miércoles, 31 de agosto de 2011


Contralectura:
Rampa arriba,
Rampa abajo


Mileyda cuenta
su experiencia


Todos los viernes de este verano, dentro del programa Arte en La Rampa, el Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado ha llevado a la escena el espacio Rampa arriba, Rampa abajo, donde un siempre numeroso público ha tenido oportunidad de disfrutar la contralectura, una her
mosa y poco conocida opción decimística, consistente en un fraterno intercambio entre poetas decimistas de la escritura y del repentismo: Los primeros, convocados por el Grupo Ala Décima, leen sus poemas. Los segundos les responden en versos improvisados. De su experiencia personal en el más reciente viernes, nos narra la escritora y periodista Mileyda Menéndez Dávila (ganadora del Premio Décimas para el amor Hermeides Pompa y el Premio de tema erótico en el XI concurso nacional Ala Décima 2011 con su cuaderno Diario de impúdica locura). Nos dice Mileyda en su mensaje por email:


Hermano: ¡Gracias por regalarme una tarde tan fabulosa! Tuve la suerte de que me tocaran Héctor Gutiérrez (foto a la derecha) e Idalberto Montero como repentistas, y al ver que eran décimas e
róticas se animaron a responderme ¡los dos!, así que para el público (muchísima gente, tal como me habías contado) fue de gran disfrute, la gente reía con la provocación y aún más con las respuestas. Acá te envío mis décimas, escritas esa misma mañana (muy biográficas, claro, porque estoy en plena luna de miel) y sus contralecturas; copié a toda velocidad y luego con ellos mismos precisé lo que quedó al vuelo. Incluso me atreví a anunciar al público que te las daría para el sitio web (la promoción no está de más, ¿verdad?) y varias personas me preguntaron como acceder a él.

La conversación con Héctor sobre su modo de improvisar me encantó, es increíble que recuerden sus improvisaciones tiempo después sin escribirlas ni nada. Me dijo que su primera contralectura fue con Karel, quien le leyó un soneto al mar y aún recuerda su respuesta muy bien porque le impresionó mucho el poema.

Me preguntó qué pensaba del repentismo, parece que algunos poetas se lo han hecho pasar mal, yo le dije lo que siempre hablamos tú y yo: con el vuelo que ellos le dan a su improvisación nos están dejando la varilla más alta a los “escribidores”, así que al final gana la décima, ¿verdad?

Un beso,
Milo


A continuación, cada estrofa de Mileyda y sus respectivas respuestas por Héctor y Montero:


MILEYDA:

La ciudad duerme, lasciva:
Luciérnagas a mis pies
de antigua virgen. Después
del aura contemplativa,
cabalgo anclada en tu viva
desnudez, carne turgente,
pedernal de luz silente
que beso, engullo y domino.

Surge, al este, un tinte vino...
Al sur brota tu simiente.


HÉCTOR:

Brota mi simiente. Quiero
que el Sur hable con el Norte:
No permita que me corte
el filo del minutero.
Tendré que ser tuyo entero.
Cupido así lo sugiere.
Y si tu cuerpo se adhiere
a lo que mi alma acomoda
voy a caminarte toda
sin que la ciudad se entere.


MONTERO:

Te soñé: estabas desnuda,
tan desnuda como yo,

y el tiempo me anticipó
lo que por la piel me suda.
Desperté y pediste ayuda
por el lugar que laceras.
Búscame por donde quieras
si te decides a amar,
que a mí me vas a encontrar
en el sitio que prefieras.


MILEYDA:

Bajas del monte a la esencia,
al abra de tus ensueños.
Hay lujuria en tus empeños
vespertinos. Sin licencia
arrancas la inflorescencia
de su cáliz. Magnetismo
que no repara en lirismo

ni en estaciones del mes.
Besas, convocas… y el pez
salta libre de su abismo.


MONTERO:

Salta libre de su abismo
buscando la intrepidez.
Salta, pero siempre es,
sin dejar de ser el mismo.
El monte pide un yoísmo
por el pico de un sinsonte,
y si acaso el horizonte
tuyo no llega a morir
entonces voy a subir
desde la esencia hasta el monte.


HÉCTOR:

Tiene que saltar el pez
sin que el río se halle triste,

y si cansancio no existe
yo te invitaré después.
Qué erótica intrepidez
pecho adentro nos concentra,
y si una caricia entra
en tu corazón sin frío
vuelve a penetrar al río
oscuro que al Sur se adentra.


MILEYDA:

Cautivo, como un Jonás,
a veces tu cancerbero
no logra un puntal certero
o se ha lucido de más.
Pero en tu piel notarás
— cuando me acunas de vicio —
que siempre queda un resquicio
por donde escurrir mis ganas,
y mientras queden mañanas
haré que pierdas el juicio.


MONTERO:

Las ganas nunca se acaban.
Llegan, pero no se van.


HÉCTOR:

Las caricias, donde están,
a los dos nos esperaban.


MONTERO:

Con tinta nos apuntaban
igual que un acto homicida.


HÉCTOR:

Y ya cuando estés rendida
enfrente de dos traviesos,
sabrán hablarte de besos

las sábanas destendidas.



Además de poetisa, Mileyda (Regla, Ciudad de
La Habana, 1968) es ingeniera, maestra de primaria y periodista. Integra el colectivo del periódico Juventud Rebelde, donde atiende la sección Sexo sentido y el movimiento de tecleros, seguidores de la columna Tecla del duende. Es además colaboradora del Grupo Ala Décima, y en nuestro sitio web se han publicado varios poemas de su autoría, como Soliloquio interior contra la sed (Premio Luisa Pérez de Zambrana 2006), Sólo una isla, Golem, Glosas de espejo y réplica y un intercambio en décimas vía email con un joven poeta de Santiago de Cuba. En el 2008, alcanzó el segundo lugar en el concurso nacional de décima escrita Francisco Pereira, en Nueva Paz, antigua provincia de La Habana. Poemas suyos pueden verse mediante los siguientes links en el blog Álbum nocturno y en la antología on line Arte poética. Rostros y versos, ambos del poeta salvadoreño André Cruchaga.

Vea en nuestros archivos:
Mileyda y su extraño privilegio



jueves, 25 de agosto de 2011


El Naborí
que conocí


Por
Héctor Arturo


Ponencia mencionada
en el
Primer evento
científico Jesús Orta Ruiz



Nací en un solar o cuartería de la opulenta y ricachona barriada habanera de El Vedado, el 2 de septiembre de 1946, y si llegué a la décima y a la poesía toda fue gracias a mi tío Adalberto Giral, también oriundo de esta zona, pero que era un excelente repentista, muy estudioso y culto, con formación totalmente
autodidacta, pues si acaso alcanzó un tercero o cuarto grado en la escuelita primaria Eloy Alfaro.

Se presentó en algunos programas radiales, y en varias ocasiones le fue otorgado el Premio de Príncipe del Punto Cubano, y cuando aquella época, lamentablemente desaparecida de los bandos rojo, azul, lila, verde, naranja y otros colores del arcoiris, él integraba el bando azul.

