domingo, 30 de septiembre de 2007





Hasta siempre,
Naborí


Pedro Péglez González





(Libro publicado por
Ediciones David, 2007)





A MODO DE PREFACIO

-Ahora Naborí es inmortal –me dijo Jorge Lozano, historiador y martiano fervoroso, y a quien no veía desde mucho antes de la desaparición física de ese padre común que fue, es y será siempre Jesús Orta Ruiz.

Y añadió:

-Si hay un cielo, y alguien recibe a los que llegan a él, a Naborí no puede haberlo recibido otro que no fuera José Martí.

Aún bajo la emoción de semejante episodio cargado de devoción filial, escribo estas palabras al lector que tenga el cariño de acercarse a las siguientes páginas, las cuales son una compilación humildísima de textos que quieren ser también honra y recuerdo de quien nació el 30 de septiembre de 1922 y en el 2007 cumpliría 85 años.

Se trata de los acercamientos que en función periodística hice, en vida de Naborí, a su personalidad, obra y trayectoria. Pocos son en verdad, ya por azares de las tareas que, más allá de escribir, ha tenido en nuestra prensa quien los firma; ya por razones del corazón: ante su pecho de padre generoso me sentí acaso, más que el entrevistador inquisitivo, el poeta endeudado:

Para un padre naborí/ que canta cuando trabaja,/ no está bien traerle alhaja/ sino ala de colibrí./ Y un triángulo carmesí/ todo fiesta en la garganta,/ y tanta guitarra, tanta/ luz aprendida en su huella,/ abrazándose a su estrella/ que trabaja cuando canta.

Su dimensión para la cultura cubana en diversas disciplinas –poesía, en especial en décimas, investigación histórica, periodismo- brota en algún modo de estos acercamientos. Pero también trasciende, de alguna manera, su condición de vertical protagonista de la historia de su tiempo en nuestra patria, antes y después del legendario Enero de 1959, leyenda a la cual aportó, además de su ejecutoria de patriota, hermosas páginas como uno de sus más oportunos y fervientes cantores.

No puede dejar de emerger de estas narraciones, además, su significación para la poesía cubana en estrofas de diez versos, que lo coloca sin discusión como la figura cimera de la décima cubana en el siglo XX, como lo había sido Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, en la centuria decimonónica. Asunto este, por cierto, que trascendió las fronteras del país: No de balde hace años que los cultivadores hispanohablantes de esta modalidad acordaron, en uno de los festivales iberoamericanos de la décima realizados en la región desde los años 90, considerar el 30 de septiembre como Día de la décima iberoamericana.

De modo que si la vehemente inferencia de mi hermano Jorge Lozano se cumplió, si a las puertas de la inmortalidad recibió José Martí al Indio Naborí, junto al Apóstol, de seguro, habrá estado también, amoroso y admirado, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo.


Pedro Péglez González
Ciudad de
La Habana, marzo del 2006.




UNA LÁGRIMA EN LA CAÑA

(Revista CubaAzúcar, julio-septiembre 2004, p. 58-60)


Con el beso tempranero de su esposa como único resguardo, Jesús Orta se aventuró a la bruma de la mañana. "Un día más", se dijo, y su pecho de poeta aspiró profundo, con toda la fuerza de sus 25 años, el aire que aún olía a madrugada. Una brisa cansada arremolinaba, junto al contén de las aceras, el polvo y los papeles del reparto Juanelo, como huyendo del trasiego de la gente, en la busca cotidiana del sustento.

Enero serpenteaba entre noticias de hambre, desalojos, latrocinio oficial y batallas sindicales. Enero había estrenado 1948 y ahora desbastaba su segunda mitad sin que nada cambiara la injusticia de Cuba. "¿Qué habrá de nuevo esta mañana?", se dijo Jesús Orta mientras oteaba en vano, en el entorno, la presencia de algún vendedor de periódicos.

Chasqueó con la lengua. Hubiera preferido ir leyendo el diario durante su viaje de costumbre en ómnibus hasta Monte y Prado, hasta la emisora CMQ-Radio, donde cada día improvisaba versos con las últimas noticias, para cantarlas luego en su programa "Décimas informativas".

Cerca de la parada, en la esquina de Miranda y la Calzada, se detuvo en la cefetería "El tuyo y mío", para su habitual desayuno de pan y de guarapo.

-Buenos días, Ñico -saludó Jesús Orta al dependiente.

-Buenos días, poeta, ¿cómo andas? -reciprocó el muchacho su gesto mañanero, al tiempo que le servía, diligente, el vaso lleno con el jugo de la caña.

-Bien, gracias, ¿y a ti cómo te va?

-Pues aquí me ves, poeta, sobreviviendo.

-Oye, Ñico, ¿no pudieras poner la radio un momentico, para oír las noticias de la Mil Diez? -le pidió Jesús Orta tras dar el primer sorbo a su guarapo.

-Sí, cómo no -asintió el joven, encendió el aparato y sintonizó la solicitada emisora de los comunistas, justo en el momento en que una voz brotaba enérgica:

"... Se trata de un crimen contra la clase obrera, ejecutado cobardemente por la espalda, en la estación ferroviaria de Manzanillo, contra un representante a la Cámara, el querido líder azucarero Jesús Menéndez. Pero el cuerpo ya inerte de Jesús seguirá convocando a los trabajadores de los cañaverales y los ingenios, y a todos los trabajadores del país, de todos los sectores, para nuevas batallas, como convoca hoy a rendirle el homenaje adolorido y combativo..."

Jesús Orta quedó en vilo, crispado el rostro, el vaso de guarapo sostenido por la mano rígida. Gotas puras escaparon de sus ojos, descendieron al mentón endurecido, y fueron a caer, como una ofrenda, en el jugo de la caña.

El joven dependiente lo miró sobrecogido:

-¿Era...era familiar tuyo?

-Y tuyo también, Ñico... Tuyo también, pero tú no lo sabes todavía -le respondió el poeta Jesús Orta, el Indio Naborí.


II

El aire denso y frío le abofetea el rostro.

A pesar de la velocidad del ómnibus, el aire denso y frío que entra por la ventana no le mueve un solo músculo del rostro, detenido en la insondable estación de los recuerdos.

El joven poeta Jesús Orta remonta su memoria. Se ve años atrás, ingresando al partido de los comunistas, frecuentando asambleas, mítines, encuentros en el campo o la ciudad, y el partido le encarga movilizar cantando a los obreros y a los campesinos, acompañar cantando a los dirigentes comunistas que esgrimen la verdad en la arenga encendida. Así, uniendo humildemente la décima vibrante al vibrante discurso de los líderes, comparte pronto el poeta la tribuna con Blas, con Juan, y con Romárico, José María, Lázaro... y también con Jesús.

Jesús Menéndez. Su solo nombre era un renuevo de esperanza en el batey de cada ingenio:

-¡Llegó Jesús, caballeros!

-¡Que se ajusten el cinto los patronos!

Jesús Menéndez. Su cuerpo, ese ébano hecho de hombre, todo músculo y nervio abrazado al obrero. Ébano majestuoso como guerrero de Africa que trocó escudo y lanza y pectoral y casco en una blanca y limpia guayabera, y una mano, contén de la injusticia, que si se abre no es para recibir sino para rechazar lo que le ofrece la vileza, y si se cierra es para proteger la mano hermana.

