lunes, 26 de noviembre de 2007


La desaparición
de El Cucalambé

Por Carlos Tamayo Rodríguez
Publicado en Tunarte


Alrededor de la misteriosa desaparición del poeta, se ha acumulado un número considerable de teorías opuestas, versiones contradictorias, imprecisiones y tergiversaciones.

Un grupo de historiadores y críticos renombrados se inclinan a pensar que aparentemente Nápoles Fajardo en realidad hacía causa común con el gobierno español y fue asesinado, bien por cubanos que lo inculpaban de apostasía, o bien por españoles que le sospechaban actividades conspirativas y revolucionarias a favor de la causa cubana. También se ha repetido mucho el criterio de que el poeta se vio tan severamente censurado por haber aceptado un empleo del gobierno español, que optó por suicidarse.

Samuel Feijóo recoge esta leyenda: “Asesinado por los españoles —aclara un barbero campesino— que a la media noche le echaron al río Hórmigo.”

Esta es la más ingenua de las versiones. Se sabe que El Cucalambé desapareció en Santiago de Cuba, y a ningún español se le hubiera ocurrido trasladar su cadáver hasta Las Tunas para arrojarlo al Hórmigo.

Cintio Vitier menciona varias versiones de esta desaparición, y aunque no se declara abiertamente por ninguna, sugiere que “para una investigación de su suerte sería interesante precisar la fecha del ‘Adiós a mis lares’ “, poema en que Nápoles Fajardo se despide de las cosas que formaron parte de su infancia y juventud pasadas en los campos donde lo sorprendió la poesía.

Pero estas décimas fueron publicadas por primera vez en El Redactor de Santiago de Cuba, el domingo 28 de marzo de 1858, p. 3, consignándose entre paréntesis que habían sido escritas en Las Tunas, obviamente muy corto tiempo antes de esa publicación. El poema es, pues, casi cuatro años anterior a la desaparición y nada tiene que ver con ésta.

Los años que Nápoles Fajardo residió en Santiago de Cuba fueron una época de franca distensión, y él ciertamente que no llevó aquí una vida política agitada. Sin embargo, Remos opina que el haber aceptado el empleo como pagador de Obras Públicas a El Cucalambé se le echó “en cara acremente y con razón por sus amigos, pues nada hay que justifique la claudicación de los ideales, antes de la cual es preferible la muerte”. Para Remos, “la dignidad de Nápoles Fajardo le hizo reaccionar sobre su error, y desesperado, se suicidó en 1862, habiendo desaparecido de su casa, en Santiago de Cuba, sin que se supiera más de él”.

Este severo y superficial juicio de Juan José Remos y Rubio no es aceptable, por cuanto no juzga a Nápoles Fajardo dentro del tiempo y el espacio en que vivió, porque aísla al individuo de la colectividad en que actuó.

Hasta el momento histórico en que termina la vida conocida de Nápoles Fajardo, no habían madurado totalmente las condiciones necesarias para realizar la revolución contra España. Si bien se habían producido conspiraciones y alzamientos (téngase presente que El Cucalambé parece haber participado en ellos), el patriotismo tenía que limitarse a antagonismos entre criollos y peninsulares sobre la cuestión de anexar, separar o reformar a Cuba con respecto a la metrópoli.

Además, quienes así piensan no reparan en que la situación de Nápoles Fajardo puede haber sido semejante a la de quienes lo rodeaban. Sin pretender justificar al poeta ni compararlo con otras figuras de nuestra historia, es interesante señalar dos casos parecidos al de El Cucalambé.

Se conoce que en la etapa en que Santiago de Cuba era gobernada por Vargas Machuca, Asensio de la Cerda y Ayllón, “padrino y maestro de Antonio Maceo y el mismo que vinculó a la familia Maceo-Grajales a la lucha redentora de 1868, desempeñó el cargo de oficial de tercera en la Asesoría Política del General Concha”.