Mi tío, sin embargo, no tuvo la suerte de otros improvisadores y terminó entonando sus décimas a bordo de las patanas y en los almacenes del puerto de La Habana, donde la situación imperante lo obligó a desempeñarse como estibador.

Yo era su primer sobrino y recuerdo que siempre andaba conmigo para arriba y para abajo, y lo mismo me llevaba al parque que al zoológico, al estadio del Cerro a ver lanzar a Conrado Marrero, o a alguna canturía en los más diversos lugares, casi siempre en El Vedado, porque créanme o no, El Vedado llegó a ser una fuerte plaza de la décima campesina, en las décadas del 40 al 60 del pasado siglo.

Había guateques en 15 entre 22 y 24, que se hacían domingo tras domingo, desde bien temprano en la mañana hasta casi el amanecer del lunes, gracias a la dedicación de Alfonso Santos “El Vate Cubano”, un magnífico laudista y versificador del montón, pero con una tremenda voz de tenor, con la cual a veces opacaba a sus rivales.

Allí acudían José Marichal, Alejandro Aguilar, Pedro Guerra, Antonio Camino, Fortún del Sol, Orlando Laguardia, Gustavo Tacoronte, los hermanos Díaz Carrillo, algunos otros cuyos nombres no recuerdo, y de vez en vez, un señor alto, trigueño, de pelo muy negro y gestos nobles, que siempre vestía impecables guayaberas blancas y cantaba con una tonada lenta, suave, armoniosa y agradable al oído.

Cuando hacía su entrada, al filo de las 10 de esas mañanas de domingo, era como si hubiera llegado Papá Dios en persona. Todos aquellos poetas, mayores que él en edad, hacían silencio, las cuerdas dejaban de sonar y se apresuraban en estrechar su mano o abrazarlo.

Las esposas de los repentistas y otras mujeres que colmaban aquel pasillo, también lo saludaban con la admiración de quien ha hecho algo sublime.

Era Jesús Orta Ruiz “El Indio Naborí”.

Mi tío Adalberto me decía: “eso es lo más grande que ha dado Cuba en poesía”. Y yo siempre creí al pie de la letra todo lo que mi tío me decía.

No se equivocó mi tío Adalberto.

Siempre entre mis tantos defectos he tenido que reconocer que suelo ser demasiado absoluto en mis planteamientos, y ahora después de viejo no voy a proponerme cambiar y me llevarán así al crematorio, si es que acaso no me mandan a ir a pie.

Para mí Naborí es no solo el mejor poeta que ha nacido en Cuba, sino que lo sitúo entre los 10 mejores de Iberoamérica, porque las traducciones de otros idiomas jamás me han gustado.

Es también uno de los hombres más grandes que he conocido en mi ya larga existencia, en todos los aspectos y facetas de la vida.

Estos guateques o canturías del solar de El Vate Cubano eran algo familiar. Cristina, Lutgarda o Clara preparaban algo de almuerzo y freían chicharrones y mariquitas para picar, mientras que Pepe Jordán, Mario Santos, Rafael, El Niño, mi Viejo Hilario y otros se encargaban de pasar de mano en mano las botellas de ron o las de cerveza.

Sin embargo, no recuerdo, y me he roto mil veces la cabeza en busca de todas aquellas imágenes que atesoro en la memoria, haber visto a Naborí bebiendo un trago.

No digo que no lo hiciera. Simplemente insisto en que jamás lo vi con un vaso de ron o de cerveza en las manos, como sí hacían los demás, incluso los varios religiosos, miembros de sectas protestantes casi todos.

Uno de ellos, cuyo nombre callo por ética, al parecer tenía prohibida la ingestión de bebidas alcohólicas, y se escondía en el inodoro colectivo para “calentar la garganta”, como me dijo en una ocasión en la cual lo sorprendí no con la masa, sino con el vaso lleno entre las manos.

Mientras cantaba cualquiera de las parejas que allí se formaban, sobre cualquier asunto, casi siempre controversias libres, algunos conversaban de otros temas y las mujeres continuaban con sus trajines culinarios.

Pero cuando tocaba el turno a Naborí, el silencio unánime se apoderaba del lugar. No importa si cantaba con este o con aquel. Yo creo que hasta las cuerdas del laúd, la guitarra y el tres callaban para escucharlo.

Otros guateques o canturías, más sofisticados, se celebraban en la valla de gallos que estaba ubicada en la calle 14 entre 19 y 21, también en El Vedado. ¡Sí! en El Vedado había, al menos que yo sepa, una valla de gallos completamente legal, porque jamás vi a la policía arrestar a ninguno de aquellos hombres, que primero disfrutaban de los picotazos y espuelazos, y después de las décimas improvisadas, hasta las 7 o las 8 de la noche, generalmente los sábados.

Mi tío Adalberto me llevaba a otros lugares, generalmente para ver y escuchar a Naborí.

Tenía yo siete años de edad en enero de 1953.

Naborí cantaba con Angelito Valiente en la Sociedad de los Yesistas, un enorme salón cercano al Teatro de la CTC.

Allí no cabía nadie más, y también el silencio era absoluto.

Alguien se acercó al escenario y entregó un papelito a Naborí mientras Valiente cantaba una décima. Al tocarle su respuesta, dijo a los presentes que le habían informado que acababa de fallecer Rubén Batista Rubio, baleado días antes por la policía batistiana, y expresó, más o menos: “es el primer mártir del estudiantado universitario, víctima de la represión… Le voy a dedicar una décima”.

Y sin más, improvisó 10 versos que después alguien imprimió y se conservan hasta hoy:


Siempre que la iniquidad
se impone y subyuga vidas,
por esas grandes heridas
respira la Libertad.
Sepa, pues, la terquedad
mortífera del fusil,
que en la línea estudiantil
el Ideal es un tren:
¡uno baja; suben cien,
bajan cien y suben mil…!


Los policías que estaban en ambos laterales y al fondo de aquel salón, de inmediato subieron al escenario y arrestaron a Naborí.

Lo condujeron a la Quinta Estación, que radicaba en la calle Belascoaín y Desagüe, y cuyo jefe era nada más y nada menos que el sanguinario Esteban Ventura Novo.

Todos los asistentes a aquel concierto salieron rápidamente, en compacta manifestación, creo que de más de mil personas, y frente a dicho antro de crímenes y torturas comenzaron a gritar consignas, entre las cuales se repetía insistentemente: “¡Liberen a Naborí!”

Menos de una hora estuvo tras las rejas, pues la presión popular fue demasiada para aquellos esbirros, que se vieron obligados a liberarlo.

Dos años después, exactamente el domingo 26 de agosto de 1955, mi tío Adalberto me dijo que nos íbamos para Campo Armada, a ver la controversia entre Angelito Valiente y El Indio Naborí.

Después supe que era la segunda, pues antes habían competido en el Teatro del Casino Español de San Antonio de los Baños, el miércoles 15 de junio de ese mismo año.

Todo fue promovido por emisoras radiales, dada la calidad poética de ambos repentistas.