-¡Llegó Jesús, caballeros!

-¡Vamos a recibirlo todos juntos!

Jesús Menéndez. Los hombres del azúcar le saben esa luz en la palabra, ese trino en la voz que arrastra erres, ese dulzor de caña en la áspera garganta. Los hombres del azúcar sienten su hombro cuando el brazo no resiste ya la carga. Y por eso lo quieren a su frente, en lo alto de sus ojos, lo quieren a su espalda, y sentado entre ellos, íntimo y familiar, en las salas de sus casas.

-¡Llegó Jesús, caballeros!

-¡Prepara café, Esperanza!


III

Allá en las tierras rojas de La Habana había sido el encuentro.

Uno más, en uno de los tantos ingenios del país, en aquella campaña de asambleas en que iba Jesús explicando el diferencial azucarero y su pago a los obreros, la conquista arrancada a los magnates del azúcar que ahora defenderían los trabajadores.

Y con él, sumando a su mensaje la gracia de la música y el verso, siempre el joven poeta Jesús Orta y el laudista Alfredo Hernández.

Finalizado el mitin, vino el turbión alegre de los abrazos. Jesús Menéndez se vio de pronto envuelto en la habitual marejada de hombres nobles y humildes que querían hablarle, abrazarlo, estrecharle la mano o invitarlo a una taza de café en el hogar cercano.

-¡Eh, camaradas! -se elevó alguna voz sobre el bullicio- ¡El guateque de homenaje al camarada Jesús está esperando en San Nicolás! ¡Yo sé que todos quieren hablar con él, pero los compañeros de San Nicolás esperan por nosotros! ¡Están todos invitados!

Varias expresiones de asentimiento siguieron al llamado, y más de uno echó mano a su cabalgadura para seguir la comitiva de Jesús, que rescatado cariñosamente por los dirigentes sindicales del lugar atravesó el gentío y emprendió la marcha en un vehículo.

Media hora después, ya sentados a una mesa, al abrigo de una finca de San Nicolás de Bari:

-¡Bueno, caballeros, dejen ya respirar al compañero Jesús! -broméo uno de sus acompañantes locales- ¡Deben tenerlo mareado con tanta preguntadera!

Rieron todos. El hombre siguió en su broma:

-¡En todo el viaje no hemos hecho más que preguntarle y preguntarle!

Y esa tregua permitió a Jesús notar la ausencia:

-¡Eh! Esperen un momentico... ¿Y dónde están el poeta y su músico?

Un silencio penoso flotó sobre los hombres.

-Parece que se quedaron -atinó a decir uno.

-¿Pero ustedes no los trajeron? -indagó Jesús.

-Este... parece que no... ¿No vinieron en el carro de ustedes, Pancho?

-No, yo pensé que venían con ustedes.

-Bueno, está la guagua que pasa por el central. Segurito que ellos van a venir ahí -sugirió alguien.

-¡Ah, pero esa guagua se demora por lo menos un par de horas! -aseguró otro, consultando su reloj.

Jesús no esperó más.

-Vamos a buscarlos -dijo al chofer y echó a andar de prisa hacia el vehículo.

Al rato, el poeta y el músico vieron llegar el carro, y vieron a Jesús venir a ellos, con los brazos abiertos y su frecuente risa de paloma en vuelo:

-¿Pero cómo ustedes se me quedan aquí, caballeros? ¡Nosotros tres fuimos los que más trabajamos en esta asamblea y ustedes se me quedan aquí rezagados!

Y señalando con mirada pícara al laudista:

-¡Y con el hambre que parece que tiene este mulato! ¡Mira para eso! ¡Vamos, vamos, que sin nosotros tres no va a poder empezar la fiesta!


IV

El tren atravesaba velozmente la inmensidad cañera de Las Villas. En el vagón casi vacío, la brisa mañanera se confabulaba con el acompasado vaivén para acunarles el sueño a los pocos viajeros.

En apartado asiento, Jesús Menéndez comentaba con el joven poeta la última asamblea y preparaba la próxima. Pocos kilómetros faltaban para un nuevo encuentro con los trabajadores.

El tren fue disminuyendo su velocidad hasta detenerse, minutos más tarde, en una pequeña estación.

Un hombre de mediana estatura subió al vagón. Su aspecto en extremo humilde cobraba un aire definitivamente desmerecido a causa del turbio rostro, donde un párpado cerrado revelaba la ausencia de un ojo.

-Buenos días -saludó el recién llegado-. ¿Cómo estás, Jesús? -y le tendió la mano.

-Aquí, chico, en la lucha -le respondió Menéndez y le estrechó la diestra-. ¿Y a ti, cómo te va?

-De eso te quiero hablar, Jesús... ¿Pudieras atenderme unos minutos?

-Sí, chico, cómo no.

El joven poeta se incorporó y dejó libre el asiento junto al líder azucarero. El hombre se sentó. Jesús Orta fue a acomodarse a cierta distancia, donde el laudista Alfredo Hernández roncaba como un bendito.

Desde su nueva posición, el poeta contempló el diálogo. El hombre hablaba cabizbajo y Menéndez lo escuchaba con atención. Casi no lo interrumpió en la media hora que duró el encuentro, al final del cual Jesús y el hombre se despidieron con un apretón de manos. El tren llegaba ya a la siguiente escala. El hombre descendió.

El poeta volvió junto a Jesús, y lo halló pensativo.

Otra vez el concierto metálico de las ruedas sobre la vía férrea anunciaba el renuevo de la marcha, cuando el líder obrero suspiró y salió de su mutismo:

-Para que tú veas cómo son las cosas, poeta. Este compañero entregó sus años jóvenes, la mejor etapa de su vida, a la lucha por el partido. Vivió momentos duros, sufrió persecución, hambre, desempleo, y en una bronca política perdió un ojo. Pero los auténticos le prometieron villas y castillos, y nos dio la espalda. Pasó el tiempo, y las promesas no se hicieron realidad. Y ahora está de nuevo sin trabajo, sin dinero para llevarle un bocado a su familia... y sin el partido.

-¿Y vino nada más para contarle eso? -le preguntó el poeta.

-A contármelo y a pedirme alguna ayuda económica.

-¿Y usted qué hizo?... Perdone la indiscreción.

-¿Qué voy a hacer, chico? Le di los veinte pesos que encontré en el bolsillo... Es verdad que ya no está con nosotros, que no supo cumplir a pie firme hasta el final... Para eso hay que tener una voluntad de hierro, y él no la tuvo...

Jesús Menéndez suspiró profundamente antes de terminar la idea:

-¿Pero quién le paga a ese hombre el ojo que perdió? ¿Quién le paga a ese hombre la juventud que le entregó al partido?


V

El aire denso y frío le abofeteaba el rostro a Jesús Orta. Sumergido como estaba en el recuerdo, lo sorprendió el bullicio de la calle Monte, a través de la ventanilla del ómnibus.

Descendió del vehículo y se encaminó de prisa a la emisora. En el propio pecho que dolía muy hondo por el crimen, por la pérdida física de aquel ébano hermano hecho de hombre, llevaba Jesús Orta un himno de combate.

