Hasta siempre,
Naborí
Pedro Péglez González
(Libro publicado por
Ediciones David, 2007)
A MODO DE PREFACIO
-Ahora Naborí es inmortal –me dijo Jorge Lozano, historiador y martiano fervoroso, y a quien no veía desde mucho antes de la desaparición física de ese padre común que fue, es y será siempre Jesús Orta Ruiz.
Y añadió:
-Si hay un cielo, y alguien recibe a los que llegan a él, a Naborí no puede haberlo recibido otro que no fuera José Martí.
Aún bajo la emoción de semejante episodio cargado de devoción filial, escribo estas palabras al lector que tenga el cariño de acercarse a las siguientes páginas, las cuales son una compilación humildísima de textos que quieren ser también honra y recuerdo de quien nació el 30 de septiembre de 1922 y en el 2007 cumpliría 85 años.
Se trata de los acercamientos que en función periodística hice, en vida de Naborí, a su personalidad, obra y trayectoria. Pocos son en verdad, ya por azares de las tareas que, más allá de escribir, ha tenido en nuestra prensa quien los firma; ya por razones del corazón: ante su pecho de padre generoso me sentí acaso, más que el entrevistador inquisitivo, el poeta endeudado:
Para un padre naborí/ que canta cuando trabaja,/ no está bien traerle alhaja/ sino ala de colibrí./ Y un triángulo carmesí/ todo fiesta en la garganta,/ y tanta guitarra, tanta/ luz aprendida en su huella,/ abrazándose a su estrella/ que trabaja cuando canta.
Su dimensión para la cultura cubana en diversas disciplinas –poesía, en especial en décimas, investigación histórica, periodismo- brota en algún modo de estos acercamientos. Pero también trasciende, de alguna manera, su condición de vertical protagonista de la historia de su tiempo en nuestra patria, antes y después del legendario Enero de 1959, leyenda a la cual aportó, además de su ejecutoria de patriota, hermosas páginas como uno de sus más oportunos y fervientes cantores.
No puede dejar de emerger de estas narraciones, además, su significación para la poesía cubana en estrofas de diez versos, que lo coloca sin discusión como la figura cimera de la décima cubana en el siglo XX, como lo había sido Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, en la centuria decimonónica. Asunto este, por cierto, que trascendió las fronteras del país: No de balde hace años que los cultivadores hispanohablantes de esta modalidad acordaron, en uno de los festivales iberoamericanos de la décima realizados en la región desde los años 90, considerar el 30 de septiembre como Día de la décima iberoamericana.
De modo que si la vehemente inferencia de mi hermano Jorge Lozano se cumplió, si a las puertas de la inmortalidad recibió José Martí al Indio Naborí, junto al Apóstol, de seguro, habrá estado también, amoroso y admirado, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo.
Pedro Péglez González
Ciudad de
UNA LÁGRIMA EN LA CAÑA
(Revista CubaAzúcar, julio-septiembre 2004, p. 58-60)
Con el beso tempranero de su esposa como único resguardo, Jesús Orta se aventuró a la bruma de la mañana. "Un día más", se dijo, y su pecho de poeta aspiró profundo, con toda la fuerza de sus 25 años, el aire que aún olía a madrugada. Una brisa cansada arremolinaba, junto al contén de las aceras, el polvo y los papeles del reparto Juanelo, como huyendo del trasiego de la gente, en la busca cotidiana del sustento.
Enero serpenteaba entre noticias de hambre, desalojos, latrocinio oficial y batallas sindicales. Enero había estrenado 1948 y ahora desbastaba su segunda mitad sin que nada cambiara la injusticia de Cuba. "¿Qué habrá de nuevo esta mañana?", se dijo Jesús Orta mientras oteaba en vano, en el entorno, la presencia de algún vendedor de periódicos.
Chasqueó con la lengua. Hubiera preferido ir leyendo el diario durante su viaje de costumbre en ómnibus hasta Monte y Prado, hasta la emisora CMQ-Radio, donde cada día improvisaba versos con las últimas noticias, para cantarlas luego en su programa "Décimas informativas".
Cerca de la parada, en la esquina de Miranda y
-Buenos días, Ñico -saludó Jesús Orta al dependiente.
-Buenos días, poeta, ¿cómo andas? -reciprocó el muchacho su gesto mañanero, al tiempo que le servía, diligente, el vaso lleno con el jugo de la caña.