A la competencia de San Antonio no asistí. Pero sí tuve el privilegio, con nueve años de edad aún sin cumplir, de estar junto a mi tío Adalberto entre las más de 12 mil personas que allí nos dimos cita, sin contar a los policías, soldados y guardias rurales.

Como mi tío me había dicho que íbamos para Campo Armada, yo me imaginaba algo así como un bohío, una arboleda, unas palmas reales y una que otra vaca o cerdito, como en los dibujos que hacíamos en la escuela sobre la campiña cubana.

Ya muchas veces mi tío me había llevado al Gran Estadio de La Habana, en El Cerro, y al llegar a aquella instalación deportiva y ver a tanto público congregado, exclamé asombrado:

“Tío, tú me dijiste que veníamos a ver a Naborí y a Valiente y no a un juego de pelota…”

Me explicó que se había escogido ese lugar porque se sabía que iba a asistir mucho público.

Nos sentamos y comenzaron las improvisaciones con temas impuestos por un Jurado: el campesino y la esperanza.

Antes habían cantado en San Antonio al amor, la libertad y la muerte.

Por suerte para todos, la taquígrafa María de los Refugios Segón, esposa de uno de los integrantes del Jurado, copió y trascribió todas aquellas décimas: 10 por cada poeta en cada tema asignado, y hoy pueden leerse en el libro “Décimas para la Historia, la controversia del siglo en verso improvisado”, editado por el estudioso canario Maximiano Trapero, pues inexplicablemente en Cuba, donde tantísimos libros se publican, jamás nadie se ha dignado a imprimir esta verdadera obra de arte, a no ser la que apareció en aquellos días en tres páginas de la revista Panorama.

El mismo amigo Trapero logró, además, hacer una edición en disco, con esas antológicas décimas entonadas por los también excelentes poetas Jesusito Rodríguez y Omar Mirabal.

Basten recordar dos de aquellas décimas, improvisadas por Naborí, quien estaba entonces al cumplir 33 años de edad y había acabado de perder a su primogénito Noel.


¡Oh, machetero, ciclón
que tumba y se tumba él!
Tumbas la caña de miel
y ella te tumba el pulmón.
Te viertes en profusión
de sudor por cada poro…
Caña, caña es tu tesoro,
pero hay una mano extraña
que te roba sangre y caña
para transfusiones de oro.


Y sobre la esperanza:


La esperanza es un pichón
-sangre de tecla y campana-
donde palpita un mañana
de teclas y de canción.
Un día, desde el jergón
del nido, algo se levanta,
y de una dulce garganta
surge un trino enamorado:
es un sueño que ha emplumado,
vuela, se detiene y canta…


El Jurado, que en la cita de San Antonio de los Baños había decretado un empate, en Campo Armada entregó el trofeo de ganador absoluto al Indio Naborí, aunque reconoció la calidad de Angelito Valiente.

Razón tiene Trapero al afirmar, también rotundamente, como si fuera yo, que jamás una controversia campesina, en ningún lugar del Planeta, ni antes ni después de aquella de Campo Armada, reunió a tanta cantidad de espectadores: más de 12 mil en una ciudad que no llegaba aún al millón de habitantes.

Después, es cierto, en las Tribunas Abiertas contra el secuestro del niño Elián González, se reunieron muchísimas más personas que también disfrutaban de las improvisaciones de los poetas, muchas de ellas magníficas, pero no iban solo a ver y oír a los repentistas, sino a todos los demás que hablaban o actuaban.

Y en San Antonio y Campo Armada fue solo eso: décima improvisada por Angelito Valiente y El Indio Naborí.

Después seguí asistiendo mañana tras mañana a la emisora CMQ, para ver y escuchar, en vivo, el programa campesino Los Cantores Ariguanabo, que escribía y dirigía Naborí.

Al terminar cada espacio, me acercaba al escenario, y Naborí, amable y paternalmente, me obsequiaba el libreto.

Llegó el 1º de Enero de 1959, y escuché a Naborí por todas las emisoras de radio y televisión declamando su Marcha Triunfal del Ejército Rebelde. A ningún otro poeta cubano se le ocurrió aquello, sino a Naborí, militante comunista desde sus primeros años juveniles y revolucionario desde la misma cuna humilde en la finca Los Zapotes, en San Miguel del Padrón.

Y ello no era de extrañar. Quien haya leído la obra poética de Naborí se habrá percatado que hasta en su poesía más intimista hay destellos de épica social, como cuando aconseja a su amada Eloína, tras la muerte de su niño Noel:


Los niños no han nacido para morirse niños,
nacen para crecer y enarbolar banderas;
hay que poblar al mundo de parques y piñatas,
de bosques y alamedas…


Antes, en 1952, había cantado al Viejo Caracas, su amado padre:


Poeta con la agonía
de no atrapar la expresión,
de ti, de tu corazón,
me vino la Poesía.
Sentiste una melodía
honda, que no tradujiste,
y yo, el heredero triste

de tu inefable sentir,
sigo empeñado en decir
el canto que no dijiste.


Pasaron los años.

Comencé a ejercer el periodismo en junio de 1961, un par de meses después de haber combatido en Playa Larga y Playa Girón, y por suerte para mí, supe un día que Naborí estaba viviendo en El Vedado.

Ya él había tocado el cielo con sus manos, al escribir lo mejor de todo lo que se ha escrito sobre estos combates épicos: La elegía de los zapaticos blancos, que no solo se limita a relatar todo lo ocurrido a aquella humilde niñita cenaguera, sino que denuncia el crimen atroz yanqui, de la más bella forma: con un romance que nada tiene que envidiar a los mejores de España.

Sin pensarlo dos veces toqué a su puerta y me recibió con toda la caballerosidad que emanaba siempre de su corazón.

Cuando traté de presentarme, me interrumpió y con sorpresa y orgullo para mí, me dijo:

“Yo sé que tú eres aquel niñito que iba a verme a los guateques y canturías con tu tío Adalberto, y después a CMQ. Ahora estás mayor, pero tu cara es la misma, y me agrada muchísimo que seas miliciano”.

Le pedí que me ayudara con mis sueños de ser poeta. Le conté que a los seis años de edad escribí mi primera décima a mi madre. Me pidió que se la dijera, y después le extendí algunas otras décimas que llevaba en una libreta de colegio.

Modesta y pausadamente, me exhortó a seguir adelante, a que hiciera lo que él hizo antes: leer y estudiar mucho, y con inmensa satisfacción para mí me despidió con una frase, que a veces me creo que es verdad: “tú eres ya un poeta”.

Me casé y con mucha más suerte aún, mi esposa residía en la calle 11 entre 6 y 8, en El Vedado, frente por frente a Naborí. Ya mientras noviábamos, muchas veces cruzábamos la calle para conversar, ella con la buena y maternal Eloína, y yo con el magistral y paternal Naborí.

