miércoles, 2 de septiembre de 2020

Besú: Leyenda de cómo heredé el silencio


Un poema en décimas endecasílabas



Lo publicó en su página de Facebook nuestro hermano poeta Alexander Besú Guevara (Niquero, Granma, 1970), escritor con numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Iberoamericano Cucalambé 2007 con el poemario Bitácora de la tristeza. Es presidente de la Filial provincial del Grupo Ala Décima en Granma.







LEYENDA DE CÓMO HEREDÉ EL SILENCIO

Desisto de seguir hablando, el mundo no es más que ilusión.
François Villon

Entre jarabes y santiguaciones
se silenciaron todos mis ancestros.
Y sus mutismos suenan tan siniestros
como esas deplorables expresiones
que en imprecisas desambiguaciones
y otros rugidos prometieron que
seríamos colonos de la fe…
Esto es lo malo del ilusionismo:
unas veces me embriago de idealismo,
otras de ofuscación y LSD.

Un inseminador de tiempos duros
dijo que somos indios atenuados,
que no sabemos nada de pasados,
y mucho menos algo de futuros.
¿Cómo diferenciar puros e impuros,
o distinguir quietudes y borrascas?
¿Cómo sortear malignas hojarascas
o imperativos torpes y grotescos,
si ahora Capuletos y Montescos
chocan sus copas en las mismas tascas?

¿Me oculto tras el símbolo honorífico
de mi sortija fúlgida y masónica,
o arrojo mi parábola antagónica
como un megalodón seudopacífico?
Hacerlo no es prudente, no es científico,
no es ni siquiera una reacción escéptica.
Hacerlo es una broma cataléptica,
es una aberración, algo antimágico.
Quizá vivir es demasiado trágico,
pero la muerte es demasiado séptica.

¿Debo olvidar al loco que predica
su apología de la cruz gamada,
al líder yonqui y su fanaticada,
o al ex cleptómano que se vindica?
¿Quién les oye llorar? ¿Quién amplifica
la fe sobre esos pobres especímenes,
esos que martirizan muslos, hímenes,
los que apuñalan a su propia sombra,
los que ocultan debajo de la alfombra
polvo de huesos de olvidados crímenes?

¿Opto por esta iglesia, (ayer y hoy
Católica, Apostólica y Romana),
o por la sugestiva y victoriana
hipnosis del moravo Sigmund Freud?
Soy algo difidente, y si no soy
más difidente es por mi esencia anémica.
Sé que mi formación no es académica,
que no soy plusvalía ni descarte,
que la desilusión, en esta parte
de América insular, se ha vuelto endémica.

Pero tampoco admiro a los infieles
que nunca reconocen su contexto,
y esperan que Jesús les mande un texto
al móvil mientras duermen en burdeles.
A éstos les faltan gamas y pixeles.
Tal vez les falta configuración.
Pero no olvidan esta dirección,
-ni en sus periodos tensos y lacónicos-,
adonde envían ruegos electrónicos:

Ya ni el laxo concierto de Aranjuez
apacigua estos tiempos tan voraces,
tampoco musitar los eficaces
versículos del Salmo 23.
Si elevo mi mentón como un bauprés
responden los gruñidos más feroces.
Tendremos que archivar todas las voces,
guardarlas en un disco de vinilo,
y solo hablar, con el mayor sigilo,
con los espíritus y con los dioses.

¿Cómo es que aún suena este danzón caduco
hecho de edulcorados estribillos?
Prometen no mostrarme los colmillos
si yo les muestro un pensamiento eunuco.
Yo me pregunto en qué consiste el truco,
por qué me apuntan con sus ojos graves.
Yo tengo que callar usando claves
y charadas y signos ambidiestros.
Así callaron todos mis ancestros:
entre santiguaciones y jarabes.


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