miércoles, 23 de septiembre de 2009

Roberto Manzano,
el árbol que canta

Por Francis Sánchez
Tomado de Árbol invertido, revista cultural de Ciego de Ávila

Manzano con sus padres


Roberto Manzano
, con ser un gran poeta de mi provincia, me hace feliz. Su libro inaugural, Canto a la sabana, cuyo poema emblemático y de igual nombre fuera escrito allá por 1973, aunque el cuaderno no se editara hasta 1998 por Ediciones Unión, es uno de los primeros tomos de versos que alguien desde la zona de La Trocha en el centro de Cuba, haya embutido brillantemente dentro de ese estante atestado, desordenado y siempre en proceso de evacuación que es la literatura cubana. Lo logró incluso cuando aún el libro no estaba publicado, pero ya influenciaba a muchos, algunos lo citaban por no pecar de ignorantes sobre ciertas botijas enterradas en época oscura de la cultura nacional —me refiero al “periodo gris”, catalogación que Ambrosio Fornet hiciera de los años entre 1970-1975—, otros se atareaban en ignorarlo o superarlo, a pesar de que, murmullos aparte, para los lectores tal obra ni existía. Y en el inventario de mascotas, istmos y periodos literarios nacionales, así Manzano vino a ubicar, de esa manera discreta, una avecilla tan amable como la tojosa. Por Tojosismo muchos conocen algo que casi nadie sabe exactamente qué es. Dizque poetas como él hablaban del sentimiento echado a tierra, revoloteaban en torno a surco y siestas del campesino, cuando la unanimidad erraba por pueblos y ciudades haciendo multitudinario “papel de hombre” en tribunas del proletariado alzadas por la revolución. Afectos diversos he visto arremolinarse sobre el ave enmarcada así en la heráldica de la poesía y la franja de asociaciones típicas que la envuelve: quienes celebran aquel fenómeno ocurrido en la poesía cubana hacia los años 70 del siglo XX como expresión de autoctonía, y quienes, por el contrario, destacan y menosprecian el entorno rural que primaba en los contenidos de estas obras, por constituir lastre de tipicidades en el ascenso cognoscitivo.

A mí particularmente esta evocación de la palomita me trae apacibles recuerdos de una infancia expandida por naranjales alrededor del pueblo de Ceballos, en esa misma sabana que el poeta ha cantado. Sólo con ser él un gran poeta de mi provincia, ya me haría feliz. Sería suficiente felicidad, para mí —no he tenido más remedio que hacer de la cotidianidad de nuestra aldea aquella mitología, aquella cosmogonía que hubiera preferido extraer como una abstracción de múltiples y redundantes salidas y entradas. Sin embargo, no es por nada de eso, no con la gratitud pedestre del coterráneo, que creo dignos de alabanza, dignos del gran comercio crítico, el ascetismo, la odisea personal y la orfebrería universalista del autor de Canto a la sabana. Me conmueve su calidad literaria planteada a través de una búsqueda agónica entre las grandes proporciones del hombre interior. Es porque la aventura de su palabra entraña precisamente la superación, desde adentro, de esas sucesivas identificaciones o clausuras a que se arriesgan el poeta que profetiza y el profeta que canta. Sin renunciar a la configuración de una intimidad autosuficiente, su voz propone un hilo entre la espesa realidad, a través del laberinto de la cultura universal, asumiendo íntimamente la causalidad de sus múltiples contextos. En el prólogo a la antología de poesía cubana contemporánea Jardines invisibles que, alrededor del 2002, preparé para la editorial puertorriqueña Plaza Mayor a instancias de su directora —nunca se publicó—, acoté, en el momento en que hice referencia a la antología Poesía joven:

Roberto Manzano sobresale en esta antología que publicó la editorial Letras Cubanas en 1978. El “tojosismo” —gente que optó por volver la mirada al campo para extraer de allí un lirismo que era escaso entre quienes se esforzaban en “construir una sociedad nueva” testimoniando la cotidianidad heroica del proletariado— es otra de esas pequeñas sediciones apagadas por escritores y editores que administraron el periodo “gris”, quedó sumergido como una rareza en nuestra historia. Manzano, poeta que no ha dejado de mudar y crecer de un libro a otro, en sus inicios encabezó este movimiento, pero su cuaderno emblemático, Canto a la sabana —poema homónimo había ganado Encuentro Nacional de Talleres Literarios de 1975— sólo llegó a publicarse en 1996. Que tal tendencia hubiera surgido en provincias del interior, y que a nivel semántico proyectase también una toma de la capital por el campo, sin duda determinó su suerte. Además, tal vez la libertad de la poesía cubana estaba comprometida con el cosmopolitismo y con una mayor complejidad ética. Aunque poca o ninguna presencia tuvo el “tojosismo” en la emancipación de los discursos literarios que se hizo evidente más tarde, sobre todo hacia mediados de la década de los 80, significa otro oasis en medio del desierto dejado atrás.

Más de treinta años después de escrito el poema “Canto a la sabana”, que data de 1973, se ha convertido, podría decirse, en un monumento de una parte de la sensibilidad del cubano y la historia de nuestra lírica. Sin duda, el primer gran poema en la literatura de la provincia de Ciego de Ávila, si se me permite la superstición de pensar que existe una “literatura avileña”.

Este 20 de septiembre, el guajiro Roberto Manzano estará cumpliendo 60 años. Se ha convertido en una voz cuyo canto nadie puede ignorar, nadie que quiera conocer o haber cruzado la Literatura Cubana contemporánea con oídos para oír y ojos para ver. Reciba mi homenaje, el de la revista Árbol Invertido, el de los avileños, los amigos, los escritores y, sobre todo, los lectores de buena poesía.


Vea versión original, mediante este enlace, en Árbol invertido.


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