Presentación del poemario Los Césares perdidos —Premio Iberoamericano Cucalambé 2008, de Odalys Leyva Rosabal—, en el Catauro de la décima de la XLV Jornada Cucalambeana. Las Tunas, 30 de junio de 2012.
Dice Frank
Padrón que es curioso que el lector común acepte como lo más natural del
mundo que el narrador asuma en su obra los más disímiles personajes, y sin
embargo se sorprenda cuando el poeta, en sus textos, hable desde voces que no
son la propia. Es como si entendiera un pecado de lesa literatura que el
escritor de poesía delegara su opción de sujeto lírico en otros seres, a veces
bien distintos entre sí, a veces bien distantes del autor en términos
temporales, geográficos e incluso espirituales.
Es el juego de máscaras,
proceder escritural que aprovecha para la poesía ganancias de la dramaturgia,
más que de la narrativa, y que ha alcanzado entre nosotros últimamente enjundia
y apetencia, no sin arrostrar los riesgos de la poca costumbre y los que el
propio procedimiento encierra.
En esa línea de asunción de
tales desafíos se inscribe Los
Césares perdidos, poemario en
décimas con el cual alcanzó el Premio
Iberoamericano Cucalambé 2008 la escritora Odalys
Leyva Rosabal, nacida en Jobabo, Las
Tunas, en 1969, y residente desde niña en Guáimaro,
Camagüey, desde donde dirige el grupo
iberoamericano de poetisas Décima al filo.
El telón de fondo escogido
es la antigua Roma, como dije en el prólogo “aquella Roma clásica de república
y esclavos y senado y dictadores, con cuya arquitectura grave y aristocrática
se diría que ha sabido Odalys contaminar la armazón léxico-tropológica de su
conjunto poético”.
Aquí Odalys se trasviste y
caracteriza, bien como Cleopatra —a la cual acude una y otra vez, en cierto
modo como hilo conductor de la mascarada—, bien como cualquiera de las otras
figuras, femeninas y masculinas, heterosexuales u homosexuales, que
protagonizaron en verdad la Roma de la época.
Se sumerge uno en estas
páginas y se antoja uno allí, ganado por las habilidades de la autora para
envolvernos en su juego de evocaciones, para el cual aprovecha ecos de la
oratoria, el teatro y el coro polifónico, tan acertados por distintivos para
tales propósitos.
Pero como también dije en el
introito del volumen, no es este entrampamiento el fin último de esta obra
poética, sino antes bien el aprovechamiento de tales evocaciones para echar luz
—oh vocación liberadora de la dominante cultural de la posmodernidad— sobre
males contemporáneos.
De la magnitud con que logra
Odalys tales intenciones, por supuesto dirá el lector la última palabra. Pero
mientras tanto, vaya desde aquí nuestro beso fraterno hasta Odalys, que en Guáimaro
se recupera de una complicada intervención quirúrgica efectuada en La Habana,
con el deseo expreso de restablecerse prontamente para continuar aportando
espacios, desde el Grupo
Décima al filo, a la promoción de nuestro universo de la poesía escrita en
décimas.
Desde este humilde estrado
del presentador, sugerimos a quien adquiera y lea estos Césares, para nada
perdidos, trasladar a la autora sus apreciaciones, y también los cariñosos
deseos de su recuperación completa.
Muchas gracias.
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