Lienzos y juglares
(Un encuentro,
desde el campo,
con el campo)
Por Mariana Pérez Pérez
(Sobre el libro de ese título,
presentado en la tertulia
La décima es un árbol)
Quien ha conocido al campo «desde adentro» no puede asimilar, aunque reconozca sus valores, a esas décimas y canciones guajiras edulcoradas, en las que la vida campesina resulta un paraíso, donde todo es hermoso y perfecto. Por eso, leer el cuaderno Lienzos y juglares, de Ernesto Martí Rivero, quien vive apegado a la tierra en el municipio de Manicaragua, es descubrir una pintura donde las faenas agrícolas son reveladas por un pintor que sabe de ellas; una pintura de alta belleza, pero realista.
Ernesto Martí Rivero (1968) ganó en 1998 el Premio de Poesía en el Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios y en 1999 el concurso «Batalla de Mal Tiempo». Ha publicado poemas en Huella y en Arimao, y dos libros en verso libre. Fue miembro de la Asociación “Hermanos Saíz”. En su decimario Lienzos y Juglares (1999) (1) se comienza a comprender lo que el poeta nos ofrece, a partir de la dedicatoria y el exergo; la primera ofrece el libro, en primer término, «a los hombres que hacen de la tierra el milagro del germen y la vida», mientras que en el exergo parte de la voz de Miguel Hernández: Lo mismo que estos hombres / que mueren encendiendo, / la mocha, la sonrisa, / la muerte y el cigarro.
Con los elementos mencionados, nos adentramos en un decimario que atrapa el ambiente campestre alejándose del bucolismo criollista –con la presencia del fenómeno visionario típico de la modernidad, pero sin rudeza ni estridencias–, como si pulsara levemente el «arpa de la mirada», imagen que atrae la atención en el primero de los 18 poemas (en 24 décimas) junto al resto de las que conforman esa «Bonanza» que llega después de la lluvia mañanera. El cuaderno muestra «lienzos» de la vida del campo en nuestros días, la siembra, la cosecha y otras labores como el regadío. Y es precisamente «Regadío» una décima que sobresale por el manejo formal, que incorpora tecnicismos sin que se sientan como entes ajenos a la poesía, así entran en el sistema, sin romperlo, «turbina», «esprín», «mariposa», vocablos que se funden con la metáfora larga serpiente estirada y la imagen el agua vuela graciosa / como diamantes sin fin. Por su parte «Corte de caña», está formada, en los 6 versos finales, por imágenes que irradian otras –con un símil incluido–, donde aparecen las carretas como roncos veleros con ruedas y va de lo animado a lo inanimado en casos como: El sol ... pinta el sonido, y algas, que miran quedas.
En este autor, elementos del paisaje cubano que han sido cantados hasta la saciedad, tanto por los poetas cultos como por los repentistas, son aprehendidos de manera tal que parecen mirados por vez primera, tal vez porque el sujeto lírico no se sitúa en un mirador externo, sino que va recorriendo ese paisaje que ha penetrado a través de sus sentidos. Él posee la capacidad de poetizar las faenas agrícolas, aunque las muestre con exactitud documental, tal es el caso, por ejemplo, de «Corte de tabaco» y «Siembra de tabaco», mientras que algo tan intrascendente como la telaraña es elevado, en las décimas homónimas, a un rango poético mediante el lenguaje tropológico acertado:
Un golpe sordo al olvido
en el cristal de la nada
es la telaraña izada
en los sitios del descuido.
(...)
dejando una cuarteadura
la araña en su ahorcada pose,
con su propio andar le cose
al monte alguna fisura.
Otra cualidad de estas décimas es la síntesis expresiva, a través de la imagen, de procesos o sucesos que requerirían –en prosa– una larga explicación, como por ejemplo, la maduración y cosecha del café: ... pone al tiempo diminutos / crepúsculos en los granos / que van llenando las manos / de madurados minutos. En «Gallos» hay, además, un sentido narrativo y plástico que logra en sólo veinte versos reflejar toda la violencia del acto; mediante la elipsis de la metáfora, dice más en dos versos que cualquier narración, más o menos extensa, de la lidia y la victoria de un gallo sobre el otro: el indio que de un venazo / deja trunco el mediodía (...) En el giro el indio alcanza / hundir la luz de su espuela, / y el ojo que ya no vela / ve con su mirada rota, / el peso de la derrota / en una pluma que vuela.
Ernesto Martí Rivero, sin alejarse de las ganancias alcanzadas por la décima que se escribe a partir de los años 80, se sitúa en una perspectiva rural cotidiana para tampoco desentenderse de la tradición. Sin embargo, no todas las décimas en este breve cuaderno constituyen «lienzos» de la vida rural, sino que también se encuentra el hombre que piensa y duda dialécticamente acerca del ser y del existir, de lo cual es una muestra interesante «Juglares ante el pensador de Rodín», último de los poemas, en tanto el penúltimo, «Juglares», enlaza el presente y el pasado, a través de la intertextualidad con el poeta español Gonzalo de Berceo, para expresar cómo se manifiesta el vicio de la bebida entre los campesinos; el cantar culmina con una simpática armonía imitativa: otrro trrago de bon vino / pa’ mí y pal otrro cantor, como demostración fehaciente de que lo culto y lo popular se imbrican en este cuaderno de buena poesía.
En referencia a lo formal, hay que decir que posee características similares a otros poetas de su generación, con algunas rimas de fácil creación a partir de infinitivos, participios, gerundios y pronombres enclíticos; mientras que la estructura de la estrofa va desde la espinela, pasa por otras formas atípicas y llega hasta la desacertada inclusión de un “poema-estructura” –más bien se trata de una línea– que nada tiene que ver con el libro, que, a pesar de ello, está dotado de una calidad a la que no pueden menoscabar tan ínfimos “lunares”.
No debe concluir la mirada a este autor sin expresar, como una voz segunda del poeta y crítico Waldo González López (2) que «una de las mayores virtudes de este mínimo pero intenso librillo (…) es, justamente, su vocación de humanidad».
NOTAS
1.- Martí Rivero, Ernesto, Lienzos y juglares, Sed de Belleza, Santa Clara, 1999, 26 pp., (Colección Ábrego)
2.- González López, Waldo, «Juglares de la soledad», en Juventud Rebelde 20 sep. 2000:6, La Habana.
1 comentario:
creo que es uno de los poetas que más le ha aportado a la poesía castellana en los últimos tiempos. Proximamente en la Wed Versoado (España)saldrá un trabajo sobre su obra y la de Adalberto Ranssell-Levis
Saludo y salud a la poesía de Ernesto y cubana. Felicidadez Poeta
Victoria Eugenia
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