Por otro lado, ocho meses después de haber sido nombrado El Cucalambé pagador en Santiago, se daba a conocer otro nombramiento dentro del mismo ramo en que trabajaba Nápoles Fajardo: ‘Ha sido nombrado por el Gobierno Superior de la isla Secretario de la Junta jurisdiccional de Fomento de Manzanillo el ilustrado jurisconsulto y poeta Sr. D. Carlos Manuel de Céspedes.”

¿Podía reprochársele en aquellos años a Céspedes y Nápoles Fajardo su condición de empleados, cuando sólo de aquel gobierno podían los hombres libres y cultos obtener un empleo acorde a sus capacidades? ¿Eran acaso los de Céspedes y Nápoles Fajardo empleos que los comprometían con la política española?

De manera general, puede decirse que a Nápoles Fajardo se le ha valorado desde dos puntos de vista diferentes: al margen de la concepción materialista de la historia y haciendo un mal uso de dicha filosofía. Quienes incurren en el primer error, le exigen al poeta un papel histórico que le fue imposible desempeñar, por cuanto sólo existió hasta finales de 1861, es decir, siete años antes de que en Cuba la lucha clandestina se convirtiera en enfrentamiento directo en gran escala; mientras que los que incurren en el segundo llevan a Nápoles Fajardo más allá del momento histórico en que vivió y lo sitúan al lado de las figuras más progresistas del 68, cuando en verdad no puede profetizarse la posición que el individuo, como ser social, hubiera adoptado de haber vivido hasta 1868 ó 1895.

Algunos historiadores y críticos piensan que El Cucalambé claudicó de sus ideales, asumiendo que el poeta participó realmente en actividades revolucionarias clandestinas. Pero todo lo que se dice sobre este extremo proviene de fuentes indirectas, ya que éste no es el tipo de actividad del que suele quedar prueba irrebatible, y no se conocen documentos capaces de demostrar que El Cucalambé participó o no en conspiraciones. No es posible, pues, en ausencia de tales pruebas, hablar de una claudicación de ideales patrióticos.

Pero si bien no se puede determinar de una manera concluyente cuál fue la actuación revolucionaria de Nápoles Fajardo —si es que alguna tuvo—, no puede caber la menor duda acerca de la naturaleza de sus sentimientos. Recuérdese que su amor a la patria que lo vio nacer fue casi una constante en su poesía a lo largo de toda su vida; que cuando tuvo que entrar en contradicción con su hermano Manuel Agustín por asuntos tocantes al patriotismo, lo hizo. Léase, si no, “Descargo”, poema escrito por El Cucalambé en respuesta a una invitación que le hiciera su hermano para que compusiera unas octavas a la reina de España, donde le confiesa no poder hacerlo porque él nace y vive en Cuba, y debe cantar a otras cosas, y no a quien ocupa el trono hispano.

Por otra parte, no podemos negarle a Nápoles Fajardo su aporte a la consolidación de nuestra literatura: él definió la estrofa en que se cantarían las aspiraciones, conquistas y frustraciones políticas o amorosas en nuestra poesía popular; dotó a ésta de un tono peculiar, y marcó pautas en los temas a tratar en la misma, encontrándose en su obra infinidad de versos que ratifican su desvelo por la situación de la patria, que reafirman ante todo, su condición de cubano.

Las masas, que han sido siempre el más justo y profundo juez, reconocieron esta labor de Nápoles Fajardo, y así vemos cómo nuestros mambises hicieron de sus décimas patrióticas himnos de guerra y libertad durante las guerras independentistas. No en balde el historiador Francisco Ibarra en su Cronología de la Guerra de los Diez Años, incluye a El Cucalambé entre los antecedentes de la misma.

Orta afirma que los que inventaron la leyenda de que Nápoles Fajardo se había suicidado por la situación pública que le creó su empleo, desconocían las actividades que, simultáneamente al desempeño del mismo, realizaba El Cucalambé, así como también eran ignorantes de sus relaciones con personalidades patrióticas. Por su interés, léase el resultado de una búsqueda realizada por él al respecto:

En el Libro de Socios Fundadores y de Número de la Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe, encontramos el dato importante de que el 7 de octubre de 1860, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo y Martina Pierra, que había sido heroína del levantamiento de 1851, eran nombrados Socios Corresponsales de la Sección de Literatura de dicha sociedad patriótica. Con emoción hemos visto el nombre del poeta tunero junto a nombres tan respetables como Gaspar Betancourt Cisneros, Amalia Simoni y Martina Pierra.

