domingo, 21 de diciembre de 2008


Martí, pasión
y verdad:
la décima
de Raúl Ferrer

Por Waldo González López



Nacido el cuatro de mayo de 1915 en Yaguajay, Sancti Spíritus, Raúl Ferrer vendría a morir en la capital en enero de 1993. En ese transcurso extenso e intenso, el quehacer del destacado poeta y pedagogo cubano —quien fuera además viceministro de Educación— descuella por su vital e ininterrumpida trayectoria.

En otro lugar, apunté que la poesía de Raúl Ferrer se caracteriza por poseer conceptualmente, atributos como Patria y Revolución, elementos, sin duda, determinantes que marcan con fuerza y autenticidad esta poética donde arde un hombre con “lengua de fuego”, como él mismo se define en sus mordaces “Décimas de cuatro filos”, escritas en 1954. (1)

Gracias a que Raúl poseyó plenamente ambos rasgos, en su vida y en su obra, tales virtudes identifican esta lírica de la épica, tal preferí denominarla en el mencionado trabajo, por considerarla la más exacta. Y añadí en dicho artículo que “adentrarnos en sus versos es acaso volver, una y otra vez, a los símbolos de la nación. O quizás convocar el valioso legado de nuestra historia”.

Y es que el quehacer de Raúl es inseparable de su acción. Poeta en actos —como quería y ejemplificaba con su conducta su admirado Martí— a quien dedicara diversos momentos de su poética, desde adolescente supo de qué lado están los que fundan y construyen, tal como preconizaba nuestro Apóstol.

Su poesía, siempre circunstancial, ancilar, de servicio, es asumida como “testimonio diario registrando acontecimientos e impresiones mayores y menores, sociales y familiares”, según el propio autor definiera. (2)

Y es aquí donde radica lo actual, lo válido (no transitorio) de este verso ceñido al instante y al hecho que conmueve y mueve al poeta, quien, casi siempre ligado a formas tradicionales (décima, romance, soneto) que concitan el interés del lector (o escucha), logra esa difícil comunicación “consustancial a la poesía”, para decirlo con sus propias palabras. La materia poética que bulle en sus versos fluye límpida y clara como del manantial de la vida; “con optimismo y esperanza” (3), el poeta asume los temas esenciales que fijan la impronta inconfundible de su exaltado decir. “Todo lo que conversa, piensa, escribe, discute o sueña, lo hace con pasión”, subrayó el colega Alfonso Quiñones (en su prólogo a la plaquette Raúl Ferrer. Poemas, Colección Espejo de Paciencia, UNEAC, La Habana, 1990).

Otros aspectos destacan entre los muchos que poseyó para quienes tuvimos la suerte de amistar e intimar con él y hoy aún más lo recordamos, no solo por el aniversario de su muerte, sino por su alegría, jovialidad y entereza: tales fueron la sencillez, la modestia, la bonhomía del creador, puntos cardinales de su recia y transparente personalidad, “carismática y multifacética”, que constituyen, igualmente, acaso como una carta de identidad del arte poética ferreriana.

Porque sería Martí precisamente motivo recurrente de su poesía que obvia el llanto estéril y emprende el canto —como un himno— de la esperanza y el sueño por una vida mejor. Así, resulta de tal concepción una sencilla pero definitoria ecuación: la esperanza es flor; la felicidad, sudor, y la pólvora, poesía, como escribe en sus “Décimas de cuatro filos”.

En este arte poético lo raigal es la vida, presencia inviolable, y en el centro, el Hombre. Por eso, en su décima de 1944 “Cañaveral” sentenció que en la raíz anda el arte / y en el camino el poeta.

Los variados temas abordados por Raúl no han sido más que pretextos para su vital concepción, donde la existencia está por sobre todas las cosas. El agon aristotélico de la tragedia griega (para él, lucha constante contra lo negativo que corroe la sociedad y los humanos) marcaría su producción en verso y, por supuesto, en décima porque él supo marchar “con toda la Patria al hombro” —como escribió en su décima “Maceo”—, supo también, y no menos, que en ese decir y actuar, inexorablemente unidos, está la esencia de su canto para todos.

De lo anterior se desprende igualmente que el arte poético de Raúl Ferrer marcharía siempre pareja, con tal concepción ideoestética, tal se aprecia desde las patrióticas (sobre Antonio Maceo) y las históricas (la popular “Canturía del XX Aniversario” o sus “Improvisaciones por Villena”), las que homenajean a la mujer (“Bayamesa”) e, incluso, las de asunto religioso (“La Caridad del Cobre”) y las que se inspiran en la propia poesía (“Décimas de cuatro filos”), hasta las dedicadas a la infancia (“Juguete de la abeja”, “Juego en lu” y “Familia”, fueron publicadas por mí, durante los ’80, en la desaparecida Página Infantil de revista Bohemia).

No hay en sus décimas —como tampoco en el resto de su poesía— un realismo pedestre. Gracias al lirismo y la epicidad inherentes a Raúl, obtuvo en ellas un digno resultado literario. Y es que su poética asumió diversos recursos que enriquecieron su decir, a lo coadyuvó la calidad alcanzada como consecuencia de su dominio de la estrofa.

No pocos poetas-decimistas de otras generaciones han dedicado estrofas e incluso decimarios a la fúlgida memoria del querido maestro Raúl Ferrer: el tunero Antonio Gutiérrez Rodríguez lo homenajeó, parafraseando su “Viajero sin retorno”, en Decálogo del retorno, Premio Especial Cucalambé 1997, otorgado por los colegas Ronel González, Alexis Díaz-Pimienta y quien escribe estas líneas como presidente del jurado. Con ello honramos su limpia memoria, cumpliendo el sabio apotegma martiano: Honrar, honra.


Notas:

1.- Vid. WGL: “Raúl Ferrer: Patria y Revolución en su décima”, Bohemia, Año 82, no. 42, octubre l9 de l990,m p. 50-52, publicado por los 75 años del poeta.

2.- En: Cinco notas del autor, Viajero sin retorno, Editorial Unión, 1979, p. 17.

3.- “Prólogo” de Joaquín G. Santana a Viajero sin retorno, p. 10.



Publicado originalmente en La Jiribilla.

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