Al ingresar en la revista Verde Olivo, órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, como Jefe de Redacción, tuve otro privilegio enorme: trabajar muchos años junto a José Forné Farreres, un catalán comunista, abnegado e invencible, que tras perder su brazo derecho en un campo de concentración nazi tras su participación en la Guerra Civil Española, aprendió a escribir con la mano izquierda y era todo un ensayista, periodista y estudioso de la poesía hispanoamericana, especialmente de la cubana.

Muchas veces coincidimos Forné y yo en el salón donde Naborí trabajaba en su hogar. Allí, junto a Manuel Navarro Luna, redactaban el libreto semanal del programa radial que los tres hacían, domingo tras domingo, en vivo, dedicado a la Literatura y otros temas de interés.

Muchas veces lo acompañé al periódico Hoy, donde diariamente sacaba la sección Al son de la Historia, escrita en versos, sobre un tema pasado o actual.

Recuerdo una noche en la cual Blas Roca lo llamó y le encomendó una tarea que yo califiqué después de heroica: Naborí debía escribir unas décimas dedicadas al sobrecumplimiento productivo de la Empresa Avícola, en lo relacionado con carne de aves y huevos.

Nos dirigimos hacia un pequeño local, al final de la Redacción, en el cual él solía escribir sus entregas diarias. Allí le comenté, en cubano puro: “Naborí, qué clase de embarque te ha dado Blas con eso de escribirle décimas a las gallinas y a los huevos…”

Colocó las cuartillas y los papeles de carbón en la máquina de escribir y solo me respondió: “acuérdate que todo en la vida tiene su poesía, lo que hay es que saberla encontrar y sacarla para todos…”

Y escribió sus cuatro décimas en menos de 20 minutos. Me voy a limitar a los últimos cuatro versos:


Además del exquisito
sabor al menú criollo,
del sol del arroz con pollo
y el clavel del huevo frito…


En 1969, a insistencia de mis compañeros de trabajo, recopilé algunos poemas míos y escribí o
tros, y los envié al primer concurso 26 de Julio, convocado por las FAR.

El Jurado de Poesía estaba integrado por Forné, Roberto Branly y Luis Marré.

Me desentendí de aquello, porque ni entonces, ni ahora, y creo que jamás, me han interesado ni interesarán los concursos literarios.

Un buen día, Naborí tocó a mi puerta y me dio un abrazo enorme, como pocos abrazos he recibido en mi vida.

Su tono de voz, siempre bajo, fue mucho más bajo esta vez, casi clandestino. Me dijo: “no comentes con nadie, pero me acaban de informar que ganaste el Premio de Poesía en el Concurso 26 de Julio, que iban a declarar desierto hasta que se recibió tu libro Pido la palabra, y quiero ser el primero en felicitarte”.

En la Casa Central de las FAR fue el acto de premiación. El Jefe de la Dirección Política me entregó el Diploma, y en medio de los aplausos de mis compañeros, me dirigí a donde estaba sentado Naborí, lo abracé, le dije mil gracias y le pedí que me lo firmara, para que tuviera mucho más valor para mí.

Me mude para el Nuevo Vedado, pero siempre continué visitando a Naborí, enseñándole mis poemas y décimas y recibiendo sus inmerecidos elogios, que eran más por el cariño que me tenía que por mi calidad poética.

Yo también tuve que dejar de cantar punto guajiro por dos causas: me faltaba el aire, posiblemente debido al cigarro, y la primera, que siempre he sido una de las personas más desafinadas del mundo, aunque inexplicablemente soy autor musical, con algunos temas grabados y difundidos por radio y TV.

Por esa razón, admiré mucho más a Naborí aquel septiembre, cuando en ocasión de su cumpleaños 60, y tras más de 20 años sin cantar, aceptó el reto que le impusieron sus “concubanos” de San Miguel del Padrón, y subió al escenario del cine Continental, también repleto de pueblo, ya sin esbirros amenazantes, para entonar la que sería su última controversia, en esa ocasión con Pablo León, el bien llamado León de los Poetas.

Yo, que sabía de su padecimiento cardíaco, debo confesar que me asusté, porque en esos casos las emociones pueden ser fatales, y el esfuerzo de hacer algo en lo que se ha perdido la práctica podría afectarlo aún más.

Pero el Maestro sentó Cátedra, y desde su primera décima se adueñó de todo, principalmente del alma de los presentes:


Casi al final de mi acción
debo volver al principio,
en tierras del municipio

de San Miguel del Padrón.
Aquí donde la ilusión
de mi juventud viví,
el recuerdo viene a mí,
-filtrado rayo de Luna-
y me conmueve la cuna
humilde donde nací…


Ya para despedirse, y sin que nadie se lo pidiera, de lo más hondo le salió a Naborí el deber de cantarle a sus compañeros de San Miguel, caídos en la lucha contra la tiranía batistiana.

Y no lo hizo con simples décimas, género más difícil de toda la poesía, sino que tomó como glosa o pie forzado dos versos:


Pongo en su tumba las flores
que el pueblo ha puesto en mis manos…


En muchas ocasiones he expresado, también de forma absoluta y tajante, que las décimas improvisadas por Naborí son mil veces mejores que el mejor de los poemas escritos, revisados y vueltos
a revisar, en largos meses o años, por cualquier poeta de los que he conocido.

Ahí están como ejemplos algunas que pudieron ser grabadas, como esta controversia, o las dos con Angelito Valiente de 1955, y otras muchas que han pasado de boca en boca, y de generación en generación.

Siempre digo que es difícil encontrar a alguien que sepa de memoria algún verso de Nicolás Guillén, Fernández Retamar, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Dulce María Loynaz, Fayad Jamís o José Lezama Lima, por solo mencionar a algunos.

Pero de lo que sí estoy completamente seguro es de que la inmensa mayoría de los 11 millones de cubanos podemos recitar ahora mismo algo de José Martí o de Naborí, porque ambos escribieron y cantaron para el pueblo y penetraron en la conciencia de las masas como nadie en la poesía.

Seguí siempre junto a Naborí hasta su fallecimiento.

Nunca sabré por qué no hubo un guateque en sus funerales, en homenaje al que más lo merecía.

Durante el recorrido hacia el cementerio de Colón, miles de personas se agolpaban a ambos lados de las aceras, en respetuoso silencio, para despedir a su Poeta.

Otros miles acudieron hasta el panteón de las FAR, donde yace en el nicho número 29, desde el fatídico 30 de diciembre del 2005.

Allá, en la funeraria de Calzada y K, donde no cabía nadie más, escribí un soneto y una décima:


¿Quién dijo que el poeta se ha marchado
y abandonó en el mástil su bandera?
Yo sé bien que el panteón es la trinchera
desde donde combate este soldado.

¿Quién dijo que el laúd ha silenciado
sus cuerdas campesinas? Solo espera
que el bardo cante el verso a la manera
de un Espinel martiano y renovado.

¿Quién dijo que era ciego? Yo lo quiero
con la visión tan clara como Homero
para cantar la hazaña de espartanos

en décimas de fuego y sangre ardiente
que entonamos millones de cubanos
con nuestro Naborí, siempre presente.