Estaba decidido, contra todo riesgo. Él lo sabía bien: este sería su último programa en la emisora. Su espacio "Décimas informativas", tan escuchado de una punta a la otra del país, saldría al aire con su voz y sus versos una vez más, dentro de unos minutos, con su respuesta firme a la vileza, como le había enseñado Jesús Menéndez. Una vez más, y sería la última. Él recordaba bien la advertencia del contrato: "prohibición absoluta de opiniones políticas". Pero él diría su himno, aunque el despido inmediato fuera la primera consecuencia inevitable.

Llegó a CMQ-Radio y llamó aparte a su hermano de faena, el laudista Miguel Ojeda. Le confió su plan, y él estuvo de acuerdo. Minutos después ya estaban en cabina, el poeta con sus versos en la mano, y el músico, al pecho el instrumento.

Les hicieron la señal. El tema del programa salió al aire y la voz del locutor anunció, según costumbre, "acompañado por el laúd de Miguel Ojeda, canta sus versos el poeta Jesús Orta, el Indio Naborí".

Las familiares notas del punto campesino llenaron el recinto, y se multiplicaron en el éter hacia cientos de miles de radioyentes. Naborí aspiró hondo, con toda la fuerza de sus 25 años, y elevó sobre el laúd su denuncia hecha versos:

La sombra volvió al batey
por el sendero marchito
y parece un mudo grito
hasta el silencio del buey.
Una voz como de Hatuey
surge, grita, no desmaya,
viene desde ajena playa
la perfidia de una ola,
muere Jesús... ¡ay, qué sola
se quedó la guardarraya!


El dólar hizo explosiones
en un revólver malvado:
tres balas han apagado
la luz de los barracones.
Es que el terror con galones
resucita en el central
y otra vez el Ideal
atacado por la espalda
enrojece la esmeralda
dulce del cañaveral.


¡Oíd! Ha caído un cedro
talado por un gatillo:
Ahora sí que Manzanillo
midió el dolor de San Pedro.
La traición pensó en el medro
y el crimen le dio la cena
para que dorada hiena
sorda al grito del barranco
se lleve el azúcar blanco
pintado de sangre buena.


Pero Jesús, como Mella,
en un silencio elocuente,
es una roja simiente
que florecerá en estrella.
El crimen deja una huella
que como una voz reprocha,
mientras cruzamos la trocha
de una nueva rebeldía,
hasta que despunte el día
por el filo de la mocha.



CUANDO LA POESÍA REÚNE A MULTITUDES

(Periódico Trabajadores, edición digital, febrero 2006)


Cincuenta años se cumplieron en el 2005 de un suceso singular y excelso en la historia de la literatura oral cubana e hispanoamericana: la denominada Controversia del siglo, escenificada en junio y agosto de 1955 por Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí) y Angelito Valiente, ante miles de espectadores.

“Más que una porfía, es un diálogo exaltado de dos pilares de la canturía del siglo XX”. Así calificó el hecho el destacado filólogo cubano Virgilio López Lemus, para añadir: “Su trascendencia como suceso de repentismo rebasa la circunstancia local y nacional, y constituye asimismo un jalón dentro de la poesía oral de la lengua española”.

No es casual la época en que tuvo lugar el acontecimiento: Más de un estudioso considera la década de los 50 del pasado siglo como la primera etapa dorada de la décima oral improvisada en Cuba. Entre la legión de poetas cultivadores entonces de esa especialidad, descollaban Naborí y Valiente, muy conocidos además por un programa radial donde acostumbraban comentar en verso temas de actualidad, las más de las veces enfilados a los graves padecimientos sociales y políticos que aquejaban a la nación y el pueblo cubanos.

De la radioaudiencia, precisamente, surgió la propuesta del careo en vivo y en un amplio escenario. El 15 de junio, en el teatro del Casino Español de San Antonio de los Baños, habanera cuna de Valiente, se midieron los dos bardos ante un público calculado en dos mil entusiastas espectadores. Dialogaron sobre los temas del amor, la muerte y la libertad, y el jurado, finalmente, proclamó la igualada entre ambos contendientes.

Se imponía la cita del desempate, y esta se produjo el 28 de agosto, ante más de diez mil personas pletóricas de júbilo, en el estado Campo Armada, en la entonces zona rural de San Miguel del Padrón, capitalina cuna de Naborí. Los temas a debate: el campesino y la esperanza. Sobre los resultados de este encuentro relata López Lemus:

“Al final del evento, cuando el jurado deliberaba, el siempre caballeroso Angelito Valiente se acercó a ellos y les dijo de manera estentórea: Pongan ahí un cuarto jurado: yo mismo, que voto por Naborí. Esta hermosa anécdota habla de los lazos de compañerismo, pero sobre todo del profundo sentido ético y profesional de los poetas en controversia. El jurado decidió que el ganador esta vez era Jesús Orta Ruiz.”

Aquellos textos poéticos, cantados de improviso, no se perdieron en el viento gracias a una taquígrafa, María de los Refugios Segón. Los del tope de San Antonio fueron publicados en un folleto con prólogo del poeta y educador Raúl Ferrer, también figura cimera de la décima en el siglo XX. Los textos de Campo Armada se divulgaron en la revista Panorama.

Ambos debates poéticos (al fin y al cabo dos partes de una misma Controversia del siglo) hallaron su primera edición en libro gracias al reconocido filólogo Maximiano Trapero, que la preparó, prologó y dio a la luz en Islas Canarias en 1997. La edición cubana fue posible en el 2004, cercano ya el cincuentenario del acontecimiento, con prólogo de López Lemus –del cual son los párrafos aquí citados-, por la Editorial Letras Cubanas.

Con estas realizaciones en papel y tinta, la escritura cumplió, al decir de Trapero, “la función precisa para la que fue creada: convertir la voz, que es presente, en testimonio para el futuro”.



ENTREVISTA A NABORÍ EN VERSOS

(Revista La Calle, de los CDR, enero-marzo 2000, p. 5)


PÉGLEZ:

Indio Naborí, poeta:
me envían de la revista
a abrazarlo, y entrevista
pedirle en esta cuarteta.

NABORÍ:

Me sorprendes, pero quieta
la mente se me ha quedado,
porque no se me ha negado
periodística expresión…
Venga, pues, sin dilación,
el cuestionario rimado.

PÉGLEZ:

Cuarenta años, cuarenta,
resumimos en un hombre.
¿Su libro Esto tiene un nombre
ejemplifica esa cuenta?

NABORÍ:

Ello no arresta ni aumenta
el histórico nivel.
Yo quiero decir Fidel,
nuestro más glorioso hermano,
porque está el pueblo cubano
firme y resumido en él.

PÉGLEZ:

Cuarenta años cumplirán
en el 2000, en septiembre,
los CDR, unimembre
legión que sigue a un titán.
Usted, cederista tan
fiel, ¿cómo piensa en la fecha?

NABORÍ:

Que a un Indio cuya cosecha
nos cuesta tantos afanes
no arruinarán gavilanes
que se escapen a su flecha.

