martes, 28 de octubre de 2008

América en la décima,
su décima
en la red
(Aproximación inicial)

Conferencia pronunciada en la tertulia
La décima es un árbol, en Santa Clara,
en el mes de octubre del 2008


Por Mariana Pérez Pérez

En su (nuestro) blog Cuba Ala Décima, el poeta y periodista Pedro Péglez comenta que en la Red de redes (INTERNET) existe de todo, pero con «Predominio de aspavientos faranduleros, manipulaciones escandalosas de la realidad de nuestro tiempo, e intriguillas conducidas por los intereses de quienes detentan el poder mediático». (1) Precisamente por ese «hay de todo» los defensores de la cultura identitaria latinoamericana podemos constatar el creciente número de blogs, personales o colectivos, y sitios web, dedicados a la décima de los diferentes países que forman nuestra comunidad continental. A ello, sin duda, contribuye Ala Décima, que sostiene enlaces con múltiples sitios, tanto cubanos como extranjeros, y da fe de los intercambios poéticos entre decimistas de toda la región; así, se encuentran, mezcladas en este empeño cubano de no dejar que languidezca la estrofa más difundida de nuestra lengua, voces de Chile, México, Ecuador, Perú, Panamá, Guatemala, El Salvador... y –como excepción– un poeta estadounidense –Philip Pasmanick– que ha llevado la décima al idioma inglés, y enseña a los niños a improvisar nada menos que a ritmo de tumbadoras y rumba.

De la misma forma en que se navega por la red, no seguiré un orden ni una metodología prediseñada para aproximarme a esos sitios, simplemente iré mencionando lo que mi gusto e interés personales determinen a cada click del mouse.

Amparados en la interactividad que facilita la gran «telaraña», los poetas decimistas de América Latina –antes lejanos y silenciosos– estamos conociéndonos y convirtiéndonos, a ritmo vertiginoso, en una comunidad solidaria, defensora de nuestro patrimonio, que se impone sobre la mezquindad y el individualismo de poetas que se aíslan en «torres de marfil». A través del cordón umbilical de la décima –por algunos menospreciada y encasillada desdeñosamente en el concepto de poesía menor– también se alimentan, integrándose, nuestros pueblos. Lo anteriormente expresado se demuestra fácilmente: a Bárbara Calderón (chilena) le dedica décimas Walter González (guatemalteco); en Guatemala se inspira Modesto Caballero (cubano), quien, además, impartió un taller sobre la estrofa en ese país y contribuyó al surgimiento de su movimiento decimístico:


¿No ven ustedes, veedores
el contraste del paisaje?
¿Qué ven, habrá otro paraje
con similares verdores?
No lo sé, tal vez mejores
hallaréis, todo es posible.
Sin embargo, lo imposible
es que pudiérais hallar
en algún otro lugar
un paisaje tan sensible. (2)


Un panameño, Edy Omar Ruiz, le brinda décimas a Cuba, y hasta rinde homenaje a nuestro Leoncio Yanes; José Samuel Aguilera, mexicano y David Alarco Hinostroza, de Perú, entre otros, le cantan en décimas a Fidel; una maestra jubilada de Santiago de Cuba intercambia décimas con Bárbara Calderón... También se hacen controversias individuales y colectivas en el blog de Cuba Ala Décima, así como en el foro de discusión «Décimas y decimistas», de nuestro periódico provincial Vanguardia. Es importante el «Diálogo poético entre decimistas latinoamericanos», que comenzó entre Edy Omar Ruiz (de Panamá) y Ramón Espino Valdés (poeta y músico, n. en Las Tunas), y al que se han sumado otros como: Pepe Mejía (Perú), Ramón Cervantes Durán (México), Carlos Tellez Espino (Cuba), Francisco Henríquez (Cuba-EEUU), Lourdes Aguirre (México), Ulises Trejo (México), Carlos Adolfo Rosario (México), José Regato Cordero (Ecuador), David Alarco (Perú), Lorenzo Suárez Crespo (Cuba), Fidel Alcántara (Perú), René Beltrán Mendoza (México), Bárbara Calderón (Chile), Ana Zarina (México), Frank Upierre (Cuba) y Dimitri Tamayo (Cuba).

Por su parte, André Cruchaga, poeta salvadoreño, en su blog Álbum Nocturno, publicó «El gran vidrio: último discurso de Zaratustra», décimas endecasílabas del holguinero José Luis Serrano. (3)

Interesante es el sitio «Cueca chilena» (4). Aquí Pedro Yáñez informa que en todo el sur del continente se les llama payadores (5) a los cultores del verso improvisado; explica qué es la décima, cita ejemplo, y después dice que un poeta puede escribir una décima en 5 minutos, mientras que un payador la hace en 50 segundos, así como que un payador profesional la sabe improvisar en 30 segundos. Quiero, por su valor, transcribir textualmente lo que expone finalmente:

La esencia del arte de payadores está en la controversia, allí es cuando se enfrentan dos visiones, dos criterios, dos creadores improvisando décimas, cada cual con su guitarra, puesto que esta poesía se canta. En Chile se acompañan los versos con guitarra o guitarrón. No existen los payadores que no sepan crear las décimas, aunque sí, se les llama de ese modo a unos rimadores burdos que aparecieron en televisión fruto de la política «cultural» de la dictadura. Se dice que no hacen décimas y que hacen verso libre... al fin lo que hacen son versos deformes y en su contenido no hay poesía. El verdadero canto del payador inspira respeto, es reflejo de las vivencias y de los aconteceres, contiene la alegría de toda creación y cultiva los valores de la comunidad. A partir de la década del 80 comienzan a participar payadores chilenos en los encuentros internacionales y ya existe una red de amistad, poesía y canto que ha de ser una instancia más de integración latinoamericana.