-Bien, gracias, ¿y a ti cómo te va?
-Pues aquí me ves, poeta, sobreviviendo.
-Oye, Ñico, ¿no pudieras poner la radio un momentico, para oír las noticias de
-Sí, cómo no -asintió el joven, encendió el aparato y sintonizó la solicitada emisora de los comunistas, justo en el momento en que una voz brotaba enérgica:
"... Se trata de un crimen contra la clase obrera, ejecutado cobardemente por la espalda, en la estación ferroviaria de Manzanillo, contra un representante a
Jesús Orta quedó en vilo, crispado el rostro, el vaso de guarapo sostenido por la mano rígida. Gotas puras escaparon de sus ojos, descendieron al mentón endurecido, y fueron a caer, como una ofrenda, en el jugo de la caña.
El joven dependiente lo miró sobrecogido:
-¿Era...era familiar tuyo?
-Y tuyo también, Ñico... Tuyo también, pero tú no lo sabes todavía -le respondió el poeta Jesús Orta, el Indio Naborí.
II
El aire denso y frío le abofetea el rostro.
A pesar de la velocidad del ómnibus, el aire denso y frío que entra por la ventana no le mueve un solo músculo del rostro, detenido en la insondable estación de los recuerdos.
El joven poeta Jesús Orta remonta su memoria. Se ve años atrás, ingresando al partido de los comunistas, frecuentando asambleas, mítines, encuentros en el campo o la ciudad, y el partido le encarga movilizar cantando a los obreros y a los campesinos, acompañar cantando a los dirigentes comunistas que esgrimen la verdad en la arenga encendida. Así, uniendo humildemente la décima vibrante al vibrante discurso de los líderes, comparte pronto el poeta la tribuna con Blas, con Juan, y con Romárico, José María, Lázaro... y también con Jesús.
Jesús Menéndez. Su solo nombre era un renuevo de esperanza en el batey de cada ingenio:
-¡Llegó Jesús, caballeros!
-¡Que se ajusten el cinto los patronos!
Jesús Menéndez. Su cuerpo, ese ébano hecho de hombre, todo músculo y nervio abrazado al obrero. Ébano majestuoso como guerrero de Africa que trocó escudo y lanza y pectoral y casco en una blanca y limpia guayabera, y una mano, contén de la injusticia, que si se abre no es para recibir sino para rechazar lo que le ofrece la vileza, y si se cierra es para proteger la mano hermana.
-¡Llegó Jesús, caballeros!
-¡Vamos a recibirlo todos juntos!
Jesús Menéndez. Los hombres del azúcar le saben esa luz en la palabra, ese trino en la voz que arrastra erres, ese dulzor de caña en la áspera garganta. Los hombres del azúcar sienten su hombro cuando el brazo no resiste ya la carga. Y por eso lo quieren a su frente, en lo alto de sus ojos, lo quieren a su espalda, y sentado entre ellos, íntimo y familiar, en las salas de sus casas.
-¡Llegó Jesús, caballeros!
-¡Prepara café, Esperanza!
III
Allá en las tierras rojas de
Uno más, en uno de los tantos ingenios del país, en aquella campaña de asambleas en que iba Jesús explicando el diferencial azucarero y su pago a los obreros, la conquista arrancada a los magnates del azúcar que ahora defenderían los trabajadores.
Y con él, sumando a su mensaje la gracia de la música y el verso, siempre el joven poeta Jesús Orta y el laudista Alfredo Hernández.
Finalizado el mitin, vino el turbión alegre de los abrazos. Jesús Menéndez se vio de pronto envuelto en la habitual marejada de hombres nobles y humildes que querían hablarle, abrazarlo, estrecharle la mano o invitarlo a una taza de café en el hogar cercano.
-¡Eh, camaradas! -se elevó alguna voz sobre el bullicio- ¡El guateque de homenaje al camarada Jesús está esperando en San Nicolás! ¡Yo sé que todos quieren hablar con él, pero los compañeros de San Nicolás esperan por nosotros! ¡Están todos invitados!
Varias expresiones de asentimiento siguieron al llamado, y más de uno echó mano a su cabalgadura para seguir la comitiva de Jesús, que rescatado cariñosamente por los dirigentes sindicales del lugar atravesó el gentío y emprendió la marcha en un vehículo.