La décima está de luto,
el verso cubano llora
y en el guateque se implora

por un silencio absoluto.
La muerte, en solo un minuto
dejó su huella macabra;
pero que la tumba se abra
para que junto a Martí
vuelva a cantar Naborí
la fuerza de su palabra.


Lo cierto es que Naborí efectivamente nació en San Miguel del Padrón, pero la mayor parte de su vida transcurrió en la barriada habanera de El Vedado, donde tuve el privilegio de conocerlo, que fue conocer a un hombre de carne y hueso, humano como lo mejor de lo humano, tierno, audaz, valiente, decidido, estudioso, capaz de ayudar a los demás, combativo, dirigente sindical, ensayista, periodista, poeta de primera línea, crítico literario, profundamente culto, convencidamente martiano, consecuentemente comunista y eternamente fidelista.



De Héctor Arturo, colaborador de nuestro sitio Cuba Ala Décima, hemos publicado antes su Glosa irregular por Naborí, su poema
Con Miguel Hernández y el Indio Naborí, su texto Porque aún vive Naborí en San Miguel del Padrón y Ante la muerte de Tomy
, en tributo al destacado humorista gráfico fallecido el pasado año.




miércoles, 24 de agosto de 2011




Reina
Esperanza
Cruz


Texto y foto: Waldo González López
Tomado de los archivos
del sitio digital de la revista Mujeres




Integra
nte de una tríada decisiva en el discurso femenino de la décima en Las Tunas y en el país, Reina Esperanza Cruz, nacida en la Villa Azul de Puerto Padre, en Las Tunas, descuella en la segunda de las tres promociones de poetas-decimistas, (de los 70, 80 y 90), según definiera años atrás este crítico.

Ella —quien marca también pautas en el soneto con sus dos colegas y coterráneas María Liliana Celorrio (de su propia promoción) y Nuvia Estévez (de la tercera) — ha descollado en el soneto y la décima, con apenas dos poemarios publicados: De amor y otros abismos (1993) y Cartas a Dios desde el Infierno (2001), ambos por la Editorial Sanlope, de Las Tunas, patria chica de El Cucalambé.

Si en aquel primer volumen ya su verso constataba un oficio de estudios y rigores con estas y otras estrofas, ahora en su más reciente poemario refleja las ganancias de un minucioso laboreo que, con el paso del tiempo, ha ido aportándole aún más calidades, asentadas en una definida sensibilidad y un lirismo de buena ley.

Ello se observa en la mayoría de los sonetos y décimas aquí incluidos. Una que muy bien corrobora lo que digo, al tiempo que evidencia su hondo decir, es “Identidad”: ¿Acaso soy esa mujer que cura / la furia gris de ajeno desconsuelo? / ¿Dueña de la tristeza y el desvelo? / ¿Acaso soy esa mujer impura, / feroz en su corriente de agua oscura / que corre por sus cauces como tinta? / ¿Acaso soy una mujer distinta / o tan común como una hoja muerta? / Será tal vez cada pregunta, cierta. / Soy impura y feroz, igual, distinta.

Amor y muerte son los principales vasos comunicantes que, interpenetrándose, se valen de un toma y daca esencial en estas Cartas a Dios... La autora se desnuda en estos versos donde se exorciza, acaso como un ritual, tras haberse desvivido entre las glorias y miserias de la también (¿por qué no?) feroz existencia.

De tal suerte, su hálito vivencial vota por las urgentes señales que exige desde el Infierno, donde sitúa su discurso. A partir de una breve cita de la narradora norteamericana Alice Walker, le confiesa a este Dios tan terrenal, que resulta amor, muerte y todo: Querido Dios: sé que Alice te escribía / desde un sitio cercano de la Tierra: / yo también quiero hablarte de una guerra / en la que me desgasto cada día. / Yo también tengo cruces en mi vía / como tu hijo amado. Yo te escribo / desde el Infierno, Dios. Tan sólo vivo / invocando tu nombre en cada hora. / Envía una señal sin más demora. / Recuerda, Dios: desde el infierno escribo.

Y desde la condición maldita de poeta —que en su disfrute/sufrimiento de escribir/padecer ‘se pasa la vida tan pasando’, como versificara el clásico— incluye esta no menos magnífica décima que, de algún modo, resume su poética de novedoso y personal aliento, valiéndose de una cita de Thornton Wilder, “Los poetas”: Ah, los poetas, Dios, esos malditos / seres que se debaten en la sombra / con una soledad que nadie nombra / con llantos y poemas nunca escritos. / Esos seres dolientes y proscritos, / esos locos, absurdos, impacientes, / esos dulces, amargos, indolentes, / te necesitan, Dios, te necesitan. / Por eso, Dios, atiéndeles si gritan: / los poetas son reos inocentes.

Amiga del verso endecasílabo, en ocasiones recurre al clásico octosilábico y a la asonancia en otros momentos de las conversaciones con su particular Dios, tal acontece en “Sin tiempo”: Debes saber: también pude / morir y seguir viviendo. / Ahora soy lluvia cayendo / árbol que nunca se pudre. / debes saber: nunca tuve / completamente la vida, / mas después de esta caída / tampoco tengo la muerte. / Soy a medias. Flor ausente. / Luz que vuela detenida.

Apartada del mundanal ruido, acaso como oculta en su hermosa ciudad marina, Reina Esperanza seguirá escribiendo con la salvaje nostalgia de su genuina poesía para sus amantes lectores.


Versión original, mediante este link, en el sitio web de la revista Mujeres.



martes, 16 de agosto de 2011

Desde Santa Clara

Una tarde para el repentismo


Nos comenta la cita de junio de su tertulia La décim
a es un árbol quien la fundó en septiembre del 2007 y la dirige desde entonces: Mariana Enriqueta Pérez Pérez, poetisa, investigadora, creadora del sitio web de ese espacio, miembro del Grupo Ala Décima y su representante en Villa Clara





En la im
agen, Mariana presenta
el Catálogo rimado número 44.



UNA TARDE PARA
EL REPENTISMO

Por Mariana Enriqueta Pérez Pérez
Fotos: Jesús Llorens León



Eran ya las cuatro en punto, sólo había una persona —octosílabos no premeditados, es contagio—, el repentista Rafael Águila. Para tratar de obtener ca
lma, bebimos café, mientras él me contaba anécdotas del poeta al que rendiríamos homenaje. Después, poco a poco, comenzaron a llegar los invitados y los asiduos. Por la familia del homenajeado, una de las hijas y un sobrino con su esposa.

«La décima es un árbol» (17 de junio) fue convocada esta vez para recordar al poeta repentista villaclareño —además de animador, cómico, narrador oral— Evelio Ruano López, en el XXI aniversario de su fallecimiento, ocurrido el 13 de junio de 1990. Dos razones poderosas icitaron la decisión: primera, antes la ciudad celebraba un evento de repentismo con su nombre, pero no lo ha convocado más; segunda, crecí viendo a Evelio en mi casa, en tertulias espontáneas, donde improvisaba y conversaba de libros con mi padre y tíos, a pesar de su condición de guajiros.