En el mencionado sitio aparece un sinnúmero de décimas populares, cuyo pie forzado es «En la fuente del amor», firmadas con seudónimo –por tratarse de un foro de discusión– principalmente por alguien que se hace llamar «El Viejo Trovador»:


Siempre llevo mis lebreles / cuando voy de cacería

Siempre llevo mis lebreles
cuando voy de cacería,
con mi verso y canturía
suavizo dolores crueles.
Soy el infiel entre infieles
pero soy hombre de honor,
cuando castiga el dolor
a tantas bellas mujeres,
les alivio sus deberes
EN LA FUENTE DEL AMOR.


TENGO YO DEL «UNO AL NUEVE»

Nombre: EDUARDO 13 Mayo 2003

Tengo yo del "uno al nueve"
es decir que soy "sin cero"
con mi guitarra cuequero
como bailarin descueve (6),
es la razón que me mueve
a difundir mi folklor,
yo amo mi tricolor
solo ansiaba una cosa,
una china buenamoza
en la fuente del amor.


El blog Guatemala en décima, creado por Roberto Cifuentes Escobar, periodista y licenciado en Ciencias de la Comunicación, junto con Walter González, escritor y poeta, estudiante de Derecho, en su sección "La pluma invitada" (7) no solo publica a contemporáneos, sino también a figuras relevantes de nuestras letras, como Rubén Darío, de cuyo libro El Canto Errante tomaron la décima titulada «Campoamor» (8):


Este del cabello cano,
como la piel del armiño,
juntó su candor de niño
con su experiencia de anciano;
cuando se tiene en la mano
un libro de tal varón,
abeja es cada expresión
que, volando del papel,
deja en los labios la miel
y pica en el corazón.


Finalmente, me detendré en una muestra de la décima de Chile, país que selecciono, tanto por ser la patria de dos premios Nobel de Literatura –Gabriela Mistral y Pablo Neruda– y de esa excepcional trovadora-decimista que fue Violeta Parra, como también porque allí radica el blog colectivo «La décima tiene nombre de mujer», en el que participa la poeta (o poetisa, como se prefiera) Bárbara Calderón –gran amiga de Cuba que nos visitó en agosto– junto a dieciséis, o tal vez más, mujeres. Tomaré fragmentos del poema en siete décimas «La que soy II», de Bárbara Calderón –¿será descendiente del autor de La vida es sueño?– para demostrar cómo hay en su décima un impulso que, apoyado principalmente en la anáfora «soy» y en el empleo constante de la antítesis (9) y la paradoja (10), sin dejar de lado –naturalmente– a la metáfora, va creciendo a medida que adiciona versos y estrofas. Ej:


Soy la mudez, soy el trino,
soy la que vibra en la sombra,
soy la palabra que nombra
coordenadas de un camino.


En esta redondilla, el sujeto lírico revela contradicciones personales, mediante las antítesis mudez-trino y mudez-palabra, en tanto el elemento anafórico «soy», reafirma la metáfora «la que vibra en la sombra» y «la palabra que nombra coordenadas de un camino». En otro momento se vale de la unidad anáfora- paradoja, configurada sobre una adjetivación que, sin dejar de ser común, no molesta ni pierde su encanto poético:


Soy una dulce amargura,
soy una ácida miel,
soy almibarada hiel,
soy una amarga dulzura.
Soy una tierna bravura,
soy una ternura impía,
soy la triste algarabía,
soy la alegría infeliz,
sin costra soy cicatriz,
soy dócil en la porfía.



El efecto sonoro de las vibrantes, como:
«trino», «vibra», «sombra», «palabra», «costra», «cicatriz»... lejos de parecer cacofónico, se constituye aquí en una –denominada así por la preceptiva tradicional– «armonía de los movimientos espirituales», que acentúa la fuerza de las imágenes y, en general, eleva el tono del poema. Éste culmina con una décima de incuestionable contemporaneidad; en ella se unen a la tradicional anáfora, ya mencionada, recursos más actuales, como el encabalgamiento extendido a seis versos y las metáforas visionarias, para alcanzar, más allá de la enunciación individualizada, una poderosa imagen simbólica de género:


Soy por último la niña
que vuelve de la memoria,
soy la que busca en la escoria
de su pasado la viña
que con sus tintes le tiña
los labios si ha de beber
los mostos de algún placer
perseguido y postergado,
soy la que nunca ha olvidado
su dignidad de mujer.