PÉGLEZ:

Con pupila bien abierta
leí Con tus ojos míos.
¿Cómo pueden tantos bríos
dar luz en su vista yerta?

NABORÍ:

No está yerta. Está despierta.
Por el rumor veré ríos;
y gallos, por los cantíos;
y por el sabor, corojos;
y todo veré con ojos
que siendo ajenos son míos.

PÉGLEZ:

Le agradece la revista,
y en 2000, y en lo adelante,
le desea: ¡Siempre cante
su corazón cederista!

NABORÍ:

No podrá un anexionista
sorprenderme con su asalto
ni en casa, ni en el asfalto
de una calle oscura y fría;
y si me muero algún día
será con la guardia en alto.



El Indio Naborí cumple 80 años

ENTRE LA BANDURRIA Y EL ESPEJO

(Periódico Trabajadores, 16 de septiembre 2002, p. 10)


Llegué, a la hora acordada para la entrevista, a su casa en el Vedado, donde paradójicamente se respira el “entre, y perdone usted” de los hogares campesinos. Cariñosa como siempre, me abrió la imprescindible Eloína, cuya amante misión de lazarillo ha cantado el poeta: ¡Ay, quién me diría que/ los ojos que ayer canté/ hoy fueran mis propios ojos!

-Naborí viene enseguida -disculpó la no presencia de su Jesús en la sala, mientras me acomodaba en un sillón- ¼es que anoche no durmió bien, por los malestares que tú sabes.

Sin embargo, en menos de diez minutos, del brazo de Eloína ya venía el Indio sonriente, inventándome en versos un inusual saludo:

-Primera vez en la vida/ que tú me encuentras dormido/ como un arcángel caído/ y dormido en la caída.

Para añadir de inmediato a la risa colectiva:

-Y luego tú dices que ya yo no improviso.

Por supuesto que todo era broma, porque ni estaba dormido, ni se considera arcángel -mucho menos caído- y porque él sabe que yo no he dicho que ya no improvisa: Aunque hace muchos años que no puede ejercer profesionalmente el repentismo, ese es un don que el poeta no pierde con la ausencia de los escenarios.

En su partida de nacimiento dice que el 30 de septiembre de 1922 vino al mundo un niño al que inscribieron como Sabio Jesús Orta Ruiz. Pero de su primer insólito nombre -¿inconsciente vaticinio?- no tuvo noción Naborí hasta que hizo falta, ya adulto, sacar certificado para algún trámite perdido en la memoria.

-Yo pensaba -comenta- que me habían puesto Jerónimo Jesús, porque el 30 de septiembre es el día de San Jerónimo en el santoral. Muchas veces firmé así: Jerónimo Jesús. Cuando supe lo de Sabio me pareció muy raro, porque ese no es nombre. Fíjate que no hay San Sabio. Luego, en la universidad, lógicamente había bromas con eso. Raúl Roa, que fue profesor nuestro, hacía preguntas en el aula y a veces me señalaba: “¡Arriba, Sabio!” También a veces sucedía que yo no respondía bien, y entonces me decía: “Hoy no le hiciste honor a tu nombre”. Bueno, tú sabes cómo era Roa de ocurrente.


UNA DICOTOMÍA INTERACTIVA

Desde temprano en la vida, poesía y comunicación social germinaron en él como una dicotomía interactiva. Se sabe que de niño comenzó a improvisar versos en las canturías. Ya adolescente, publicó sus primeros poemas escritos en un periódico local de San Miguel del Padrón llamado Cooperación, donde también se estrenó como periodista. En 1948, su programa Décimas informativas, por CMQ Radio, no era otra cosa que un noticiero en versos que preparaba cada día. En 1957, ya reconocido como brillante repentista y como autor de libros de versos, empieza a escribir textos periodísticos para Bohemia.

Tras el triunfo de Enero de 1959, en el periódico Hoy, su firma podía verse lo mismo encabezando un reportaje que al pie de aquellos poemas de la sección Al son de la historia, crónicas en versos sobre la vibrante realidad cubana en los primeros años después de la victoria. Igual duplicidad protagonizó después, por mucho tiempo, en el diario Granma. Visto de conjunto, su quehacer periodístico abarca más de 700 textos.

-¿Y el periodismo ayudó a su poesía?

-Claro que ayudó. El periodismo ayuda a la poesía por el ejercicio constante hacia el dominio de la palabra. El periodismo requiere síntesis y la poesía también, aunque de otro modo, desde luego. Son dos artes diferentes, pero la primera, por su dinámica constante en busca de decir lo más posible en el menor espacio, va preparando la capacidad de resumen de quien escribe, si además es poeta, para apresar el destello de iluminación poética en la necesaria condensación del verso.

-Su vocación de servicio social me recuerda otra etapa de su trayectoria, quizá no tan conocida: aquella en que se desempeñó como Responsable Nacional de Cultura de la CTC¼

-Aquellos fueron años de extraordinarias experiencias, de mayor conocimiento del pueblo, de los trabajadores, y de la significación de su organización sindical. Creo que en ese tiempo, sobre todo por el aliento de Lázaro Peña, se dio un salto cualitativo en la cultura del movimiento obrero, en la formación de su gusto estético, y para eso contamos con el apoyo de muchas figuras importantes de la cultura nacional. Se dieron entonces muchos pasos iniciadores de cosas que ya hoy son costumbre, como los concursos literarios de cada sindicato, que confluyen al final en el concurso Rubén Martínez Villena. Ese nombre no se escogió por gusto: un poeta que fue secretario general de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, antecedente de la CTC.


DÉCIMA
... ¿Y PUNTO?

Considerado el decimista más significativo de la literatura cubana contemporánea, Naborí participó de modo protagónico en el fenómeno de renovación de la estrofa ocurrido en los años 40 y 50. En su caso, los alcances estéticos iban, en amplio diapasón, desde la elevación y enriquecimiento metafórico de la décima oral improvisada de raíz campesina hasta los relumbres líricos de la poesía escrita de la época, vertida en el molde estrófico espineliano. En pocas palabras, la concertación de lo popular y lo culto, tan necesaria a la décima, en un mismo creador.

Sus primeros cuadernos, Guardarraya sonora (1946) y Bandurria y violín (1948), publicados por una humilde imprenta de San Miguel del Padrón, fueron decimarios de fina raigambre popular no por ello exentos de altura lexical y tropológica. Sobre el segundo de esos títulos, el gran chileno Pablo Neruda, de visita en La Habana en 1961, le comentó a Naborí: “Leí tu libro. Oye, ¡es mucho violín para ser bandurria!”

-Al poeta que acuñó la décima cubana como Viajera peninsular, ¿qué opinión le merece la extraordinaria evolución que ha tenido la estrofa en las últimas dos décadas, en especial en los 90, tanto en la oralidad como en la escritura?

-En Cuba siempre hubo buenos decimistas, tanto en una como en otra vertiente, desde la larga nómina de improvisadores, muchos de ellos sorprendentes, hasta escritores como Eugenio Florit, los de Orígenes, Nicolás Guillén¼ es riesgoso decir nombres, porque son muchos. Es un inmenso y rico caudal el de los aportes que dieron a la décima, a lo largo de nuestra historia, tanto los poetas populares como los poetas de la escritura, los que hemos dado en llamar poetas de lo culto.

