En la muerte
del Indio Naborí
Por Waldo Leyva
Todos los estudios sobre la décima en Cuba reconocen la enorme significación que ha tenido para el desarrollo de esta estrofa, la obra poética y el magisterio de Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí. Su obra literaria, tanto en el plano de la oralidad como en el de la escritura, es considerada un parte aguas en el proceso de consolidación de la espinela como uno de los signos de nuestra identidad cultural.
La historia de la décima cubana comienza con la llegada de los colonizadores, pero su arraigo definitivo ocurre en el siglo XIX, en la voz de nuestros mejores poetas románticos. Fue precisamente uno de esos poetas, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), quien popularizó la espinela y estableció un modelo que se mantuvo vigente desde la segunda mitad de ese siglo hasta los años 40 del pasado siglo XX.
La décima del Cucalambé puede considerársele como criolla, su intención principal era fijar la memoria lírica del paisaje y el hombre de la tierra. Es una décima que va nombrando las cosas prestándole su voz al campesino para que exprese sus sentimientos desde una identidad propia. Se dice que el Cucalambé no improvisaba, pero toda su obra lírica en décimas es cantable y se convirtió en referencia obligada de todos los poetas populares. La mayoría de sus estrofas se folklorizaron y pasaron a formar parte de la tradición.
El lenguaje poético que usa Nápoles Fajardo en la espinela es de una gran efectividad comunicativa, sin complejidad tropológica. Su décima reproduce una imagen visual, descriptiva, donde el símil se asoma tímidamente y donde la belleza lírica está en la selección de los temas, en el descubrimiento de lo cubano y en la transmisión de un sentimiento limpio como las aguas cristalinas de los ríos de
Ese canon establecido por el Cucalambé para la décima criolla es el que se mantuvo vigente hasta que irrumpió en la canturía la voz renovadora de Jesús Orta Ruiz, a quien acompañó un coro de nuevos poetas que dieron a la espinela una dimensión lírica hasta entonces desconocida.
Sobre ese proceso de acriollamiento que tuvo en Cuba al Cucalambé como su principal exponente, se produjo también en otras regiones de América. Mucho se ha escrito sobre ese tema que ha sido y sigue siendo uno de los preferidos por los poetas populares de toda Hispanoamérica. Se podría hacer una voluminosa antología de las décimas dedicadas a la estrofa de Espinel y al propio poeta y músico rondeño. La más popular de las espinelas escritas en Cuba sobre este asunto se debe precisamente a la pluma de Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí.
Viajera peninsular
Cómo te has aplatanado,
Qué sinsonte enamorado
Te dio cita en el palmar.
Dejaste viña y pomar
Soñando caña y café,
Y tu alma española fue
Canción de arado y guataca
Cuando al vaivén de una hamaca
Te diste al Cucalambé.
Esta décima, con la que se inicia un largo poema que relata la llegada de la estrofa y su identificación con Cuba, es de dominio de todos nuestros decimistas, improvisadores o no, y preside guateques y canturías desde hace décadas.
En el Indio Naborí se juntan el trovador y el juglar, el poeta que nos ha legado una imprescindible obra escrita en los más diversos metros y sobre los más variados temas, y el improvisador que todos reconocen como el de más hondo calado en la tradición oral de la poesía cubana y aun iberoamericana.
En él confluyeron condiciones excepcionales, a saber: una gran sensibilidad poética, un talento precoz que fue cultivando con esmero, y una voz muy peculiar que le distinguía del conjunto de sus compañeros poetas por su melodía, su timbre lírico, su agradable cadencia y una flexibilidad que le permitía asumir la tonada justa para el sentimiento particular; todavía hoy, ya alejado de las canturías, esa voz conserva ese tono melodioso.
Hay en Naborí, además, un inagotable afán de conocimiento que fue sedimentando en él, desde muy temprano, una sólida y diversa formación cultural que se expresa tanto en su obra poética como en su labor investigativa. Como acucioso investigador, cuyos libros resultan referencia obligada, es al mismo tiempo el científico que intenta fijar determinados conocimientos y el poeta indagador que está descubriendo en la literatura y en la realidad que lo circunda, aquello que después nutrirá sus versos.