Media hora después, ya sentados a una mesa, al abrigo de una finca de San Nicolás de Bari:
-¡Bueno, caballeros, dejen ya respirar al compañero Jesús! -broméo uno de sus acompañantes locales- ¡Deben tenerlo mareado con tanta preguntadera!
Rieron todos. El hombre siguió en su broma:
-¡En todo el viaje no hemos hecho más que preguntarle y preguntarle!
Y esa tregua permitió a Jesús notar la ausencia:
-¡Eh! Esperen un momentico... ¿Y dónde están el poeta y su músico?
Un silencio penoso flotó sobre los hombres.
-Parece que se quedaron -atinó a decir uno.
-¿Pero ustedes no los trajeron? -indagó Jesús.
-Este... parece que no... ¿No vinieron en el carro de ustedes, Pancho?
-No, yo pensé que venían con ustedes.
-Bueno, está la guagua que pasa por el central. Segurito que ellos van a venir ahí -sugirió alguien.
-¡Ah, pero esa guagua se demora por lo menos un par de horas! -aseguró otro, consultando su reloj.
Jesús no esperó más.
-Vamos a buscarlos -dijo al chofer y echó a andar de prisa hacia el vehículo.
Al rato, el poeta y el músico vieron llegar el carro, y vieron a Jesús venir a ellos, con los brazos abiertos y su frecuente risa de paloma en vuelo:
-¿Pero cómo ustedes se me quedan aquí, caballeros? ¡Nosotros tres fuimos los que más trabajamos en esta asamblea y ustedes se me quedan aquí rezagados!
Y señalando con mirada pícara al laudista:
-¡Y con el hambre que parece que tiene este mulato! ¡Mira para eso! ¡Vamos, vamos, que sin nosotros tres no va a poder empezar la fiesta!
IV
El tren atravesaba velozmente la inmensidad cañera de Las Villas. En el vagón casi vacío, la brisa mañanera se confabulaba con el acompasado vaivén para acunarles el sueño a los pocos viajeros.
En apartado asiento, Jesús Menéndez comentaba con el joven poeta la última asamblea y preparaba la próxima. Pocos kilómetros faltaban para un nuevo encuentro con los trabajadores.
El tren fue disminuyendo su velocidad hasta detenerse, minutos más tarde, en una pequeña estación.
Un hombre de mediana estatura subió al vagón. Su aspecto en extremo humilde cobraba un aire definitivamente desmerecido a causa del turbio rostro, donde un párpado cerrado revelaba la ausencia de un ojo.
-Buenos días -saludó el recién llegado-. ¿Cómo estás, Jesús? -y le tendió la mano.
-Aquí, chico, en la lucha -le respondió Menéndez y le estrechó la diestra-. ¿Y a ti, cómo te va?
-De eso te quiero hablar, Jesús... ¿Pudieras atenderme unos minutos?
-Sí, chico, cómo no.
El joven poeta se incorporó y dejó libre el asiento junto al líder azucarero. El hombre se sentó. Jesús Orta fue a acomodarse a cierta distancia, donde el laudista Alfredo Hernández roncaba como un bendito.
Desde su nueva posición, el poeta contempló el diálogo. El hombre hablaba cabizbajo y Menéndez lo escuchaba con atención. Casi no lo interrumpió en la media hora que duró el encuentro, al final del cual Jesús y el hombre se despidieron con un apretón de manos. El tren llegaba ya a la siguiente escala. El hombre descendió.
El poeta volvió junto a Jesús, y lo halló pensativo.
Otra vez el concierto metálico de las ruedas sobre la vía férrea anunciaba el renuevo de la marcha, cuando el líder obrero suspiró y salió de su mutismo:
-Para que tú veas cómo son las cosas, poeta. Este compañero entregó sus años jóvenes, la mejor etapa de su vida, a la lucha por el partido. Vivió momentos duros, sufrió persecución, hambre, desempleo, y en una bronca política perdió un ojo. Pero los auténticos le prometieron villas y castillos, y nos dio la espalda. Pasó el tiempo, y las promesas no se hicieron realidad. Y ahora está de nuevo sin trabajo, sin dinero para llevarle un bocado a su familia... y sin el partido.
-¿Y vino nada más para contarle eso? -le preguntó el poeta.
-A contármelo y a pedirme alguna ayuda económica.
-¿Y usted qué hizo?... Perdone la indiscreción.
-¿Qué voy a hacer, chico? Le di los veinte pesos que encontré en el bolsillo... Es verdad que ya no está con nosotros, que no supo cumplir a pie firme hasta el final... Para eso hay que tener una voluntad de hierro, y él no la tuvo...
