martes, 8 de octubre de 2019

Diálogo del héroe y el asesino


El tributo de Ronel al Che

El destacado poeta Ronel González Sánchez (Cacocum, Holguín, 1971), ganador —con el proyecto de libro ¿Cómo se manda un campamento?, acerca de las guerras independentistas del siglo XIX— del Premio Nacional Beca Ciudad del Che 2019 que convocó la UNEAC de Santa Clara, también mereció el Premio Nacional Ciudad del Che 2019 en poesía por el texto Diálogo del héroe y el asesino, dedicado al Guerrillero Heroico. La entrega oficial de ambos premios se efectuó en el Mausoleo del Che de la importante ciudad cubana. Este año, particularmente importante para el poeta, recibió en febrero el Premio Raúl Ferrer por la obra de toda la vida como promotor de la lectura, en la Biblioteca Nacional José Martí; y en mayo el Premio Nacional Francisco (Paco) Mir en poesía por el libro Clavar en la cruz, y Mención en literatura para niños en el mismo certamen convocado por la UNEAC de Isla de la Juventud. En agosto recibió la Distinción Hijo Ilustre de Cacocum de manos de representantes del Gobierno y el Partido del territorio.

Gracias a la gentil colaboración del autor, ofrecemos el poema galardonado. A los lectores no habituados a leer poesía, alertamos que, como su título indica, se trata de un imaginado intercambio, en el cual las palabras del Che aparecen en letras cursivas.


DIÁLOGO DEL HÉROE Y EL ASESINO

Salimos los 17 con una luna muy pequeña
y la marcha fue muy fatigosa…

Diario del Che en Bolivia,
7 de octubre de 1967.

Desde El Yuro infernal hacia La Higuera
vuela el Cristo del Sur. La selva inerme,
malherida a sus pies, expira o duerme
como una cruz de inhóspita madera.
Aún no es la hora nona. En gran manera
los curiosos no acuden. Nadie blande
la avinagrada esponja ni se expande
noticia alguna de alguien resurrecto,
y no tiene importancia si el trayecto
lleva a Jerusalén o a Vallegrande.

Chancho Guevara, AMQUACK1, Adolfo Mena:
bienvenido al horror. Entre estos muros
hemos diseminado claroscuros
de humillación y olvido. ¡Enhorabuena!
Aquí termina el vendaval de arena
del Coliseo Romano. Aquí la espada
de Excalibur vuelve al estanque, airada,
sin Arturo, sin grial y sin aureola.
Aquí hasta el puño del honor se inmola
para que no haya póstuma emboscada.

1.- Código de la CIA para denominar al Che Guevara.

Os he dicho que yo soy el que vengo
a traer el alfanje y no la paz.
Consumado el designio, lo demás
será un silencio estremecido y luengo
para que mi recóndito abolengo
se multiplique en eco transandino.
Heme aquí de mis venas mortecino.
El que traiciona llega. Nadie aparte
de mí esta cornucopia. Mi estandarte
no es de esta época. Yo seré el camino.

Oiremos desdecirte en la blasfemia.
Demandarás justicia a un cielo sordo
y aunque postrero polizonte a bordo
suprimido serás de la epidemia.
Tu obstinación con despalabros premia
potosíes y antioquias refractarios.
Seremos los perennes silenciarios
de tus consecuciones y tus fraguas
para que inaprensibles aconcaguas
congelen tus ardides libertarios.

Más allá de patéticos iconos,
de perfiles hirsutos, y artefactos
para reconstruir sueños abstractos
o convocar soberbios desentonos
contra la expoliación de los patronos
que hipotecan las sístoles, mis nexos
con destinos falseados y complexos
por deslindar aún, serán un cirio
en la cíclica noche del martirio
de los intercesores genuflexos.

— ¡Apunte bien y póngase sereno!
De cualquier modo yo estaré a la diestra
del que cultiva en la Sierra Maestra
o ruega en aimará que cese el trueno.
Junto al que bebe su café en el cieno,
el que roe su arepa o su tortilla,
seré la mano firme en la escardilla,
la mano imperturbable en la pancarta,
la clandestina voz y la voz harta
de los que van, sin miedo, a la guerrilla.

Ernesto Che Guevara de la Serna:
faccioso, aventurero, terrorista,
cuando dejes de ser en nuestra lista
el aspaviento de una mancha eterna,
cesará el desenfreno que gobierna
media docena de paisitos.
                                             Yerto,
a pesar de un destino ignominioso,
yo sé que voy a ser más peligroso
para la mezquindad, después de muerto.

Desde El Yuro infernal, en el estribo
de la sangre gentil que no se estanca
y asciende pertinaz por la barranca
de la quebrada, el Hombre sigue vivo.
Lo ve guerrear el barro subversivo
del Ñacahuasu, y el Río Grande inunda
la paramera astrosa y moribunda
de claridez, en místico connubio,
hasta que el desenfreno del diluvio
solivianta a la América Profunda.




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