De manera que la tertulia comenzó como debía, con repentismo: José Manuel Silverio, Rafael Águila, «El Veloz» y Felipe Alberna, con el acompañamiento musical del dúo «Camacho», improvisaron un diálogo poético para el amigo ausente. (En la imagen, los repentistas «El Veloz» y JM Silverio improvisan).

A continuación presenté el texto «Evelio Ruano López: un artista con muchos apodos», gracias a la información aportada por familiares y amigos, pero antes leí dos décimas, de Leonardo A. Valdés Ferrer, escritas para esta ocasión. Los testimonios se completaron con la intervención de Rafael Águila, quien fue su contrincante en la décima y su amigo en lo personal, así como de otros del público. (Imagen: Rafael Águila contando anécdotas.)

El Catálogo rimado Nº 44 circuló de mano en mano porque ya no pueden imprimirse copias para todos.

«La pieza del mes» —un plato de porcelana de Sévres, con una escena de la batalla de Steenkerke (Francia, 1692) — fue presentada por el museólogo Jesús Llorens León, quien ofreció datos históricos y anécdotas curiosas relacionadas con esa batalla. (Imagen de abajo)

Por supuesto, los repentistas cantaron en torno al tema como, por ejemplo, Felipe Alberna:


Desde la Francia imperial
una batalla nos llega

como una artística entrega
bajo un pulido cristal.
Su valor universal
supera cualquier trofeo
y ahora, cuando aquí lo veo,
patrimonio mío y tuyo
me lleno de sano orgullo
de tenerlo en el Museo.


Como empezamos después de lo previsto, y la tarde «anunciaba chaparrón» —la imagen es de Serrat— decidimos finalizar. Quedamos en reencontrarnos en la peña campesina del barrio «Las Minas» —donde viviera Ruano y aún residen muchos familiares— con motivo de su nacimiento, que se conmemora el 12 de julio. Odalys, la hija, expresó su agradecimiento y manifestó su interés por colaborar.



EVELIO RUANO LÓPEZ:
UN ARTISTA CON MUCHOS APODOS

Por: Mariana Enriqueta Pérez Pérez

Colaboradores: Mérida Ruano López, Elisa Betancor Olivera, Julio Betancourt Ruano, Santiago Pérez Alfonso, Leonardo A. Valdés Ferrer.


I.- ¿POR QUÉ RENDIRLE HOMENAJE A EVELIO RUANO?

Un día, con el paso de los años, me enteré de que su nombre real era Evelio, y no Orbelio, como lo conocíamos en el campo. Ya en ese momento él era un artista reconocido en Santa Clara (y allende la provincia de Villa Clara): repentista de la radio, el teatro y la televisión; «gallego» en un dúo humorístico (gallego-negrito) como continuidad del teatro bufo cubano; animador de cabarets y espectáculos de carnaval (todavía guardo en mi mente su imagen sobre el escenario en el «Rincón de los recuerdos» del Parque de La Pastora, creo que fue la última vez que lo vi).

Desde que en 1957 —cuando yo contaba sólo con seis años— mi familia regresó, de Manacas, para su lugar de origen —finca San Felipe, Barrio El Purial, Término municipal de La Esperanza— me acostumbré a la presencia diaria de los Ruano en mi casa: «El Viejo Ruano», Orguedo, Ovidio, Orestes, pero sobre todo de Orbelio —siempre voy a llamarlo así, aunque, como apuntaré después, tuvo varios apodos en su vida.

Los Ruano y los Pérez tenían una relación familiar. «El Viejo Ruano» —filósofo analfabeto, o al revés— jugaba dominó con mi abuelo; Orguedo, con su carreta y sus bueyes en el chucho Azotea, casi en el patio de mi casa; el café clarito y dulce que me daba Isabel López para engañar mi gusto prematuro por esa infusión; y, sobre todo, aquellas conversaciones-tertulias de Orbelio (Evelio) con mi padre y mis tíos. De ellos, por ejemplo, escuché por vez primera el nombre del filósofo griego Aristóteles; y aquí aparece uno de los apodos de Evelio, mi tío Juanito le decía «Aristoteles» —por un guajiro de Jiquiabo, de apellido Fernández, que al improvisar una décima pronunció ese nombre en forma llana—, y Juanito, precisamente, recuerda que Orbelio (Evelio) era muy bueno escribiendo composiciones en la escuela. De esa forma, los Ruano y los Pérez crecieron juntos, y juntos les creció su amor por el conocimiento. Ellos improvisaban en la guataquea o en el corte de caña —así nuestros guajiros mantenían la tradición ancestral de los cantos de trabajo—, mantenían viva la décima traída por sus antepasados.

No todos los campesinos tenían acceso a la cultura literaria —la mayoría no sabía leer—, sin embargo, aún en las peores condiciones, algunos, como los Pérez y los Ruano, buscaban sabiduría en los libros; así se formaron poetas que, después de 1959, pudieron elevar su nivel cultural e incluso engrosar la historia de la Literatura Cubana con la publicación de libros —tal es el caso de Leoncio Yanes, Joaquín Díaz-Marrero, Chanito Isidrón, y muchos más. Quizás alguien piense entonces por qué me ocupo de Evelio Ruano —que no publicó libro alguno—, pero la respuesta sencilla es que Evelio fue un repentista y, aunque las décimas improvisadas van al viento, son guardadas por el pueblo en la biblioteca de su memoria colectiva; nos toca a los investigadores, a los amigos y familiares, recuperar ese tesoro de aire y llevarlo al papel, para que nunca se nos pierda la identidad.

En mi búsqueda de información acerca de Orbelio-Evelio Ruano he recopilado testimonios, datos biográficos y décimas —todavía insuficientes— y la gran sorpresa para mí fue su hermana Mérida (a quien no vi en mucho tiempo y ya tiene 85 años), una enciclopedia oral de la décima —al menos de nuestra región—, quien puede recitar de memoria hasta novelas escritas en esa estrofa. Cuenta Mérida que cuando Evelio era niño se enfermó y ella lo llevó para su casa, donde pasó el resto de su infancia. Todos sus amigos y familiares sabemos que ella y Enrique Betancourt, su esposo, lo ayudaron para que, a pesar de su pobreza, pudiera desarrollar su inteligencia y estudiar en un colegio como Bethania. Esa es la motivación que tuvo Evelio para crear, en 1989 —como si presintiera su muerte ocurrida un año después— esta décima en el cumpleaños 63 de la hermana:


Mérida, tú siempre fuiste
para mi vid
a el consuelo
porque, más que un caramelo,
tu amor maternal me diste.
De mi niñez pobre y triste
tu oído escuchó mi queja
y hoy que tu mano no deja
que me sangre más la herida
sólo le pido a la vida
que no te me pongas vieja.


