costumbre”, “Morir es algo más serio”, “Felices a la manera / de los ebrios y los tontos”.

Con el epicureísmo: “mientras Dios observa mudo”, “Pero Dios no vino”, “despertará Dios con hambre / del espantoso letargo”, “la amnesia / (que es atributo de Dios)”.

Con cierto modo de determinismo: “Un simple golpe de dados / puede abolir el azar”, “Caemos por gravedad”.

Contra la reducción al materialismo propia de la ciencia: “Los sabios quieren hallar / a Cristo con una lupa”.

Y dando una aroma de alta teología (¿budista? ¿hegeliano?): “ ¿Dios ha sido / la concreción de la Nada?” ¡Pensamiento admirable!

Por supuesto, todas estas aproximaciones son tentativas en el prologuista y cuando la poesía las hace carne propia las transforma y desecha, son otra cosa (ya lo dije: expresiones del desesperado) en el poeta. Pero ¿adónde irá a parar este abarrote; a lo más drástico: nihilismo, a lo más suave: escepticismo?

¿Este libro es, tanto como confiesa el autor un deliberado, expreso examen de lo que heredó, lo que le enseñaron, y de lo que siente de la realidad? Está entre “la mística y la inquietante estadística” la ciencia que “son sus mitades”, está entre ambas y en busca de su fe, fijo entre dos temas esenciales: la muerte y el conocimiento. Pero ¿cuáles son esos “pensamientos clandestinos” que dice tener? Esa palabra que resume su personal finalidad. Según la cita de Nietzsche, “si la supiera no la diría”, no la dice.

Y según aquella contradicción es su palabra escrita: atrevida, violenta, tremenda a veces, tosca o sencilla, rondando el coloquio popular y el concepto raso pero necesario en su momento, o con excelentes síntesis verbales (quiero decir: formalmente poéticas) y riqueza de difíciles rimas, perfecta factura de las estrofas, soluciones con gracia y hábiles neologismos, incorporación del léxico científico, humor e ironía o sinceridad (no se sabe cuándo una u otra) y como resumen una espléndida unidad temática.

Haciendo valer la frase de Borges sobre la filosofía, diríamos que este libro es también una suma de las perplejidades del hombre. Para romper una salida, lo que procede (también para el autor) es ascender a la serenidad de la cumbre y dar el salto. Todo salto es, por definición, cualitativo, y hay que elegir: la destrucción o el amor. Pero al desesperado lo traban sus paradojas, sus aporías; es un inválido. Y el filósofo al que advocó el autor había elegido – como es de suponer según su procedencia y porque vio en qué consiste el impulso de la Vida (entendida esta palabra según su antecedente, su maestro) – y valorado la fuerza y al individuo (consecuentemente, porque él era débil y enfermizo, aunque mostró la dureza de su condición en su posición negativa, trágicamente heroico en su soledad frente al mundo, en su enrarecida, irrespirable cumbre). Pues si el hombre (no el individuo ahora) es un puente y no una meta en sí mismo, ¿dónde está su trascendencia? No en lo divino sino en un ente (propone pero no explica en qué consiste el Superhombre) con que la imaginación apuesta a un conjetural futuro: improbable utopía del individualismo, pero considerable como acto poético. ¡Un nihilista que ansiaba la Eternidad! Para finalizar, y como el autor comprueba que “existir es inhumano”, es “repugnante”, el prologuista se atreve a proponer por él, como salida, un salto no hacia abajo sino un paso hacia atrás — hacia el antecedente del filósofo, y aún mucho más atrás — al sentimiento de piedad o compasión (o cualquiera otra forma de de la simpatía, si el amor al prójimo no es acaso posible) para seguir después hacia delante.

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