La obra mantiene la existencia
Estamos celebrando el
centenario de Samuel
Feijóo (San Juan de los Yeras,
antigua provincia de Las Villas, 31 de marzo 1914— La Habana, 14 de julio 1992).
Con ese motivo reproducimos la valoración del Doctor en Ciencias Filológicas Virgilio
López Lemus, poeta y ensayista; uno de los más lúcidos investigadores con
que cuenta el panorama literario cubano de hoy.
LA
OBRA MANTIENE LA EXISTENCIA
Por Virgilio
López Lemus
Tomado de Juventud Rebelde
Tomado de Juventud Rebelde
Samuel
Feijóo sumó muchos creadores, sobre
todo fue un extraordinario poeta, y de ello se desprende toda su obra de
referencia en la cultura cubana y de altos quilates en ella. Novelista,
cuentista, narrador de diarios de viajes y de vida campestre, crítico literario
y de artes, pintor y dibujante, diseñador pragmático, fundador de revistas,
editor de rango, periodista, folclorista, cronista, profesor, su obra escrita
rebasa los cien títulos multigenéricos, sus cuadros y dibujos no han sido
contados nunca.
A esta infatigable pasión
creativa, algunas personas de menos vuelo la llaman «estar loco». Por sus
andanzas de gran caminante y perpetuo artista a veces muy surrealista en su
actitud vital, también en ocasiones se le ha tenido por debajo del alto escalón
que merece en el panorama de las literaturas y las artes de Cuba y de toda
América Latina.
Su azarosa vida, contada en
su autobiografía El sensible zarapico, condujo asimismo a variados prejuicios a
la hora de valorar su enorme aporte a la cultura nacional. O se le ignoraba o
se le subestimaba. Pocas veces alguien lo sobrevaloraba.
Samuel Feijóo visto
por el caricaturista
Pedro Méndez
por el caricaturista
Pedro Méndez
En el año del centenario de
su nacimiento, es hora de que miremos a su intensa labor, a lo que dejó detrás
de su vida corporal, y observemos sin mezquindades al hombre en su época y bajo
los efectos de sus credos personales, según su propia idea: «la obra mantiene
la existencia». Es ella la que le sobrevive y la que obliga a llamar la
atención sobre uno de los escritores y artistas mayores del siglo XX cubano.
En las provincias del centro
de Cuba, formadas a partir de la antigua Las Villas, las anécdotas sobre este
artista de la palabra y de la paleta suelen opacar el nivel poético que alcanzó
en poemas como Beth-el, Faz y el Himno a la alusión del tiempo. Se le conoce más popularmente por sus
colecciones de décimas, cuartetas, dichos, dicharachos, saberes y cantares del
pueblo, y mitos y leyendas cubanas y latinoamericanas, y quizá por ello se deja
de saber que fue autor de algunos libros de reflexión en prosa, como sus Alcancías
del artesano, en los que resultó ser un claro pensador, un creador
de una poética.
Su novela tan ampliamente
conocida Juan Quinquín en Pueblo Mocho (llevada al cine y a la
televisión), hace olvidar un poco que es el autor de otra aun mejor: Tumbaga, y que en La gira descomunal
describió por medio novelado incluso una utopía. Mucho nos reímos con su
humorismo criollo en Vida completa del poeta Wampampiro Timbereta,
pero más allá del humorismo hay un profundo observador de la identidad cubana,
de la que él fue un vocero esencial.
El autor de El
saber y el cantar de Juan sin nada es también quien redactó la
notable investigación El son cubano. Poética general.
Junto con sus antologías Sonetos en Cuba y La
décima culta en Cuba entregó su compilación de Cuarteta y décima. Más
de 60 revistas Islas y Signos a su cargo, y unos 25 libros de poemas, algunos
aún dispersos en la segunda revista, nos hacen pensar muy seriamente en qué
«locura» se le atribuía a este hombre asombroso, que apenas tenía tiempo para
descansar.
No hay tantos polígrafos
cubanos, ni son muchos los poetas a los que podemos señalar con propiedad que
son autores de una verdadera y legítima poética original. Samuel Feijóo es uno
de esos escasos autores de relieve múltiple.
La ocasión del centenario
resulta oportuna para hacer estas observaciones y no para pequeñeces sobre su
ejercicio vital. Nos importa su obra, esa que legó al pueblo de Cuba, tan amado
por él. Feijóo fue un revolucionario de letra y palabra, amó tan
entrañablemente a Cuba, que todo lo que hacía, paisaje o verso, estaba
fecundado por ese amor. Él decía que solo había alcanzado a tener siete
lectores. Hagamos que su centenario multiplique la siempre apasionante lectura
de su obra escrita, y descubramos cuánto de elevado oro hay en ella. «Mi obra
es oro —decía—, si no lo descubren, sigue siendo oro». Es tiempo ya de hallar
todo ese oro de letras.
Versión original, mediante
el siguiente link, en Juventud
Rebelde
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