II.- DATOS BIOGRÁFICOS, APORTADOS POR MÉRIDA RUANO LÓPEZ (HERMANA) Y JULIO BETANCOURT RUANO (SOBRINO)

Evelio Ruano López nació en la finca «La Matilde» —Barrio Purial, Término Municipal La Esperanza— el 12 de julio de 1934. Cursó sus primeros grados en la escuela rural de la finca «Alcántara» (propiedad de Felo Gattorno); sus primeros maestros fueron Antonia Mª Machado y Gerardo Cancio. Concluyó la enseñanza primaria en la Escuela de «Las Minas». En los años 50 se graduó de Secretario Público, en el colegio evangélico de Bethania, que dirigía Macedonio Leyva en Antón Díaz, pero al no encontrar plaza siguió trabajando en el campo hasta 1959.

Cuando triunfó la Revolución, ingresó en la Policía Nacional Revolucionaria y fue ubicado en Abreus, después viene para Santa Clara, donde trabajó como carpetero en la Unidad «El Vaquerito» de la PNR. Ya para entonces formaba parte del conjunto musical de esa institución armada. Cuando le dijeron que no podía tener dos trabajos, optó por salir de la policía para dedicarse al arte. De ese modo, entra a trabajar en la ANCHAR (Asociación Nacional de Choferes de Alquiler Revolucionarios), donde se desempeñó como Sub-Director.

Vuelve a la radio —antes de la Revolución cantaba en un programa de la emisora COCO—, al programa de CMHW «Avanzada campesina» (cuyo locutor era Aramís González) y formaba parte del conjunto «Voces y cuerdas de mi cocodrilo verde». Después se quedó solamente como trabajador de Cultura. Dirigió el espectáculo «Martes Campesino» en el Teatro La Caridad, y trabajó en el programa campesino de los miércoles en Tele Cubanacán. Además fue animador de los centros nocturnos Caneyes y Cubanacán.

De su matrimonio con Teresita Anoceto le nacieron 5 hijas: Noemí, Odalys, Milaida, Dayamí y Yusimí. En el matrimonio con Laura Martínez es su hijo Juan Evelio.

Falleció el 13 de junio de 1990.


III.- ELISA B
ETANCOR (1) EXPONE ALGUNOS HECHOS IMPORTANTES DE SU VIDA:

—Antes de ser artista, soñaba con ver su nombre en las carteleras culturales; y logró su sueño.

—Mantuvo su carácter humilde, llegaba a Las Minas y trataba a todas las personas con afecto y sencillez.

—Lo marcó su fe en la Revolución. Cuando la invasión a Granada, su hija Noemí se encontraba en aquel país; pero él siempre supo que regresaría bien y entendió que si no llamaban a los familiares a La Habana, no había por qué desesperarse e ir para allá.

—Fue militante del Partido Comunista de Cuba.



IV.- TESTIMONIO DE SANTIAGO PÉREZ ALFONSO (2)

En el año 1937, la familia Ruano-López, procedente de otra barriada, se mudó para la nuestra. Eran antiguos vecinos y amigos de mi mamá en otra zona del barrio Purial. Ambas familias siempre tuvieron una relación muy cercana, al extremo de que mi mamá (María Alfonso León) y la de los Ruano (Isabel López) se daban el tratamiento de «comadre», aunque en realidad no lo eran.

Esa familia era bastante numerosa y el más pequeño era Evelio, conocido por todos como «Orbelio». Recuerdo que, desde niños, era para nosotros un hermano más, afable, cariñoso y, sobre todo, con mucho respeto. Evelio era un niño muy alegre pero, tal como lo recuerdo, tenía como un ligero aire de tristeza en su mirada.

Crecimos y nos hicimos hombres en aquella vecindad [Barrio El Purial, término municipal de La Esperanza], donde la lucha por la subsistencia nos unía, y nos hacía más y más necesarios unos a los otros. Quizás impelidos por las misma pobreza, tanto en la familia nuestra como en la de los Ruano, la mayor necesidad era la superación, lo que estaba tan arraigado en nosotros que siempre nuestros encuentros derivaban en el intercambio de conocimientos, adquiridos mediante la lectura y otros medios. Así fuimos desarrollándonos. Aficionados a la poesía, hicimos los primeros «pininos» (pinitos), intercambiábamos décimas —unas veces oralmente y otras, por escrito—, aunque es bueno aclarar que, en ese sentido, Evelio siempre demostró ser más aventajado que nosotros, así que fue ampliando el marco de las lides poéticas en las canturías de la zona y sus alrededores, horizontes que fueron ensanchándose mediante sus relaciones con poetas de más oficio, entre ellos Jesús Herrera «El Casimbero», Sosa Curbelo y muchos más.

Al triunfo de la Revolución, Evelio entra en la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), pero sin dejar su origen ni su apego al arte. Más tarde, en la radio, define el verdadero rumbo para el cual nació, el que siempre fue su verdadera vocación. Locutor, artista dramático, animador, narrador oral… está ya en el camino de vida como artista consolidado.

No quiero dejar de decir, sin caer en la monotonía, algunos hechos importantes. Cierta vez, cuando trabajábamos juntos en el campo, y a raíz de nuestras conversaciones, uno de los trabajadores de la cuadrilla nos dijo: «Yo no sé por qué ustedes estudian, si están haciendo lo mismo que yo, que soy analfabeto». Y rápidamente Evelio le contestó, más o menos con estas palabras: «El día llegará en que veamos a los intelectuales inmersos en las labores de siembra y cuidado de los sembrados, porque sin alimentos no podrá haber progreso». Hoy aquellas palabras parecen una premonición; claro está que, ya conocedores de La Historia me absolverá, él y yo habíamos meditado mucho acerca de eso; no pasaron muchos años para que viéramos esa realidad, ¿quién de nosotros no ha coincidido alguna vez, en jornadas de trabajo agrícola, con médicos, abogados y otros profesionales, sin olvidar a grandes luminarias de la ciencia y el deporte? En cuanto al intercambio constante de décimas, me es imposible ofrecer algunas, ya que por falta de tiempo y un poco de descuido, perdí, bajo la acción de las polillas, aquel inestimable tesoro.


V.- LOS APODOS

Ya se ha dicho que en la familia y entre vecinos siempre se conoció como Orbelio, y que su amigo Juan Manuel Pérez Alfonso (Juanito) siempre le decía «Aristoteles», pero ¿por qué «Boniato»? dice Julio Betancourt, su sobrino, que mientras conversaba con alguien del Grupo Escambray, esa persona le comentó que a Evelio lo apodaban como «Boniato»; Santiago Pérez argumenta: cuando Evelio comenzó a trabajar como animador del Cabaré Cubanacán, entre un chiste y otro, declamó una décima, entonces alguien del público gritó: «¿y ese boniato de dónde salió?». (3)

Dentro del sector de la cultura también fue muy conocido como «Mana’o», al punto de que el periodista René Rodrigo Ruano (4) publicó en el periódico Vanguardia, al fallecer Evelio, el trabajo titulado «Adiós, Mana’o». Al indagar sobre ese apodo, Mérida y Julio me cuentan que el mismo Evelio nombraba así a todos sus amigos y compañeros, ellos desconocen por qué.