Por la importancia de conocer la naturaleza de nuestro objeto de estudio en el presente –y en alternancia con el conocimiento de los clásicos– en próximas tertulias presentaré más ejemplos de cómo Latinoamérica continúa enviando sus décimas al ciberespacio, y de cómo se abrazan virtualmente sus poetas, en una hermosa forma de integración cultural, frente a las vanidades globalizadoras que niegan la identidad de los pueblos. En cada país de nuestra región, la décima asume características particulares, cada poeta tiene su estilo personal, pero ella –cualesquiera que sean sus formas– sigue siendo la misma que trajeron, en carabelas y galeones, nuestros antepasados.




NOTAS:

1.- “Intercambian versos en la red poetisas de Chile y Cuba”. Ala Décima. 10 enero 2008.

http://peglez.blogspot.com/2008/01/intercambian-versos-en-la-red-poetisas.html

2.- «De Modesto Caballero para Guatemala». Guatemala en décimas. Viernes 25 de julio de 2008. http://guatemala-en-décima.blogspot.com

3.- SERRANO, JOSÉ LUIS. «El gran vidrio: último discurso de Zaratustra». Álbum nocturno. Sábado 4 oct. 2008. http://albumnocturno.blogspot.com/2008/10/el-gran-vidrioel-ltimo-discurso-de.html

4.- http://www.cuecachilena.cl/decimas.html

5.- El ejemplo clásico del payador y de la payada, es Martín Fierro, poema del argentino José Hernández.

6.- Según el Diccionario de la RAE, se usa coloquialmente en Chile para denotar la cualidad de formidable o excelente.

7.- La Pluma Invitada: Rubén Darío”. Miércoles 23 de julio de 2008. http://guatemala-en-décima.blogspot.com

8.- Ramón de Campoamor (1817-1901) poeta español nacido en Navia, Asturias.

9.- ANTÍTESIS: es una asociación por contraste, que se corresponde en el lenguaje con las palabras antónimas.

10.- PARADOJA: expresa ideas contrarias en un solo pensamiento que adquiere un significado convencional; por ej: los ricos pobres.



viernes, 24 de octubre de 2008



Irelia Pérez
Morales:
¿"rama"
o "puente"?

Palabras de presentación de la invitada
a la tertulia La décima es un árbol,
de Santa Clara, en el mes de octubre.




Por Mariana Pérez Pérez

Nuestra invitada de hoy, Irelia Pérez Morales, es una poeta de tres provincias. Nació (1956) en Camajuaní, Villa Clara, residió en Matanzas y radica desde hace varios años en la ciudad de Cienfuegos. Es Licenciada en Historia y Ciencias Sociales, poetisa y narradora. Integra el Club de Poetisas Cienfuegueras, y es miembro de la REMES (Red de Escritores del Mundo en Español), con sede en Madrid. Tiene publicados los poemarios Donde siempre hay ventanas (para niños, Ediciones Mecenas, 2006), y Los dados sobre el polvo, (décimas, Editorial Sanlope, 2007). Poemas suyos aparecen en varias antologías y publicaciones periódicas. Ha recibido en los últimos años numerosos premios, como el del II certamen internacional de poesía “Ábaco” (Alcalá de Henares-Madrid, 2006); el del I certamen internacional de poesía “Palabras Diversas” (Madrid, 2006); en ese año mereció el Premio Décima y Tradición —que convoca la Casa Iberoamericana de la Décima El Cucalambé, de Las Tunas—, lauro que repitió por segunda vez en el 2007; el segundo premio en el XVIII certamen internacional de poesía “Mujeres Progresistas por la Igualdad” (Alcorcón-Madrid, 2007); y el primer premio en el concurso nacional de décima Francisco Pereira, de Nueva Paz, La Habana, también en el 2007. El 2008, para decirlo con palabras de nuestro amigo, y más fiel promotor, Pedro Péglez: “ha sido para ella aún más satisfactorio: a comienzos del año, en el VIII concurso nacional Ala Décima, alcanzó el primer premio con su cuaderno Después de las sirenas. Poco después, ganó el premio de la modalidad para niños en el concurso Todo décima, de Las Tunas. En junio, en el IV concurso nacional para poetisas Décima al filo, se llevó dos de los ocho premios alternativos al Gran Premio, para colocarse en una suerte de segundo lugar de todo el certamen. Y el colofón (hasta ahora) en julio, durante la XLI Jornada Cucalambeana: para sorpresa y admiración de todos, con su libro Partitura inconclusa, segundo lugar en el Premio Iberoamericano Cucalambé, el más importante galardón de la poesía hispanohablante en décimas” (Péglez González Pedro. Irelia: puente fiel hacia sí misma. Cuba Ala Décima. 23 ago. , 2008).

Acerca de la obra de nuestra invitada, deseo hacer un brevísimo comentario. Hasta donde mi lectura de escasos textos suyos puede alcanzar, se trata de una poesía del intimismo; el sujeto lírico expresa amor, dolor y sentimientos de naufragio, aunque, a veces, puede mostrar un tenue destello de esperanza: Nacen lámparas / –a veces– / sobre la espalda de Dios. Manifiesta el erotismo sin excesos ni insolencias, aún cuando no teme usar términos como: carne, esperma... El tema principal es el mar, definido a través de elementos que le son inherentes y símbolos universales: arrecifes, esquife, caracoles, ventisqueros, roca, bogar, playas, marea, viento, muelle, anclar... Sólo que todo ello es expresado a través de la originalidad metafórica; Ej.: “relinchos de la marea”, “qué visillos cubren el mar”, “Alguien le colgó visillos al cristal de las ausencias”, y otras. A la vez, gira en torno a motivos de la tradición literaria, como Ítaca, Penélope, las sirenas, y autores de talla universal –Pablo Neruda y Jorge Luis Borges– junto a cubanos coetáneos –Péglez, Carlos Varela–. Emplea la ruptura del esquema gráfico-sintáctico-sonoro de la décima, tal vez para estar a tono con esta tendencia actual, sin exigir demasiada tensión en su lectura. Es, en resumen, una poesía suavemente femenina –no simplista– de la contemporaneidad.