El Jesús Orta improvisador usa los recursos que son más comúnmente utilizados por nuestros repentistas: Ajuste al tema, uso referencial de las circunstancias en que se produce la controversia, atención al comportamiento del contrario y su repercusión en el público, preparación de los versos finales de la estrofa para garantizar un cierre efectivo, y otros muchos que forman parte de esa puesta en escena que es la canturía.
Pero en él hubo siempre un afán de poetizar, de elevar la espinela a categoría poética sin que por ello perdiera su efectividad comunicativa.
Ese es el secreto de por qué la renovación provocada por su presencia en el escenario de la décima cubana fue finalmente aceptada y luego tomada como norma. El Indio Naborí no renunció jamás a ninguno de los mecanismos comunicativos de la controversia, por el contrario los utilizó para enriquecerlos y enriquecer con ello la espinela.
Ahora bien, ¿en qué consistió esa renovación, y cuáles fueron las vías utilizadas por Naborí para cambiar el canon establecido por el Cucalambé y proponer otra manera expresiva cuya vigencia aun hoy es constatable?
Ya en la escritura de la décima, después del triunfo de la vanguardia en nuestra literatura, se encuentran algunas de las ganancias poéticas que después se sistematizarán en la escritura e improvisación de la estrofa.
Algunos poetas como Eugenio Florit, sobre todo en Trópico (1928-1929) y Agustín Acosta, por citar solo dos, dotan a la décima de un reconocido prestigio literario.
Pero no hay aquí todavía ese vínculo definitivo y misterioso entre oralidad y escritura que va a producir una espinela de reconocida factura poética sin renunciar a su condición cantable. Esa décima tiene que esperar por la voz de Naborí que es el que la dotará de los recursos indispensables para ser al mismo tiempo un modelo poético y un vehículo de comunicación oral.
Frente a la décima de tropología simple heredada del Cucalambé, en la que el lenguaje se limitaba, básicamente a la comparación que es como llamaban los poetas al símil y era casi imposible encontrar otros recursos poéticos, Naborí opone una estrofa donde se enseñorea la metáfora, en sus más diversas formas expresivas; en la que la imagen, como representación gráfica de lo abstracto tiene un marcado protagonismo. Recordemos aquellos versos de su controversia con Angelito Valiente sobre el tema de la muerte en la que el Indio dice: “como un alfiler de frío/ la muerte, callada, viene/ desde un palacio que tiene/ forma de cráneo vacío.”. La sinestesia es otro recurso muy prestigiado en su obra.
El ejemplo que más se cita es el de una décima no improvisada pero que conserva el aire de la oralidad:
“Mi niñez descalza y pura/ como la misma ignorancia/ me llega con la fragancia/ de una guayaba madura”.
Otro de los recursos sobre el que vuelve con frecuencia es la paradoja. De hecho es una paradoja la que provoca la primera reacción de los improvisadores que defendían lo que llamaban “lógica” en la construcción de la estrofa. Improvisando en una casa, allá por los años cuarenta, el Indio descubre, a través de una ventana, una hermosa luna cuyos rayos caían sobre el bronce de una campana y con aquella imagen visual improvisa la siguiente redondilla:
“La luz de la luna fría/ se asoma por la ventana/ y desprende a la campana/ una muda sinfonía”.
A mi juicio con esta paradoja se inicia en la improvisación lo que ya el propio Orta Ruiz ha hecho con sus décimas escritas para que fueran interpretadas en diversos programas radiales.
Uno de sus aportes principales es que Naborí no busca la metáfora en la literatura ni en la cultura, intenta encontrarla sobre todo en la vida que le rodea y en la fuente popular. Esta es una enseñanza que le viene del estudio de los neopopularistas españoles, en particular de la obra de Federico García Lorca.
Su metáfora, como su décima toda, tiene un afán de identidad y una profunda vocación de autoctonía. Así cuando quiere expresar la blancura de una risa prefiere compararla con la yuca pelada y crujiente, antes que recurrir al nácar o cualquier otra referencia prestigiada por la cultura.