Esta distinción por parte de una sociedad que agrupaba lo más granado del Camagüey patriótico y sus relaciones con poetas y escritores de Santiago de Cuba cuyas ideas se hicieron patentes en la Guerra del 68, demuestran a las claras que ninguna crítica hizo mella en el prestigio revolucionario del poeta como para avergonzarlo y precipitarlo al suicidio.

Y en otro lugar, con irrebatible lógica, Orta Ruiz se pregunta:
De haberse suicidado (Cucalambé), ¿por qué el empeño oficial en ocultar el hecho? De haber sido asesinado por los propios cubanos independentistas, como absurdamente se ha comentado, ¿no convenía al gobierno colonial publicar en primera plana el crimen de sus enemigos políticos y lamentar la muerte de su servidor?

Estamos totalmente de acuerdo con el criterio de que Nápoles Fajardo comenzó a ser víctima de calumnias y subjetivismo después de su desaparición. Quienes lo criticaron duramente no fueron sus contemporáneos, sino los falsos jueces de nuestra historia patria, que han desvirtuado y denigrado tantas figuras dignas de respeto y admiración.

Si durante los últimos años de su vida Nápoles Fajardo tuvo relaciones con el militar que gobernaba el Departamento Oriental, nada hay en ello que implique ni una claudicación de sus ideales ni una traición a la patria.

Parece evidente, por lo tanto, que la desaparición del poeta no puede explicarse satisfactoriamente ni por el suicidio a que lo hubo llevado un supuesto repudio de sus amigos, ni por un crimen político de una u otra naturaleza.

Otros historiadores y críticos atribuyen la desaparición de El Cucalambé a causas de índole económica, y especulan que el poeta desfalcó los fondos que manejaba como pagador de Obras Públicas y se suicidó o desapareció de Cuba, dirigiéndose a algún país extranjero.

La más antigua de estas versiones que conocemos sobre la desaparición de Nápoles Fajardo es la del historiador Francisco Calcagno, quien considera que el poeta, forzado por el incidente ocurrido en su trabajo, “se vio obligado a emigrar y se estableció en Alemania”.

En la síntesis que hace Feijóo sobre la fuga de El Cucalambé, hay un detalle que no debe pasarse por alto:

Esta versión de la ausencia se ve favorecida de este modo: El Cucalambé, que era jugador de naipes (Bustamante), perdió gran cantidad de dinero, envió el que conservó a su familia, en un arria que vino de Santiago de Cuba a Las Tunas (Herrera y Martínez) y, como conocía el idioma alemán (Bretón), se embarca para Alemania, donde fue visto (Calcagno). Sea esto cierto o no, la realidad es que nunca más se supo de él.

Recuérdese que Calcagno dice que Nápoles Fajardo “se vio obligado a emigrar y se estableció en Alemania”. Feijóo, al parafrasearlo, añade que El Cucalambé fue visto en ese país.

Santiago Odio y Palma le contó al historiador Raúl Ibarra que él había sido testigo del caso de Nápoles Fajardo, pero que circunstancias especiales lo hicieron guardar silencio, al igual que a los otros pocos testigos presénciales.

Una de las contradictorias versiones del mismo informante que publicó Ibarra es ésta:

A fines de ese año una mañana de octubre, que por cierto era lluviosa, Nápoles Fajardo salió de su domicilio, en la calle de San Fermín casi esquina a la de Trinidad, sin que aceptara llevar un paraguas que le ofrecía su esposa. Para la familia, fue la última vez que lo vieron. Pero decía Don Santiago, que dos días después, en un bote, en el centro de la bahía apareció el cadáver de Nápoles Fajardo con un gran cuchillo clavado en el pecho.