VI.- DÉCIMAS DE EVELIO RUANO

CONTROVERSIA CAMPESINA (En Palmas y Cañas)


Quiero que en Palmas y Cañas
hoy puedas a un tiempo mismo
descender has
ta el abismo
o subir a las montañas.
Para ver si así te bañas
en las aguas de mi río,
y para este desafío
montes tu mejor corcel,
para que exista nivel
entre tu verso y el mío.


Búscame en cada recodo
de los caminos del Arte,
pero nunca en una parte,
búscame siempre en un todo.
Yo soy un poco de yodo
donde te hagas una herida,
sostén para tu caída,
yo soy débil, tú eres fuerte,
tú eres presagio de muerte,
yo soy un soplo de vida.


Regresas al escenario
a donde a
veces brillaste
quizás porque no encontraste
tu verdadero contrario:
Hoy te será necesario
el mayor esfuerzo hacer,
más que los gestos, poner
a trabajar tu conciencia
si quieres la teleaudiencia
de todo el país mover.


Claro que no son iguales

tu verso y el verso mío,
jamás la gota fue un río
ni el españo dio corales.
Jamás como mis rosales
florece tu desacierto,
tú representas lo incierto
y yo soy lo positivo,
yo soy un poeta vivo
y tú eres un hombre muerto.


En la revis
ta Signos Nº 20, enero-diciembre de 1977, Samuel Feijóo publicó una décima improvisada por Ruano el 23 de junio de 1976 en el teatro La Caridad:


Esta es la hermosa región
al centro de mi caimán
donde los campos están
en perfecta floración.
Bienvenidos con razón
a nuestras amadas Villas
ahora que nuevas semillas
brotan en nuevas simientes
y se ve más floreciente
el Caimán de Las Antillas.



VII:- NOTICIA PUBLICADA POR EL PERIODISTA RENÉ RODRIGO RUANO EN EL PERIÓDICO VANGUARDIA (JUNIO 1990)


ADIÓS, “MA
NA’O”

La décima guajira y el gracejo criollo andan con el luto a cuestas. El arte todo está triste. Desde el bohío criollo de las canturías hasta las cámaras de los televisores, sufren la ausencia sin regreso de Evelio Ruano López.

El “Mana’o” del conjunto Voces y cuerdas de mi Cocodrilo Verde, fue sepultado ayer en la necrópolis de la ciudad de Santa Clara, víctima de una repentina enfermedad.

Hombre de puro campo, con la humildad tranquila y la hombría sin amarres, que fueron siempre sus principales atributos, dejó huellas en el corazón del pueblo, que lo vio siempre desde niño entregarle la vida y el corazón al punto guajiro. Su carrera artística le deparó un duro camino, que a base de estudio y esfuerzo venció.

Fue obrero del campo, miembro de las gloriosas filas de la Policía Nacional Revolucionaria, animador de centros nocturnos, poeta del primer nivel y miembro del Partido Comunista de Cuba. Al morir se desempeñaba también como administrador en el «Cocodrilo Verde».

Sentido fue el homenaje de su pueblo ayer, prácticamente a unos minutos de su programa en la emisora provincial CMHW, que rompía el éter con su voz todos los mediodías de Villa Clara.

Artista de alma y de talento, hizo brotar millones de sonrisas con sus obras humorísticas y reflexionar o llevar a la exclamación con la poesía, a la que tanto respeto le profesó hasta el último minuto en sus 54 años de vida.

De hombre sin tacha lo calificó el periodista Aldo Isidrón del Valle en las palabras de despedida de duelo, junto a sus familiares y centenares de amigos y colegas, sin el sentido comprometido con los que mueren, porque Evelio Ruano fue eso: hombre honrado, poeta inconforme con la mediocridad, y más que todo, amigo honrado y bueno.

Quedará su obra artística en todos los que le aman y sufren su pérdida. En los que ayer lanzaron sus versos ante el féretro, en su gente, en su pueblo.

Nuestro colectivo de trabajo, y yo su primo de sangre y de poesía en este momento de dolor, lo despedimos como siempre: «Adiós, Mana’o». (5)


VIII.- DÉCIMAS EN HOMENAJE A EVELIO RUANO, POR LEONARDO ALBEO VALDÉS FERRER


LUZ EN LA TARIMA

Yo era un niño. Te vi, Ruano,
cantando en el «Cocodrilo»
y en tu escuela
fui un pupilo
del repentismo cubano.
Con el verso en cada mano
eras luz en la tarima
y acariciabas la cima
en el templo de Espinel
pues, cual si fuese un corcel,
cabalgabas en la rima.


EL ADIÓS NO EXISTE

El adiós no existe, Evelio,
pues se te ve día a día:
a quien cultiva poesía
no lo oculta ni el sepelio.
Tu poético evangelio
no quedó bajo la cruz
ni el verso viste un capuz
porque con tu gente danza
y en cada vocablo lanza
hacia el Parn
aso más luz.



NOTAS:

1.- Elisa Betancor —conocida familiarmente como «Usa», madre del poeta Jorge Luis Mederos Betancor «Veleta»— ha investigado y escrito la historia del barrio «Las Minas», ubicado en la Carretera Central, entre Santa Clara y «Antón Díaz». Hay dudas entre la forma verdadera del apellido Betancourt – Betancor, pero se trata de la misma familia.

2.- Padre de la autora de este trabajo.

3.- Hay otra versión, aportada por Rafael Águila.

4.- Aunque René Rodrigo Ruano se reconoce en el trabajo como «su primo de sangre y de poesía», Mérida expresa que Rodrigo no era familia suya.

5.- Evelio les decía ese nombre a sus amigos, y viceversa.

6.- El Tte. Cnel. Leonardo Albeo Valdés Ferrer, profesor del Instituto Superior del MININT «Luis Felipe Denis», participa con sus décimas en el programa radial «El Guateque de Ernestina» y forma parte del grupo de «La décima es un árbol».

7.- Conjunto musical «Voces y cuerdas de mi Cocodrilo Verde».



SOBRE LA
AUTORA DE ESTE TRABAJO

Muestras de la obra poética de Mariana Enriqueta Pérez Pérez, pueden verse mediante los siguientes enlaces con el blog Álbum nocturno y la antología on line Arte poética. Rostros y versos, ambos del poeta salvadoreño André Cruchaga. Varios estudios realizados por ella aparecen en nuestra sección Decimacontexto: POLIZÓN EN LA ALJABA DE EROS, sobre la décima de amor escrita en Villa Clara. LAS ALBAS RUMOROSAS, acerca del libro Jiras guajiras, de Samuel Feijóo. LA DÉCIMA CUBANA DURANTE LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA: LOS POETAS DE LA GUERRA, interesante aporte sobre ese período. LA DÉCIMA ESCRITA EN VILLA CLARA, sobre la poesía concebida en estrofas de diez versos en esa provincia.


Visite el sitio web de su tertulia La décima es un árbol, ya con actualizaciones (aunque no todas, nos aclara Mariana) y una nueva sección: Debate.

MÁS INFORMACIÓN SOBRE LA DÉCIMA EN ESTA PROVINCIA HACIENDO CLIC AQUÍ:
VILLA CLARA