Jesús Menéndez suspiró profundamente antes de terminar la idea:
-¿Pero quién le paga a ese hombre el ojo que perdió? ¿Quién le paga a ese hombre la juventud que le entregó al partido?
V
El aire denso y frío le abofeteaba el rostro a Jesús Orta. Sumergido como estaba en el recuerdo, lo sorprendió el bullicio de la calle Monte, a través de la ventanilla del ómnibus.
Descendió del vehículo y se encaminó de prisa a la emisora. En el propio pecho que dolía muy hondo por el crimen, por la pérdida física de aquel ébano hermano hecho de hombre, llevaba Jesús Orta un himno de combate.
Estaba decidido, contra todo riesgo. Él lo sabía bien: este sería su último programa en la emisora. Su espacio "Décimas informativas", tan escuchado de una punta a la otra del país, saldría al aire con su voz y sus versos una vez más, dentro de unos minutos, con su respuesta firme a la vileza, como le había enseñado Jesús Menéndez. Una vez más, y sería la última. Él recordaba bien la advertencia del contrato: "prohibición absoluta de opiniones políticas". Pero él diría su himno, aunque el despido inmediato fuera la primera consecuencia inevitable.
Llegó a CMQ-Radio y llamó aparte a su hermano de faena, el laudista Miguel Ojeda. Le confió su plan, y él estuvo de acuerdo. Minutos después ya estaban en cabina, el poeta con sus versos en la mano, y el músico, al pecho el instrumento.
Les hicieron la señal. El tema del programa salió al aire y la voz del locutor anunció, según costumbre, "acompañado por el laúd de Miguel Ojeda, canta sus versos el poeta Jesús Orta, el Indio Naborí".
Las familiares notas del punto campesino llenaron el recinto, y se multiplicaron en el éter hacia cientos de miles de radioyentes. Naborí aspiró hondo, con toda la fuerza de sus 25 años, y elevó sobre el laúd su denuncia hecha versos:
por el sendero marchito
y parece un mudo grito
hasta el silencio del buey.
Una voz como de Hatuey
surge, grita, no desmaya,
viene desde ajena playa
la perfidia de una ola,
muere Jesús... ¡ay, qué sola
se quedó la guardarraya!
El dólar hizo explosiones
en un revólver malvado:
tres balas han apagado
la luz de los barracones.
Es que el terror con galones
resucita en el central
y otra vez el Ideal
atacado por la espalda
enrojece la esmeralda
dulce del cañaveral.
¡Oíd! Ha caído un cedro
talado por un gatillo:
Ahora sí que Manzanillo
midió el dolor de San Pedro.
La traición pensó en el medro
y el crimen le dio la cena
para que dorada hiena
sorda al grito del barranco
se lleve el azúcar blanco
pintado de sangre buena.
Pero Jesús, como Mella,
en un silencio elocuente,
es una roja simiente
que florecerá en estrella.
El crimen deja una huella
que como una voz reprocha,
mientras cruzamos la trocha
de una nueva rebeldía,
hasta que despunte el día
por el filo de la mocha.
CUANDO
(Periódico Trabajadores, edición digital, febrero 2006)
Cincuenta años se cumplieron en el 2005 de un suceso singular y excelso en la historia de la literatura oral cubana e hispanoamericana: la denominada Controversia del siglo, escenificada en junio y agosto de 1955 por Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí) y Angelito Valiente, ante miles de espectadores.
“Más que una porfía, es un diálogo exaltado de dos pilares de la canturía del siglo XX”. Así calificó el hecho el destacado filólogo cubano Virgilio López Lemus, para añadir: “Su trascendencia como suceso de repentismo rebasa la circunstancia local y nacional, y constituye asimismo un jalón dentro de la poesía oral de la lengua española”.
No es casual la época en que tuvo lugar el acontecimiento: Más de un estudioso considera la década de los 50 del pasado siglo como la primera etapa dorada de la décima oral improvisada en Cuba. Entre la legión de poetas cultivadores entonces de esa especialidad, descollaban Naborí y Valiente, muy conocidos además por un programa radial donde acostumbraban comentar en verso temas de actualidad, las más de las veces enfilados a los graves padecimientos sociales y políticos que aquejaban a la nación y el pueblo cubanos.
