lunes, 11 de agosto de 2008

Aportes a la cultura
nacional desde la décima
en Pablo Armando Fernández
y Waldo González López

Ponencia leída en el coloquio
de la XLI Jornada Cucalambeana

Por Antonio Gutiérrez Rodríguez

(En la imagen, de izquierda a derecha, el autor de este texto, Waldo y Pablo Armando.
Foto:
Mayra Hernández)

Desde el momento que una obra participa y aporta valores a la tradición de un país ya nos identifica por resultar sustento y esencia de su raíz; por ello, tradición e identidad asumen e incorporan elementos de nuestro hacer decimístico. Cuando la obra es auténtica se queda. Para conceptualizar el resultado al que hacemos referencia en el título de este trabajo queremos dejar claro nuestro posicionamiento, ya que partimos de los conceptos de tradición e identidad.

Analizando las ideas de pensadores como: Jorge Núñez, Virtudes Félix, Luis Figueras, Orlando Vergés Martínez, Carlos Tamayo y otros, llegamos al concepto de que la tradición es la expresión de los pueblos, transmitida de generación en generación, de sujetos, grupos, etc; de lo que se infieren transformaciones por el devenir del tiempo, y a la vez preservación y continuidad, categorías inmanentes al fenómeno social. Incluye todo lo que un pueblo ha ido formando como costumbres, lenguaje, literatura escrita y oral, arte, leyenda, mitos, refranes, conjuros, juegos, religiones, bailes, arquitectura, vestuario, comidas e ideas, entre otros aspectos. Todo esto complementa y existe dentro de la identidad que es la forma en que se asumen esos valores junto a los estéticos y morales, donde unos y otros se conocen y reconocen, tanto a sí mismos como a los que les rodean, sujetos al mundo social, histórico y cultural que los identifica y distingue, haciéndolos iguales a la vez que diversos.

Atendiendo este criterio emplazamos el estudio con relación a los aportes realizados por estos dos autores desde la décima a la cultura nacional.

Pablo Armando Fernández (Delicias, Las Tunas, Cuba, 1930), Premio Nacional de Literatura (1996) y Premio Casa de Las Américas (1968), conocido internacionalmente como narrador y poeta, incursiona en la décima de forma novedosa; se apropia de un elemento universal “la luz”, como símbolo y simiente para llegar a la eternidad, o sea, en un sentido más intelectual: el hombre eternizado por la palabra.

La autenticidad de la décima de Pablo no está solo en su autoctonía, su apego a lo cubano, sino a la vez en su negación al facilismo: no escribir una décima complaciente. Martínez Estrada afirma al respecto: “la décima de Pablo no le hace ninguna concesión al lector”, lo obliga a pensar, a convertirse en coautor, cocreador de sus versos. Ese es un aporte: obliga al lector a crear, reflexionar, sobre la base del enriquecimiento no solo en el lenguaje sino del pensamiento interno de la estrofa. Tuve muy de cerca esta zona de la obra de Pablo, la estudié con profundidad, pues en Cuba fui el primero en proponerle que hiciéramos una selección de sus espinelas a lo que él accedió; luego fui su editor y la compilación se publicó por la Editorial Sanlope bajo el título Hoy la hoguera (2001). En este volumen por primera vez se agrupan y ven la luz sus décimas. Otro de sus aportes es la autenticidad de la voz, en la que se aprecia un reciclaje del discurso empleado por la generación del 50 (Retamar, César López, y Virgilio Piñera entre otros). Es una voz firme, con trasuntos de lo coloquial, individual y, a la vez, colectiva.

Incluye lo testimonial, los hechos de la lucha rebelde poetizados, el ímpetu primero de la palabra, la luz y el sol del Caribe. De acuerdo con Martínez Estrada, es “un fruto sabroso nutrido en razón”. A Pablo le tocó también hacer de la décima un hecho no solo de los libros e impresos, sino también de la calle y las tribunas. En New York, cuando recogía fondos para el Movimiento 26 de Julio, leía décimas de exhortación a los aportes para la lucha. También lo ha hecho en La Habana, en diferentes lugares públicos, en la UNEAC, los recintos feriales, en Las Tunas (en El Cornito, en el Centro Universitario Vladimir I. Lenin, escuelas y centros de trabajo), con una humildad y modestia que enaltecen su décima. Varios ensayistas han reconocido su magisterio sobre nuevas generaciones cultivadoras de la Estrofa Nacional. Otro aporte radica en su manera personal de mezclar y fundir el pensamiento filosófico con lo popular, a través del uso de vocablos cercanos a lo bucólico.