Pero hay más sobre el asunto:

Parece ser que Nápoles Fajardo, como pagador de Obras Públicas, se apropió de cuantiosa cantidad que malbarató en el juego o en algunas inversiones dudosas, infidelidad ésta que no podía hacérsele al Gral. Vargas Machuca, catalogado como uno de los hombres más honrados que han gobernado a esta ciudad [ de Cuba] desde su fundación. Fue fulminante contra “El Cucalambé”.
Además de esto, Odio le contó a Ibarra que esa muerte e investigó poco, “y el sepelio (...) se efectuó sin dar parte a nadie, ni que constara en ninguna oficina oficial la muerte del poeta, ordenándose que se guardara el más absoluto secreto”.

Quienes han tratado de explicar esta desaparición, han opinado de manera subjetiva, sin mencionar jamás una fuente documental que autentique la veracidad de lo que cuentan. Calcagno no fundamenta su versión de que Nápoles Fajardo emigró a Alemania, sino que se limita a apuntar el dato. Las versiones de Santiago Odio publicadas por Raúl Ibarra tampoco merecen confianza, por la cantidad de errores que contienen. Pero por lo mismo que Odio es el único entre los informantes que alega haber sido testigo de los hechos, sus declaraciones deben ser analizadas con detenimiento.

1. Nápoles Fajardo no pudo haber salido de su domicilio por última vez una mañana de octubre de 1861, porque, como se verá más adelante, aún el 23 de noviembre de ese año se encontraba en su trabajo en Santiago.

2. En la primera versión, Santiago Odio dice que el cadáver de Nápoles Fajardo fue encontrado en el centro de la bahía de Santiago, en un bote, con un gran cuchillo clavado en el pecho. En la otra versión publicada por Ibarra, cuyo recorte de periódico he consultado en el archivo del profesor Francisco Ibarra, Odio dijo que el cadáver se había encontrado flotando (ya fuera del bote) en la bahía, sin mencionar el gran cuchillo de la versión anterior, ni el paraguas que le ofreció su esposa antes de salir de su domicilio.

3. Planteamos nuestra duda acerca de que si en realidad Nápoles Fajardo era un gran jugador de naipes, no hubiera sido nombrado pagador de las obras públicas que se ejecutaban en Oriente, porque los grandes jugadores son de alguna forma conocidos, y antes de darle un puesto, debió comprobarse la responsabilidad y honradez del poeta. La suma de dinero perdida era equivalente a tres mil noventa y ocho pesos, y no es fácil concebir a un jugador de naipes capaz de malbaratar “ en el juego o en algunas inversiones dudosas” esa cantidad, luego de haberla sustraído del lugar donde trabajaba, dejando, como se verá luego, un documento que obraría en su contra en caso de que se investigara el hecho.

4. La memoria de Santiago Odio era prodigiosa para adornar lo que contaba con detalles secundarios como la mañana lluviosa, el paraguas, etc. Sin embargo, lo verdaderamente histórico, habiendo convivido Odio con El Cucalambé en Santiago durante el período en que Vargas Machuca gobernaba la ciudad, aparentemente no lo recuerdan ni el informante.

Odio ni el historiador Ibarra: Vargas Machuca cesó en el mando en marzo de 1860, siendo sustituido por el brigadier Antonio López de Letona, y el incidente ocurrido en la pagaduría de Obras Públicas tuvo lugar en noviembre de 1861.

En esta versión Odio considera a Vargas Machuca más honrado que Nápoles Fajardo. Todos los historiadores locales coinciden en estimar a Vargas como un gobernante honrado y de ideas progresistas. Ahora bien, se nota cierta mala intención al hacer esa comparación y agregar que Vargas fue fulminante contra El Cucalambé, porque si el informante no recordaba la fecha en que Vargas cesó en el mando, el historiador obviamente no comprobó las afirmaciones del entrevistado, por cuanto ya Vargas Machuca en esa fecha se había trasladado a España.