De la radioaudiencia, precisamente, surgió la propuesta del careo en vivo y en un amplio escenario. El 15 de junio, en el teatro del Casino Español de San Antonio de los Baños, habanera cuna de Valiente, se midieron los dos bardos ante un público calculado en dos mil entusiastas espectadores. Dialogaron sobre los temas del amor, la muerte y la libertad, y el jurado, finalmente, proclamó la igualada entre ambos contendientes.
Se imponía la cita del desempate, y esta se produjo el 28 de agosto, ante más de diez mil personas pletóricas de júbilo, en el estado Campo Armada, en la entonces zona rural de San Miguel del Padrón, capitalina cuna de Naborí. Los temas a debate: el campesino y la esperanza. Sobre los resultados de este encuentro relata López Lemus:
“Al final del evento, cuando el jurado deliberaba, el siempre caballeroso Angelito Valiente se acercó a ellos y les dijo de manera estentórea: Pongan ahí un cuarto jurado: yo mismo, que voto por Naborí. Esta hermosa anécdota habla de los lazos de compañerismo, pero sobre todo del profundo sentido ético y profesional de los poetas en controversia. El jurado decidió que el ganador esta vez era Jesús Orta Ruiz.”
Aquellos textos poéticos, cantados de improviso, no se perdieron en el viento gracias a una taquígrafa, María de los Refugios Segón. Los del tope de San Antonio fueron publicados en un folleto con prólogo del poeta y educador Raúl Ferrer, también figura cimera de la décima en el siglo XX. Los textos de Campo Armada se divulgaron en la revista Panorama.
Ambos debates poéticos (al fin y al cabo dos partes de una misma Controversia del siglo) hallaron su primera edición en libro gracias al reconocido filólogo Maximiano Trapero, que la preparó, prologó y dio a la luz en Islas Canarias en 1997. La edición cubana fue posible en el 2004, cercano ya el cincuentenario del acontecimiento, con prólogo de López Lemus –del cual son los párrafos aquí citados-, por
Con estas realizaciones en papel y tinta, la escritura cumplió, al decir de Trapero, “la función precisa para la que fue creada: convertir la voz, que es presente, en testimonio para el futuro”.
ENTREVISTA A NABORÍ EN VERSOS
(Revista
PÉGLEZ:
Indio Naborí, poeta:
me envían de la revista
a abrazarlo, y entrevista
pedirle en esta cuarteta.
NABORÍ:
Me sorprendes, pero quieta
la mente se me ha quedado,
porque no se me ha negado
periodística expresión…
Venga, pues, sin dilación,
el cuestionario rimado.
PÉGLEZ:
Cuarenta años, cuarenta,
resumimos en un hombre.
¿Su libro Esto tiene un nombre
ejemplifica esa cuenta?
NABORÍ:
Ello no arresta ni aumenta
el histórico nivel.
Yo quiero decir Fidel,
nuestro más glorioso hermano,
porque está el pueblo cubano
firme y resumido en él.
PÉGLEZ:
Cuarenta años cumplirán
en el 2000, en septiembre,
los CDR, unimembre
legión que sigue a un titán.
Usted, cederista tan
fiel, ¿cómo piensa en la fecha?
NABORÍ:
Que a un Indio cuya cosecha
nos cuesta tantos afanes
no arruinarán gavilanes
que se escapen a su flecha.
PÉGLEZ:
Con pupila bien abierta
leí Con tus ojos míos.
¿Cómo pueden tantos bríos
dar luz en su vista yerta?
NABORÍ:
No está yerta. Está despierta.
Por el rumor veré ríos;
y gallos, por los cantíos;
y por el sabor, corojos;
y todo veré con ojos
que siendo ajenos son míos.
PÉGLEZ:
Le agradece la revista,
y en 2000, y en lo adelante,
le desea: ¡Siempre cante
su corazón cederista!
NABORÍ:
No podrá un anexionista
sorprenderme con su asalto
ni en casa, ni en el asfalto
de una calle oscura y fría;
y si me muero algún día
será con la guardia en alto.
El Indio Naborí cumple 80 años
ENTRE
(Periódico Trabajadores, 16 de septiembre 2002, p. 10)
Llegué, a la hora acordada para la entrevista, a su casa en el Vedado, donde paradójicamente se respira el “entre, y perdone usted” de los hogares campesinos. Cariñosa como siempre, me abrió la imprescindible Eloína, cuya amante misión de lazarillo ha cantado el poeta: ¡Ay, quién me diría que/ los ojos que ayer canté/ hoy fueran mis propios ojos!