“Lo que ha sucedido en las décadas recientes, esa evolución que tú mencionas, con una masividad nunca antes vista en los decimistas, ese enriquecimiento del léxico y esa ansia en la búsqueda permanente de la poesía, parte de aquella herencia, y es resultado directo de la Revolución triunfante en 1959, que abrió para todo el pueblo las posibilidades de acceso a la educación y la cultura, liberó las potencialidades insospechadas de las grandes masas, borró progresivamente las fronteras entre la ciudad y el campo, y vertebró una política cultural cada vez más amplia, con hechos monumentales que van de la Campaña de Alfabetización de 1961 hasta la Universidad para Todos de nuestros días”.

Pero el Naborí poeta -prolífico como el Naborí periodista, investigador y ensayista- no es únicamente un poeta de la décima. Con Martí, presencia vital siempre en él, piensa que cada emoción pide su métrica¼ o ninguna. Ahí están los poemas del Indio en versos libres, sus romances (¿quién no se conmueve aún con la Elegía de los zapaticos blancos? ) y sus sonetos. De estos últimos, por cierto, los agrupados bajo el título Una parte consciente del crepúsculo están considerados entre los mejores escritos en lengua castellana.

También los rumbos ideotemáticos de su obra en versos han sido tan disímiles como los de la vida misma. De sus decimarios germinales, con olor a tierra húmeda y a amor recién mojado, a la poesía social que toma el pulso a su tiempo, presente en libros como Al son de la historia y Esto tiene un nombre. De la poesía dolorosa por la pérdida del hijo en Elegías a Noel, a las evocaciones a la infancia y la familia en Entre, y perdone usted. De la búsqueda ontológica de Entre el reloj y los espejos, a la perspectiva desde la vejez y la pérdida visual y desde quien ha estado al borde de la muerte, transidas acaso con un tinte del grotesco del Siglo de Oro español, en Con tus ojos míos.

-Resulta fascinante un diapasón tan amplio en la obra de un poeta– le comento.

Y se sonríe. Y sólo me responde:

-¡Chico, es que yo he vivido ochenta años!



HASTA SIEMPRE, NABORÍ

(Periódico Trabajadores, 2 de enero 2006, p. 12)


Hasta siempre, padre nuestro que estás en la décima. Que estás en toda la poesía empinada en el pendón del alzamiento humano. Que estás en la Historia, en nuestra arcilla humildísima en que te moldeaste moldeándonos, para ser, sin proponértelo, un robusto cemí multiplicador y generoso. Que estás en el fiel, en el difícil fiel entre la sinfonía y la abeja, porque has sido y serás, precisamente, la sinfonía de la abeja. Hemos sido testigos, tanto de tu sitial entre los sabios, como de la comadrita adonde se te acercaban venerándote la sabiduría del herrero, del obrero azucarero, del maestro, de la múltiple mujer de cada día, y hasta la sabiduría honda y pequeña de los que saben querer. No hace falta decir que te seguimos, porque vas con nosotros, acercándonos siempre a esa inmensurable grandeza tuya del hombre cotidiano, la única verdaderamente conocedora de la estrella que late en la bandera.



GLOSA LIBRE (CASI ANTIGUA)
POR EL HOMBRE COMÚN

A Jesús Orta Ruiz


El hombre sabe una estrella
para todos los caminos.
El hombre sabe los trinos
que anuncian la única huella.
Contra el reloj se querella
su espejo, pero la noria
no da tregua a su victoria
sobre el mármol que le piden.
No le apena que lo olviden
sino quedar sin memoria.


Epopeya promisoria
la del hombre ante el talud
sobre el que sembró un laúd
con un retoño de gloria.
Bajo la luna amatoria
de lorquiano devenir
el hombre se dio en abrir
cielo y ala a la paloma
y tras ella en cada loma
volvió El Cornito a latir.


El hombre sabe un vivir
de eterna voz de arboleda.
Presiente que se le queda
un no sé qué por decir.
Se levanta a redimir
de entre la tierra su cielo.
Le enjuga el azul pañuelo
la tiranía del cuándo
y reamanece cavando
día y noche el duro suelo.

viernes, 28 de septiembre de 2007







En la muerte

del Indio Naborí


Por Waldo Leyva

Todos los estudios sobre la décima en Cuba reconocen la enorme significación que ha tenido para el desarrollo de esta estrofa, la obra poética y el magisterio de Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí. Su obra literaria, tanto en el plano de la oralidad como en el de la escritura, es considerada un parte aguas en el proceso de consolidación
de la espinela como uno de los signos de nuestra identidad cultural.

La historia de la décima cubana comienza con la llegada de los colonizadores, pero su arraigo definitivo ocurre en el siglo XIX, en la voz de nuestros mejores poetas románticos. Fue precisamente uno de esos poetas, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), quien popularizó la espinela y estableció un modelo que se mantuvo vigente desde la segunda mitad de ese siglo hasta los años 40 del pasado siglo XX.

La décima del Cucalambé puede considerársele como criolla, su intención principal era fijar la memoria lírica del paisaje y el hombre de la tierra. Es una décima que va nombrando las cosas prestándole su voz al campesino para que exprese sus sentimientos desde una identidad propia. Se dice que el Cucalambé no improvisaba, pero toda su obra lírica en décimas es cantable y se convirtió en referencia obligada de todos los poetas populares. La mayoría de sus estrofas se folklorizaron y pasaron a formar parte de la tradición.

El lenguaje poético que usa Nápoles Fajardo en la espinela es de una gran efectividad comunicativa, sin complejidad tropológica. Su décima reproduce una imagen visual, descriptiva, donde el símil se asoma tímidamente y donde la belleza lírica está en la selección de los temas, en el descubrimiento de lo cubano y en la transmisión de un sentimiento limpio como las aguas cristalinas de los ríos de la Isla.

Ese canon establecido por el Cucalambé para la décima criolla es el que se mantuvo vigente hasta que irrumpió en la canturía la voz renovadora de Jesús Orta Ruiz, a quien acompañó un coro de nuevos poetas que dieron a la espinela una dimensión lírica hasta entonces desconocida.

Sobre ese proceso de acriollamiento que tuvo en Cuba al Cucalambé como su principal exponente, se produjo también en otras regiones de América. Mucho se ha escrito sobre ese tema que ha sido y sigue siendo uno de los preferidos por los poetas populares de toda Hispanoamérica. Se podría hacer una voluminosa antología de las décimas dedicadas a la estrofa de Espinel y al propio poeta y músico rondeño. La más popular de las espinelas escritas en Cuba sobre este asunto se debe precisamente a la pluma de Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí.

Viajera peninsular
Cómo te has aplatanado,
Qué sinsonte enamorado
Te dio cita en el palmar.
Dejaste viña y pomar
Soñando caña y café,
Y tu alma española fue
Canción de arado y guataca
Cuando al vaivén de una hamaca
Te diste al Cucalambé.

Esta décima, con la que se inicia un largo poema que relata la llegada de la estrofa y su identificación con Cuba, es de dominio de todos nuestros decimistas, improvisadores o no, y preside guateques y canturías desde hace décadas.