Así recuerdo:

¡Qué mirada temblorosa
acecha, encendida el alma,
la muerte tras de la palma,
el ateje y la yagruma:
misión que medra en la bruma
y es queja y es grito y es calma!

En sus “Décimas de las armas no son de hierro” maneja la repetición del consonante con toda intención, para reforzar el pensamiento filosófico (en la actualidad hay jóvenes que han usado esto creyéndolo algo nuevo):

Para ennoblecer la muerte
y que la sangre madure
no es preciso que el mal dure,
ni someterlo a la muerte.

Asimismo, resalta, su alto poder de convocatoria desde una humildad y sencillez impresionantes en un Premio Nacional de Literatura, lo que no implica ingenuidad en esas décimas, todo lo contrario, pues él sabe que el mundo del conocimiento llega a magnitudes inmensas.

La décima de Pablo Armando Fernández marca con el pulso del poeta las pausas rítmicas transgresoras del lenguaje meramente de palabras para llevarnos a ese otro lenguaje profuso y único, misterioso y hondo de la poesía; es como si repartiera su corazón, quiero decir, su esencia, por todas partes. Desde lo más sencillo a lo más complicado, es una décima con paso de muchedumbre. Así su labor decimista transustanciada se queda con nosotros para toda la vida: la eternidad mediante la palabra.

Por su parte, es distinto el canto y el discurso, pero también son válidos los aportes de las décimas escritas por Waldo González López (Puerto Padre, Las Tunas, 1946), quien busca la autenticidad de forma consciente. Él se impone realizar una décima distinta sin desprenderse de las tradiciones y raíces cubanas.

El propio autor lo confiesa cuando afirma en su décima: “La mano, el poema”:

Mi mano el poema escribe
que no escribirá otra mano
(¿es el poema lo arcano?)

Y acto seguido nos anuncia que para que su décima viva tiene que nutrirse con la luz del mundo:

Si el poema no percibe
la luz del mundo no vive:
se va en lenta despedida
y yo pierdo la partida.

Y para no perder la partida aporta la sinceridad; sajadura y herida resulta el verso entonces:

Si el poema es verdad, quema
como zarza ardiendo —emblema—
con el fuego de la vida.

Nótese ya aquí con claridad los códigos que van a guiar la imago del poeta a través de sus octosílabos. Tiene que ser verdad el poema, el poema tiene que ser verdad.

Recuérdese que hay quienes han hecho del verso pirotecnia: muchas luces y brillos y poca alma.

En el caso de Waldo hay algo muy particular y es que en la cultura cubana ha entregado largas jornadas, días, meses y años para difundir lo que otros han escrito, así que a nadie le resulte extraño que haya publicado una veintena de antologías en teatro, ensayos, poesía y sobre todo de la décima. Ha traducido a varios autores importantes al español: Yeats, Prevert y otros. Ha organizado eventos, tertulias, peñas; aún hoy conduce una en el Centro Cultural Arte-Habana. Crítico preclaro, ha sido muy exigente con su propia obra y ha encontrado tiempo para llevar adelante una valiosa creación decimista. En conversaciones, en la UNEAC, en El Cornito, en el Hotel Las Tunas, en su casa y otros lugares me ha confesado que son sacrificios que le provocan placer; se refiere a sus entregas como antólogo, investigador, crítico, promotor y la realización del periodismo cultural desde las páginas de Bohemia, Mujeres, Muchachas, Juventud Rebelde, Granma, La Letra del Escriba, La Gaceta de Cuba y en otras publicaciones especializadas.

Sus aportes a la décima y la cultura cubana, aparte de lo ya apuntado, han devenido en cuidadoso tratamiento de la estrofa sin permitirse desliz alguno. En torno ha esto ha reconocido que fue Félix Pita Rodríguez quien dijo que su décima es “una llama y su fulgor”, a la vez que exaltaba su dominio en el oficio.