No diré más, la autora leerá sus textos y cada quién se apropiará de las imágenes que prefiera. Solo falta decir que hoy nos sentimos felices y honrados de contar en la tertulia «La décima es un árbol» con esta amiga, cuyo nombre ya resalta dentro del ámbito iberoamericano. Irelia Pérez Morales es una «rama con frutos maduros» y, al mismo tiempo, un «puente» que enlaza a las distintas regiones donde la décima es cuidada con esmero.


martes, 21 de octubre de 2008


Ediciones Capiro,
frente a la
cámara oculta

Por Ricardo Riverón Rojas
(Dieciocho años como alternativa editorial)


-I-
Hace pocas semanas —el 23 de septiembre— fui convocado, junto a Blas Rodríguez Alemán, a una actividad en el Café Literario de Santa Clara con el objetivo de hablar, ante un público escaso pero sumamente atento, sobre Ediciones Capiro: su nacimiento, su historia, sus alcances, y también —si venía al caso— sus flaquezas. Supongo que la invitación que me cursaron se fundamentaba en la conmemoración del décimo octavo aniversario del día en que, como su principal gestor y primer director, asistí al nacimiento de esa casa editora.

Mi compañero en el podio entonces, Blas Rodríguez Alemán, ofició como director del Centro Provincial del Libro y la Literatura entre 1991 y 2006, años prósperos y lúcidos para Capiro. El prestigio que se deriva de todo el esfuerzo inteligente que Blas le dedicó al naciente proyecto, le asigna autoridad moral como disertante en aquel diálogo sobre lo que él mismo certificó, con el cabeceo aprobatorio de todos, como «el hecho cultural más trascendente de las últimas décadas en la provincia de Villa Clara».

Yo, a decir verdad, aún no me atrevo a darle un pase tan rotundo hacia la Historia al suceso, aunque reconozco que estableció buenas pautas para resanar el vacío cultural derivado del cierre en 1968, tras diez años de actividad, de la que sí constituye sin mucha discrepancia la institución cultural más trascendente del siglo XX en la provincia de Villa Clara: la Editorial de la Universidad Central de Las Villas.

Sobre los éxitos de Ediciones Capiro muchas personas hemos hablado con abundancia de datos y ejemplos, en espacios de todo tipo. Durante mi etapa como director del proyecto (1990-2004) concedí innumerables entrevistas para diversos medios, dicté conferencias, elaboré informes, impartí seminarios, asesoré tesis y hasta redacté (como coautor de Marlene Vázquez Pérez) una ponencia que se debatió en el Congreso Internacional Cultura y Desarrollo del año 2000. Por tales razones, la historia y los impactos promocionales de Capiro les son familiares a la mayoría de los lectores cubanos. Baste saber que hasta el día de hoy ha publicado ya más de trescientos títulos, distribuidos en cifras que sobrepasan bastante el millón de ejemplares, y que a su vera se fomentó y consolidó la cultura literaria en toda su área de influencia, pues involucró en su dinámica a: escritores, editores, críticos, promotores, funcionarios, obreros gráficos, libreros, periodistas, pedagogos, investigadores y lectores. Gracias a la interacción de esos profesionales, unida a la actitud receptiva de un buen número de instituciones, suponemos haber aportado nuestro grano de arena en pos de enriquecer un contexto donde a la literatura le correspondería diseñar —si se comprendiera, de una vez, por todos— una amplia zona de su imaginario reflexivo.

Debo confesar que al inicio de aquella actividad conmemorativa me sentí un tanto incómodo (Blas, al parecer, también), pues consideré poco productivo abrumar al público con el mismo discurso y el machacón lenguaje de los datos que reseñan éxitos y aportes, tan llevado y traído hacia tantos cónclaves.

Solo de pasada, y como con apuro, comentamos sobre los cuatro premios de la crítica recibidos por la editorial en su trayectoria; igual sobre el hecho de que algunas de las más conocidas firmas de la literatura cubana vinieran a publicar en nuestra casa en los duros años noventas, cuando apenas se producían libros, se cerraban proyectos editoriales y el destino de nuestra vida bibliográfica parecía condenado para siempre a las plaquettes. Brevemente también nos referimos a las varias decenas de autores que Capiro salvó del anonimato, a lo largo y pequeño de municipios y poblados de todo el país, especialmente los de la provincia sede. Tampoco insistimos mucho en repetir aquella historia de cuando, en los primeros momentos, nos desvelábamos esperando a que concluyera la tirada del periódico provincial para rescatar los llamados «picos» sobrantes de las bobinas de papel gaceta con el fin de convertirlos en pliegos y, de paso, asignarles un destino más trascendente que el de las envolturas de tabletas de maní o las tripas de agenditas telefónicas.