En el Indio Naborí se juntan el trovador y el juglar, el poeta que nos ha legado una imprescindible obra escrita en los más diversos metros y sobre los más variados temas, y el improvisador que todos reconocen como el de más hondo calado en la tradición oral de la poesía cubana y aun iberoamericana.

En él confluyeron condiciones excepcionales, a saber: una gran sensibilidad poética, un talento precoz que fue cultivando con esmero, y una voz muy peculiar que le distinguía del conjunto de sus compañeros poetas por su melodía, su timbre lírico, su agradable cadencia y una flexibilidad que le permitía asumir la tonada justa para el sentimiento particular; todavía hoy, ya alejado de las canturías, esa voz conserva ese tono melodioso.

Hay en Naborí, además, un inagotable afán de conocimiento que fue sedimentando en él, desde muy temprano, una sólida y diversa formación cultural que se expresa tanto en su obra poética como en su labor investigativa. Como acucioso investigador, cuyos libros resultan referencia obligada, es al mismo tiempo el científico que intenta fijar determinados conocimientos y el poeta indagador que está descubriendo en la literatura y en la realidad que lo circunda, aquello que después nutrirá sus versos.

El Jesús Orta improvisador usa los recursos que son más comúnmente utilizados por nuestros repentistas: Ajuste al tema, uso referencial de las circunstancias en que se produce la controversia, atención al comportamiento del contrario y su repercusión en el público, preparación de los versos finales de la estrofa para garantizar un cierre efectivo, y otros muchos que forman parte de esa puesta en escena que es la canturía.

Pero en él hubo siempre un afán de poetizar, de elevar la espinela a categoría poética sin que por ello perdiera su efectividad comunicativa.

Ese es el secreto de por qué la renovación provocada por su presencia en el escenario de la décima cubana fue finalmente aceptada y luego tomada como norma. El Indio Naborí no renunció jamás a ninguno de los mecanismos comunicativos de la controversia, por el contrario los utilizó para enriquecerlos y enriquecer con ello la espinela.

Ahora bien, ¿en qué consistió esa renovación, y cuáles fueron las vías utilizadas por Naborí para cambiar el canon establecido por el Cucalambé y proponer otra manera expresiva cuya vigencia aun hoy es constatable?

Ya en la escritura de la décima, después del triunfo de la vanguardia en nuestra literatura, se encuentran algunas de las ganancias poéticas que después se sistematizarán en la escritura e improvisación de la estrofa.

Algunos poetas como Eugenio Florit, sobre todo en Trópico (1928-1929) y Agustín Acosta, por citar solo dos, dotan a la décima de un reconocido prestigio literario.

Pero no hay aquí todavía ese vínculo definitivo y misterioso entre oralidad y escritura que va a producir una espinela de reconocida factura poética sin renunciar a su condición cantable. Esa décima tiene que esperar por la voz de Naborí que es el que la dotará de los recursos indispensables para ser al mismo tiempo un modelo poético y un vehículo de comunicación oral.

Frente a la décima de tropología simple heredada del Cucalambé, en la que el lenguaje se limitaba, básicamente a la comparación que es como llamaban los poetas al símil y era casi imposible encontrar otros recursos poéticos, Naborí opone una estrofa donde se enseñorea la metáfora, en sus más diversas formas expresivas; en la que la imagen, como representación gráfica de lo abstracto tiene un marcado protagonismo. Recordemos aquellos versos de su controversia con Angelito Valiente sobre el tema de la muerte en la que el Indio dice: “como un alfiler de frío/ la muerte, callada, viene/ desde un palacio que tiene/ forma de cráneo vacío.”. La sinestesia es otro recurso muy prestigiado en su obra.

El ejemplo que más se cita es el de una décima no improvisada pero que conserva el aire de la oralidad:

“Mi niñez descalza y pura/ como la misma ignorancia/ me llega con la fragancia/ de una guayaba madura”.

Otro de los recursos sobre el que vuelve con frecuencia es la paradoja. De hecho es una paradoja la que provoca la primera reacción de los improvisadores que defendían lo que llamaban “lógica” en la construcción de la estrofa. Improvisando en una casa, allá por los años cuarenta, el Indio descubre, a través de una ventana, una hermosa luna cuyos rayos caían sobre el bronce de una campana y con aquella imagen visual improvisa la siguiente redondilla:

“La luz de la luna fría/ se asoma por la ventana/ y desprende a la campana/ una muda sinfonía”.

A mi juicio con esta paradoja se inicia en la improvisación lo que ya el propio Orta Ruiz ha hecho con sus décimas escritas para que fueran interpretadas en diversos programas radiales.

Uno de sus aportes principales es que Naborí no busca la metáfora en la literatura ni en la cultura, intenta encontrarla sobre todo en la vida que le rodea y en la fuente popular. Esta es una enseñanza que le viene del estudio de los neopopularistas españoles, en particular de la obra de Federico García Lorca.
Su metáfora, como su décima toda, tiene un afán de identidad y una profunda vocación de autoctonía. Así cuando quiere expresar la blancura de una risa prefiere compararla con la yuca pelada y crujiente, antes que recurrir al nácar o cualquier otra referencia prestigiada por la cultura.

Según él mismo me ha dicho, desde que descubrió aquella definición de Bousoño donde aquel señala que “La ley intrínseca de la poesía es la sustitución e individualización de los significados”, la convirtió en su norte tanto para la improvisación como para la escritura.

Hoy es universalmente aceptada la renovación iniciada por Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) y se habla de una décima “prenaboriana y de otra postnaboriana”, pero no le fue fácil al poeta romper con la tradición y hacerse respetar primero y admirar después por sus contemporáneos y sobre todo por las nuevas generaciones de poetas que, como se sabe, intentan casi siempre construir su propia identidad negando a los autores que la preceden. Fueron muchas canturías, controversias sin fin en el escenario y en el libro los que necesitó para hacer valer su propósito.

Naborí recuerda esa época con mucho cariño y me comenta algunos de los momentos culminantes de ese proceso, como aquella controversia a distancia que sostuvo con Eloy Romero en 1946. Eloy cantaba desde la Emisora 1010 y Naborí le respondía, por las frecuencias radiales, desde el palacio de los yesistas. De ese enfrentamiento surgieron décimas memorables entre las cuales hay una de Naborí que se hizo muy popular entre los repentistas.

Eloy termina diciendo:

Tú no eres más que mi sombra
y mi sombra va detrás ...

Responde Naborí:

Y tu sombra va detrás...
¿A qué sombra te refieres?
Tú no tienes sombra, tú eres
Una sombra nada más.
Siempre una sombra serás,
Que nadie siente ni nombra;
Y si acaso no te asombra
Comprenderlo, que te asombre:
Tú eres la sombra de un hombre
Yo soy un hombre sin sombra.

En otro momento Eloy, defendiendo el lenguaje llano, “lógico”, le dice a Naborí:

A mí me gusta llamar
a las cosas por su nombre...

Y el Indio, defendiendo su poética nueva, riposta:

Es porque no ves en mí
Poeta de vocación
Que busca la asociación
De las cosas entre sí.
No voy a decir aquí
Que una ortiga es una ortiga,
Que una hormiga es una hormiga,
Que una lata es una lata,
Dígase en prosa barata,
Pero en verso no se diga.