Verdaderamente las narraciones de Odio son legendarias, y el hecho de que un mismo historiador publicara versiones contradictorias obtenidas de un mismo informante es sorprendente. Aunque es bueno aclarar que el propio Ibarra concluye las notas introductorias a la entrevista diciendo: “Aquí termina la historia y comienza la leyenda.”

Parejamente a la diversidad de versiones sobre la muerte del poeta, se encuentran imprecisiones en cuanto a la fecha de su desaparición.

Calcagno opina que Nápoles Fajardo emigró a Alemania en 1856, y este mismo año es dado por Figarola - Caneda como fecha de su desaparición. Remos afirma que Nápoles Fajardo desapareció en 1862, año este que ha sido aceptado también por Cintio Vitier, Orta Ruiz y otros autores. Raúl Ibarra ha aceptado dos fechas por lo que no tenemos en cuenta ninguna de las dos: o la mañana del quince de julio de 1852, o el mes de octubre de 1861.

Curiosamente, ninguno de ellos está en lo cierto.

Ahora bien, si no es posible aceptar ninguna de estas versiones tan plagadas de errores y contradicciones, ¿qué fue lo que realmente ocurrió? ¿Cuándo exactamente y por qué desapareció Nápoles Fajardo? Algunas de estas interrogantes pueden ser contestadas con precisión.

El Cucalambé, como pagador de Obras Públicas, estaba encargado de enviar a los distintos puntos de Oriente donde se realizaban obras de esa índole, el dinero que mensualmente devengaban los obreros y operarios de las mismas, debiendo dar fe de ello al inspector del Departamento, Ignacio Halcón.

En Cabo Cruz se construía entonces el faro Vargas y Nápoles Fajardo enviaba mensualmente al encargado de las obras las cantidades que éste reportaba a la tesorería. En las comunicaciones que Ignacio Halcón remitía a cabo Cruz, no hemos encontrado el nombre de dicho individuo, ya que están cursadas al “Sor Encargado de la obra de la Torre fanal de Cabo Cruz.”

En el oficio No. 139, con fecha 23 de noviembre de 1861, El Cucalambé —como era usual y reglamentario— le comunicó a Ignacio Halcón lo que a continuación se reproduce, tomado de la copia que éste le remitió al encargado en cabo Cruz:

En el vapor español Habanero que sale de este puerto en la tarde de hoy, se remiten a la obra del faro de cabo Cruz los tt mil noventa y ocho pesos devengados en el mes de octubre próximo pasado por los empleados y operarios de aquella obra. Lo que traslado a Ud. para su conocimiento y fines consiguientes, acusándome recibo de esta comunicación.

También era reglamentario que se acusara recibo de los oficios, materiales de construcción, fondos, etc., enviados a dichas obras, por lo que el 28 de noviembre Halcón le comunicó al encargado de la obra de cabo Cruz lo siguiente:

Me manifestará Ud. sin el menor retraso si el pagador provisional de esa obra ha recibido los tres mil noventa y ocho pesos, importe de la relación de pagos del mes de octubre último, del capitán o sobrecargo del vapor Habanero que pasaría por esa en la mañana del 24 del actual.

Al responderle, el encargado le manifestó a Ignacio Halcón que el dinero no había sido recibido ‘porque lo ha debido sacar del pliego el pagador don Juan C. Nápoles”.

Pocos días después, en una circular fechada el 3 de diciembre de 1861, Ignacio Halcón notifica oficialmente que Nápoles Fajardo había desaparecido. Por consiguiente, la fecha de esta desaparición debe fijarse entre los últimos días de noviembre y los dos primeros días de diciembre de 1861.

Como se ve, el encargado de la obra del faro supuso que el dinero no había llegado porque el pagador del ramo debió haberlo sacado del pliego. Sin embargo, ese dinero pasó por las manos no sólo de Nápoles Fajardo como se verá a continuación.

