jueves, 10 de enero de 2008




El pensador silvestre,
libro de poemas
de Samuel Feijóo

La selección y prólogo están a cargo
del poeta, ensayista e investigador
cubano Virgilio López Lemus





Por Waldo Leyva
Tomado de Juventud Rebelde

El pensador silvestre, libro de poemas de Samuel Feijóo, cuya selección y prólogo están a cargo del poeta, ensayista e investigador Virgilio López Lemus, es un volumen compuesto por siete cuadernos que, entre 1978 y 1979, el autor de Beth-el dio a conocer a través de las páginas de la revista Signos, bajo su dirección. Algunos de estos poemas se encuentran en otros libros de Feijóo, pero como conjunto, nos indica el autor del prólogo, no habían sido editados en forma de libro. Agradecemos a la Editorial Letras Cubanas esta magnífica entrega que nos permite acercarnos a uno de los poetas más originales de nuestro país. El aparente caos temático y formal, las calidades diversas de estos textos, los variados matices espirituales que llenan sus páginas, dan testimonio del modo de hacer que caracterizó a este incansable peregrino del paisaje y la palabra, para quien ningún elemento de la naturaleza y del hombre resultaba intrascendente.

Cintio Vitier, profundo conocedor de la obra de Samuel Feijóo, recuerda que el tema dominante en la poesía inicial de este autor es «la relación entre el yo y el paisaje»; ese vínculo evolucionará, hasta convertirse en «identificación» entre el poeta y la naturaleza. Si antes ve el paisaje, ahora los arroyos corren dentro de su pecho y, desde él, salen a mojar la hierba. Es innegable que esta relación y vínculo con el paisaje son imprescindibles para entender la primera etapa de su poesía y su evolución posterior hacia una poética donde el yo se confunde en la búsqueda de una trascendencia espiritual en que el ser es el depositario de todas las esencias.

Ninguna de estas preocupaciones está ausente en los libros que integran El pensador silvestre. Aquí anda la naturaleza, vista desde del ojo entrañable del campesino, asumida como una expresión de la voluntad divina, espacio para escondernos de la soledad, escenario para que canten los pájaros, corran las aguas originales, nos anuncien las hojas el rumbo definitivo del viento, trote cantando su décima picaresca o nostálgica el guajiro y pase, como un soplo helado, el carro de la muerte.

Precisamente la soledad y la muerte tienen una presencia casi permanente a lo largo de estos siete cuadernos. El polvo como destino final, germinativo, está disperso en estos versos. Hay una relación muy especial con la hierba, ese silvestre retoño, anuncio de la primavera, eslabón en la cadena alimenticia de las bestias, sitio para el descanso, está llenando muchos poemas suyos, como si el poeta quisiera recordarnos que Dios está en lo simple, en lo originario.

Hay un recurso en toda la obra de Feijóo que no está ausente en esta nueva entrega, me refiero a su manera reiterada de abordar un tema hasta considerar que ya no queda nada por decir. A veces la repetición del mismo asunto se expresa formalmente con recursos estilísticos distintos, otras lo que interesa al autor es darnos los diversos ángulos del tema y así nos ofrece una visión lírica, un acercamiento ingenuo o tierno, para luego demostrarnos, con mordacidad o sarcasmo, otras aristas.

En este libro, el autor de Faz demuestra, una vez más, su versatilidad. Aquí encontrará el lector esa diversidad formal y temática que son el signo distintivo de toda su obra. Así aparecen desde textos de acendrado lirismo y cuidada forma, hasta poemas donde lo coloquial o exterior nos revelan ese espacio de lo común, mal llamado vulgar, que tanto le atrajo y del que se valió más de una vez para recordarnos de donde veníamos y el destino final de todas las cosas. La parábola, la ironía, y la sátira mordaz contra burócratas, mediocres y falsos ídolos, sustentan estos poemas.

Leer El pensador silvestre es una aventura del espíritu; es constatar que la palabra poética no necesita un espacio privilegiado para atrapar esa sombra de la memoria que es la poesía. Feijóo nos dice, con Santa Teresa, que Dios también está en los pucheros.

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