-Naborí viene enseguida -disculpó la no presencia de su Jesús en la sala, mientras me acomodaba en un sillón- ¼es que anoche no durmió bien, por los malestares que tú sabes.
Sin embargo, en menos de diez minutos, del brazo de Eloína ya venía el Indio sonriente, inventándome en versos un inusual saludo:
-Primera vez en la vida/ que tú me encuentras dormido/ como un arcángel caído/ y dormido en la caída.
Para añadir de inmediato a la risa colectiva:
-Y luego tú dices que ya yo no improviso.
Por supuesto que todo era broma, porque ni estaba dormido, ni se considera arcángel -mucho menos caído- y porque él sabe que yo no he dicho que ya no improvisa: Aunque hace muchos años que no puede ejercer profesionalmente el repentismo, ese es un don que el poeta no pierde con la ausencia de los escenarios.
En su partida de nacimiento dice que el 30 de septiembre de 1922 vino al mundo un niño al que inscribieron como Sabio Jesús Orta Ruiz. Pero de su primer insólito nombre -¿inconsciente vaticinio?- no tuvo noción Naborí hasta que hizo falta, ya adulto, sacar certificado para algún trámite perdido en la memoria.
-Yo pensaba -comenta- que me habían puesto Jerónimo Jesús, porque el 30 de septiembre es el día de San Jerónimo en el santoral. Muchas veces firmé así: Jerónimo Jesús. Cuando supe lo de Sabio me pareció muy raro, porque ese no es nombre. Fíjate que no hay San Sabio. Luego, en la universidad, lógicamente había bromas con eso. Raúl Roa, que fue profesor nuestro, hacía preguntas en el aula y a veces me señalaba: “¡Arriba, Sabio!” También a veces sucedía que yo no respondía bien, y entonces me decía: “Hoy no le hiciste honor a tu nombre”. Bueno, tú sabes cómo era Roa de ocurrente.
UNA DICOTOMÍA INTERACTIVA
Desde temprano en la vida, poesía y comunicación social germinaron en él como una dicotomía interactiva. Se sabe que de niño comenzó a improvisar versos en las canturías. Ya adolescente, publicó sus primeros poemas escritos en un periódico local de San Miguel del Padrón llamado Cooperación, donde también se estrenó como periodista. En 1948, su programa Décimas informativas, por CMQ Radio, no era otra cosa que un noticiero en versos que preparaba cada día. En 1957, ya reconocido como brillante repentista y como autor de libros de versos, empieza a escribir textos periodísticos para Bohemia.
Tras el triunfo de Enero de 1959, en el periódico Hoy, su firma podía verse lo mismo encabezando un reportaje que al pie de aquellos poemas de la sección Al son de la historia, crónicas en versos sobre la vibrante realidad cubana en los primeros años después de la victoria. Igual duplicidad protagonizó después, por mucho tiempo, en el diario Granma. Visto de conjunto, su quehacer periodístico abarca más de 700 textos.
-¿Y el periodismo ayudó a su poesía?
-Claro que ayudó. El periodismo ayuda a la poesía por el ejercicio constante hacia el dominio de la palabra. El periodismo requiere síntesis y la poesía también, aunque de otro modo, desde luego. Son dos artes diferentes, pero la primera, por su dinámica constante en busca de decir lo más posible en el menor espacio, va preparando la capacidad de resumen de quien escribe, si además es poeta, para apresar el destello de iluminación poética en la necesaria condensación del verso.
-Su vocación de servicio social me recuerda otra etapa de su trayectoria, quizá no tan conocida: aquella en que se desempeñó como Responsable Nacional de Cultura de la CTC¼
-Aquellos fueron años de extraordinarias experiencias, de mayor conocimiento del pueblo, de los trabajadores, y de la significación de su organización sindical. Creo que en ese tiempo, sobre todo por el aliento de Lázaro Peña, se dio un salto cualitativo en la cultura del movimiento obrero, en la formación de su gusto estético, y para eso contamos con el apoyo de muchas figuras importantes de la cultura nacional. Se dieron entonces muchos pasos iniciadores de cosas que ya hoy son costumbre, como los concursos literarios de cada sindicato, que confluyen al final en el concurso Rubén Martínez Villena. Ese nombre no se escogió por gusto: un poeta que fue secretario general de
DÉCIMA... ¿Y PUNTO?