El 23 de julio de 1861, el gobernador del Departamento Oriental cursó a Ignacio Halcón la comunicación siguiente que se reproduce de la copia que Halcón envió al encargado de la obra en Cabo Cruz:

Enterado de cuanto V. manifiesta en su comunicación de 16 de abril, No. 120, sobre que las sociedades de seguros marítimos no afianzan las cantidades que se remiten a Cabo Cruz sino tan sólo hasta el momento que se entregan al patrón de la lancha de la obra, añadiendo V. que piden por el seguro el 1%, he resuelto contestarle que conviene garantizar, por medio de dicha sociedad las expresadas sumas aunque sólo se afiancen hasta el momento que se entreguen al patrón de la lancha pagándose el 1%. Con viene sin embargo que sea persona de confianza la que pase a bordo de los vapores para recibir las cantidades que se remiten a las obras, indicándolo a y para que se sirva disponerlo así.

Como se habrá podido apreciar, dicho dinero pasaba de la tesorería a las manos de Nápoles Fajardo, quien entonces lo entregaba a la sociedad de seguros marítimos, y al comunicarle por escrito a Ignacio Halcón la gestión realizada, el destino de ese dinero era responsabilidad de dicha sociedad, y ésta, a su vez, sólo se responsabilizaba con el mismo hasta el momento en que alguien del vapor se lo entregaba al patrón de la lancha de la obra, que estaba encargado de entregarlo en Cabo Cruz a un “pagador provisional” cuyo nombre no aparece en los documentos.

Hay que apuntar, además, que si en el vapor que conducía el dinero alguien se apoderaba de él, o el vapor naufragaba, o era asaltado durante la travesía, la responsabilidad no recaería sobre El Cucalambé, pues la sociedad de seguros marítimos lo afianzaba hasta el momento en que era entregado a dicho patrón.

No hemos encontrado el menor indicio de que esta práctica de afianzar las cantidades que se remitían a Cabo Cruz, autorizada por el gobernador del Departamento Oriental en fecha tan reciente, fuera descontinuada, y asumimos que se encontraba en vigor en los días en que desapareció Nápoles Fajardo sólo cuatro meses más tarde.

Puede darse por descontado que al tenerse constancia de un documento de puño y letra de Nápoles Fajardo, cuya transcripción hizo Ignacio Halcón en su oficio No. 155, es verdadero el hecho de que el pagador entregó el dinero a la sociedad marítima, porque de no haber sido así, ese mismo documento obraría en su contra, en caso de que se realizara una Investigación al respecto. De no haber entregado el dinero a la sociedad marítima, Nápoles Fajardo no habría redactado, firmado y entregado ese mismo día a su inspector el documento que probaría su delito.

Por otro lado, la sociedad marítima de seguros debió revisar las comunicaciones, documentos, sueldos, etc. que se remitían en el vapor Habanero a Cabo Cruz; y, sin duda, no habría cursado a ese lugar el envío sin antes comprobar la existencia de alguna anomalía.

Es interesante notar que el encargado de las obras del faro, que se encontraba en Cabo Cruz, acusara desde allí a Nápoles Fajardo de haber sustraído el dinero del pliego. A propósito de este personaje, es importante aclarar que en el legajo No. 599 de Faros, expedientes Nos. 1, 3, 5, 6 y 7, Fondo Gobierno Provincial del Archivo ya señalado, existen documentos que arrojan una luz poco favorable sobre la conducta observada por el encargado de la obra de Cabo Cruz en el cumplimiento de sus deberes. Sin embargo, hay que tener presente que, si no es posible juzgar a Nápoles Fajardo o absolverlo por la carencia de documentación decisiva, tampoco es honesto convertir al acusador de El Cucalambé en acusado, y atribuirle la pérdida del dinero.

El historiador Raúl Ibarra encontró en la edición del 7 de enero de 1862 de E! Marino, que dirigía Joaquín Manzano, agente policiaco del gobierno colonial español, una carta de edicto y pregón fechada el 24 de diciembre de 1861, en la que se le dan a Nápoles Fajardo nueve días para que se presente en la Real Cárcel de Santiago de Cuba, para “estar a derecho y defenderse de la culpa que le resulta en la causa criminal que le estoy instruyendo por alzamiento de esta ciudad con fondos destinados a obras públicas de cuyo ramo era pagador (...)