Durante muchos años he leído los manuscritos octosilábicos de Waldo y luego cuando los he releído, ya publicados, me percato de la gran laboriosidad y fuerza para el trabajo poético que guarda este hombre dentro de sí. Si alguien sale a pescar versos largos o cortos en su obra, no los encontrará, si quieren hallarle un asonante no lo van a ver ni descendido. Ese es un aporte innegable al respeto de la estrofa, el cuidadoso tratamiento estético. En este sentido el Indio Naborí afirmó: “Tus décimas son de perfecta esctructura clásica, sin asonancias, sin ásperas sinalefas, fluidas como un río por un cauce sin obstáculos”.

Otro de sus aportes es ser original en el tratamiento de temas, buscando no parecerse a nadie, cuidando cada detalle, unido esto a un tono sostenido y alto, a la vez que suave y musical. A Waldo le tocó una época en que había mucha fanfarria retórica y se refugió en la sencillez. Muchas veces se lo dije y él se reía y me decía: “Es verdad, es mi trinchera”. Así, la estructura y composición de sus décimas resultan sencillas pero al mismo tiempo albergan un profundo pensamiento.

Otro asunto digno de significar es el haber retomado la relación entre la luz y la sombra en un tono de ambivalencia. Desde los textos grabados en las pirámides egipcias ya estaba ese tema, pero Waldo lo retoma y le da otros matices, lo ilumina con nuevas luces. Waldo anda entre las décimas como él mismo dijera “con un fuego en cada mano”. Nos muestra que la sombra no es más que la ausencia de luz y ahí mismo trasmuta el concepto hacia lo filosófico.

Otro aspecto es el sistema dentro de la décima con elementos simbólicos y transgresores del símbolo mismo, tales como, luz, centellas, estrellas, sol, luna, día, y por otro lado sombras, noches, oscuridad, para luego integrar todo esto en tropos que conforman la décima. Ejemplo: “sismo y fuego, lluvia y noche” o “limpio fuego, girasol, sombras”. Así el sol puede ser una lámpara y la sombra una trinchera.

Referido al héroe dice “en él llamean crisoles”, para de inmediato subir la parada en “palabras como centellas”.

En su décima “Furia y bandera” (y continuamos hablando de aportes) nos entrega una idea muy original que recuerda la transustanciación a la que hiciera referencia Lezama; en esa décima el héroe al morir se insustancia en lo físico, pero se convierte en luz, lo cual nos hace pensar en permanencia y eternidad. Este asunto de la ambivalencia entre la luz y la sombra es como un leimotiv en toda su obra decimista. Así la luz puede ser “una mariposa blanca” y penetrar en las sombras y entonces ser el paso hacia la luz eterna.

Con estos y otros aportes como el de comparar a Martí con un sol, y su obra como fundamento de luz nos abre un diapasón en múltiples aristas difíciles de alcanzar y que sin embargo él logra plenamente. Ese desbordamiento enriquece la décima como elemento constitutivo de la cultura nacional. Dentro de los posibles discursivos es notable el emplazamiento consciente de hacer luz con la razón.

Así, los aportes estilísticos y conceptuales de Pablo y Waldo se imbrican dentro de la tradición decimística cubana como elemento constitutivo de nuestra identidad.

Bibliografía

Díaz Suárez, Rosalía: “Disertaciones filosófica en el debate de la identidad” en revista Honda. No. 4: año 2. C. La Habana, 2001.

Geertz, Clifford: “El impacto del concepto de cultura, en el concepto del hombre” : Galicia, Barcelona, España, 1987.

Rodríguez, Pedro Pablo: “En el fiel de América concepto de identidad... ” Revolución y cultura, época 4. Año 34. No. 3. La Habana. 1995.

Gómez, E: “El ensayismo y la identidad nacional en Cuba” Edit. Letras Cubanas. La Habana, 1993.

Vergés Martínez, Orlando: “Rasgos siginficativos de la cultura popular tradicional cubana. Revista del Caribe. No. 27. Santiago de Cuba. 1997.

Zea, Leopoldo: Descubrimiento e identidad latinoamericana. UNAM. México. 1990.

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