Todo eso está dicho y redicho en tantas entrevistas, en tantos artículos, en no sé cuántos informes e intervenciones orales que, de repetirlo, usurparíamos los dominios del papagayo.

Finalmente, por un acuerdo tácito que establecimos casi telepáticamente, desde los primeros parlamentos y tras un breve intercambio de señas, tanto Blas como yo derivamos el diálogo de manera natural hacia la evocación de algunos de los más ocurrentes desaguisados y anécdotas que tanto nos divirtieron en la «fiesta innombrable» de fundar, prácticamente a partir de nada, ese «espacio encantado» que aún creemos que es Capiro.

-II-
Ya no sabíamos qué inventar para crearnos «una imagen corporativa» en Capiro. Corría 1993 y en Cuba se hablaba bastante, con docta afectación, de marketing, publicidad, propaganda comercial —de efímera vida en vallas y programas de la TV deportiva—; a todos nos atenazaba la premura con que los prolegómenos del mercado iban estableciendo, con el índice impositivo, los puntos que debíamos modificar en pos de sustituir, con la clásica receta «d-m-d'», la ya vetusta lógica socialista de distribución, cuyo vínculo con la propaganda mercantil, como bien sabemos, equivale a cero en el dominio de los números reales; o cuando menos a la ratificación del carácter maldito de la mercancía en una sociedad que estuvo a un pelo de renunciar completamente al consumo.

Fue como una plaga: de manera explosiva debutaron en el corsé de nuestra economía —y de todo el entramado social— las llamadas corporaciones, firmas, empresas de capital mixto, mentalidad gerencial, empleomanías de uniforme, hasta configurar ese patético espécimen de nuestra cotidianeidad cuyo corto agosto se cebaba en «tocar los verdes», sobre todo en los cuadres finales de las tiendas recaudadoras de divisas, en el reparto de las propinas (quilito pa’ti, quilito pa’mí) y en la indirecta prebenda de las jabitas de aseo personal. Algunos se pusieron blancos como vampiros por el efecto de no exponerse al sol, la prolongada permanencia en aire acondicionado, las mangas largas, las chaquetillas, los lentes progresivos, y la costumbre de viajar en van o microbuses refrigerados (no sé si alguno habrá tomado contacto con Los camellos distantes, de Regino Pedroso); esa gente cambió más de lo debido, y en aquellas primeras escaramuzas marcaron, con insultante «distinción», su pauta diferenciadora.

Hasta hace poco no lo comprendía bien, pero las veces que logramos entablar conversaciones oficiales con aquellos empresarios, animados por la intención de estructurar ideas que involucraran a la editorial en la nueva lógica, al mirarles directamente a los ojos, constatábamos que sus pensamientos, en alas de los ojillos ingrávidos, se perdían en un confín que tal vez no estuviera muy lejano, pero sí muy por encima de nosotros. Mientras aquellos cambios se transmutaban en lógica común —que acabaría por aplanarlo todo nuevamente— y en atención al poco interés que mostraron por nuestras utopías, no nos quedó otra que, derrotados, endilgarles la generosa categoría de «personas de nuevo tipo». No es que estuviéramos despechados; tal vez las uvas estuvieran verdes. Pero un juicio más severo nos hubiera movido a proclamar —como le gustaría a mi amigo y colega Arístides Vega Chapú— que terminaron pareciendo «gente que asiste a su colocación».

Pese a la indiferencia de los gerentes —incluyendo los de las firmas llamadas «culturales»— la joven editorial Capiro insistió en jugar con las cartas del nuevo momento. Que todos éramos víctimas de lo que parecía una mordedura de cola de la serpiente. Por eso nos lanzamos a diversas iniciativas de propaganda gráfica, radial y televisiva en usufructo de un lenguaje por momentos comercial, aunque siempre con el superobjetivo de promover la desfavorecida —y ya desde los ochentas significativa— literatura que se producía en nuestro ámbito. Lo recuerdo y sonrío, lo asumo y lo digo, con orgullo y un sentimiento cercano a la autocompasión: nos acogimos a los signos y símbolos que la nueva semiótica callejera nos imponía, aunque siempre en nuestra mente se pintara de manera diáfana una cosecha cuya única plusvalía vendría a ser el incremento de la cultura literaria.

La palabra de orden, más que mecenazgo, era autofinanciamiento. Quien no lo consiguiera, sencillamente desaparecería; al menos así operó, por un tiempo, nuestra perspectiva económico-social. Menos mal que en el propio 1993, al desarrollarse el V Congreso de la UNEAC, Fidel Castro pronunció su célebre máxima: «La cultura es lo primero que hay que salvar», con lo cual estableció claramente que el Estado no dejaría a los proyectos culturales hundirse en la lógica de la sobrevivencia por cuenta propia. Ese fue el final feliz de nuestra frustrada metamorfosis. Se creó el Fondo Territorial para la Cultura (con presupuesto en divisas) y el apoyo estatal nos confirió, paradójicamente, mayor seguridad que nunca, pese a la debacle económica que enfrentaba el país. Pero mientras tanto…