Conociendo que al poeta se le había instruido una causa criminal, se procedió a la búsqueda de la misma, pues para nadie es un secreto que la prensa colonial publicaba documentos de ese tipo para justificar las fechorías de los jefes y estafadores que mal gobernaban el país. Al gobierno español, dado el dominio judicial y editorial que ejercía, no le era difícil hacer lo mismo con Nápoles Fajardo.

También es significativo que el edicto fuera publicado precisamente en El Marino, pues su director, que era segundo cabo del aparato policial español, había realizado investigaciones sobre la personalidad jurídica de ciertos naturales de la provincia oriental que inquietaban y ponían en peligro el “tranquilo” curso de los acontecimientos. (Recuérdese que Nápoles Fajardo aparentemente estuvo complicado con su abuelo en la conspiración de Joaquín de Agüero en 1851.)

En el Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba (Academia de Ciencias), se ha realizado una búsqueda del expediente criminal antes citado, revisando —entre otros— los expedientes de Delitos Comunes (Leg. 425, Fondo Gobierno Provincial, y Leg. 304, Fondo Audiencia de Santiago de Cuba), sin que se hayan encontrado en los mismos documentos relacionados con el hecho mencionado en el edicto.

En el mismo Archivo, hemos revisado el Leg. No. 452 del Fondo Gobierno Provincial, que incluye la documentación acerca de las personas desaparecidas de Santiago de Cuba entre 1860 y 1903. En dicho legajo no se encuentra documento alguno relacionado con la desaparición de Nápoles Fajardo de esta ciudad.

Hasta ahora no ha sido posible, pues, localizar, ni la causa criminal a que se refiere la carta de edicto y pregón del 24 de diciembre de 1861, ni documento alguno que explique conclusivamente la desaparición de El Cucalambé.

Pero quedan en pie algunas cuestiones inquietantes:

1. La comunicación que con fecha 28 de noviembre Ignacio Halcón cursa al encargado de la obra del faro, parece indicar que Halcón tenía motivos para creer que el dinero había llegado a manos del capitán o sobrecargo del habanero, pues pregunta al encargado si el pagador provisional lo había recibido de dicho capitán o sobrecargo.

2. Parece indiscutible que se hizo algún tipo de remisión. Obsérvese que el encargado no contesta al efecto de que no ha recibido absolutamente nada. Es evidente que sí recibió un pliego, del cual acusa a Nápoles Fajardo de haber sacado el dinero.

3. Si, como legítimo suponer, aún se observaba la práctica de afianzar los fondos remitidos a Cabo Cruz, es evidente que a Nápoles Fajardo no le cabe la menor responsabilidad por lo que puede haber sucedido, pues la compañía aseguradora al recibir el envío, tiene que haberse cerciorado de que el dinero iba allí. Y si por alguna razón ya no se estaban afianzando esos envíos, parece innegable que al capitán o sobrecargo del habanero le entregaron el pliego que sí parece haber recibido el pagador provisional. Ahora bien: el capitán o sobrecargo, ¿hubiera aceptado dicho pliego sin cerciorarse de que contenía el dinero de referencia?

4. ¿Qué motivó el que el encargado de la obra, desde Cabo Cruz, dijera que no había recibido el dinero “porque lo ha debido sacar del pliego el pagador don Juan C. Nápoles”? ¿Acaso no es inusitada esta acusación por parte de alguien que no pudo, en modo alguno, ser testigo presencial del delito que le imputaba al poeta?

Estas preguntas no pueden contestarse satisfactoriamente mientras no aparezcan los documentos claves. En la etapa actual de la investigación, la hipótesis de que Nápoles Fajardo fue hecho desaparecer por alguien que necesitaba encubrir así su propia culpabilidad. El misterio, pues, está sin resolver. Pero es posible que ahora haya quedado planteado sobre base más firmes y precisas. Y la investigación prosigue.

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