¿El complejo artístico-literario de la décima iberoamericana requiere de una ciudad que la simbolice o ese símbolo está ya presente?
Por Pedro Péglez González
Presidente del Grupo Ala Décima
Nunca he estado demasiado apegado a la costumbre humana de titular como capital de tal o más cual cosa a una localidad, tendencia que aprovecha el hábito de larga data —surgido de una incuestionable necesidad administrativa y sociopolítica, avalada por la historia de un territorio dado— de nombrar a una población como “principal o cabeza de un estado, provincia o distrito”, según la definición del Diccionario de
Mi poco apego a la propensión citada se torna alarma cuando la tal titulación se persigue con perros, como si a los humanos nos fuera la vida en que nuestro lar colectivo fuera el primero en algo: Majarabomba, capital del arroz con picadillo; San Francisquito del Valle, capital de las mariposas de alas amarillas. Por muy sabroso o bello que puedan resultar lo uno y lo otro para las personas de todas partes, y por tanto felicitable a quienes lo posean o brinden en abundancia.
Transijo cuando se trata de un asunto de interés sociocultural —en el más amplio sentido con que pueda concebirse el sintagma—, en el cual tenga una particular capacidad de convocatoria el sitio en cuestión, sustentada por una historicidad y representatividad respaldadas por las personas afiliadas a tal interés en cualquier otro territorio.
Hace años —creo que fue en 1996—, durante una jornada cucalambeana, me acerqué como periodista a Maximiano Trapero, catedrático de larga trayectoria en
Sin ocultar mi sorpresa, le pedí argumentos. Sus palabras conformaron una entrevista que publiqué entonces en Trabajadores —aclaro que no las cito ahora textualmente—, y se encaminaban a los siguientes razonamientos: La poesía en décimas está extendida por toda la amplia región iberoamericana con un predominio que rebasa con mucho su empleo, prácticamente ocasional, en otras lenguas y territorios del planeta. Toda esa gran pléyade de cultores de la modalidad tienen en las jornadas cucalambeanas, convocadas, organizadas y llevadas a término por Las Tunas desde los años 60, un referente histórico aglutinador. En él —aun los que nunca hayan podido asistir— reconocen la fiesta mayor de su esfera creativa artístico-literaria. Algo así como
Un hecho, por aquellos años, vendría a corroborar sus palabras: Representantes de los decimistas de toda la región que cultiva el género, reunidos en un encuentro-festival iberoamericano, acordaron celebrar anualmente esa cita del siguiente modo: los años pares en uno de sus países y los años impares siempre en Las Tunas, dentro del programa de la jornada cucalambeana.
Por otra parte, en Cuba, esta esfera creativa artístico-literaria —como sabemos surgida de elementos de fuerte tradición, fundamentalmente asociados al patrimonio cultural campesino—, desde fines de los 80 y con mayor fuerza desde comienzos de los
En esto han sido determinantes, aunque no exclusivas, las jornadas cucalambeanas y toda la labor realizada por Las Tunas, que dentro y fuera de aquellas convoca cada año —ya por la local Editorial Sanlope, ya por
A resultas de esta saga, para los decimistas del patio —sean de la vertiente oral improvisada (repentismo), sean de la escritura—, al menos para la amplia mayoría, la jornada cucalambeana que anualmente se realiza en Las Tunas tiene también ese carácter de fiesta mayor, aglutinadora y representativa, amén del orgullo de que un territorio cubano tenga tal capacidad de convocatoria internacional. De muchos he escuchado su pesar por no haber participado nunca, o después de haber participado, no haber podido asistir de nuevo. Algo de cierta manera comprensible: En un evento de tal envergadura no es posible lograr la asistencia de todos.
Vivencias personales que avalan la certidumbre de tal reconocimiento tengo muchas. La más reciente, un diálogo con dos jóvenes repentistas de Matanzas —provincia con larga tradición en la décima oral improvisada y una institución como la Casa Naborí con veinte años de trabajo—: Orismay Hernández y Héctor Luis Alonso. En un cálido hogar de Jarahueca, Sancti Spíritus, durante
Creo que ya a esta altura del cuento los argumentos, a mi modo de ver, son abrumadores. Más allá de mi poco apego a la propensión a titular localidades, más allá de mi alarma por el carácter obsesivo y torpe con que he visto manifestarse a veces esa tendencia —incluso recientemente, incluso en relación con la décima—, la respuesta a la interrogante del título de este comentario es afirmativa, y se corresponde con aquella aseveración de Maximiano Trapero. (Y que conste que ni ese respetado académico ni yo somos tuneros).
Todo lo cual no excluye ni minimiza, necesario es advertirlo, la validez de otras titulaciones colaterales, como la de Guáimaro, a la que se ha calificado como capital de la décima escrita por mujeres, en virtud del surgimiento, en el 2003, en esa ciudad de hondas resonancias en los históricos desempeños de la mujer cubana, de un movimiento femenino que dio en llamarse Grupo Décima al filo, y cuyos encuentros nacionales desde entonces se han ido convirtiendo en un espacio sumamente aportador para la vertiente escrita de la poesía en estrofas de diez versos.
De modo que todo es posible, siempre que se sustente y enraíce y legitime. Sin que para ello haya que suplantar ni relegar a nada ni a nadie.
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