Cantando con Gustavo Tacoronte en Punta Brava un día de invierno del año 44, Naborí improvisa la siguiente décima, ejemplo de alta poesía:

Llovizna, está gris el cielo,
En el aire, qué humedad,
Como si en la inmensidad
Alguien cepillara hielo.
Hilo elástico de vuelo
Recoge la tarde fría
En la gris melancolía
De un parque viejo y tristón
Donde los pájaros son
Racimos de melodía.

Esta paradoja pertenece a la misma estirpe de la ya citada muda sinfonía de la campana y provocó, como aquella, desconcierto y rechazo entre un sector de los repentistas que la consideraban una falta lógica, qué era aquello de que los pájaros fueran racimos de melodía.

De otro encuentro poético con Tacoronte nacieron unas décimas que después Naborí publicó. Eran entonces ambos poetas un par de adolescentes soñadores y bohemios para quienes una decepción de amor podía convertirse en una catástrofe. Cuenta el Indio que él tenía una novia pero la madre de la muchacha se oponía y logró casarla con el alcalde del pueblo, que era además alguien de muy turbio proceder.

Estas circunstancias además de la experiencia personal eran las ideales para una controversia, en las que se sabe tienen mucho prestigio las decepciones amorosas. Empujado por Tacoronte fueron a darle una serenata a la ex novia de donde surgieron estas preciosas décimas de Naborí que forman parte de nuestra tradición decimística:

Has vendido tu ilusión
sin ver que el amor castiga
al viviente que no siga
la ruta del corazón.
Pobre quien de su pasión
la corriente no desata,
y fríamente, y barata
vende su luz a las nieblas.
Ya te verás en tinieblas
bajo lámparas de plata.

Un día, el más triste día
de la más plomiza calma,
cuando te busques el alma
te la encontrarás vacía.
Ya verás cómo te hastía
tu mentira de oropeles:
hallarás entre tus mieles
acíbar de pena muda
y te sentirás desnuda
envuelta en lujosas pieles.

A Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) y Gustavo Tacoronte García, (La Habana 1921-1980) los unió una profunda amistad y una misma voluntad poética. Tacoronte es considerado por los especialistas y por los propios poetas uno de los mejores improvisadores de la generación renovadora de la décima.
Un año mayor Naborí, este repentista de voz bien timbrada y de cuidadosa y bien construida décima, resultaba temible en la controversia “cuando venía inspirado”, según confirman varios de los que cantaron con él o le vieron competir. Para el Indio, Tacoronte “se destacó entre los más brillantes improvisadores cubanos, por su rica imaginación, fina sensibilidad y cultivada inteligencia”.

Naborí recuerda, como si fuera ahora mismo, aquella canturía del año 37 en la casa de Pastor Domínguez, cuando al compás del laúd de Alfredo Hernández, escuchó a Tacoronte improvisar.

Los dos eran muy jóvenes, aunque ya el nombre del Niño poeta de Juanelo era popular y Gustavo comenzaba. Cuenta el Indio que desde ese primer momento “descubrió que en aquel joven no estaba germinando un simple repentista, un versificador más, sino un verdadero poeta con la singular capacidad de improvisar”.

A partir de ese instante se produce entre ambos poetas una plena identificación que los unirá en la voluntad de cambiar el destino de la décima cubana. Ambos tenían una enorme vocación por la lectura y ya Naborí había esbozado su tesis de que era necesario enriquecer la espinela con nuevos elementos poéticos. Usar el viejo molde y sus leyes de comunicación para insuflarle el espíritu de la renovación. Encontró en Tacoronte un aliado convencido de esa necesidad y dotado del suficiente talento para acompañarlo en esa difícil travesía.

Gustavo Tacoronte, además de sus condiciones naturales para ser un abanderado de la décima nueva, tuvo la suerte de pertenecer a una familia que poseía determinados recursos materiales. Esta circunstancia le permitió estudiar y crear, para uso propio y el de sus amigos, especialmente Naborí, una buena biblioteca donde no faltaron las principales voces de la lírica española e hispanoamericana.

Cuenta el Indio Naborí que en las frecuentes veladas que pasaban juntos él y Tacoronte en la casa de este ultimo en Cuatro Caminos, lo más frecuente era que hiciesen lecturas comentadas de grandes poetas de la lengua, especialmente de los modernistas, posmodernistas y de la vanguardia. No resulta aventurado imaginar que uno de esos poetas era Federico García Lorca cuya obra y vocación popular dejó tan profunda huella en ambos poetas.

Pero la vocación de Tacoronte no estaba en la palabra escrita, él era juglar por excelencia.

A pesar de las constantes recomendaciones de que se dedicara a escribir, además de improvisar, nunca lo hizo y prefirió dejar al viento sus joyas poéticas, muchas de las cuales han sido rescatadas del olvido gracias a la memoria de sus admiradores y al celo generoso de Naborí que las cuidó como propias.

Gracias a esa fidelidad poseemos una colección de espinelas de Gustavo Tacoronte que daremos a conocer oportunamente porque forman parte de lo mejor de nuestra tradición poética.

La décima de Tacoronte es un modelo de construcción estrófica con ajuste al tema y con una cuidadosa elaboración de sus tres puntos esenciales: los versos de inicio (con los que establece el vínculo de la controversia), el puente, suerte de sólida bisagra con la que concluye el período inicial de la estrofa y abre su conclusión, y los dos versos de cierre que resultan siempre los de mayor eficacia poética.

Su lenguaje posee las mismas ganancias que ya hemos descrito en la décima de Naborí. Hay en Tacoronte también un uso abundante y adecuado de la metáfora, del símil, de la paradoja, de la sinestesia, de la imagen y de la concretización poética de lo abstracto.

En él como en el Indio se cumple la vocación del uso de todos estos recursos a partir de lo vernáculo, de lo que tiene que ver con el entorno del campesino y de la tierra. Toda su imaginería se apoya en la realidad del hombre de campo, aun cuando trata asuntos de la cultura universal. Su décima es una síntesis de dominio literario y de sensibilidad rural. Como Naborí, Tacoronte tampoco hace concesiones significativas al populismo. Lo vernáculo en él está marcado por la búsqueda de la perfección poética con arraigo en una identidad propia.

Para Naborí esa actitud era consciente y formaba parte de su propósito de renovación, de búsqueda. En Tacoronte pasó a ser una manera de expresarse sin que mediara para ello una profunda reflexión teórica.

La relación entre estos poetas, como ya he dicho, fue intensa, y la influencia y posible interinfluencia se puede constatar en la obra de ambos.

El propio Gustavo Tacoronte nos deja testimonio de esa relación en una décima que repiten los improvisadores cubanos. Hace poco me la recordaban Jesús y Omar, quienes además me regalaron otras espinelas del Cantor de La portada.

La décima en cuestión es la siguiente:

Para hablar de Naborí
Que no es un poeta liso,
Hay que pedirle permiso
Al retrato de Martí.
Con Jesús Orta aprendí
A no improvisar barato,
A no decir gato, al gato
Ni serpiente a la serpiente,
Y pasar indiferente
Por la puerta del ingrato.

