Sin más
pretensión
que la
maravilla
El retorno del quinto mago, un libro de relatos sobre el universo familiar del Indio Naborí, fue presentado en esta Feria del Libro por el sello de la Casa Editora Abril
Por Pedro Péglez González
Ampliación de Trabajadores digital
Dice bien Alba María Orta Pérez al considerar su ópera prima, El retorno del quinto mago, como una sencilla obra de amor filial, sin pretensiones de escritura trascendente. Prefirió dejarse llevar, de la más natural manera, por la necesidad de relatarnos sin afeites y con cercanía tangible, pasaje tras pasaje y anécdota tras anécdota, la vida de su padre Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí.
El saldo es un retablo acogedor y cálido como la atmósfera misma que forjó el poeta en su ámbito hogareño, que se nos ofrece en estas páginas con la candidez conmovedora y la ternura testimonial que solamente la autora o sus hermanos podían lograr, a fuer de escuchas absortos de relatos paternos y maternos, testigos de excepción, y al mismo tiempo retoños de ese bienhechor universo familiar.
La infancia de Naborí, la temprana evidencia de sus dotes, la sagacidad popular de sus mayores en debate permanente con los mitos ahijados por la escasa cultura en que la época sumergía a los humildes, dan inicio al volumen para llevarnos luego de la mano a los dolores tremendos por la pérdida del primogénito, al suspiro aliviado de la pareja por la llegada de otros vástagos, mientras se ve forjando la personalidad artístico y literaria con que se insertó Naborí en la avanzada del panorama cultural de la nación.
Todo aquí está dicho de manera tan vívida, que puede el lector sentirse como en la propia casa, tal si hubiera traspasado mágicamente el umbral hacia un recinto de humanas honduras, al que ha sido invitado acaso al conjuro de aquel mítico Entre, y perdone Usted.
Pero qué voy a decir yo a favor de estas magias de llaneza escrituraria, si ya Virgilio López Lemus nos develó en el prólogo la piedra angular de este misterio: Si Naborí —como acertadamente explica— es por rasgo distintivo un poeta del amanecer; si advertimos —como Virgilio nos advierte— que la autora es la hija única del bardo y su Eloína, hija única nacida entre dos varones llamados Jesús y Fidel, y para la cual quiso la pareja el nombre de Alba, ¿qué de extraño puede tener que “ella haya sabido ver en la muerte del padre la propia resurrección constante del poeta”?
Ya validará el lector estas presunciones de quien escribe. Y convendrá en que lleva razón Alba, la China, al considerar su libro una obra sin pretensiones, sin otra pretensión que la sencillez, la inefable sencillez de los sentimientos puros que nos lleva, precisamente por no pretenderlo, directa y amorosamente a la maravilla.
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