-III-
Mandamos a pintar a mano unos llaveros (de madera y barnizados) con el logo de Capiro, que nos costaron tanto como si hubieran sido de plata repujados en oro; intentamos diseñar y encargar la confección de uniformes para los trabajadores de las librerías, y hasta concretamos —no sin dificultad— el de la que poco después devendría Ateneo. El tema de los uniformes de las librerías se instituyó problema de honor para nosotros, que lo asumimos de manera patética, y tarde nos percatamos de que, como pago por el pataleo, nos «trajinaban» con el asunto. Acabamos enterándonos cuando a una de las reuniones ordinarias con las administradoras de librerías, tres de las más bromistas se aparecieron uniformadas: con body color malva y short pitusa azul. Lo gracioso es que dos de ellas, Anelys y Aliuska, de la librería «Mario Casañas», de Santo Domingo, eran bellas y jóvenes (todavía lucen bien), mientras la tercera, Mireya Sosa, de la «Alberto Villafaña», de Ranchuelo, tiene más de cincuenta años, es pequeña tipo tapón, y ya su cuerpo exhibe la cuadratura de la quinta rueda. ¡Imagínenla con el atuendo! Enseguida circuló una décima, que alguien hizo pública en un receso:

Un uniforme que luzca,
que no sea saya y blusa,
sino body y short pitusa
—como el de Anelys y Aliuska—
daremos, y si se ofusca
alguien y no está conforme,
busquemos otro deforme
para que no haya querella
porque tal vez a Mireya
no le siente ese uniforme.

Imprimimos un cartel y un plegable que daban grima por el blanco y negro churroso, plano y sin medios tonos; logramos colocarnos en algunos espacios (sobre todo radiales) con mensajes de corte mercantil, hicimos subastas y rifas de libros, y como iniciativa más delirante, con el objetivo de ofertarlo en las numerosas veladas literarias que organizábamos, se nos ocurrió crear «el trago Capiro». Me detengo y lo cuento con detalles, por los matices pintorescos que caracterizan a la anécdota. Para la alquimia del cóctel acudimos a uno de nuestros empelados del almacén de libros: Yude Fraga, en atención a que antes de ser almacenero, como consta en su expediente laboral, había ocupado plaza de barman en una instalación recreativa. Y gracias a sus artes nació el trago (¡albricias!), que repartimos por primera vez en la celebración de la peña nocturna llamada «Un libro bajo las estrellas», muchas veces celebrada de verdad «bajo las estrellas» porque se hacía en el patio de la Casa de la Ciudad y —como estábamos en los albores del Período Especial—una buena parte de las noches magramente asistida por la luz de aquellos astros que tiritan, azules, a lo lejos.

Fue un espectáculo impresionante el de la degustación del trago. Había electricidad y algunos de los asistentes (en su mayoría miembros de un curioso Club de Excursionismo Cultural llamado 9550) concurrieron vestidos de cuello y corbata. Imperaba cierta atmósfera chic, con charlas inteligentes y frecuentes citas de clásicos, como corresponde a una concurrencia tan distinguida. Se hizo el anuncio del trago, que sería ofrecido a modo de exclusividad; se le tributaron aplausos a Yude, llegaron las bandejas con las copas y al poco rato todos exhibíamos, al hablar, una intensa tonalidad azul en la lengua. Pero no cualquier azul, ¡no, qué va!: era un tono intenso, casi azul marino tirando al violeta, tan rechinante que resaltaba en el rostro apenas las personas abrían la boca. Resulta totalmente imposible olvidar aquella lengua cianótica que le vimos a Carlos Alé cuando le ratificaba al Doctor Álvaro López: «Tiene usted razón, lo mejor de Rimbaud es El buque ebrio». Hubo su poco de alarma; hasta llegamos a temer un posible envenenamiento de aquellos excursionistas, intelectuales, periodistas, políticos y funcionarios convocados al ágape.

Recuerdo que la noche concluyó (como todo en Santa Clara) con una décima, de la cual, lamentablemente, solo recuerdo la primera cuarteta: «¿Qué tendrá el trago Capiro / que pone la lengua azul? / ¿Tendrá raíz de abedul / o la cáscara de un güiro?» Al llegar a mi casa hice buchadas y gárgaras con solución antiséptica y bicarbonato, pero el tinte persistió hasta el día siguiente.

Otra situación simpática tuvo como protagonista al doctor Arnaldo Toledo Chuchundegui, irónico profesor de dos generaciones de licenciados en Filología por la Universidad Central de Las Villas; la anécdota data asimismo de los primeros tiempos de la editorial, cuando la afluencia de originales aún era escasa y uno de los señuelos que usamos para que los autores entregaran sus manuscritos a aquel proyecto que parecía no tener futuro, era la afirmación de que pagaríamos los derechos de autor según lo marcado por la ley 14 de 1977.