Según él mismo me ha dicho, desde que descubrió aquella definición de Bousoño donde aquel señala que “La ley intrínseca de la poesía es la sustitución e individualización de los significados”, la convirtió en su norte tanto para la improvisación como para la escritura.
Hoy es universalmente aceptada la renovación iniciada por Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) y se habla de una décima “prenaboriana y de otra postnaboriana”, pero no le fue fácil al poeta romper con la tradición y hacerse respetar primero y admirar después por sus contemporáneos y sobre todo por las nuevas generaciones de poetas que, como se sabe, intentan casi siempre construir su propia identidad negando a los autores que la preceden. Fueron muchas canturías, controversias sin fin en el escenario y en el libro los que necesitó para hacer valer su propósito.
Naborí recuerda esa época con mucho cariño y me comenta algunos de los momentos culminantes de ese proceso, como aquella controversia a distancia que sostuvo con Eloy Romero en 1946. Eloy cantaba desde
Eloy termina diciendo:
Tú no eres más que mi sombra
y mi sombra va detrás ...
Responde Naborí:
Y tu sombra va detrás...
¿A qué sombra te refieres?
Tú no tienes sombra, tú eres
Una sombra nada más.
Siempre una sombra serás,
Que nadie siente ni nombra;
Y si acaso no te asombra
Comprenderlo, que te asombre:
Tú eres la sombra de un hombre
Yo soy un hombre sin sombra.
En otro momento Eloy, defendiendo el lenguaje llano, “lógico”, le dice a Naborí:
A mí me gusta llamar
a las cosas por su nombre...
Y el Indio, defendiendo su poética nueva, riposta:
Es porque no ves en mí
Poeta de vocación
Que busca la asociación
De las cosas entre sí.
No voy a decir aquí
Que una ortiga es una ortiga,
Que una hormiga es una hormiga,
Que una lata es una lata,
Dígase en prosa barata,
Pero en verso no se diga.
Cantando con Gustavo Tacoronte en Punta Brava un día de invierno del año 44, Naborí improvisa la siguiente décima, ejemplo de alta poesía:
Llovizna, está gris el cielo,
En el aire, qué humedad,
Como si en la inmensidad
Alguien cepillara hielo.
Hilo elástico de vuelo
Recoge la tarde fría
En la gris melancolía
De un parque viejo y tristón
Donde los pájaros son
Racimos de melodía.
Esta paradoja pertenece a la misma estirpe de la ya citada muda sinfonía de la campana y provocó, como aquella, desconcierto y rechazo entre un sector de los repentistas que la consideraban una falta lógica, qué era aquello de que los pájaros fueran racimos de melodía.
De otro encuentro poético con Tacoronte nacieron unas décimas que después Naborí publicó. Eran entonces ambos poetas un par de adolescentes soñadores y bohemios para quienes una decepción de amor podía convertirse en una catástrofe. Cuenta el Indio que él tenía una novia pero la madre de la muchacha se oponía y logró casarla con el alcalde del pueblo, que era además alguien de muy turbio proceder.
Estas circunstancias además de la experiencia personal eran las ideales para una controversia, en las que se sabe tienen mucho prestigio las decepciones amorosas. Empujado por Tacoronte fueron a darle una serenata a la ex novia de donde surgieron estas preciosas décimas de Naborí que forman parte de nuestra tradición decimística:
Has vendido tu ilusión
sin ver que el amor castiga
al viviente que no siga
la ruta del corazón.
Pobre quien de su pasión
la corriente no desata,
y fríamente, y barata
vende su luz a las nieblas.
Ya te verás en tinieblas
bajo lámparas de plata.
Un día, el más triste día
de la más plomiza calma,
cuando te busques el alma
te la encontrarás vacía.
Ya verás cómo te hastía
tu mentira de oropeles:
hallarás entre tus mieles
acíbar de pena muda
y te sentirás desnuda
envuelta en lujosas pieles.
A Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) y Gustavo Tacoronte García, (
Un año mayor Naborí, este repentista de voz bien timbrada y de cuidadosa y bien construida décima, resultaba temible en la controversia “cuando venía inspirado”, según confirman varios de los que cantaron con él o le vieron competir. Para el Indio, Tacoronte “se destacó entre los más brillantes improvisadores cubanos, por su rica imaginación, fina sensibilidad y cultivada inteligencia”.
Naborí recuerda, como si fuera ahora mismo, aquella canturía del año 37 en la casa de Pastor Domínguez, cuando al compás del laúd de Alfredo Hernández, escuchó a Tacoronte improvisar.
Los dos eran muy jóvenes, aunque ya el nombre del Niño poeta de Juanelo era popular y Gustavo comenzaba. Cuenta el Indio que desde ese primer momento “descubrió que en aquel joven no estaba germinando un simple repentista, un versificador más, sino un verdadero poeta con la singular capacidad de improvisar”.
A partir de ese instante se produce entre ambos poetas una plena identificación que los unirá en la voluntad de cambiar el destino de la décima cubana. Ambos tenían una enorme vocación por la lectura y ya Naborí había esbozado su tesis de que era necesario enriquecer la espinela con nuevos elementos poéticos. Usar el viejo molde y sus leyes de comunicación para insuflarle el espíritu de la renovación. Encontró en Tacoronte un aliado convencido de esa necesidad y dotado del suficiente talento para acompañarlo en esa difícil travesía.
Gustavo Tacoronte, además de sus condiciones naturales para ser un abanderado de la décima nueva, tuvo la suerte de pertenecer a una familia que poseía determinados recursos materiales. Esta circunstancia le permitió estudiar y crear, para uso propio y el de sus amigos, especialmente Naborí, una buena biblioteca donde no faltaron las principales voces de la lírica española e hispanoamericana.
Cuenta el Indio Naborí que en las frecuentes veladas que pasaban juntos él y Tacoronte en la casa de este ultimo en Cuatro Caminos, lo más frecuente era que hiciesen lecturas comentadas de grandes poetas de la lengua, especialmente de los modernistas, posmodernistas y de la vanguardia. No resulta aventurado imaginar que uno de esos poetas era Federico García Lorca cuya obra y vocación popular dejó tan profunda huella en ambos poetas.
Pero la vocación de Tacoronte no estaba en la palabra escrita, él era juglar por excelencia.
A pesar de las constantes recomendaciones de que se dedicara a escribir, además de improvisar, nunca lo hizo y prefirió dejar al viento sus joyas poéticas, muchas de las cuales han sido rescatadas del olvido gracias a la memoria de sus admiradores y al celo generoso de Naborí que las cuidó como propias.
Gracias a esa fidelidad poseemos una colección de espinelas de Gustavo Tacoronte que daremos a conocer oportunamente porque forman parte de lo mejor de nuestra tradición poética.
La décima de Tacoronte es un modelo de construcción estrófica con ajuste al tema y con una cuidadosa elaboración de sus tres puntos esenciales: los versos de inicio (con los que establece el vínculo de la controversia), el puente, suerte de sólida bisagra con la que concluye el período inicial de la estrofa y abre su conclusión, y los dos versos de cierre que resultan siempre los de mayor eficacia poética.
Su lenguaje posee las mismas ganancias que ya hemos descrito en la décima de Naborí. Hay en Tacoronte también un uso abundante y adecuado de la metáfora, del símil, de la paradoja, de la sinestesia, de la imagen y de la concretización poética de lo abstracto.
En él como en el Indio se cumple la vocación del uso de todos estos recursos a partir de lo vernáculo, de lo que tiene que ver con el entorno del campesino y de la tierra. Toda su imaginería se apoya en la realidad del hombre de campo, aun cuando trata asuntos de la cultura universal. Su décima es una síntesis de dominio literario y de sensibilidad rural. Como Naborí, Tacoronte tampoco hace concesiones significativas al populismo. Lo vernáculo en él está marcado por la búsqueda de la perfección poética con arraigo en una identidad propia.