Considerado el decimista más significativo de la literatura cubana contemporánea, Naborí participó de modo protagónico en el fenómeno de renovación de la estrofa ocurrido en los años 40 y 50. En su caso, los alcances estéticos iban, en amplio diapasón, desde la elevación y enriquecimiento metafórico de la décima oral improvisada de raíz campesina hasta los relumbres líricos de la poesía escrita de la época, vertida en el molde estrófico espineliano. En pocas palabras, la concertación de lo popular y lo culto, tan necesaria a la décima, en un mismo creador.
Sus primeros cuadernos, Guardarraya sonora (1946) y Bandurria y violín (1948), publicados por una humilde imprenta de San Miguel del Padrón, fueron decimarios de fina raigambre popular no por ello exentos de altura lexical y tropológica. Sobre el segundo de esos títulos, el gran chileno Pablo Neruda, de visita en
-Al poeta que acuñó la décima cubana como Viajera peninsular, ¿qué opinión le merece la extraordinaria evolución que ha tenido la estrofa en las últimas dos décadas, en especial en los 90, tanto en la oralidad como en la escritura?
-En Cuba siempre hubo buenos decimistas, tanto en una como en otra vertiente, desde la larga nómina de improvisadores, muchos de ellos sorprendentes, hasta escritores como Eugenio Florit, los de Orígenes, Nicolás Guillén¼ es riesgoso decir nombres, porque son muchos. Es un inmenso y rico caudal el de los aportes que dieron a la décima, a lo largo de nuestra historia, tanto los poetas populares como los poetas de la escritura, los que hemos dado en llamar poetas de lo culto.
“Lo que ha sucedido en las décadas recientes, esa evolución que tú mencionas, con una masividad nunca antes vista en los decimistas, ese enriquecimiento del léxico y esa ansia en la búsqueda permanente de la poesía, parte de aquella herencia, y es resultado directo de
Pero el Naborí poeta -prolífico como el Naborí periodista, investigador y ensayista- no es únicamente un poeta de la décima. Con Martí, presencia vital siempre en él, piensa que cada emoción pide su métrica¼ o ninguna. Ahí están los poemas del Indio en versos libres, sus romances (¿quién no se conmueve aún con
También los rumbos ideotemáticos de su obra en versos han sido tan disímiles como los de la vida misma. De sus decimarios germinales, con olor a tierra húmeda y a amor recién mojado, a la poesía social que toma el pulso a su tiempo, presente en libros como Al son de la historia y Esto tiene un nombre. De la poesía dolorosa por la pérdida del hijo en Elegías a Noel, a las evocaciones a la infancia y la familia en Entre, y perdone usted. De la búsqueda ontológica de Entre el reloj y los espejos, a la perspectiva desde la vejez y la pérdida visual y desde quien ha estado al borde de la muerte, transidas acaso con un tinte del grotesco del Siglo de Oro español, en Con tus ojos míos.
-Resulta fascinante un diapasón tan amplio en la obra de un poeta– le comento.
Y se sonríe. Y sólo me responde:
-¡Chico, es que yo he vivido ochenta años!
HASTA SIEMPRE, NABORÍ
(Periódico Trabajadores, 2 de enero 2006, p. 12)
Hasta siempre, padre nuestro que estás en la décima. Que estás en toda la poesía empinada en el pendón del alzamiento humano. Que estás en
GLOSA LIBRE (CASI ANTIGUA)
POR EL HOMBRE COMÚN
A Jesús Orta Ruiz
El hombre sabe una estrella
para todos los caminos.
El hombre sabe los trinos
que anuncian la única huella.
Contra el reloj se querella
su espejo, pero la noria
no da tregua a su victoria
sobre el mármol que le piden.
No le apena que lo olviden
sino quedar sin memoria.
Epopeya promisoria
la del hombre ante el talud
sobre el que sembró un laúd
con un retoño de gloria.
Bajo la luna amatoria
de lorquiano devenir
el hombre se dio en abrir
cielo y ala a la paloma
y tras ella en cada loma
volvió El Cornito a latir.
El hombre sabe un vivir
de eterna voz de arboleda.
Presiente que se le queda
un no sé qué por decir.
Se levanta a redimir
de entre la tierra su cielo.
Le enjuga el azul pañuelo
la tiranía del cuándo
y reamanece cavando
día y noche el duro suelo.
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