Toledo, quien siempre ha dicho lo que dice, pero con socarronería y subtexto, se dio a lanzarme al oído como un dardo, en la peña llamada «Poemas de uno y de otros», un octosílabo. No se trataba de una cuarteta, ni siquiera de un pareado, solo un octosílabo, hasta que el diablo puso su mano y un buen día Toledo se fue detrás del posible discurso que aquella expresión le dictaba y agregó un segundo verso. Y así, a un promedio de uno por mes: un tercero, un cuarto… hasta el décimo verso, de manera que en diez meses completó (yo digo que contra su voluntad) una de las espinelas emblemáticas sobre las bondades financieras de la editorial. Se cebaba la estrofa, efectivamente, en la ventaja económica que Capiro significaría para los autores del territorio. Aquel primer verso, que repitió con pituita, decía: «El amigo Riverón». Y el amigo Riverón para arriba, y el amigo Riverón para abajo, hasta que el subconsciente trabajó por él durante diez meses:

El amigo Riverón,
que es amigo verdadero,
te puede prestar dinero
sin ninguna condición.
Mas si es mucha tu ambición
y aspiras a un buen retiro,
a la vuelta de un suspiro
podrás llegar a la meta
si haces cola de poeta
en Ediciones Capiro.

Independientemente de la broma «toledana», hago justicia: Capiro se precia de ser, entre sus homólogas con sede en provincia, la única editorial que, desde el primer libro, pagó sus honorarios a los autores. De algo así no pueden enorgullecerse ni siquiera sus antecesoras en el tiempo: Ediciones Matanzas, Ediciones Vigía y Ediciones Holguín. Claro, nuestros pagos padecían las inconsistencias de la ya insuficiente legislación sobre derechos de autor vigente entonces, con aquellos risibles mínimos de cuatro pesos por cuartilla, en prosa, y cuarenta centavos por verso, en poesía. De tal suerte Rafael Altuna (Delgado de segundo apellido y de condición), autor de Una tarde en el río, primer libro de Capiro, debió conformarse con cobrar ciento sesenta pesos, en virtud de que su original constaba de cuarenta cuartillas, remuneradas con la tarifa mínima, como correspondía a un autor inédito. Recuerde el lector que por entonces una libra de arroz llegó a costar en Cuba treinta y cinco pesos, razón por lo cual podemos concluir que aquel libro de Altuna, escrito a lo largo de una década dada su escasa productividad, le garantizaría poco más de cuatro libras y media de arroz, equivalente al consumo de una semana. Menos mal que el trabajo de pan ganar de Altuna no era la literatura, sino la muñequería de yeso. Aunque debemos reconocer que el eufórico autor debutante, hoy residente en Miami y retirado de la artesanía, no compró arroz, sino que nos invitó a todos a celebrar con una insólita bebida que ofertaban en el Mejunje por aquella época, a la que Williams Calero bautizó acertadamente como «Remolón», pues consistía en una liga del llamado «ron peleón» con jugo de remolacha. La décima, en forma de epitafio, no se hizo esperar:

Entre muñecos de yeso
y hablando mal del gobierno,
hoy mandamos al infierno
a Rafael, sin regreso.
La muerte, de un sólo beso
lo dejó tan triste y frío
que, en su modesto atavío,
de alcohol secó una laguna
y el esqueleto de Altuna
murió «una tarde en el río».

-IV-
Me recuerdo a mí mismo en los primeros días de Capiro, cuando aún los escritores no creían en su posible desarrollo y hasta yo mismo dudaba, aunque me debatía entre el escepticismo inteligente y el entusiasmo romántico, que al final ganó la batalla. No obstante considero que tras la asignación del crédito a mi persona, y al propio Blas, se ocultan otros protagonismos que considero justo reconocer sin más dilación. Rindo, pues, un homenaje que pudiera parecer inusitado en un intelectual de mi trayectoria, casi siempre enfocado a la crítica. En la etapa de gestación, quienes más creyeron en la posibilidad de una editorial en Villa Clara, y en mi posible capacidad para echarla a andar, fueron los funcionarios y políticos, esos que tantas veces hemos tildado de insensibles, o de burócratas. Nunca el diálogo entre ellos y nosotros ha sido un paseo por el Jardín del Edén, pues más bien han prevalecido: cierta acritud, notables diferencias de enfoques y mediana coincidencia en los fines, pero esta vez no ocurrió de esa forma. No sé si eran conscientes de la trascendencia de sus decisiones, tan en el tono de las nuestras, pero asumieron el reto, y en consecuencia los aplaudo, aunque tardíamente: Andrés Chávez Molina, ya fallecido, que entonces era director provincial de Cultura, dio las instrucciones necesarias en los momentos precisos para que nada detuviera la idea; también lo hizo, a su nivel, Roberto Martínez, con cargo similar en el municipio; Humberto Rodríguez, presidente de Asamblea Municipal del Poder Popular, nos alentó y apoyó con entusiasmo en todos los órdenes; Nelys Valdés, desde el Gobierno Provincial, fue justamente proclamada nuestra madrina; pero el espaldarazo mayor lo recibimos de Tomás Vázquez, Alicia Acosta y Gilberto Junco, desde el Partido Provincial, con un apoyo que no fue únicamente teórico o moral, y mucho menos moroso. Sin la decisión que tomaron, a inicios de 1990, de que la imprenta del Partido nos prestara inmediatamente servicio de impresión y el periódico nos entregara los picos de las bobinas, ni «una tarde en el río» nos hubiera correspondido, por muy románticos que fuéramos. Todos los que vinieron detrás de ellos en cargos similares, mantuvieron y hasta incrementaron el apoyo, pero entonces ya la editorial tenía resultados que mostrarles. Los mayores riesgos los corrieron quienes secundaron la idea cuando los sueños eran nuestra única carta de triunfo.