Para Naborí esa actitud era consciente y formaba parte de su propósito de renovación, de búsqueda. En Tacoronte pasó a ser una manera de expresarse sin que mediara para ello una profunda reflexión teórica.
La relación entre estos poetas, como ya he dicho, fue intensa, y la influencia y posible interinfluencia se puede constatar en la obra de ambos.
El propio Gustavo Tacoronte nos deja testimonio de esa relación en una décima que repiten los improvisadores cubanos. Hace poco me la recordaban Jesús y Omar, quienes además me regalaron otras espinelas del Cantor de La portada.
La décima en cuestión es la siguiente:
Para hablar de Naborí
Que no es un poeta liso,
Hay que pedirle permiso
Al retrato de Martí.
Con Jesús Orta aprendí
A no improvisar barato,
A no decir gato, al gato
Ni serpiente a la serpiente,
Y pasar indiferente
Por la puerta del ingrato.
Con esta décima ocurre una cosa curiosa. Los improvisadores la recuerdan dotándola de aquella especie de objetividad que fue tan cara a la tradición decimística cubana y que aún tiene destacados representantes en las viejas generaciones de poetas.
Cuando se la oí a Jesusito, este citaba:
“a decirle gato al gato/ y serpiente a la serpiente”.
En el conjunto de Décimas que me entregó Naborí, la memoria también se reproduce de la forma en que la recuerdan Jesús y Omar y otros poetas, pero Naborí asegura, y yo estoy de acuerdo con él, que la estrofa era tal como la hemos citado aquí, porque sin lugar a dudas esta estrofa de Tacoronte está emparentada con la décima ya citada en la que Naborí responde a Eloy Romero, y que fue después de dominio popular.
Recuérdese que allí decía el Indio que no le gustaba llamar a la hormiga hormiga y que aquel que quisiera nombrar las cosas por su nombre que lo hiciera en prosa “barata”, pero no en verso.
Muchas son las décimas de Tacoronte que han quedado en la memoria de los poetas y de los hombres y mujeres del pueblo que atesoran como propio ese legado. Citaré aquí, a modo de antología mínima algunas de esas espinelas, modelo de perfección y sensibilidad poética.
Respondiendo a un pie forzado de carácter patriótico:
Martí —antecesor de Mella,
Martí de pluma y machete,
Improvisado jinete
Sobre crinada centella—.
Por convertir en estrella
Las cenizas de Bayamo,
Le injertó patas de gamo
Al vientre del caracol
Y cayó de cara al sol
Sin patria pero sin amo.
Estas otras seleccionada por Naborí para el prólogo del libro de Tocoronte son también de una enorme belleza:
Amo la primera libreta
Donde en versos de ilusión
Amarré en un corazón
Mis extremos de poeta.
¡Ay! Pero el tiempo es saeta
voladora que no para,
y los versos que soñara
al pie de azules castillos
se están poniendo amarillos
de tiempo, como mi cara.
Amo la mano que funda
y la mano que destruye
amo la sombra que huye
y la luz que la circunda.
Amo la tierra fecunda
Que el campesino trabaja,
Porque la tierra que cuaja
Nuestro sudor en fortuna,
Nos da el cetro de la cuna
Y el pino de la mortaja.
Para abundar en la belleza metafórica de Tacoronte, presente ya en los versos citados, me permito reproducir para ustedes otro conjunto de espinelas que resultan verdaderas joyas poéticas, donde se cumplen las leyes de la nueva décima, es decir, eficacia comunicativa y riqueza tropológica. He aquí las décimas:
Cuando se desborda en trino
El agua de la ternura
Lava con su mano pura
La camisa del camino.
El sinsonte, campesino
Maestro de su garganta,
Desde un ciruelo levanta
Su pico —llave del cielo—
Y colgado del ciruelo
Es una fruta que canta.
Este último verso tiene un eco indudable de aquel racimo de Melodía que ya nos regaló el Indio Naborí, no parece aventurado suponer que pertenece a la misma controversia.
Sobre el comportamiento ético:
La modestia es el anillo
Que verás siempre en mi dedo,
El orgullo siembra miedo
Como si fuera un gatillo.