Con esta décima ocurre una cosa curiosa. Los improvisadores la recuerdan dotándola de aquella especie de objetividad que fue tan cara a la tradición decimística cubana y que aún tiene destacados representantes en las viejas generaciones de poetas.

Cuando se la oí a Jesusito, este citaba:

“a decirle gato al gato/ y serpiente a la serpiente”.

En el conjunto de Décimas que me entregó Naborí, la memoria también se reproduce de la forma en que la recuerdan Jesús y Omar y otros poetas, pero Naborí asegura, y yo estoy de acuerdo con él, que la estrofa era tal como la hemos citado aquí, porque sin lugar a dudas esta estrofa de Tacoronte está emparentada con la décima ya citada en la que Naborí responde a Eloy Romero, y que fue después de dominio popular.

Recuérdese que allí decía el Indio que no le gustaba llamar a la hormiga hormiga y que aquel que quisiera nombrar las cosas por su nombre que lo hiciera en prosa “barata”, pero no en verso.

Muchas son las décimas de Tacoronte que han quedado en la memoria de los poetas y de los hombres y mujeres del pueblo que atesoran como propio ese legado. Citaré aquí, a modo de antología mínima algunas de esas espinelas, modelo de perfección y sensibilidad poética.

Respondiendo a un pie forzado de carácter patriótico:

Martí —antecesor de Mella,
Martí de pluma y machete,
Improvisado jinete
Sobre crinada centella—.
Por convertir en estrella
Las cenizas de Bayamo,
Le injertó patas de gamo
Al vientre del caracol
Y cayó de cara al sol
Sin patria pero sin amo.

Estas otras seleccionada por Naborí para el prólogo del libro de Tocoronte son también de una enorme belleza:

Amo la primera libreta
Donde en versos de ilusión
Amarré en un corazón
Mis extremos de poeta.
¡Ay! Pero el tiempo es saeta
voladora que no para,
y los versos que soñara
al pie de azules castillos
se están poniendo amarillos
de tiempo, como mi cara.

Amo la mano que funda
y la mano que destruye
amo la sombra que huye
y la luz que la circunda.
Amo la tierra fecunda
Que el campesino trabaja,
Porque la tierra que cuaja
Nuestro sudor en fortuna,
Nos da el cetro de la cuna
Y el pino de la mortaja.

Para abundar en la belleza metafórica de Tacoronte, presente ya en los versos citados, me permito reproducir para ustedes otro conjunto de espinelas que resultan verdaderas joyas poéticas, donde se cumplen las leyes de la nueva décima, es decir, eficacia comunicativa y riqueza tropológica. He aquí las décimas:

Cuando se desborda en trino
El agua de la ternura
Lava con su mano pura
La camisa del camino.
El sinsonte, campesino
Maestro de su garganta,
Desde un ciruelo levanta
Su pico —llave del cielo—
Y colgado del ciruelo
Es una fruta que canta.

Este último verso tiene un eco indudable de aquel racimo de Melodía que ya nos regaló el Indio Naborí, no parece aventurado suponer que pertenece a la misma controversia.

Sobre el comportamiento ético:

La modestia es el anillo
Que verás siempre en mi dedo,
El orgullo siembra miedo
Como si fuera un gatillo.
El padre de Ismaelillo
Dijo con la voz más pura:
“viva yo en modestia oscura,
muera en silencio y pobreza,
que ya verán mi cabeza
por sobre mi sepultura”.

Cantando en Güines con Rafael Hernández sobre el tema de la bebida y la necesidad de familia, tan doloroso para él que no pudo tener hijos, Tacoronte responde a una décima de su oponente con una espinela que recuerdan los repentistas con mucho respeto.

Si encontrara una mujer
que me diera su cariño,
con la presencia de un niño
dejaría de beber.
Pero eso no puede ser,
Porque hay puntas que me hieren
Y como aquí no me quieren,
En la frialdad del polo
Tendré que morirme solo
Como las águilas mueren.

Vuelve sobre el mismo asunto del hijo cuando cantando con otro poeta se impone el tema de la muerte a propósito del fallecimiento del hijo de un amigo. La tradición guarda esta redondilla de Tacoronte.

Yo no he tenido la suerte
De haber tenido esa gracia,
Ni tampoco la desagracia
De darle un hijo a la muerte.

Gustavo Tacoronte era también, como muchos de nuestros repentistas, un maestro del pie forzado. En realidad, la controversia es siempre un pie forzado, pero cuando este se hace explícito hay poetas que lo logran con mayor eficacia que otros, porque se ajustan a lo que sugiere el verso preestablecido.

Muchos son los pies forzados cantados por este poeta que se recuerdan hoy. Ya hemos citado el de Martí y aquí incluimos otros que resultan verdaderos modelos de construcción y de eficacia poética y repentística:

El primer pie forzado dice: “Cadáver de una paloma”. He aquí la décima:

El perro del cazador
Mueve la cola, olfatea,
Sale al instante y rastrea
A la voz de su señor.
Suena un tiro aterrador,
Un ave que se desploma,
Va, entre sus dientes la toma,
Y luego vuelve a su dueño
Con el sangrante y pequeño
Cadáver de una paloma.

El otro pie forzado son dos versos del Cucalambé y lo improvisó en El Cornito en alguna de las Jornadas Cucalambeanas. El pie dice: “donde fresca, limpia y clara se desliza la corriente”.

Cornito te visité
Y en tus líquidos espejos
Con los gigantes más viejos
De la flora conversé.
A un jagüey le pregunté:
¿dónde está el poeta ausente?
Y me dijo: está presente
Debajo de aquella guara
Donde fresca limpia y clara
Se desliza la corriente.

Muchas son las décimas que podría incluir aquí pero solo agregaré un par de ellas que me parecen indispensables:

Un bohío desgreñado
Por las cornadas del viento,
Cobijó mi nacimiento
Nueve lunas esperado.
Me dio mi primer calzado
Una palmera jimagua,
Y yo no sé con qué agua
Las mejillas me mojó
El río que se llevó
Mis zapaticos de yagua.

Sobre el verso; una especie de poética:

Mi verso trasnochador
Cuando a caminar empieza,
Igual que un ciego tropieza
Entre la espina y la flor.
Mi verso es un ruiseñor
Con las dos alas partidas,
Porque manos atrevidas,
En minutos infelices
Le abrieron las cicatrices
A mis antiguas heridas.

De alguna canturía y como respuesta a un contrario que admiraba, puede ser Naborí, surgió esta precisa décima.

Si yo pudiera arrancar
Una estrella con la mano,
Como arranca el campirano
Una penca del palmar;
No la pondría a brillar
En el campo de batalla,
Ni a la vieja guardarraya
Cedería ese derecho,
Te la pondría en el pecho
Como la mejor medalla.

He querido unir a estos dos poetas porque con ello demuestro, una vez más, por qué es tan profundamente querido y admirado Jesús Orta Ruiz.

Corfirmo aquí esa proverbial generosidad que hace del Indio un mentor y un modelo de comportamiento intelectual. Gracias a él he podido rescatar muchas de las mejores décimas de ese poeta esencial que fue y sigue siendo Gustavo Tacoronte García, espero que también lo agradezcan nuestros lectores.