domingo, 28 de octubre de 2018

Elogio de Bayamo


Ecos de la Fiesta de la Cubanía

La décima, componente del entramado fundacional de nuestra nacionalidad, estuvo presente a lo largo del programa, que obró la maravilla de un verdadero baño de identidad

 La gala artística, en la plaza donde se cantara por vez primera, hace 150 años, la marcha que devino Himno Nacional, fue una de las páginas más estremecedoras de esta agenda cultural, y tradujo atinadamente la forja de la cubanía. Foto: Madeleine Sautié Rodríguez.

 Durante la gala artística se escenificó el histórico momento en que Perucho Figueredo copió la letra del Himno para entregarla al reclamo de los pobladores. Foto: Luis Carlos Palacios Leyva.


Tomado de Trabajadores

Estar en Bayamo durante la Fiesta de la Cubanía es recibir un dulce baño de identidad nacional. En la recién concluida edición 24 de esta luminosa cita, la maravilla fue obrada, como siempre y ante todo, por la concertación y consagración, previamente y durante el transcurrir de la agenda, de las instituciones culturales, las autoridades políticas y gubernamentales, y creadores de las más variadas esferas. Eso es perceptible por quien asiste.

Para el buen cubano es siempre un instante especial el de escuchar o cantar el Himno Nacional, de pie y con la cabeza descubierta, como nos pidió Martí en 1892, cuando publicó en Patria su letra. Pero cantarlo en Bayamo, en la Fiesta de la Cubanía, es otra cosa: uno se siente como invadido de emociones nobles que no se borrarán.

Es que en Bayamo, durante la Cubanía —como se le llama familiarmente al evento—, se anda de vibración en vibración. Puede ser por la mezcla dichosa de historia y leyenda que nos descubren en el Himno de Bayamo; puede ser por el suspiro que nos brota inevitablemente en la rememoración ante la ventana de Luz Vázquez, destinataria de la primera pieza musical cubana conocida como La Bayamesa, la que le dedicaron Céspedes y Fornaris en 1851, cuando todavía Céspedes no era el Padre de la Patria. Cada página del programa tiene su pálpito, y no solamente proveniente de los sucesos de 1868, sino también en su proyección hacia toda la trayectoria cultural de la nación cubana, hasta la contemporaneidad.

La poesía en décimas, como componente del entramado fundacional de nuestra identidad, por ejemplo, estuvo presente y dio fe de sus rumbos actuales, relacionados con el proceso de revitalización de la estrofa, que se inició entre fines de los 80 y principios de los 90 del siglo XX. En la presencia de esa disciplina en la Fiesta, fue decisiva la preocupación y ocupación del Centro Provincial del Libro y la Literatura, y su estrecha relación de trabajo con los escritores.

La vertiente oral —léase repentismo y tonadas campesinas— contó en la Cubanía con figuras cimeras como el improvisador Emiliano Sardiñas y los tonadistas Marisol Guillama y Tony Iznaga, el Jilguerito. La vertiente escrita tuvo voces significativas como las de los autores Alexander Aguilar y Jorge Betancourt —ambos ganadores del Premio Cucalambé en el 2012 y miembros de la Filial del Grupo Ala Décima en la provincia de Granma—, así como Juan Manuel Reyes Alcolea, veterano cultivador de la estrofa, quienes aportaron su obra mediante espacios habilitados para el intercambio teórico y la lectura de poemas.


LA FRATERNA COMPAÑÍA DEL MINISTRO

Una nota expresiva de la alta sensibilidad de la dirección del país fue la presencia permanente del Ministro de Cultura, junto a Federico Hernández, miembro del Comité Central del Partido y su primer secretario en Granma, Manuel Santiago Sobrino, presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular, y otros dirigentes, en sistemático recorrido por puntos en que se efectuaban acciones significativas del programa.

 El poeta Alpidio Alonso Grau, Ministro de Cultura, participó en numerosas propuestas del programa. En la imagen, a la izquierda, tras la develación de la estatua en cera del Indio Naborí, junto a uno de sus creadores. Foto: Luis Carlos Palacios Leyva.

Como parte de su amplio periplo, estuvieron en la inauguración de la escultura en cera a tamaño natural del emblemático poeta Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, en el Museo de Cera, enclavado en el centro de la ciudad, la cual contó con la actuación de poetas decimistas, tanto de la escritura como de la oralidad. Antes, en Manzanillo, habían rendido homenaje a Carlos Manuel de Céspedes en el sagrado altar patrio de Demajagua.

La apertura de un singular espacio comunitario contó también con la asistencia de los dirigentes: el Proyecto Acento, una librería casera que atesora libros raros y valiosos para mediante ellos prestar diversos servicios a la población en favor de la cultura del territorio. Asentada en la vivienda de los destacados escritores granmenses Luis Carlos Suárez y Lucía Muñoz, este espacio materializa un sueño de ambos, y su cristalización fue posible por el respaldo material y espiritual de las autoridades de la provincia.

Con una representación del barrio dentro de la casa, recorrieron la nueva instalación cultural los visitantes. Emocionado, la ponderó con palabras sencillas Alpidio Alonso Grau, Ministro de Cultura, y quizá pocos podían imaginar cuánto debió significar para él tal acontecimiento. Pocos sabían tal vez que a su condición de alto dirigente suma la de ser uno de los poetas iniciadores del antes mencionado proceso de revitalización de la poesía cubana escrita en décimas, de lo cual dan fe sus varios poemarios, entre ellos La casa como un árbol (1995); Alucinaciones en el jardín de Ana (1995); El árbol en los ojos (1998); Ciudades del viento (2000) y Tardos soles que miro (2007), así como los lauros merecidos por su obra en versos.

Al final, el público allí reunido pidió a los anfitriones que dijeran poemas, a lo cual accedieron Luis Carlos y Lucía, para después pedir al Ministro que dijera versos suyos. Con ejemplar sencillez mezclada con fino humor criollo, Alpidio (nacido en Venegas, Sancti Spíritus, en 1963) asintió a la solicitud diciendo que en vez de decir textos de su autoría, él prefería compartir “unas décimas de un joven poeta”, en las cuales, cuando las dijo, los conocedores pudieron identificar el poema Glosa, de Nicolás Guillén, que recrea versos del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco:


Como la espuma sutil
con que el mar muere deshecho,
cuando roto el verde pecho
se desangra en el cantil,
no servido, sí servil,
sirvo a tu orgullo no más,
y aunque la muerte me das,
ya me ganes o me pierdas,
sin saber que me recuerdas
no sé si me olvidarás.

Flor que sólo una mañana
duraste en mi huerto amado,
del sol herido y quemado
tu cuello de porcelana:
Quiso en vano mi ansia vana
taparte el sol con un dedo;
hoy así a la angustia cedo
y al miedo, la frente mustia...
No sé si es odio esta angustia,
ni si es amor este miedo.

¡Qué largo camino anduve
para llegar hasta ti,
y qué remota te vi
cuando junto a mí te tuve!
Estrella, celaje, nube,
ave de pluma fugaz,
ahora que estoy donde estás,
te deshaces, sombra helada:
Ya no quiero saber nada;
yo sólo sé que te vas.

¡Adiós! En la noche inmensa
y en alas del viento blando,
veré tu barca bogando,
la vela impoluta y tensa.
Herida el alma y suspensa
te seguiré, si es que puedo;
y aunque iluso me concedo
la esperanza de alcanzarte,
ante esa vela que parte,
yo sólo sé que me quedo.


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