El padre de Ismaelillo
Dijo con la voz más pura:
“viva yo en modestia oscura,
muera en silencio y pobreza,
que ya verán mi cabeza
por sobre mi sepultura”.
Cantando en Güines con Rafael Hernández sobre el tema de la bebida y la necesidad de familia, tan doloroso para él que no pudo tener hijos, Tacoronte responde a una décima de su oponente con una espinela que recuerdan los repentistas con mucho respeto.
Si encontrara una mujer
que me diera su cariño,
con la presencia de un niño
dejaría de beber.
Pero eso no puede ser,
Porque hay puntas que me hieren
Y como aquí no me quieren,
En la frialdad del polo
Tendré que morirme solo
Como las águilas mueren.
Vuelve sobre el mismo asunto del hijo cuando cantando con otro poeta se impone el tema de la muerte a propósito del fallecimiento del hijo de un amigo. La tradición guarda esta redondilla de Tacoronte.
Yo no he tenido la suerte
De haber tenido esa gracia,
Ni tampoco la desagracia
De darle un hijo a la muerte.
Gustavo Tacoronte era también, como muchos de nuestros repentistas, un maestro del pie forzado. En realidad, la controversia es siempre un pie forzado, pero cuando este se hace explícito hay poetas que lo logran con mayor eficacia que otros, porque se ajustan a lo que sugiere el verso preestablecido.
Muchos son los pies forzados cantados por este poeta que se recuerdan hoy. Ya hemos citado el de Martí y aquí incluimos otros que resultan verdaderos modelos de construcción y de eficacia poética y repentística:
El primer pie forzado dice: “Cadáver de una paloma”. He aquí la décima:
El perro del cazador
Mueve la cola, olfatea,
Sale al instante y rastrea
A la voz de su señor.
Suena un tiro aterrador,
Un ave que se desploma,
Va, entre sus dientes la toma,
Y luego vuelve a su dueño
Con el sangrante y pequeño
Cadáver de una paloma.
El otro pie forzado son dos versos del Cucalambé y lo improvisó en El Cornito en alguna de las Jornadas Cucalambeanas. El pie dice: “donde fresca, limpia y clara se desliza la corriente”.
Cornito te visité
Y en tus líquidos espejos
Con los gigantes más viejos
De la flora conversé.
A un jagüey le pregunté:
¿dónde está el poeta ausente?
Y me dijo: está presente
Debajo de aquella guara
Donde fresca limpia y clara
Se desliza la corriente.
Muchas son las décimas que podría incluir aquí pero solo agregaré un par de ellas que me parecen indispensables:
Un bohío desgreñado
Por las cornadas del viento,
Cobijó mi nacimiento
Nueve lunas esperado.
Me dio mi primer calzado
Una palmera jimagua,
Y yo no sé con qué agua
Las mejillas me mojó
El río que se llevó
Mis zapaticos de yagua.
Sobre el verso; una especie de poética:
Mi verso trasnochador
Cuando a caminar empieza,
Igual que un ciego tropieza
Entre la espina y la flor.
Mi verso es un ruiseñor
Con las dos alas partidas,
Porque manos atrevidas,
En minutos infelices
Le abrieron las cicatrices
A mis antiguas heridas.
De alguna canturía y como respuesta a un contrario que admiraba, puede ser Naborí, surgió esta precisa décima.
Si yo pudiera arrancar
Una estrella con la mano,
Como arranca el campirano
Una penca del palmar;
No la pondría a brillar
En el campo de batalla,
Ni a la vieja guardarraya
Cedería ese derecho,
Te la pondría en el pecho
Como la mejor medalla.
He querido unir a estos dos poetas porque con ello demuestro, una vez más, por qué es tan profundamente querido y admirado Jesús Orta Ruiz.
Corfirmo aquí esa proverbial generosidad que hace del Indio un mentor y un modelo de comportamiento intelectual. Gracias a él he podido rescatar muchas de las mejores décimas de ese poeta esencial que fue y sigue siendo Gustavo Tacoronte García, espero que también lo agradezcan nuestros lectores.
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