-V-
Aquella plácida tarde en el Café Literario concluyó con aplausos, fotos y un delicioso café capuchino que nos obsequiaron los anfitriones. Vivimos preciosos instantes para la evocación, el fervor conmemorativo, el recuento de las pequeñas y grandes fechas, el humor, las deliciosas pesadillas y los más lúcidos momentos.

Terminé, como siempre, emocionado. Por eso, antes de retirarme del local, fui al baño a lavarme la cara e, instintivamente, repetí frente al espejo: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Pero… ¡Horror, mi lengua estaba negra! Al salir del baño pregunté por los ingredientes del café e Irán Cabrera, actual director de la editorial, me aclaró: «Es que para este aniversario creamos el Capuchino Capiro».

Santa Clara, 3 de octubre de 2008

Tomado de Cubaliteraria


viernes, 10 de octubre de 2008


Naborí, la Isla
y los signos

Por Maykel Paneque


Parecía no. Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) (1922-2005) estaba presente en el Memorial José Martí donde se le rindió homenaje al 86 aniversario de su natalicio, el pasado viernes 26 de septiembre, en compañía de su esposa Eloína Pérez, hijos, nietos, amigos y conocedores de su trayectoria poética.

La conmemoración estuvo presidida por María Eugenia Azcuy, su asistente personal por casi una década, quién mostró fotos inéditas del archivo de Naborí, y grabaciones de poemas en su voz, al impartir la conferencia “Naborí y los signos de la isla” donde evocó la vida y obra del mayor cultor de la décima en Iberoamérica, un esfuerzo de vitalidad comprometido con los embates de su tiempo, al que asistió sin más lucro que la generosidad, la humildad y la certeza de una honestidad sin límites.

Partiendo de la reflexión de José Lezama Lima “la imaginación, la fidelidad a las grandes causas, la bravura, esos son los signos de la isla”, Azcuy trazó un recorrido desde los orígenes del Premio Nacional de Literatura 1995 (el tema campesino) hasta su legado amoroso, pasando por su periodismo social, las crónicas religiosas y los epigramas humorísticos, estas últimas, facetas menos conocidas.

La especialista naboriana apenas se detuvo, por ser tan conocida, en la legendaria controversia de 1955 que sostuvo Naborí con el otro grande, Ángel Valiente, primero en San Antonio de los Baños y luego en Campo Armada, donde asistieron a esta última más de diez mil personas, y con razón la llamara “La Controversia del Siglo” el investigador canario Maximiano Trapero.

Más bien se concentró en el periodismo social, “reportajes en décimas en los comentaba los acontecimientos de cada día en décimas y distintas formas clásicas”, y recordó, entre otros, el poema Marcha Triunfal del Ejército Rebelde, “el más publicado en Cuba”, especificó, y que fue declamado con una pasión conmovedora por Alicia Fernán, la “Brigadista del Verso Revolucionario” como la llamara Naborí en la dedicatoria de su libro Esto tiene un nombre.

Además, ahondó en las crónicas religiosas del autor de Entre y perdone usted publicadas en la revista Bohemia durante los años 1958 a 1960, y refirió que prepara un estudio que incluirá una compilación de estas crónicas, entre las que destacan Drama y milagro del Rincón, Soy la Caridad del Cobre, Peregrinación, Las promesas, Hermanas de la Caridad y La mañana de Santa Ana.

Al referirse a la poesía amatoria, Azcuy elogió el libro Eros en tres tiempos y los diez sonetos que integran Una parte consciente del crepúsculo, subrayó “su limpia hispanidad” que “da el salto hacia lo universal, elevando su poesía a categoría humana”, y definió el poemario Con tus ojos míos (Premio de la Crítica 1996), como uno de “los más estremecedores del autor”, escrito cuando Naborí atravesaba por una dolorosa enfermedad.

“Para Naborí, el amor es una verdadera elección vital. Con su poesía nos enseña a pensar, sentir y actuar para crecer y experimentar a fondo todo lo que la vida puede ofreceros”, enfatizó la profesora de Cultura Cubana, “es posible interpretar su obra en términos de la duración, la memoria y la intuición. Su percepción del amor se encuentra enlazada con el hecho de amar en un claro deseo de unir cuerpo y alma”.

Al abordar su labor humorística, destacó la fusión de poesía y humor “alejado del chiste grotesco y donde prevalece toda la elegancia que caracteriza la escritura naboriana”. La compiladora de Epigramas de Juan Claro, recordó, además, que estos fueron publicados en Palante, y firmados con varios seudónimos como El criollo, El pícaro madrileño, Indio Ribona, entre otros.

Al finalizar, Adriana y Amanecer Amador interpretaron "La loma del indio" (piano y laúd), "Ay, ay, ay, mima Chela" (piano y laúd) y "Zapateo ilustrado" (piano), todos de la autoría de Adriana Amador.

Parecía no, Naborí estaba presente para conmemorar otro aniversario del Día Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado, a celebrarse el 30 de septiembre, día de su nacimiento. Estaba ahí, con nosotros, como una parte consciente del crepúsculo.


Tomado de
Cubaliteraria